Leo con bastante placer el libro Tiempo de magos, del filósofo alemán Wolfram Eilenberger, editado en español por el sello Taurus. Tiempo de magos es una rareza: un volumen que aborda, sin que la revisión de unas vaya en desmedro de las otras, las vidas e ideas de una serie de pensadores que se cuentan entre los más influyentes del siglo pasado y cuyas sombras alcanzan incluso nuestra época: Heidegger, Wittgenstein, Benjamin y Cassirer, contemporáneos estrictos todos ellos, son la materia del libro. Eilenberger explora sus trayectorias, a la vez paralelas y perpendiculares, con habilidad narrativa y rigor exegético. Lo primero que se nota al recorrer sus páginas (y resulta divertidísimo), es que los cuatro genios se detestaron entre sí y que las huellas que dejaron sus bélicos desagrados pueblan sus historias personales e incluso sus obras. Pero el libro no es sólo el recuento de unas polémicas, sino mucho más: es un estudio pormenorizado de la “década prodigiosa” entre 1919 y 1929, cuando estos cuatro sujetos produjeron obras clave para el pensamiento occidental. Una maravilla, pues. Pero más que reseñar este libro estupendo, la intención de estas líneas es plantear una pregunta que me sobrevuela mientras leo: ¿por qué la tradición intelectual mexicana suele eludir este tipo de trabajos, que resultan, a la larga, esenciales para valorar a personajes e ideas? Nos hacen falta estudios que no se limiten a analizar por separado a los individuos que han transitado por nuestra cultura, sino que tengan el valor de confrontar sus ideas y hechos con los de sus contemporáneos. Porque fuera de los ámbitos académicos, no suelen discutirse las tormentosas relaciones que unieron entre, por ejemplo, a los muralistas entre sí y mucho menos con otros artistas de su época (ya todo lo nubló el culto pop a Frida Kahlo). O, por qué no, las afinidades y hostilidades entre Paz y Fuentes. O de ambos con Rulfo o Garro. O de Paz con Huerta. O de Reyes con Salvador Novo. Y no hablo de las biografías (casi podría decirse que hagiografías, por el esfuerzo en convertirlos en santos) que circulan de algunos de estos personajes, sino de trabajos con la amplitud de miras, el conocimiento de causa y la generosidad del que Eilenberger dedicó a sus “magos”. Quizá Los Contemporáneos ayer, de Guillermo Sheridan, o Viaje de Vuelta, de Malva Flores, son lo más parecido que recuerdo así, a botepronto. E insisto: sin duda que existen decenas de estudios o papers académicos que abordan estos asuntos, pero se cuentan con los dedos de una mano las obras pensadas para un público más amplio y que no necesariamente quiera revisar con lupa los facsímiles de Taller… No, no es que quiera uno leer solamente sobre malquerencias (aunque no habría que tenerle miedo al conflicto personal, en especial si se aborda desde la óptica de un historiador), pero creo que se echa en falta la existencia de ensayos más ambiciosos que, tal como sucede con Tiempo de magos, renueven a gran escala el interés por épocas cruciales de nuestra vida intelectual.
Imagen de portada: Mónica Girón, Número 4 de la serie Lazos Familiares, 2008.