¿Qué puede vislumbrarse en un futuro cercano, tras la crisis causada por la Covid-19? Varios finales. El fin de la globalización de la producción. El fin de la interconexión en materia de medicinas, alimentos, tecnología, recursos. El fin de la movilidad de las personas. Más limitaciones (fronteras) y autolimitaciones (control). Un pestilente olor a retroceso, a vuelta al terruño. Más virtualidad, menos acción, libertad bajo sospecha. E inevitablemente una nueva e irremediable adaptación a la nebulosa “nueva normalidad”. Pero, ¿será el fin del sistema capitalista liberal? Ya no valen los argumentos falaces de que el capitalismo siempre ha sido sinónimo de libertad, porque la libre elección ha servido de excusa únicamente para las élites ricas. La llamada “libre elección” es un acertijo lleno de trampas. El capitalismo siempre ha hablado (y habla aún) de crecimiento para unos pocos a costa de auparse sobre los demás, que conforman mayorías inmensas depauperadas. El capitalismo liberal es un campo minado para la democracia y la cohesión social igualitaria. El mercado mundial en adelante, por tanto, habría de estructurarse de otro modo, no tan claramente explotador ni tan inmoralmente beneficioso para la parte del mundo “enriquecida”. ¿Qué pasará con la producción y el consumo? Se harán menos cosas innecesarias, obviamente, y se consumirá con inteligencia, bajará el trabajo y el empleo se verá mermado o tendrá que ser entendido y ejecutado de otro modo. Esto traerá graves consecuencias a los débiles: pobreza y muertes derivadas de lo anterior, y finalmente miseria, que conducirá a un descenso de la natalidad en todo el planeta. Y conducirá a un reequilibrio de la distribución económico-productiva. Sin embargo, ¿podemos creer que la Covid-19 subvertirá el orden establecido? Puede que sí, aunque lo más lógico es pensar que puede que no. No obstante, ya ha prendido una esperanza, quizá algo más que un mero consuelo: estamos sin duda en el inicio de un cambio absoluto que no acertamos a ver más que de modo visionario. Cuándo se dará y cómo será, esto, por ahora, forma parte de las prospecciones quiméricas. ¿Será bueno, será malo? La moneda está en el aire. Ha habido voces que han planteado un inicio de Gobierno mundial o de gobernanza supranacional. Se trata, desde luego, de un asunto controvertido. Unos lo ven utópico, aunque posible a largo plazo en condiciones óptimas y justas, otros lo ven imposible, aduciendo razones de división geopolítica irreconciliables. Por el camino de los segundos se vuelve al neonacionalismo y al pequeño soberanismo patriotero. El Gobierno mundial requiere otro tipo de líderes y un nuevo sentido de lo que ha de ser una “potencia mundial”, es decir, una macroentidad con responsabilidad supraideológica. En mi opinión, este logro necesitaría un modo diferente de gestionar lo religioso, que consistiría en relegarlo fuera de la vida política. Mientras esto no se produzca, la política no será distinta. Hoy en día, lamentablemente, la religión es la base de la política conservadora, bien sea porque dicha política está claramente imbuida de religión (gobiernos de corte más o menos teocrático, desde los de Trump y Putin hasta los de Polonia, Irán, India o Brasil), bien sea porque, en los Estados realmente laicos, la religión se canaliza a través de los partidos de derecha reaccionarios (hoy por hoy emergentes con fuerza, ya que vivimos tiempos inseguros y de miedo), los cuales tratan de llevar al ámbito público aspectos que deberían ser específicos del ámbito privado creyente, actuando, en realidad, como un elemento quintacolumnista lleno de rencor e inquina indisimulados. Cambiarán también las fuentes de energía. El petróleo tendrá un papel fundamental en la transformación social y geopolítica. Las energías renovables están llamadas a sustituirlo y éstas serán el motor del cambio. Arabia Saudí, Irán, Estados Unidos, Rusia y demás países productores de petróleo deberán buscar vías nuevas de energías renovables. Estas energías, en cambio, están al alcance de todos los países, luego pueden cambiar sus deudas económicas y también sus presupuestos internos, al depender menos del comercio del petróleo como única vía energética. Pero quizá, antes de que eso se produzca, puede haber una fase de pánico, en la que los citados países productores no exporten petróleo y lo acumulen tan sólo para ellos, incluso puede que el petróleo sea un elemento de chantaje entre países. Este temor lleva al especular sobre el papel de países como Alemania, que, acuciada por su dependencia energética de los gaseoductos de Rusia, aceptará solapadamente lo que dicte Putin, verdadero ganador político de esta crisis, pues no está siendo cuestionado y en cambio está siendo visto como un líder fuerte. Por tanto, Putin lleva camino de ser el inesperado ideólogo político de Europa, lo cual supone un aumento del neonacionalismo radical, hasta ahora en brote pero ya manifestado en síntomas coercitivos como la virilidad antifemenina, el taimado apoyo religioso (¡hay que ver de nuevo la película rusa Leviatán, de Andréi Zviáguintsev, tan esclarecedora!), la libertad de género delimitada por el patriarcado, la homofobia, la agresión cibernética, el elitismo de clases poderosas que controlan unos servicios secretos destructivos sin escrúpulos, reconvertidos en fábricas de fake news e intromisiones tecnológicas. Los que aspiran a la libertad y el respeto son considerados peligrosos, nocivos para un sistema neototalitario de apariencia democrática. Esto es Rusia, esto es Putin. Es el fin de la libertad, como pasaba en el comunismo de corte soviético o maoísta. La Unión Europea no tiene respuestas porque en el fondo sigue enclaustrada en la trampa