Por medio de estas líneas, los abajo firmantes exigimos la expulsión definitiva del Lobo Feroz de este cuento. Cansados de su actitud sanguinaria, hartos de verlo derrumbar las casas que hemos construido con, vaya, esfuerzos de distinta intensidad durante los últimos años, fatigados del asedio malintencionado que realiza en contra nuestra desde hace décadas, solicitamos de la manera más firme su inmediata destitución y su exilio irrevocable del presente territorio. No es la primera vez que denunciamos sus prácticas malsanas y tampoco es la primera vez que nuestras demandas han sido censuradas. La prensa, que parece oír fácilmente a quienes tienen la sartén por el mango o a quienes cazan a sus vecinos como si de una piara se tratase, en lugar de hacer eco de nuestras peticiones nos ha hecho perder un tiempo valioso a fin de responder a una serie de ataques infundados, como ocurrió el año pasado, cuando alegaron supuestas irregularidades en el uso de suelo de nuestras respectivas casas (ninguna de las cuales demostró ser cierta), la mala calidad de los materiales empleados en dos de tres construcciones y la falta de permisos sanitarios correspondientes. Más adelante la prensa se refirió al supuesto egoísmo y a la avaricia de uno de entre nosotros, que habría acaparado el material de construcción en beneficio propio y orillaba a sus hermanos a vivir en condiciones miserables. Viles falacias, que pretendían dividirnos y buscaban inclinar la opinión pública en perjuicio de nuestro modo de vida. Pero no hay villano que iguale al Lobo en sus atropellos: de los ogros rapaces que asedian nuestra comarca a los enanos taimados que engatusan a las doncellas, de los dragones que lanzan llamaradas a los cuervos que devoran diminutas piezas de pan, no hay un solo villano que asedie con tanta constancia y maldad a sus vecinos, tal como hace a diario, sin dar un respiro, en cada cuento y película, en cada serie y versión animada, en cada canción y tonada ese individuo hábil para la mordida, feliz para el acoso, ducho en la intimidación, diestro en la destrucción como es el delincuente de marras. Ni siquiera las bacterias más elementales atacan con tanta constancia y saña a los organismos que han invadido, sabedoras de que dependen de ellos y no les conviene liquidar a su única fuente de sustento.
Nos parece reprobable que los intelectuales locales, en un arrebato de necedad, hayan afirmado que la conducta del carnicero sea una muestra del espíritu de los tiempos que vivimos, y que si sus empresas le permiten perjudicar a las nuestras es una consecuencia del sistema liberal, y todos tan contentos. Con todo respeto, ésos son cuentos globales para dormir a los cerdos. ¿Acaso no tenemos ojos? ¿Acaso no tenemos patas, carnitas, moronga, chicharrón y maciza? Si nos hacen cosquillas, ¿no reímos como cerdos? Si nos rasguñan, ¿no sangramos? Si nos soplan una y otra vez, ¿no vemos caer nuestras casas? Y si nos hacen mal, ¿no cobraremos venganza? Por todo lo anterior, declaramos que si el Lobo no sufre las consecuencias legales de sus actos nos veremos obligados a llevar nuestro capital financiero y nuestro proyecto urbanístico a otro relato, quizá de índole musical. Tenemos propuestas. Y veremos quién, si se da el caso, a pesar de ser reconocido por su largo aliento, por la fuerza de su personalidad, por su capacidad de soplar hasta derrumbar proyectos rivales, termina por caer de rodillas y rinde su último suspiro.
Atentamente tres constructores, puercos pero industriosos. (Rúbricas)