Es la mañana del 30 de junio de 2018 y el Ángel de la Independencia comienza a rodearse discretamente de arcoíris, si es que las banderas de arcoíris merecen alguna vez llamarse discretas. A la mañana siguiente, México celebrará una agotadora jornada de elecciones. Es por eso que la Marcha del Orgullo, que acaso sea la fiesta pública más tumultuosa de la Ciudad de México, se ha celebrado con antelación. Fue hace una semana que el Paseo de la Reforma se llenó de brillantina, cuerpos descubiertos y carros alegóricos con dirección al Zócalo, donde esperaba el espectáculo. La veda electoral y, sobre todo, la ley seca, habrían limitado la fastuosidad del desfile y la noche de fiesta que le seguiría. Hoy, sin embargo, no son pocos los que piensan que el Orgullo es algo más que una fiesta y se han reunido para marchar en el último sábado de junio, como se ha hecho desde 1979. Los contingentes de hoy están conformados por líderes y agrupaciones que fueron protagonistas de las primeras manifestaciones públicas en favor de la diversidad sexual en México. Entre esos líderes históricos se encuentra Juan Jacobo Hernández. Delgado y sonriente, lleva pantalones de mezclilla y una polo color rosa. Una banda de arcoíris atraviesa su pecho y de su boca brotan las consignas que conectan, como vasos comunicantes, la historia del Orgullo en México. No hay libertad política si no hay libertad sexual. Nadie es libre hasta que todos seamos libres. Son mantras que se escuchan en las marchas del Orgullo por todo el país y que acompañaron las voces que, como las de Juan Jacobo, llevaron por primera vez sus reivindicaciones a las calles. Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y cuando el Movimiento Estudiantil estalló en el verano de 1968 participó en sus brigadas. Al año siguiente, su visita a Nueva York tras los disturbios de Stonewall cautivaría su imaginación. La actitud retadora de hombres afeminados y mujeres trans. La confrontación abierta a la autoridad. Todo ello era posible. Después vendrían, a principios de los años setenta, las reuniones del Frente de Liberación Homosexual de México (FLHM) y, posteriormente, del grupo SexPol. Eran reuniones de estudio donde se hacía trabajo de introspección y autoconocimiento. La antipsiquiatría y el freudomarxismo ayudaban a los jóvenes a liberarse de su represión y reconocer su orientación sexual. No era una patología. Era normal. Todo esto lo ha contado Juan Jacobo con su voz memoriosa. Pero el parteaguas vendría en 1978, cuando él y otros de sus compañeros y compañeras fundaron el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria (FHAR) y salieron a las calles como contingente un 26 de julio. Se unieron a la manifestación que conmemoraba, simultáneamente, el asalto al cuartel Moncada en Cuba y el inicio del Movimiento Estudiantil. Así lo harían una vez más ese 2 de octubre, junto con el Grupo Lambda de Liberación Homosexual y con la organización lésbica Oikabeth. Al año siguiente, en 1979, celebrarían la primera Marcha del Orgullo. Fueron los primeros gritos de resistencia, de liberación, aunque de éstos nos lleguen sólo los ecos.
La vida de Juan Jacobo Hernández quedó marcada por estos años de intensa actividad. Su trabajo de organización y movilización lo hace, sin duda, merecedor de un lugar privilegiado en el panteón de nuestros héroes y heroínas. Sin embargo, a la historia de la liberación homosexual en México le han faltado íconos, figuras que queden tatuadas en nuestra memoria. Si, por un lado, éstas fueron desplazadas por una narrativa centrada en Estados Unidos, también quedaron opacadas por otros personajes célebres de la cultura y las artes. Pero los años de efervescencia revolucionaria de finales de los setenta fueron, sobre todo, ensombrecidos por la trágica pandemia de VIH-sida. Juan Jacobo también forma parte de esa historia. Con la disolución del FHAR, a principios de los ochenta, y en medio de desacuerdos y preocupaciones, fundó el Colectivo Sol y abocó sus esfuerzos a la protección de la población más vulnerable. Identificar los lugares de encuentro, llevar ahí los condones, estudiar estrategias de promoción, combatir la violencia y la discriminación, colaborar con otras organizaciones. En medio, la vertiginosa experiencia de la muerte. El sida acabó con una generación de luchadores sociales. Para Juan Jacobo, seguramente, amigos y amantes. No debe ser fácil de recordar, pero lo hace en cuanta tertulia es invitado. Y lo hace con la lucidez y la mesura de la que hablan los testimonios de los años del FHAR, pero también con el lenguaje irreverente de la juventud de entonces y de hoy. Con los muertos se fue la oportunidad de hacer un relevo generacional, de transmitir conocimiento, de compartir un lenguaje político y sexual. Y quienes quedaron se dedicaron a combatir la epidemia, a encontrar soluciones. Juan Jacobo reconoce lo diferente que es la lucha por la diversidad sexual hoy, cómo se ha transformado. Lo hace sin encono, admitiendo lo que le agrada y lo que le desagrada, lo que se ha perdido y lo que se ha ganado. Inadvertidamente, quizás, ha dedicado así varios años a fungir como intérprete de una historia de Orgullo, como su traductor. Entre la militancia en un movimiento y el activismo por una causa, entre la liberación homosexual y la diversidad sexual, entre una generación y otra, se abren hoyos de significado que Juan Jacobo Hernández ha ido resanando pacientemente.