de las soberanías nacionales. Con la soberanía patriótica cada país vuelve a lo identitario como solución y como asidero seguro. Fronteras y exclusiones de extranjeros que acaban derivando en exclusiones de todo tipo de personas que sean diferentes de “los nacionales nativos”, lo que redunda en economías egoístas, reivindicaciones políticas arcaicas u obsoletas o directamente oportunistas (es el caso de los partidos supremacistas de Cataluña y su tóxico nacionalismo, que halla su reflejo simétrico en el nacionalismo de ultraderecha de partidos como Vox: mala política hecha por mala gente), migraciones masivas y enconamiento de posturas contra ellas, frentismo interior, trincheras morales, patriotismo que aboca al odio, a la guerra civil y a la muerte. Éste es el recorrido real al que conduce todo soberanismo exacerbado y todo nacionalismo extremo. Venga de donde venga. Por tanto, llamar patriotismo al nacionalismo es la mayor mentira que mueve la historia. La Union Europea no funciona, pues, como un Estado (debido, entre otras cosas, a que renunció a la Constitución Europa por egoísmos de los agricultores franceses, esos que ahora van con chaleco amarillo exigiendo airados su parte de privilegios). La zona euro puede ser un gran fracaso que arrastre a media Europa, dividiéndola aún más entre el norte y el sur. Por ahora, ante la crisis de la Covid-19, está logrando contener el desastre económico. Pero la emigración de refugiados llama a las puertas, y son personas desesperadas a merced del grifo turco en manos de Erdogan, un temible dictador mesiánico, lo cual va a acarrear políticas muy duras y de dudosa legitimidad ética para nuestras Constituciones garantistas europeas y nuestros regímenes jurídicos abiertos y democráticos. Tal vez la Unión Europea sea una residencia de ancianos ricos a la que van llegando emigrantes y refugiados con deseos de futuro. Un futuro que sin duda alcanzarán y, en menos de cien años, Europa será un continente mestizo, erigido sobre los cimientos de la actual Europa en decadencia, como lo fue el Imperio Romano. Vamos camino de ser un Coliseo moral, en Europa. Una Europa que empezó a decaer y a mostrar su peor cara en la guerra de los Balcanes de 1994, cuando permitió que ésta se produjera. Y lo sigue haciendo, tolerando la guerra en Ucrania. Y lo hizo antes, al no actuar con firmeza contra los terrorismos de diverso cuño que ha habido en sus países (desde la guerra de Argelia hasta el terrorismo islámico de hoy en día, aún no resuelto). La Unión Europea, con su fragmentación identitaria soberanista, puede caer en breve en manos de los gobiernos de una derecha populista y oscura, que es la que asoma por el horizonte. Sólo la alianza de los socialdemócratas con los “alternativos”, sean estos Verdes o sean partidos de una izquierda manifiestamente tolerante, puede contrarrestar ese ascenso. Una prueba de este enfrentamiento es el actual parlamento español, donde vuelven a rugir las derechas más extremas para derribar a la izquierda democráticamente elegida. ¿Y Estados Unidos, en manos de un dictador imbécil y descerebrado como Trump? Puede que Trump salga reelegido o no. Si sale, todo lo malo problemático se aceleraría al máximo, llevando la transición mundial al cambio a un grado de crispación insoportable. Hasta hace poco, todo apuntaba a esa reelección, a la que contribuye el poco estimulante cambio que supone Biden, su rival, pero las revueltas civiles que están incendiando el país por el racismo irresuelto pueden dar un vuelco en la presidencia de Estados Unidos y quizá Trump termine por pegarse un tiro político. No obstante, si Trump es reelegido, vendrán cuatro años de conflicto convulsivo que podrían llevar al mundo a una crisis demoledora, cuyo paroxismo duraría no menos de dos años. En ese tiempo, el papel gendarme mundial lo asumirá China, pero también, como pirueta sorprendente, Rusia, que ha resistido a sus propias transformaciones y está mostrando una vía de salida a los países del Tercer Mundo o países de un mundo “humillado”. Sin perder de vista a la temible India ultrarreaccionaria. Y todavía cabe algo peor. Lo más nefasto de todo, por tanto, podría surgir en el horizonte del futuro, ya que hoy en día todo es posible, es decir, podrían empezar a surgir nuevos virus sin vacuna, o desastres nucleares de orden mundial. Cualquier catástrofe de grandes proporciones diezmaría a la humanidad, la naturaleza se cobraría así su control y su equilibro con la especie depredadora, maligna y anómala, que es el ser humano. Pueden venir coronavirus más mortíferos aún. ¿Qué pasaría entonces? Que la humanidad se vería inmersa en una Devastación Mundial real, para la que no habría armas convencionales ni químicas eficaces, pues sólo serían la ciencia, la medicina y la investigación las que podrían combatirla. ¿Qué países han invertido en ellas? España desde luego no. Otros países sí. Éstos son lo que se harán ricos o más ricos aún. Mientras tanto, todo lo que hoy vemos será diferente. Aunque nadie lo pueda saber, es predecible un panorama cercano a lo que supusieron las grandes crisis mundiales de otras épocas. Éstas, más o menos, se han caracterizado por la secuencia de tres fases: una primera de crisis aguda, una segunda de asentamiento de nuevos cambios y una tercera de selección y adaptación a los cambios. Estamos, pues, en el preludio de una fase de transición. En el 2030 miraremos atrás y veremos cómo habrá nacido un mundo nuevo y cuáles habrán sido las víctimas que su alumbramiento haya causado.
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Imagen de portada: Trenes de Zenith Energy que transportan combustible detenidos, Oregon, Estados Unidos. Fotografía de SoulRider, 2020. CC