Los jóvenes estudiantes no deberían ser vistos como engranajes para la continuidad de un sistema social y económico. Cuando las estructuras sociales que deberían garantizar su futuro están debilitadas, los alumnos suelen manifestar sufrimientos emocionales y psicológicos que no están bien acompañados ni bien gestionados. Además, es común que las expresiones de malestar encuentren resistencia por el estigma social que aún acompaña al tema de la salud mental. ¿Qué hacer cuando sufro una crisis de pánico? ¿Cómo saber si padezco depresión? ¿A quién acudir si comienzo a fantasear con mi propia muerte? Espora (Espacio de Orientación y Atención Psicológica) es un programa universitario que ofrece un servicio de apoyo emocional que procura el bienestar anímico de los alumnos. El equipo de la Revista de la Universidad de México conversó con la doctora Bertha Blum y el maestro Vicente Zarco, sus miembros fundadores.
¿Por qué se suicida una persona joven?
Bertha Blum: Las causas pueden ser muy diversas y estar mezcladas entre sí. La pérdida de un ser querido, la angustia, la intranquilidad y el malestar pueden resultar insoportables para muchos. Y hay quien no encuentra otra manera de canalizar esto más que terminando con su vida.
Por ejemplo, en la “angustia psicótica”, el sujeto siente que la ansiedad lo rebasa y lo destroza a tal punto que su vida está en riesgo. Entiende que terminar con la existencia es poner fin al sufrimiento. Otra causa puede ser la depresión, donde las pérdidas —ya sean de una persona, de proyectos, de autoestima— tienen un valor importantísimo. Hay personas que creen que no pueden recuperar nada. Y si se sienten desvalorizadas, piensan que no tienen recursos para salir de esa situación excepto la muerte y la fantasía.
¿La fantasía?
BB: Sí. Me refiero a que esta persona puede pensar que, si muere, otros la van a recordar, la van a extrañar o se van a sentir culpables. Es terrible, pero esta ensoñación existe y la hemos detectado muchísimas veces en personas que intentaron suicidios que, felizmente, no consumaron. Esos intentos están ligados a la depresión, y esta, a su vez, a la falta de percepción de un futuro. En esos casos, el sujeto está muy metido en el pasado, el ayer lo tiene atrapado. Es muy complejo.
¿Cuándo se considera que la situación de un paciente es grave?
BB: Cuando está en riesgo su vida o la de otros.
Vicente Zarco: Puede haber quien en un principio no siente la urgencia de ser atendido. Pero hay sufrimientos que, de no ser tratados, empiezan a deteriorar la vida de las personas, incluso a atentar contra ella. Hablo de las toxicomanías, las depresiones —que no están del todo atendidas y acaban en cuadros melancólicos importantes— y de pacientes muy “actuadores”, es decir, que tienen complicaciones para controlar sus impulsos y conducen rápido, toman riesgos o practican deportes sin el cuidado necesario. Es algo muy común en los jóvenes.
¿Cómo notamos que una persona está teniendo este tipo de problemas y cómo podemos acercarnos para ayudar?
BB: Hay personas que creen que si ahora están mal, no llegará el momento en que estén bien, que no hay salida posible. Para ellas, el problema alcanza una condición “permanente”. Hay que ayudarles a salir de las dicotomías del “ahora” y el “nunca”, del “siempre” y el “jamás”, usando términos como “algunas veces” o “puede ser” para describir la situación, sus sensaciones y sus sentimientos. Es decir, a ver la vida como un vaivén. No podemos pensar que las crisis son eternas porque son inherentes a la vida, son cambios de una época a otra.
VZ: Hay crisis que tienen una explicación natural: el cuerpo cambia, la mente cambia. Los jóvenes quieren independizarse, y encuentran en esta universidad un espacio privilegiado de expresión y de conocimiento. Pero cuando alguien cree que la vida no vale la pena, algo salió mal. La crisis alcanzó un grado de urgencia, y es necesario atenderla.
Muchas veces creemos que las crisis se resuelven con dejar atrás el pesimismo, y entonces intentamos ayudar con frases como “si lo crees, lo creas” o “tú puedes”.
BB: Sí, y esa no es la solución. Preguntar: “¿qué has podido hacer?” es mucho más importante; es una pregunta que moviliza.
