Lo primero, queridos lectores, es reconocer que no todo mundo irá a Europa, porque un viaje trasatlántico resulta costoso en exceso y tampoco es que la Patria (mucho peor: su población) ande rica. Queda claro que la gente, en general, está un tanto más dedicada a ocupaciones tan serias como sobrevivir (lo que, en México, logra quitarles a casi todos un tiempo precioso y eterno, que nos encadena a oficinas, comercios, talleres o a la primera esquina), y lo de andar de viajero mundial en la mayoría de los casos no pasa de buen deseo o hasta sueño de opio. Pero bueno: “Nadie se ha muerto por no ir a Europa”, dijo alguna vez un conocido, que ha intentado ser artista, gigoló, activista o siquiera amigo de alguien y ha fracasado en todo. En una cosa sí tuvo éxito, sin embargo, y a pesar de su frase: él sí que fue a Europa (y hasta pasó una noche entre rejas pero ésa es otra historia). Entonces, pues, demos por sentado que no hay tanto problema con el tema y que este texto es, potencialmente, para cualquiera, aunque no todo mundo vaya a poner los pies en estos pagos (escribo desde Berlín, aunque ya con México en el horizonte), del mismo modo que uno puede leer una reseña sobre un libro, película, exposición, performance, batalla naval, caminata espacial o submarina o sobre cualquier otra obra o experiencia que, por el motivo que sea, escape a nuestras posibilidades inmediatas. Leer es, también, asomarse a lo remoto, lo ajeno y hasta a lo imposible (y uno, a veces, lee sobre algo y dice: “Esto lo tengo que ver”). Acá enumero, entonces, para quienes a pesar de la advertencia persistan en continuar con estas líneas, tres horrores mexico-europeos que conviene saber si es que las cosas cambian, la supervivencia se resuelve, siquiera de momento, y uno se sube al consabido avión y aterriza de este lado del mar. 1. La inmensa mayoría de los restaurantes mexicanos en Europa expenden solamente horrores sacados de la idea de un neófito sobre lo que es el tex-mex. A la vez, todos los productos etiquetados como “con sabor mexicano” en las tiendas (salsas, papas fritas, etcétera) saben a lo que sabría una jerga mojada en agua mezclada con tomate. Lo poco mexicano suculento que se sirve es importado o, en todo caso, obra de una pequeña comunidad de compatriotas heroicos, entregados a la defensa del taco real y verdadero, o del chile en nogada real. 2. Gente diversa a lo largo de Alemania, Italia, Francia, España, Croacia, Polonia, Portugal, la República Checa declara, a la menor provocación, que el tequila es un veneno que no volverán a beber. Y hay que aceptar que el tequila que uno consigue en la mayor parte de los bares y comercios en sus ciudades mueve a la desesperación y el deseo de autosuprimirse. Por otro lado, es de observarse que el problema puede venir de que no sólo beben tequila malo, sino que lo hacen como gringos: se bajan un vaso de un trago, una y otra vez, hasta que no les queda más remedio que vomitar. 3. Algunas referencias cuentan con un valor totalmente distinto al que les damos en México. Maná tiene seguidores. Las telenovelas más melchososas y bobas también. Hay gente que piensa que los narcos son Robin Hood. Y personas que no pueden creer que en México haya calles asfaltadas, aparatos electrodomésticos y la gente no ande en burro y el cielo sea sepia, como en película de Hollywood. Salvo en círculos de enterados, la guerra contra el cliché la vamos perdiendo.
Imagen de portada: Fotografía de Josh Withers, en Unsplash.