Papeles insospechados
En el mundo de las publicaciones y, en general, en la literatura, pocas cosas pueden denominarse “milagro” o “afortunada coincidencia” como encontrar un manuscrito de un autor tan importante como Louis-Ferdinand Céline. La historia parece inverosímil porque la hemos escuchado otras tantas veces, sean verdad o mentira. Autores de literatura, música o plástica pierden o sufren robos de maletas repletas de obras; luego de mucho tiempo, alguien las encuentra y las da a conocer. O, simplemente, las obras aparecen colgadas en una sala, sin que su dueño tenga idea de que se trata de un retrato hecho por un joven Picasso solo porque no se parece a lo que lo volvió famoso.
Esta es la historia de lo que ocurrió con Guerra, la novela corta de Céline que recientemente ha visto la luz, tras haber sido encontrada en 2021 y comprobarse su veracidad. Fue escrita en 1934, veinte años después de los acontecimientos que narra: la participación del autor francés en la Primera Guerra Mundial; sin embargo, el manuscrito desapareció en 1944 cuando Céline migró a Alemania. Además de esta novela, Gallimard publicó Londres, la continuación de las vicisitudes de su protagonista —sin lugar a dudas, el propio Ferdinand—, que forma parte del archivo rescatado, un compendio de más de mil hojas escritas a mano. Si bien el manuscrito de Guerra tiene varios detalles de los cuales editor (Pascal Fouché), traductor (Emilio Manzano) y prologuista (François Gibault) hablan en la edición hecha por Anagrama en 2023, estos no son tan graves como para que los expertos en su obra no pudieran obtener un contenido coherente y literario apegado al estilo de Céline.
Viaje al final de la noche (1932), su primera novela y quizá la de mayor éxito, y Guerra comparten temas. No podría ser distinto, porque ¿a quién que haya vivido los horrores de estar en el frente de la Primera Guerra Mundial no le quedaría otro discurso para toda la vida?; como dice el propio Céline: “Tengo mil páginas de pesadillas en reserva, la [parte] de la guerra, naturalmente, es la más importante”. En la primera novela, el protagonista se enlista en el ejército y poco después se da cuenta de que está luchando en un enfrentamiento inútil, pero ya no puede salir de ahí como quisiera; en el transcurso conoce a varios personajes con los que se relaciona de forma distinta, desde las aventuras sentimentales hasta la traición, el desprecio y la locura. En Guerra ocurren episodios similares, y aunque esta novela es breve y se nota que el autor quizá tenía la intención de trabajar mucho más en ella para darle la profundidad de Viaje al final de la noche, no deja de ser interesante todo lo que tiene este borrador terminado.
“Atrapé la guerra en la cabeza. La tengo encerrada en la cabeza”, dice Ferdinand al finalizar el primer párrafo de la novela, que abre con un ruido que le reventaba el interior del cuerpo. No podía oír ni sentir nada que no fuera ese horrible barullo que más bien parecía un tren metido dentro; desde ese primer instante sabe que el ruido producido por una herida de bala no lo abandonará jamás. El protagonista está confundido, toda su cuadrilla ha muerto o tiene heridas graves, producto de una lluvia de proyectiles que convirtió el campo en un cementerio lleno de cadáveres de compañeros y caballos, donde cae un aguacero que lo mezcla todo y convierte el suelo en charcos de lodo con sangre.
La tortura que sufre el cuerpo lastimado del joven Ferdinand, apenas mayor de edad, se convierte en el motor para luchar por su propia vida: siente que hay dos fuerzas en él, y la del dolor es igual de intensa que su deseo por salvarse. En la caminata trata de darse ánimos, pensar en un torrente de cosas que pudieron haber sucedido, callar el ruido de la cabeza aunque es consciente de que nunca más estará en silencio. A cada paso que da se le suman los intentos por describir el dolor, quiere ponerle nombre a la masacre, se esfuerza en reunir recuerdos que tengan coherencia o, si le queda un poco de energía, planear cómo hurtar comida y bebida, carne seca o cualquier cosa que le ayude a avanzar algo más; pero el infierno interno lo tiene entumecido y a punto de la paranoia. No tarda en encontrarse con un soldado inglés, con quien intenta llegar a la ciudad de Ypres; sin embargo, al no tener fuerza, solo alcanza a llegar a un hospital ambulatorio donde le brindan primeros auxilios; ahí son atacados y deben ser trasladados en tren al hospital militar en Peurdu-sur-la-Lys, sitio donde transcurre la mayor parte de la novela.