La militancia del FHAR se distinguió por su sentido de urgencia. Era aguerrida. Fue una lucha contra la represión de la vida nocturna y contra las redadas de la policía. La violencia, necesaria para intervenir, resistirse y rescatar a sus víctimas de los separos, contrastaba con la insistencia en izar la bandera del afeminamiento. Celebrar los comportamientos heterodoxos era un componente central de la liberación homosexual. Ya no había que aceptar la sexualidad propia como algo normal. Había que celebrar lo que otros consideraban abyecto. Eran los hombres afeminados y las mujeres trans, después de todo, quienes se encontraban en la primera fila de la represión y la violencia. También tenían las vidas más precarias. Con ellos y ellas debía estar la solidaridad del movimiento. Pero la solidaridad se extendía: a los ferrocarrileros, a los campesinos, a los médicos, a los maestros, a las feministas. Marxismo-leninismo, trotskismo, maoísmo y otras corrientes eran la vanguardia política de la rebelión juvenil. Sólo así cobran sentido consignas como “Presentes contra la represión burguesa y sexo-policiaca” que aparece en una fotografía de 1978, o “Viva la diferencia gay”, en una invitación a la marcha de 1983. El trabajo de Juan Jacobo Hernández y sus compañeros y compañeras, la enciclopedia de su mundo, queda en publicaciones como Política sexual y nuestro cuerpo, que editaron a finales de los setenta. Está en la carta que enviaron a la revista Proceso en 1978, reprobando el “vocabulario sexo-represor” que el actor Roberto Cobo, ganador del Ariel de ese año, usó para distinguir su homosexualidad de la de otros. Está en panfletos como “Eutanasia al movimiento lilo” —otra palabra de la época que requiere su traductor— que el Colectivo Sol repartió en la marcha del Orgullo de 1984, cuando consideraban que la protesta se estaba domesticando. Está también en los carteles, invitaciones y hojas volantes que nos quedan de ese periodo. Pero está sobre todo en la meticulosa labor de traducción que el propio Juan Jacobo ha realizado para dar permanencia a la historia del movimiento de liberación homosexual. En el camino él se ha convertido, junto con otros y otras, en un referente necesario de una historia propia, la de nuestro Orgullo. Es “personaje secundario” frente a los de allende el río Bravo, como Harvey Milk, cuya política electoral está lejos de la postura radical del FHAR. Pero también frente a personajes locales como Nancy Cárdenas, fundadora del FLHM, quien saliera heroicamente del clóset como mujer lesbiana en 1973, durante el programa 24 Horas de Jacobo Zabludovsky. Como ella, Juan Jacobo tuvo una vida en el teatro, desde la Universidad Autónoma Metropolitana, en donde fue docente. Su monólogo de 1979, El lado oscuro de la Luna, hurga en la mente atribulada de una travesti que resiste a la violencia callejera. Es también “personaje secundario” frente a Carlos Monsiváis, quien si bien dio una lucha importante por la diversidad sexual desde su posición de intelectual encumbrado, se resistió a aprobar las primeras manifestaciones del FHAR. No estaban listos. No estaban preparados. La de Juan Jacobo Hernández y el FHAR fue, al contrario, una política de la acción. Suyo fue el voluntarismo de salir a las calles y buscar la revolución, la inmediatez. Aún hoy, en las consignas que se escuchan en la Marcha del Orgullo, queda algo de ese espíritu. Acompañará nuestra historia hasta que, con suerte, todos seamos libres.
Imagen de portada: Fernando Esquivel y Juan Jacobo Hernández. Fotografía de Agustín Martínez Castro, 1979. Cortesía del Colectivo Sol, A.C.