A mis viejos maestros de marxismo no los puedo entender unos están en la cárcel otros están en el poder. Efraín Huerta
Varias semanas antes de morirse, ya don Presente estaba bien podrido. Varias semanas antes, don Presente Toletes Toletano exigía por el ano represión, de la peste insalubre. Y fue la maldición, esa tarde de octubre, que marcaría su vida, el que su petición fuera cumplida. “Había que estar demente —teorizaba Presente, en nombre de un futuro razonable y sumiso— para manifestarse sin permiso del Señor Presidente, ese pináculo de sabiduría —señalaba con dedo de Toledo y voz de Lombardía— o bien ser un agente de la CIA.” Y entonces llovió lumbre. Sí, pero no te espantes. Toda esa podredumbre había empezado antes. Y fue un proceso suave y fue un proceso leve. Ya en el 59, perdónenme que insista, don Presente Perpetuo y Solipsista, que siempre fue parejo y habló de corazón, le había echado la culpa a Demetrio Vallejo de su propia prisión. Porque las leyes de la historia son, si las sabes leer, las del poder (si las sabes vender, que es lo que cuenta). Ya en el año 40 ayudó a preparar, orador nato, el ambiente de ornato y el ornato del mal: el ambiente moral para el asesinato, según la norma al uso, del desterrado ruso del futuro. Fue eficaz y fue duro. Ad maiorem Dei Gloriam, que se cumplan las leyes de la Historiam aunque el mundo se queme. Y ya en el 36, le endilgaba a la joven CTM un presente lechero del más pésimo agüero, una cruel satrapía pobre en principios, pero rica en ingenios, que duraría milenios. Siempre quiso leer las leyes de la historia como las del poder. Pero ¿murió realmente don Presente? ¿O más bien, como un rey de la mitología, con la sabiduría de los viejos tahúres, tras escuchar la voz de los augures, consiguió suprimir, para evitar su sino, a su hijo Futuro, que sería su asesino? Fue sabio pero duro, duro pero certero. ¿No seguimos llorando al joven heredero? En cambio, don Presente, ese padre amoroso y eficiente, con su amor selectivo y delincuente, libre de desengaños; don Presente, ese dios delictivo, después de 50 años, sigue vivo.