Larga es la lista de escritores en lengua inglesa que han pasado por México y convertido sus experiencias en notables piezas literarias. Ahí están Malcolm Lowry y su Quauhnáhuac, el dionisiaco William Burroughs en la colonia Roma, Katherine Anne Porter y los ecos de la Revolución de Villa y Zapata, B. Traven y la selva chiapaneca… Entre esta hilera de voces se halla la estadounidense Lucia Berlin, cuya obra se mantuvo con un perfil bajo hasta la aparición póstuma de A Manual for Cleaning Women (2015), volumen de cuentos editado por Stephen Emerson. El cineasta Carlos Cuarón, amigo y autorreconocido “padawan” de Berlin —a quien frecuentó desde los años ochenta—, nos escribe:
Es increíble que ahora su literatura sea bestseller porque en vida luchó mucho por ser publicada y reconocida a pesar de los excelentes reviews de sus libros ahora y hace treinta años o más. Eso, por supuesto, le dolía. ¿A quién no le duele el rechazo constante? Sobre todas las cosas, ella quería ser leída.
Nacida en 1936, Berlin tuvo una existencia vertiginosa, trashumante, hasta su muerte en 2004. “Exagero mucho y mezclo ficción con realidad, pero de hecho nunca miento”, escribe en su cuento “Silence”.1 Sus textos invitan a la lectura en clave biográfica: la escritora transmuta a menudo hechos, seres y paisajes que recoge de su propia vida. Muchas veces los nombra como tales, además, y las presencias se repiten, se entrometen. En su obra logró salirse de sí lo suficiente para escribir con una perspectiva sui generis —a un tiempo despiadada y compasiva— acerca de ella misma y de quienes la rodearon.
“Mi cisterna”
Entre 1991 y 1993, Lucia Berlin vivió en la Ciudad de México al cuidado de su hermana Molly Brown, quien llevaba años luchando contra el cáncer. Amén de labores domésticas y de enfermería, la autora ejerció un gran acompañamiento emocional para sus sobrinos Mónica, Andrea y Patricio Chirinos Brown. Hospedada en un departamento de la calle Amores, pronto se alzó como una segunda presencia materna. Antes de su llegada —nos cuenta en entrevista la bailarina y coreógrafa Andrea Chirinos—, Lucia y Molly reían y lloraban con la oreja caliente en el auricular durante horas:
Les gustaba tomar elementos de México, de su adolescencia en Chile. Querían construir una personalidad no sólo americana; sobre todo mi tía, que se quedó en Estados Unidos.
Un cuarto que le había pertenecido a Patricio (“Ticho”) pasó a ser habitado por la tía. El departamento no tardó en volverse un espacio adecuado para que Molly pudiera ser atendida ahí mismo. En el cuento “Wait a Minute”, Berlin narra:
Por la noche yo la preparaba para acostarse, le daba sus pastillas, alguna inyección. La besaba y la arropaba. “Buenas noches. Te quiero, mi sister, mi cisterna”. Yo dormía en un cuartito, como un clóset, pegado a su recámara; la oía leer, tararear, escribir, al otro lado del triplay.
“La soledad es un concepto anglosajón”
Patricio Chirinos Brown nos relata en entrevista:
Mi mamá y mi tía tenían un humor muy mexicano; se reían de Avelino, el personaje de La familia Burrón que se dedica a la contemplación. “¿Qué onda con México?”, decía mi tía. “Todo mundo se está besando y abrazando. Todos tienen un romance en México”.
“La soledad —escribiría Berlin en “Fool to Cry”— es un concepto anglosajón”.
Mi tía se levantaba al cuarto para las cinco —sigue Patricio— y empezaba a hacer café, a leer o escribir. Para las 6:30 ya tenía mi desayuno y me llevaba el café a la boca antes de mandarme a la escuela. Se acercaba: “Ya, lindo. Ya es hora de que te levantes, precioso”. Hacía tanto durante el día que a las ocho, me acuerdo, se tallaba los ojos y decía: “Me voy a dormir”. Al día siguiente, lo mismo: al cuarto para las cinco ya estaba despierta, se oían las teclas, y a mandar cartas.
