En la imaginería del budismo —particularmente la del zen y de su antecesor chino, el chan— el toro es el eterno principio de la vida, la verdad en acción. La secuencia de su búsqueda y crianza representa los sucesivos pasos en la realización de la naturaleza verdadera de uno mismo. En el siglo XII el maestro chino Kakuan (1100-1200) dibujó imágenes de diez toros, basado en dibujos taoístas, y escribió comentarios en verso y prosa para cada uno (aquí se presentan sólo los versos). Su versión iba más allá que las previas, que terminaban en el vacío de la octava imagen. A lo largo de los siglos su obra ha sido una constante fuente de inspiración para los aprendices y se han hecho numerosas ilustraciones de ellos. Las que aquí reproducimos son interpretaciones modernas elaboradas en cubos de madera por el renombrado xilógrafo Tomikichiro Tokuriki, descendiente de un largo linaje de artistas en Kioto.
I. La búsqueda del toro
En los pastizales de este mundo, interminablemente aparto las altas hierbas en busca del toro.
Siguiendo ríos no nombrados, perdido en senderos que se entrecruzan en montañas distantes,
con mi fuerza disminuyendo y mi vitalidad exhausta, no puedo encontrar al toro.
Sólo puedo oír el chirriar de los grillos en la noche, a través del bosque.
II. Descubrir las huellas
A lo largo de la ribera y bajo los árboles, ¡descubro huellas! Incluso debajo del fragante pasto las veo. En las profundidades de remotas montañas se las encuentra.
Esas huellas no pueden ocultarse más que la nariz de uno que mira hacia los cielos.
III. Percibir al toro
Escucho el canto del ruiseñor. El sol es cálido, el viento es suave, los sauces son verdes a lo largo de la orilla.
¡No hay toro que pueda aquí ocultarse! ¿Qué artista puede dibujar esa cabeza enorme, esos cuernos majestuosos?
IV. Atrapar al toro
Lo logras capturar con una lucha tremenda. Su enorme voluntad y su poder son inagotables. Lanza su embestida hacia la meseta por encima de los vapores de las nubes,
o bien se detiene en un barranco impenetrable.
V. Domar al toro
El látigo y la cuerda son necesarios; de otro modo podría alejarse por algún camino polvoriento. Cuando se le entrena bien, se vuelve naturalmente gentil. Y entonces, sin reparos, obedece a su amo.
VI. Montar al toro de vuelta al hogar
Montado sobre el toro, lentamente regreso a casa. La voz de mi flauta resuena a través de la tarde. Midiendo con palmadas los pulsos de la armonía, dirijo el ritmo eterno.
Quienquiera que escuche esta melodía habrá de acompañarme.
VII. Trascender al toro
A horcajadas sobre el toro, llego a mi hogar. Estoy sereno. El toro también puede descansar. Ha llegado el amanecer, en dichosa calma. Dentro de mi morada de paja he dejado el látigo y la cuerda.
VIII. Trascender al toro y a uno mismo
El látigo, la cuerda, la persona y el toro: todos se funden en una no-cosa.
Este cielo es tan vasto que ningún mensaje puede mancharlo. ¿Cómo podría un copo de nieve existir en un furioso incendio? Aquí están las huellas de los ancestros.
IX. Alcanzar la fuente
Demasiados pasos se han dado para regresar a la raíz y la fuente.
¡Mejor hubiera sido estar sordo y ciego desde un inicio! Al estar en la morada verdadera, despreocupado por esa carencia,
por el río fluye la tranquilidad y las flores son rojas.
X. En el mundo
Descalzo y con el pecho descubierto, me entremezclo con la gente del mundo.
Mis ropas están raídas y polvorientas, y siempre estoy dichoso.
No uso magia para extender mi vida; ahora, frente a mí, los árboles muertos vuelven a estar vivos.
Fuente: Paul Reps (comp.), Zen Flesh, Zen Bones. A Collection of Zen & Pre-Zen Writings, Charles E. Tuttle Co., Vermont / Tokio, 1959. Traducción de Javier Ledesma sobre la versión en inglés de Nyogen Senzaki y Paul Reps.
Imagen de portada: Ilustración de los Diez toros tomada de escrina