Los Galvin, familia que protagoniza el libro de no ficción Los chicos de Hidden Valley Road, de Robert Kolker, debieron enfrentarse a las dificultades que implica tener seis hijos diagnosticados con esquizofrenia en los años sesenta y setenta, cuando esta enfermedad era todo un misterio. Esta historia, traducida al español por Julio Hermoso y publicada por la editorial Sexto Piso, entremezcla géneros como la crónica, la novela y el ensayo, a la vez que alterna investigaciones científicas sobre la esquizofrenia con fragmentos de las vidas de sus personajes. Los chicos de Hidden Valley Road, además, encabezó la lista de best sellers de no ficción de The New York Times y fue uno de los diez mejores libros de 2020 según The New York Times Book Review. Con tan buena recepción en su idioma y país de origen, me pregunto qué le espera ahora que se ha publicado en español.
En cuanto al tema que aborda, el libro tiene todas las de ganar. La fascinación y la intriga que despierta la esquizofrenia parecen suficientes para alimentar el interés de los lectores. Aunado a esto, la escritura cumple con varias características propias de un best seller: el lenguaje es sencillo y claro, la narración es fluida, hay descripciones cautivadoras sobre el paisaje de Colorado Springs —donde sucede gran parte de la historia— e incluso los detalles de corte científico son fáciles de seguir. Los terapeutas y genetistas se presentan como personajes, mientras que el proceso investigativo sobre esta enfermedad se narra como una aventura. La empatía y la tensión ante el misterio de la ciencia y la mente humana permiten entonces internarse sin mucho esfuerzo en un tema complejo.
La manera en que Kolker hilvana su historia no responde a un orden estrictamente cronológico, sino a un diálogo entre el enfoque de las investigaciones y las vivencias de los protagonistas: ahí donde la parte más ensayística aborda la importancia del entorno como detonante de la esquizofrenia, la trama familiar explora la crianza de los hermanos Galvin.
El libro cumple el objetivo de contar una historia y volverla comprensible. Este tipo de maniobras informativas-empáticas no son desconocidas para el autor, puesto que gran parte de su obra periodística aborda experiencias dolorosas y violentas. En su título anterior, Lost Girls (2013), Kolker demostró su habilidad para conectar con familias que han sobrevivido a un trauma e hilar un relato a partir de ello. Los chicos de Hidden Valley Road sigue esta pauta, reparando de tal forma en los detalles de la trama que no queda duda de que el autor conoce en profundidad a cada uno de sus personajes.
La labor de investigación detrás de este libro es admirable, pues combina horas de entrevistas —a la familia, a personas cercanas a ella, a doctores y terapeutas— con la revisión de expedientes médicos. Los Galvin aparecen en la narración no solo desde su relación con la esquizofrenia, sino en sus otras dimensiones humanas. Muchos son a la vez víctimas y victimarios de una violencia que no queda claro si es resultado o no de la enfermedad. El libro no idealiza a ninguno de ellos y trata de no juzgarlos.
No obstante, más allá de cumplir su objetivo de narrar una historia, a Los chicos de Hidden Valley Road le falta eso otro que la literatura hace además de contar: remover. O incomodar. O problematizar. Aunque la crónica se mantiene en el lado del statu quo, considero que tal vez pudo aprovechar el espacio —seiscientas páginas sobre la esquizofrenia, cuya lectura de por sí acarrea su propio nivel de incomodidad— para provocar algo más en el lector.
El texto aborda, por ejemplo, el papel de las farmacéuticas en las investigaciones sobre esta enfermedad y las maneras en que el aspecto económico entorpece la producción de medicamentos más efectivos y benévolos con los pacientes. Además, se narran los estragos que el Thorazine y sus derivados causaron en los hermanos Galvin. Sin embargo, en un afán por mantener la objetividad, no se permite cuestionar de manera más contundente dicho asunto. Se desaprovechan las oportunidades para poner en tela de juicio los meollos más profundos detrás de la incomprensión de la esquizofrenia, así como el concepto de normalidad que suele contraponerse a la enfermedad mental.
Llaman la atención las escenas que el autor selecciona para mostrar la parte luminosa de la historia de la familia. Donald, el primogénito, antes de enfermar, es guapo y buen deportista. A los delirios que eventualmente se presentan en él y sus hermanos se oponen las buenas calificaciones. Y solo se considera que forman parte de la sociedad en tanto pueden ser productivos y mantener un trabajo. Sorprende que un libro que se plantea empatizar con los personajes de la historia que cuenta no se dé la oportunidad de explorar un poco más la condición humana. No escarba en la incomodidad que puede generar poner en duda lo que la sociedad considera el deber ser, en este caso, de la productividad. Es entendible que estos cuestionamientos queden fuera del alcance del proyecto, pues sospecho que la diferencia entre un best seller y un ejercicio literario se encuentra en la posibilidad de pulsar fibras más delicadas del tema que se aborda. Y también en la atención que se pone en la forma de contar, que va más allá de hilar una historia coherente.
El libro se vuelve repetitivo en ciertos momentos. La segunda mitad se siente sobrecargada de listas de acciones y visiones que son muy similares entre sí. Parece que por cumplir con un número de páginas —aunque no tengo manera de comprobar que fuera un requisito para la publicación— se sacrifican la eficiencia y la contundencia de la escritura. No todas las escenas son fundamentales, y en un libro tan largo esto es algo que distrae.
También se vuelve confusa la forma en que se entrelazan las tramas de la historia. Algunas regresiones en el tiempo no tienen un marcador evidente que permita ordenarlas. Otras escenas se difuminan, pues, a pesar de que se intuyen esenciales, se narran de una manera apresurada. En algunos fragmentos, además, me sentí infravalorada como lectora, pues el subtexto de algunas situaciones se sobreexplica.
A pesar de todo, es comprensible la buena recepción de Los chicos de Hidden Valley Road, ya que es el resultado de una exploración exhaustiva sobre la esquizofrenia como padecimiento y misterio. Como dije al inicio, tiene muchos aciertos que vale la pena destacar: se aprende bastante y se conoce a profundidad a esta familia, pero no mucho más que eso
Julio Hermoso (trad.) Sexto Piso, CDMX, 2022
Imagen de portada: Bryan Charnley, Fish Schizophrene, 1986. Wellcome Collection