Fueron complicados los inicios de don Ismael —que gracias a su cuerpo y técnica de lucha fue el doble de “El Santo” y gracias a su peculiar rostro el Charles Bronson mexicano—. De sus épocas de gloria queda un gimnasio que lleva su nombre, ubicado en la avenida Francisco Javier Clavijero 35, en la colonia Tránsito. Un domingo de 1944, cuando Ismael Rodríguez Cruz tenía diez años se quedó esperando a su mamá, que recogería los sesenta centavos que el niño ganaba por vender pulque en la plaza de Bindhó —”piedra musical” en otomí— en Alfajayucan, Hidalgo. Ismael tenía tiempo pensando en lo que habría más allá de esas montañas que se veían a lo lejos y ese domingo abordó un autobús que lo llevó a la Ciudad de México. Duró siete meses en su primer trabajo como mozo en una casa donde hacía mandados, limpiaba, barría o lo que se ofreciera. Una mañana tuvo un altercado con el niño de la casa, que lo amenazó con una navaja de rasurar. Ismael le hizo un rasguño en el brazo con un cuchillo de la cocina. De inmediato lo echaron. Luego un chofer de autobús le daba para comer por limpiar la unidad donde se podía quedar a dormir, hasta que un día se encontró al esposo de su hermana mayor, que lo llevó a donde vivía su tía Nachita, quien lo recibió y le advirtió: —Aquí para tragar hay que trabajar, porque se paga renta, se paga luz, se paga agua, todo. Ismael se empleaba en lo que podía: albañil, pintor, en talleres de hojalatería y criando pollos. Luego trabajó en un taller de zapatería. Durante cuatro años se levantó a las cuatro de la mañana para ir por pan a El Pilar —en Pino Suárez— y después por masa a un molino en la calle de Nezahualcóyotl y 20 de noviembre. En cuanto terminaba de desayunar, abría el taller que cerraba hasta pasadas las nueve de la noche. Un día, en 1950, se topó con una ventana abierta por donde se veía una televisión que proyectaba lucha libre. En ese instante decidió lo que quería hacer el resto de su vida. Al día siguiente le preguntó a don Fidel, el dueño del molino, si tendría trabajo; el horario de 5:00 a 11:00 de la mañana resultaba atractivo. De inmediato lo contrataron. Ismael nunca estaba pasivo, si los demás empleados no habían llegado, él ayudaba a lavar el maíz, acomodar las piedras y echarle el nixtamal a la toloa. Entonces ingresó a la escuela Melchor Ocampo en Coyoacán y al gimnasio San Francisco en la colonia Independencia. Su primera experiencia arriba del ring fue una “zoquetiza”. Observaba a dos luchadores y uno de ellos —luego se enteraría de que era el “Pumita” Valderrama— lo retó: —¿Qué? ¿Quieres jalar? —No, pus quiero aprender —Ismael contestó entusiasmado y se subió al ring para suplicar a los pocos minutos que ya, por favor, lo dejara. El luchador lo bajó de una patada y le dijo que regresara al siguiente día. Ismael regresó. Ni adolorido estaba de la emoción por aprender. —¿Qué pasó? —Preguntó “Pumita”. —Nada. —¿Todo bien? —Sí, todo bien. —Pues súbase otra vez. Sumiso, Ismael subió de nuevo sólo para que le dieran otra “zoquetiza”. Llegaron cuatro luchadores, entre ellos el “Huracán” Olivera, que le dijo al “Pumita”: —Carajo, si no le enseñas, ¿para qué lo madreas? Esto no es un juego. La única condición que puso el “Huracán” Olivera para enseñarle fue constancia, abstinencia de alcohol y cigarro, y que comiera bien. Tomó tan al pie de la letra las recomendaciones que la única vez que Ismael se puso una borrachera fue con cerveza y la cruda le duró tres meses. Gracias a los consejos de un compañero que le dijo: “Mira, para ser luchador primero hay que parecerlo, y tú te pareces a la Pantera Rosa”, cambió su alimentación. A las 6:00 de la mañana, un litro de leche, cinco piezas de pan y seis huevos tibios. A las 9:30, dos tortas de nata y un litro de café con leche. A las 11:30 un kilo de costillas asadas y ocho tortillas. Antes de entrar a la escuela de alfabetización comía sopa, guisado y frijoles. A las 21:30, también cenaba sopa, guisado, frijoles. La Pepsi-Cola nunca faltaba. Su entrenamiento de 1:00 a 5:00 de la tarde era riguroso: lagartijas, dominadas en barra, barras con peso, brazo, press. Pronto adquirió un cuerpo voluminoso y musculoso: mide 1.71 m y llegó a pesar 96 kilos. Uno de los méritos de su entrenamiento es que desde el inicio le enseñaron a rodar y caer; después de más de 47 años de carrera no tiene lesiones graves. Entrenó durante cinco años antes de subirse a un ring en 1955. Debutó como el “Molinero” Cruz en un corralito de la colonia Nativitas que pertenecía al luchador Pepe “el Toro”. No usó máscara y ganó; le dieron diez pesos. Tuvo varios nombres: El “Cachorro” Ramírez, La “Pantera Blanca”, “Pancho Pantera”. Es una lástima que la empresa que ostentaba los derechos del último, a la que pidió permiso para su uso, no se lo haya otorgado. El argumento fue que buscaban un súper héroe para enganchar a los niños. Jamás lo lograron. El luchador “Pancho Pantera” hubiera sido el ideal. Ante la negativa, a Ismael no le quedó más remedio que cambiar a “Rebelde Rojo”, que el 17 de abril de 1977 en el Toreo de Cuatro Caminos perdería la máscara ante “Ultramán”, pero ganaría el nombre y la personalidad con la que se consolidó como luchador. En cuanto perdió la máscara, el público comenzó a gritar con timidez y luego con ímpetu: “Charles Bronson, Charles Bronson, Bronson, Bronson…”. A partir de ese momento, su nombre, personalidad y estilo fueron del Charles Bronson mexicano. Don Ismael reconoce que fue su mejor nombre, con el que tuvo la mayor aceptación. La carrera de Ismael al lado de “El Santo” inició cuando René Cardona le preguntó a Daniel Aldana si conocía a alguien que pudiera doblar al “Profe”, como le decían a “El Santo”, en escenas riesgosas. Aldana no lo dudó y llamó a Bronson, conocido por sus caídas con las piernas tiesas, el rebote en el ring, los agarres y las derribadas tan parecidas a las de “El Santo”. El 24 de junio de 1966, día de su cumpleaños, Ismael llegó a las Pirámides de Teotihuacán para grabar la película El tesoro de Moctezuma. Filmaría aproximadamente nueve.
Su carrera cinematográfica como el Charles Bronson mexicano incluye películas como Anónimo mortal, Oro negro, Magia negra y Los asaltantes. Además, fue el comparsa ideal para los espectáculos de defensa personal con “El Santo”. El Bronson simulaba secuestrar a una voluntaria del público, sólo para ser despojado de la dama e inmovilizado por “El Santo”. Poco después, “El Santo” invitó a su gran amigo “Blue Demon” y, aunque el Bronson mexicano seguía participando, perdió protagonismo al lado de los dos luchadores más populares del país. En 1980 compró un terreno donde construiría su hogar en la avenida Francisco Javier Clavijero, en 1985 compró el molino de al lado. El 27 de septiembre de 1992, cinco años antes de retirarse definitivamente de la lucha, abrió el gimnasio Charles Bronson Mexicano debajo de su vivienda, donde hasta la fecha ofrece entrenamiento de lucha libre, pesas, zumba, tae kwon do y box. Bronson platica animado y sonriente detrás de su escritorio a la entrada del gimnasio cómo casi lo linchan en Xochimilco porque un aficionado trató de defender al contrincante y él lo aplastó con su cuerpo. Aunque ganó la lucha a la buena, el público le lanzó una lluvia de proyectiles; además, dos policías lo esperaban en el vestidor. Sin embargo, la gente tiró la puerta y una ventana del camerino y los policías salieron corriendo. Ismael logró llegar a un auto en el que su hermano lo esperaba y escaparon con un medallón roto. En Querétaro lo bajaron del ring y un asistente de primera fila lo pateó; Bronson, en respuesta, lo cacheteó y le provocó que le sangrara el oído. Otro espectador le dijo: “no le pegues”, y Bronson contestó: “que no se meta conmigo”, y le dio un golpe en el plexo. El luchador no tenía idea que se trataba del jefe de la policía y continuó con el espectáculo. Al terminar la pelea lo llevaron a la delegación, el Ministerio Público le preguntó su nombre y él insistió: “Pancho Pantera”, sin revelar su verdadera identidad. Estuvo dos horas encerrado hasta que llegó el jefe de la policía e hicieron las paces con un apretón de manos. Para Ismael, la lucha libre actual ha perdido su encanto. La gente entrena poco y de inmediato sube al ring. Él entrenó durante seis años y aprendió caídas y rodadas para que la lucha fuera más real. “Ahora son muy faramallosos y encimosos, luego luego se lastiman porque no saben caer ni meter las manos”, afirma. Ningún luchador contemporáneo le gusta. Para este luchador veterano tanto el técnico como el rudo deben desarrollar sus habilidades para dar un buen espectáculo. Ismael sabe de lo que habla: luchó en ambos bandos durante su larga trayectoria. “No es fácil”, dice, “ora los muchachos no aguantan, les das un manazo y no les gusta; uno está ahí para golpearse, no para hacer puras acrobacias, están mal preparados y dan espectáculo como de payasos, no de gladiadores”. Don Ismael, a sus 84 años, sabe que los tiempos han cambiado, pero abre su gimnasio —cuyas ventanas exteriores exhiben fotografías de sus mejores tiempos— con disciplina férrea de lunes a viernes de 6:00 am a 9:00 pm y los sábados de 8:00 am a 6:00 pm.
Imagen de portada: El Santo. Imagen de archivo.