Ferdinand es intervenido para salvarlo del riesgo que corre y aliviarle un poco el dolor. En medio de sus delirios, confunde auscultaciones con insinuaciones sexuales, lo cual marcará mucho su carácter durante el resto de la novela, como si el instinto sexual también fuera algo que lo mantuviera vivo. Se siente fascinado por la enfermera L’Espinasse, menor que él y de quien no sabemos mucho. Poco a poco, se convierten en una especie de amantes, quizá por compasión de parte de ella, que deduce que ceder a sus toqueteos resulta de ayuda.
A lo largo de la historia conocemos a Bébert, un compañero de convalecencia —más adelante se llamará Gontran Cascade—, que fue parte de un regimiento incierto y está ahí por una herida en el pie, que al final hace que la suerte juegue en su contra y no precisamente por la gravedad de la lesión. Ferdinand describe el ambiente de la habitación: la muerte los rodea a todos pero se lleva a los que tuvieron los peores cuidados, casi siempre de dos en dos, como una ley implícita de la guerra; con la muerte también aparece, de vez en cuando, un sacerdote hambriento por escuchar las confesiones que ellos tengan, ya sea para la salvación de sus almas o para incriminarlos en vida.
La tensión crece cuando el consejo de guerra visita a Ferdinand. Hay mucho interés en su versión de los hechos del día que todo el escuadrón fue aniquilado y él quedó como único sobreviviente; cualquier declaración errónea podría incriminarlo y es un riesgo latente, ya que fusilan a los mentirosos y desertores muy cerca del hospital, sin importar que la guerra siga su curso. Ferdinand conoce sus cartas, pero sabe que ha vivido en un delirio constante y cada día que pasa teme que otra realidad salga a flote y no sea una que lo mantenga a salvo. Las mañanas son de suposiciones y malas noticias; las noches totalmente oscuras van acompañadas del tacto de L’Espinasse, las quejas de otros heridos y el ruido implacable que nunca abandonará al protagonista. Con el paso del tiempo también suceden acontecimientos extraordinarios, como el supuesto descubrimiento hecho por el consejo de guerra que dará un giro interesante a su suerte, a tal grado que sus padres lo visitarán pese al rechazo de Ferdinand. Un hijo como él es algo de lo que tiene que hablarse (coinciden madre y padre), pero no de otros temas. Dice Ferdinand:
De mi oído no se hablaba nunca, era como la atrocidad alemana, algo no aceptable, sin solución, dudoso, en fin, poco decoroso, que impedía la concepción de remediabilidad de todas las cosas de este mundo.
Mientras deciden qué hacer con él, cuánto tiempo más debe estar internado o si pronto podrá ser libre y en qué condiciones, Ferdinand y Cascade empiezan a tener salidas ocasionales del hospital, en las que se encuentran con otro personaje importante, Angèle, la esposa de Cascade. A partir de ese momento comprendemos que cada quien hace lo que puede para sobrevivir en las condiciones que se le presentan, ya sea mentir, aprovecharse del otro a través del cuerpo, la persuasión o el dinero. El narrador cuenta unos encuentros sexuales que, si bien buscan despertar deseo en el lector por lo explícito que son, probablemente produzcan un poco de compasión hacia cada uno de sus actores. ¿Qué le queda a alguien como Ferdinand, un veinteañero desesperado que ha perdido todo a pesar de salvar su vida? Le queda huir, pero con el martirio inagotable de no ser dueño de lo que tanto anhela: escuchar sus propios pensamientos.
La novela —que tiene mucho de los temas de Céline porque es tan autobiográfica como el resto de sus textos— está unida a otros manuscritos inéditos que poco a poco van saliendo a la luz. No existe el héroe al que le va bien, sino el que tiene la cara en el lodo y, cuando logra levantarse en medio de la mugre y la sangre, carga con todos sus muertos como un zumbido de abejas en el cerebro:
Tenía en mi propio interior todos los vértigos de un barco. La guerra también me había dado un mar para mí solo, un mar gruñidor, bien ruidoso, en mi propia cabeza.
Un antihéroe que ni con toda la suerte del mundo podrá volver a estar en silencio.
Emilio Manzano (trad.), Anagrama, Barcelona, 2023
Imgen de portada: William H. Johnson, Killed in Action, ca. 1942. Smithsonian American Art Museum