VZ: El “echaleganismo” es una manera equivocada de ayudar. Ese “si quieres, puedes” es una mentira muy peligrosa, porque el problema no es de voluntad. La persona que está tirada en su cama se quiere levantar, pero no puede. No puede, simplemente, andar por ahí intentando vencer la depresión. Esta mentira se repite una y otra vez en las redes sociales. Los jóvenes aceptan diagnósticos de TikTok en los que alguien dice que tienen tal síndrome o tal patología. Varios muchachos de la universidad, que son inteligentes, afirman que son neurodivergentes. Si les preguntas entonces de dónde sacan ese dato, te dicen que de TikTok. Hay que exigir a los universitarios algo más de rigor en este aspecto. Piden cosas dentro de la universidad solo porque las vieron en redes sociales.
¿Cómo afectó la pandemia (y la consiguiente suspensión de clases presenciales) a la salud mental de los estudiantes de la UNAM?
VZ: Extendimos el confinamiento de manera irresponsable. Es muy importante plantearnos esto críticamente, como sociedad. Debimos pensar más en esos chicos que estaban en un momento de sus vidas en el que independizarse y volverse autónomos era básico. Y aunque entiendo las circunstancias (sobre todo al principio), los privamos de esta forma de libertad al prolongar la educación a distancia innecesariamente, cuando ya estábamos todos vacunados. Se tomaron decisiones que costaron mucho a los estudiantes. Las preparatorias estuvieron casi tres años cerradas. ¡Eso significa que hubo jóvenes que casi no pisaron el aula!
BB: Hay que tener en cuenta que, para los estudiantes, esta separación de la escuela significó limitarse al espacio del hogar, en muchos casos dentro de viviendas pequeñas, con pocas posibilidades de movimiento. El cambio hacia ese otro espacio, que es la universidad, no solo es simbólico, sino también físico. El contexto y el entorno inciden de manera significativa en las problemáticas y las patologías que enfrentan los estudiantes.
Entonces, ¿puede decirse que los jóvenes viven una contradicción? Por una parte temen enfrentarse al mundo laboral, y por la otra no tienen la oportunidad de independizarse de sus padres…
VZ: Las contradicciones son situaciones que tenemos que vivir y resolver. Hay cosas que puedo querer y no querer al mismo tiempo. Esto parece un chiste, pero la neurosis es así: “contigo o sin ti no puedo vivir”. Pero estas contradicciones se tienen que trabajar con un profesional que ayude a darles cauce, sobre todo en los aspectos de orden emocional.
BB: Una de las razones por las que no siempre se busca ayuda para esas contradicciones radica en que solemos manejar estos asuntos en dos categorías dicotómicas: o estás sano o estás loco. Esto interfiere en la demanda de ayuda y la aceptación del problema. Para muchos resulta difícil considerar que el dolor es una parte de la vida, así como lo son la alegría y otros sentimientos.
VZ: Se nos ha vendido la idea de que existe un lugar llamado bienestar y que es ahí donde todos debemos estar. Sin embargo, la vida es un vaivén y las personas con determinada fortaleza funcionan en él, pero hay otras que no. Algunas personas, cuando llegan a la “bajada”, entran en cuadros que, para superarse, necesitan un tipo de apoyo muy específico. El estigma de la locura estuvo muy presente durante siglos e hizo mucho daño. Todavía hoy, una persona emocionalmente enferma puede ser juzgada por otros de maneras muy graves. Eso es algo contra lo que luchamos todos los días. Los pacientes no piden ayuda porque les resulta vergonzoso, pero al no poder expresarse los problemas se vuelven más complicados.
¿Y qué papel juega aquí la universidad?
VZ: La universidad tiene una responsabilidad con el futuro, esto es: con la continuidad. Una de las cosas que vemos en los jóvenes es que están sumamente frustrados porque no encuentran continuidad, pero tampoco ruptura, en términos sociales, culturales o económicos. Más allá de las urgencias, atendemos muchas crisis de angustia. No es nada sencillo contener a tantas personas que sufren estas crisis y trabajar a la vez con pacientes que, por ejemplo, quieren suicidarse en un laboratorio.
Casos como este último son una realidad que no podemos invisibilizar.
VZ: Exacto. Iniciamos actividades en la Facultad de Ciencias, cuando entraron en funciones una nueva directora y una nueva secretaria general que entendieron que había pacientes con graves problemas emocionales y detectaron un bajo rendimiento en ellos. No eran problemas nuevos, sino que estaban agudizados. Algunos incluso habían tenido un buen desempeño académico a lo largo de la carrera, pero se paralizaban en el momento final, a la hora de decidirse a salir al mercado laboral. Podemos decir que tenían miedo del futuro. Y es comprensible, pues se trata del gran salto entre ser estudiantes, donde se permiten una situación de adolescencia (aunque tardía), y ser completos adultos. Con mujeres haciéndose cargo de esa sede, la visión respecto de la salud mental cambió. Me parece muy importante decir esto. No quiero que se piense que los hombres no son sensibles, ¡para nada! Pero estas mujeres enfocaron el asunto de manera diferente y muy acertada.
