Piel, huesos, músculos y facciones humanas; espíritu animal. Desde mediados de los noventa surgió en la incipiente web un foro que reunía a humanos cuya identidad estaba conectada con todo menos su especie: animales, seres mitológicos y hasta criaturas fantásticas, como los vampiros. Los primeros en salir de este espacio híbrido y virtual para formar una comunidad propia fueron los teriántropos. Tras apropiarse de una vieja palabra de origen griego (therion, bestia o animal salvaje y anthropos, hombre), más asociada con la mitología antigua y el chamanismo que con un género, un estilo de vida o una forma de ser, los teriántropos contemporáneos se definen a sí mismos como “animales no humanos” y anclan su identidad en una o más especies. Y, aunque prácticamente nadie podría distinguirlos de cualquier persona “normal”, llevan vidas ocultas en grupos de internet, donde dejan correr libremente al lobo, la leona o el zorro que llevan dentro, anhelando algún día ser reconocidos bajo su identidad transespecie. “Este movimiento es quizás mejor comprendido como una subcultura o comunidad que existe casi enteramente en línea y está basada en filosofías y ontologías espirituales de individuos que se consideran algo distinto a los humanos”, cuenta Venetia D. Robertson en su ensayo “The Beast Within”, en el que aborda el estudio de los teriántropos contemporáneos desde un punto de vista religioso. La especialista australiana en estudios religiosos sostiene que los cambios de paradigma que han llegado con la posmodernidad y la pérdida de legitimidad (y credibilidad) de las religiones tradicionales no implica la muerte de la espiritualidad, sino nuevos modos de vivirla, generalmente híbridos. Resultado de la combinación de mezclas exóticas, como un experimento alquímico, esta nueva espiritualidad, dice Robertson, puede reunir en una misma fórmula nociones del paganismo europeo con un toque de satanismo y hasta algo de mitologías orientales. La explicación de este fenómeno viene además acompañada por un factor curioso (o no tanto): la posmodernidad está acabando con la vieja dicotomía entre alta y baja cultura, realidad y ficción, mientras que “el ámbito de la devoción está expandiéndose hacia el terreno de la cultura popular”. Sin embargo, estas aparentemente viejas dualidades son bastante recientes en Occidente: en la Edad Media, explica el especialista en música y literatura medievales Israel Álvarez Moctezuma, la distinción entre lo real y lo ficticio no era clara:
a lo mejor los curas muy cultos sí sabían lo que era la ficción, pero los demás no; para el resto de la población, si decías que habías visto un unicornio el unicornio existía, porque la oralidad funciona así, para la oralidad lo que se menciona, es.
El acto de nombrar dota de existencia a lo nombrado. Un hombre que se siente zorro, en ese sentido, lo es. ¿Los teriántropos contemporáneos son una prueba de que esas ideas atávicas han atravesado las eras de la razón, el humanismo y la disrupción tecnológica, ocultas en el inconsciente colectivo, o demuestran que algo en nuestra vida contemporánea las está haciendo emerger? Quizás uno de los fenómenos socioculturales más revolucionarios que nos ha traído el cambio de siglo sea el prolífico y complejo repertorio de posibles identidades. La única vieja dicotomía que parece haberse disuelto en los últimos siglos en Occidente es la del género.
Entre el mito y el sueño colectivo
De todas las posibilidades del ser que la vida contemporánea nos proporciona, la de identificarse como un humano transespecie es de las menos estudiadas por la psicología, la sociología y la filosofía. No es raro encontrar definiciones como la de Robertson: un fenómeno de la espiritualidad posmoderna influido por la cultura, o explicaciones que tienen que ver con la sugestión, el delirio o la emergencia de un nuevo género humano. Para psicólogos como Natalie Bricker y Timothy Grivell,1 quienes han aportado por medio de sus estudios una mirada diferente y más receptiva de este grupo, la teriantropía dista de formar parte del universo psiquiátrico, aunque tampoco está asociada exclusivamente con la espiritualidad y mucho menos con una mera simulación o juego de roles virtual. Grivell menciona que históricamente la psiquiatríaha relacionado este fenómeno con una psicosis, una forma de hipocondría, una desidentificación delirante o un trastorno depresivo que conduce a la despersonalización, pese a que la mayoría de los casos estudiados por él no mostraron signos de ningún tipo de enfermedad mental. Al ser consultado sobre si existe bibliografía que dé alguna pista sobre el origen de este fenómeno o si se ha encontrado él mismo con algún caso, el neuropsiquiatra y psicoanalista colombiano José Fernando Muñoz explica que, a pesar de que una depresión severa puede conducir a un brote psicótico o una despersonalización, existen muy pocos casos reportados en la biblografía psiquiátrica. En cambio piensa que podrían ser resultado de “intensas formas de sugestión”.