“Un melancólico Sancho Panza”
Berlin solía ver la Ciudad de México desde una combi. Iba sentada de copiloto mientras Marcelino, el chofer de los Chirinos, la acompañaba a donde fuera. En el cuento “Del Gozo Al Pozo” de Where I Live Now (1999), Lucia se vuelve Claudia, transforma a Marcelino en Seferino, y narra à clef su rutina: ir a Correos, comprar La Jornada en Insurgentes, el Herald-Tribune en Sanborns, café en El Jarocho, frutas y verduras en el mercado de Coyoacán… y “el chaparro y gordito de Seferino jadeando tras ella como un melancólico Sancho Panza”. Este Sancho mexicano era, nos dice Andrea Chirinos,
un señor que iba manejando, veía a cualquier persona en la calle y decía un chiste. Repetía todos los de Polo Polo y se los trataba de explicar a mi tía, que más bien se reía de cómo se los contaba. Influía mucho en ella con sus dichos.
En “Del Gozo Al Pozo” leemos:
Cuando las cosas se ponían difíciles, con el cáncer de Sally [Molly] o con la situación del PRI2 o con los hijos, Seferino solía decir: “Pues, doña Claudia, como yo digo: paciencia y barajar”.
“Hoy conocí de nuevo el amor”
Lucia Berlin disfrutó de cerca el toreo, una de sus pasiones, en la Ciudad de México. Su sobrino nos cuenta que en una ocasión la encontró, de regreso de la Plaza de Toros, con la cara reluciente. “Estoy enamorada, Ticho —dijo ella—. Hoy conocí de nuevo el amor”. Acababa de apreciar en vivo a su admirado Enrique Ponce: “Nunca había visto a un torero tan bueno, tan guapo. Y me vio a la cara, Ticho, y me enamoré”. Alastair Johnston, gran amigo de Berlin y su editor en Poltroon Press, compartió con nosotros una carta que ella le envió desde la Ciudad de México el 10 de febrero de 1992:
Ya no me siento tan negativa sobre México ahora que no estoy enferma, puedo pasear, platicar, etc. Me doy cuenta de que ha sido invierno todo este tiempo… Pensaba que todo iba mal, simplemente, o que era un estado mental. ¡Los ciruelos retoñan!3 La cortesía incesante a veces reconforta, como cuando te metes a un elevador o a una larga fila en el correo, o entras al consultorio médico, y todo mundo te da la bienvenida con un “Buenas tardes”. Me gustó mucho Music of Chance de Paul Auster. He leído sobre todo a Dostoievski, y cada día le leo en voz alta a S••• durante horas. Ahora, Madame Bovary. Gabriel García Márquez está escribiendo para una telenovela, cosa que a todos les parece escandalosa. A mí no. Yo creo que él ya es una telenovela; además, si algún día recibo una beca, ése sería el género de mis sueños. Lo vemos mucho en las corridas de toros. Él mira a A•••, fuma un puro. Yo sólo estoy encantada de ver a un escritor.
Surge la duda: ¿a quiénes leía y admiraba Lucia Berlin? ¿Hay un equivalente literario de Enrique Ponce para ella? Johnston nos cuenta:
Sus escritores contemporáneos favoritos incluían a la poeta Joanne Kyger (amiga nuestra), Michael Ondaatje y Paul Auster. Admiraba a los escritores franceses: Proust, Flaubert y Montaigne […]; las escritoras en lengua inglesa que releía eran Austen y las Brönte […], y sus más grandes influencias eran los rusos: Dostoievski, Chéjov y Turguénev. Comentábamos a Cervantes: ella me recomendó especialmente las Novelas ejemplares, y me dio Tres tristes tigres de Cabrera Infante diciéndome que tenía que leerlo.
Al respecto, Carlos Cuarón, quien por cierto conoció a Berlin gracias a Andrea Chirinos, comenta:
Lucia era muy culta y conocía bastante bien la literatura mexicana y latinoamericana en general […]. La única aportación que yo recuerdo haberle dado fue Juan José Arreola. Le regalé sus libros y le encantaron.