BB: Esto quizás se explica por el hecho de que hemos sido educadas de forma distinta a los hombres. El sistema de educación patriarcal le ha asignado a la mujer el rol de cuidadora, con los pros y los contra que esto conlleva. Pero más allá de eso, la ha hecho trabajar la sensibilidad, que es reconocer al otro, aceptar que el otro puede estar sufriendo, e incluso que ella misma puede estar sufriendo.
VZ: La falta del reconocimiento del sufrimiento propio es un problema grave, sobre todo en los hombres. Es muy común que, por ejemplo, a los cincuenta años un hombre muera de un infarto porque nunca en la vida se cuidó ni dijo nada sobre sus padecimientos y dolores.
BB: Suele suceder que quien no se detiene a pensar en su sufrimiento tampoco lo hace respecto al sufrimiento de otro. Se concibe al estudiante como una persona que tiene que rendir en sus estudios y en los exámenes, no como alguien que tiene carácter o problemas que lo distinguen. Alguien deprimido se comporta de una manera muy particular: está triste, tiene el interés volcado sobre sí mismo porque está buscando la forma de salir de su atolladero. Hay que detectar ese sufrimiento, hay que tener ojo para eso. Y de entrada, creo que las mujeres tenemos ese ojo más agudizado, más entrenado.
VZ: Tenemos que poner atención en cómo muere la gente. Y los hombres morimos de maneras horribles e innecesarias. La presión social nos exige ser los más fuertes y valientes. Hay quien muere envuelto en una pelea porque alguien le mentó la madre o porque otro volteó a ver a su novia y sintió el deber de defenderla. Son causas ridículas, pero así nos educaron. Tenemos que revertir todos los efectos dañinos del patriarcado sobre la mujer, pero también sobre los hombres.
¿Qué pueden hacer los profesores y las instituciones por las personas que realmente necesitan ayuda?
VZ: Cuando critican a la Universidad, todos salimos ciegamente a defenderla. Pero hay críticas que están fundamentadas, y hay que escucharlas y trabajar para resolver lo que señalan. Hay que ser autocríticos dentro de la institución. Existe una resistencia al pensar y hablar sobre salud mental. A veces los terapeutas no explicamos lo suficientemente bien su importancia en la vida de cada uno de nosotros. Nuestra mente tiende a rechazar lo angustiante y lo doloroso. Cada vez que tenemos una preocupación, nuestra reacción más inmediata es hacerla a un lado. Y eso hay que señalarlo constantemente para que las personas tomen conciencia. Esto también sucede con las instituciones. Por ejemplo, una universidad puede percatarse de los problemas de salud mental de sus estudiantes, pero quizá elige hacerse de la vista gorda porque no sabe manejar o resolver estas cuestiones. Llevamos muchos años advirtiendo el agravamiento de los problemas de salud mental. Los suicidios se incrementan, la depresión y la ansiedad también. Pero no sucede solo en las universidades o en México, sino en todo el mundo. Las morbilidades por problemas de salud mental aumentan, las toxicomanías son cada vez más veloces y los efectos de las sustancias adictivas cada vez más graves. En el caso de los jóvenes, el panorama se complejiza, pues muchos de ellos no pueden independizarse y separarse de sus padres. Y, encima, en este contexto hay que tener en cuenta las consecuencias que produjo la pandemia en la salud mental de muchas personas.
¿Qué es Espora y cómo se contacta?
VZ: Un proyecto de atención psicológica dirigido a estudiantes de la Universidad. Ofrecemos un servicio gratuito en las sedes con las que hemos logrado establecer bases de colaboración. El proceso comienza con una petición por parte de las autoridades. Las sedes nos buscan y entablamos una relación. A partir de las particularidades de cada una, insertamos en ellas un equipo de profesionales que atenderá a la comunidad psicoterapéuticamente, con un modelo original. Además, hacemos mucho trabajo de prevención, así como atención a pacientes graves e intervención en crisis.
BB: Trabajamos en quince sedes —no todas en Ciudad Universitaria—, a veces con preparatorianos o dieciocheros, pero también con estudiantes de posgrado. Tenemos una página web, www.espora.unam.mx, por la que nos pueden contactar. Si por alguna razón no podemos ayudar, contamos con espacios a donde referir a quien lo necesite. Siempre buscamos que quienes acuden a nosotros lleguen a un lugar seguro. Siempre damos respuesta.
Imagen de portada: Jacques-Louis David, La muerte de Marat, 1793. Oldmasters Museum