Aunque es poco frecuente, hay delirios de personas que creen que se han transformado en animales, pero también hay síndromes asociados a la cultura, un término poco específico que se refiere a experiencias afectivas, del pensamiento o de la conducta que se presentan en ciertos entornos culturales y que parecen diferenciarse un poco del delirio en el sentido de que son parcialmente aceptados, compartidos por otros individuos de ese grupo.
Aunque muchos teriántropos parecerían ser meros delirantes, tanto Muñoz como Timothy Grivell o Natalie Bricker sospechan que más bien son el resultado de una compleja mixtura entre la historia personal, dificultades para transitar la realidad, un entorno cultural y un medio que facilita la exploración de esta nueva identidad de género. En los foros de teriántropos —casi siempre cerrados al público general— no hay quien afirme sentirse completamente miembro de otra especie en un sentido literal: se reconocen humanos, pero también sienten dentro de sí la identidad de otra o varias especies (simultáneamente). A Muñoz le viene a la memoria un caso que —quizás algo forzadamente— podría asemejarse al de la teriantropía: la Psicosis de Windigo, llamada así en honor al monstruo con cuernos de alce que los pueblos aborígenes de Alaska y del norte de Canadá sentían que se desarrollaba en su interior en épocas de hambruna y que los incitaba a comer carne humana. En ese contexto, además del hambre, funcionaba como detonante un “alto monto de sugestión culturalmente compartida”.
Desde la perspectiva psicológica los factores cultural e histórico resultan casi tan importantes como la historia personal para comprender el surgimiento de una comunidad transespecie como ésta. Muñoz y Bricker consideran que si la irrupción del mundo virtual no ha contribuido a la gestación de esta subcultura, al menos ha facilitado su visibilidad y su crecimiento. Bricker se dio a la tarea de estudiar la construcción de la identidad de un grupo de teriántropos por medio de un modelo narrativo de la historia de vida y se encontró con ciertos patrones compartidos, aunque no logró dar una explicación al origen de los transespecie. Su camino de autodescubrimiento es un recorrido circular en el que una primera experiencia y otra posterior revelación del animal no humano que vive en ellos se asociarán más tarde a todas sus vivencias (por más comunes que parezcan), otorgándole así legitimidad a su teriantropía. Generalmente la historia inicia en la infancia cuando, durante un juego de imitación de algún animal, viven tal grado identificación que lo considerarán una parte innata de sí. De ahí en adelante, esta primera impresión les será útil para explicar por qué les cuesta socializar, por qué no se consideran buenos comunicadores, por qué sienten afinidad por la vida al aire libre o por qué se sienten más cómodos con otros de su manada. Hay dos características distintivas en estas historias: la primera es que todos afirman haber experimentado lo que en terminología teriántropa se conoce como transformaciones y fantasmas,2 y disforia de especie (ansiedad, angustia, insatisfacción), a raíz de la sensación de que su cuerpo no se corresponde con su aspecto exterior. Pese a esto, Bricker insiste en que el proceso a través del cual crean y reconstruyen narrativamente sus experiencias pasadas refuerza la noción de realidad de ser animales no humanos, ya que “constantemente evalúan sus emociones, comportamientos y otras experiencias en los términos de sus identidades no humanas”. Curiosamente, la disforia de especie y los sentimientos de alienación social encuentran sosiego una vez que hallan la palabra que los define, la que los hacer ser:
Para los teriántropos encontrar una etiqueta que describa su identidad animal ofrece una sensación de alivio y pertenencia. Luego de descubrir su teriotipo [como llaman ellos a la especie a la que pertenecen], los participantes reportaron un cierto sentido de confort y confianza en sus identidades.
Para Muñoz en este punto “nos salimos del universo psiquiátrico aunque ciertamente el psicoanálisis tendría mucho que decir de estas personas. Por qué eliges vivir tu vida de esa manera, qué estás satisfaciendo o de qué huyes o te proteges al tener ese tipo de conducta y ese estilo de vida”. Probablemente un teriano, dispuesto a hablar a viva voz aun a riesgo de ser juzgado como un freak creado por la posmodernidad, diría que el por qué de su identidad transespecie no es un tema en discusión.
Imagen de portada: Dos figuras mostrando un ser mitad humano, ilustración en De monstris, Fortunio Liceti, 1668. Wellcome Collection
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“Life Stories of Therianthropes: An Analysis of Nonhuman Identity in a Narrative Identity Model” y “An Interpretive Phenomenological Analysis of Identity in the Therian Community”. ↩
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Las “transformaciones”, en la terminología de los propios teriántropos, se refieren a la experiencia de cambiar temporalmente de una mentalidad humana a una animal, mientras que los “fantasmas” son algo similar a la experiencia de los amputados, sólo que en este caso el miembro fantasma es una parte del cuerpo de un animal no humano que se percibe como real e integrada al propio cuerpo. ↩