Andrea, quien antes de los noventa vivió una temporada con su tía en San Francisco, dice que a Berlin
le gustaba Carlos Fuentes: él físicamente. A mi tía y a mí nos encantaba hablar de hombres. En su little room mexicano tenía a Beckett pegado en la pared, a varios hombres.
“¿Este cuento forma parte del mundo entero?”
“Sobre todas las cosas, ella quería ser leída”, decíamos al inicio con Cuarón. En entrevista para el documental Love, Lucia: Remembering Lucia Berlin (Doerig y Schnermann, 2019), Daniel Berlin cuenta sobre su madre:
Varios años antes de que muriera, en medio de un susto por un problema de salud por el que pensó que moriría, ella me dio una carta y me decía qué había que hacer con [su obra] […]. Pensé: “Who the hell cares? Tú vas a estar muerta, y ahora apenas si piensan en ti… Nadie compra tus libros”. Unos años después de su muerte, recibí una carta de su último editor diciendo que estaban cambiándose de bodega y que no querían trasladar sus libros […]: “Son demasiados, así que, si quieres pagar su envío, puedes tenerlos por un dólar cada uno”. […] Recibir aquella carta fue como: “Mamá, ¿de qué hablas?”. Entonces me dijo: “No creas que me hago la Jane Austen, pero diez años después de que yo me muera alguien vendrá contigo con la propuesta de publicar alguna compilación”.
Daniel también alude a una de las últimas entrevistas que le hicieron a su madre. Kellie Paluck y Adrian Zupp le preguntan: “¿Te importa saber cómo se leerá tu obra en las próximas décadas?” y Berlin responde:
Sí. Por alguna razón parezco muy modesta, porque no me importan el dinero ni la fama ni las reseñas del New York Times ni nada de eso. Pero me encanta imaginar que seré leída dentro de muchos años. Pienso más en eso que en la parte de la fama. Es como: “¿Este cuento forma parte del mundo entero?”. […] Me encanta pensar que algún día una niña irá a una biblioteca y descubrirá alguno de mis libros. Así que de alguna manera soy muy ambiciosa.
Termina por decir Carlos Cuarón:
Aquí una anécdota que creo la define bien: íbamos caminando juntos […], pasamos por una librería de segunda mano y en un montón sobre una mesa en la banqueta encontró un ejemplar de la primera edición de Angel’s Laundromat [su segundo libro, de 1981]. Luego de soltar un genuino “Fuck!”, lo compró, me lo regaló, me lo dedicó en inglés y, señalando el precio (dos dígitos tachados y abajo tres dólares) escrito a lápiz con una flecha en la esquina superior de la primera página, puso en español: “¡Qué vergüenza!”. Ésa es Lucia Berlin para mí: un ser generoso, con desbordante sentido del humor, filoso, amoroso, complejo y enormemente compasivo, siempre aspirando a más y mejor.
“Who the hell cares?”, se preguntó hace años —y con razón— Daniel Berlin, de frente a una Lucia anciana que se apagaba de a poco mientras su obra quedaba en el olvido. Hoy, tras décadas y un camino insospechado, él conoce la respuesta. Más de una niña, sin duda, ya descubrió a la escritora en alguna biblioteca, en varias librerías.
Agradecemos a Patricio y Andrea Chirinos Brown los testimonios y las fotografías que generosamente nos dejaron compartir aquí.
Imagen de portada: Molly Brown y Lucia Berlin en Zihuatanejo, ca. 1991. Cortesía de Patricio Chirinos Brown
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Anotamos los títulos originales. En el caso de los testimonios y textos en inglés (publicados e inéditos), las versiones en español son nuestras. ↩
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Patricio Chirinos Calero, el cuñado de Berlin, tuvo una participación activa en la vida política de México durante el salinato. El cuento se enmarca en esos años. ↩
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Aunque el original dice “ciruelos” (plum trees), inferimos —por la fecha de la carta— que se refería a las jacarandas chilangas que empezaban a florecer. ↩