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Lo que difusamente fue bautizado como “bolsonarismo” hoy es una estructura política de extrema derecha enraizada en todo Brasil, con estrategias para disputar elecciones y ganar. Esa estructura tiene coordinación e inteligencia militar, y usa la capilaridad de las iglesias evangélicas para hacer el trabajo de base. Se comunica con sus electores usando medios de guerrilla informática, fuera del radar del Tribunal Superior Electoral y de nuestra burbuja, invirtiendo fortunas en financiación ilegal de campañas vía redes sociales y aplicaciones de mensajería. Y esa estructura sobrepasa a Bolsonaro. Él puede perder poder, como acaba de ocurrir, y hasta puede ir preso, como debería ocurrir, pero esa máquina de movilización de temores y afectos seguirá corroyendo a la democracia por dentro. La derecha tradicional se encogió y corre el riesgo de ser tragada por este movimiento, conservador apenas en apariencia, pero revolucionario en lo que pretende: transformar el país en una hacienda de personas y destruir el Estado y sus instrumentos de regulación.
Aunque en el plebiscito entre democracia y fascismo Lula haya ganado por unos dos millones de votos, lo que se vio en la composición del Congreso Nacional y en las elecciones para gobernadores fue un retrato cristalino del retroceso. El país votó ampliamente por excrecencias de extrema derecha como Ricardo Salles, Eduardo Pazuello, Cláudio Castro, Hamilton Mourão y Damares Alves. Ahora se repite la escena: mientras las clases medias letradas se pierden entre lugares comunes morales para intentar entender el fenómeno, el otro lado radicaliza y redobla la apuesta. También compra armas.
Combatir esto no va a ser nada fácil, y no termina en 2022. Sin embargo, es más fácil, e incluso más práctico, llamar al enemigo por su nombre, entenderlo y replicar algunas de sus tácticas de cooptación que entrar en estado de negación, hacer planes de fuga del país o berrinches diciendo que Brasil es un país naturalmente fascista cuando no lo es. En cualquier caso, es un país que tiene líderes fascistas explotando la falta de conciencia de clase de buena parte de su población. Es un país que tiene políticos que se dicen pastores y que transformaron a Cristo en un símbolo de extrema derecha y a los templos en corrales electorales. Es el mismo país que eligió al líder del Movimiento de los Trabajadores sin Techo (MTST) y dos mujeres trans para el Congreso federal, con amplios márgenes de votos.
No tenemos derecho al pesimismo, el momento es grave y exige movilización. Lo que está en juego es nada menos que nuestra vida. Necesitamos y vamos a disputar el país. Pero antes necesitamos mirarlo.
2
En la primera jornada de rodaje de una nueva película que estoy dirigiendo fui a captar imágenes de la fiesta del 7 de septiembre, fecha en que se celebra la independencia de Brasil. Pero, en 2022, fue el bolsonarismo el que terminó capturando el aniversario por los doscientos años de independencia, transformándolo en una mezcla de comicio con desfile militar en Brasilia y Río de Janeiro.
Llegué a Copacabana con un pequeño equipo de tres personas. Ninguno de nosotros traía remeras verde-amarillas. Éramos los únicos sin ropa de fiesta. De hecho, yo vestía de negro. Una multitud compacta y totalmente vestida con los colores de la bandera nos aguardaba ya en la Rua Francisco Sá, a una cuadra de la playa. Mucha gente, mucha, en serio, en un clima que recordaba al Carnaval o al Mundial.
Mi objetivo era acercarme lo máximo posible al camión donde Bolsonaro iba a dar su discurso, en la cuadra siguiente, frente al Hotel Emiliano. Más allá del griterío, la gente y el peón de ganadero que no paraba de berrear en el micrófono, muchos aviones de la fuerza aérea surgían de la nada, hacían vuelos rasantes y acrobacias cerca de los edificios y del propio camión de sonido del presidente. Había otros camiones y también grúas con banderas enormes. Toda la escena era impresionante y dantesca, inolvidable.
El peón de ganadero, que era el maestro de ceremonias, entre discurso y discurso llegó literalmente a arrear a la manada, dirigiendo a la bovina multitud como una ola de estadio de fútbol. Al contrario de Bolsonaro, los políticos que intervinieron antes que él no tenían ni un mínimo de carisma. La gente estaba allí para oír al presidente y, cansada de esperar, comenzó a cantar “¡Habla, Bolsonaro!”. Una señora a mi lado dijo: “Si Globo1 estuviese aquí iba a decir que es ‘Fuera, Bolsonaro´2…”. Comentarios de esa clase, contra la prensa, se oían todo el tiempo —algo también común en las manifestaciones de izquierda—.
Mientras tanto, avanzábamos lentamente. En cierto punto, era imposible moverse en medio de la aglomeración que, en ese momento, ya contaba con trescientas mil personas. Tampoco era recomendable mirar para el costado e intercambiar miradas con cualquiera —era muy evidente que ninguno de nosotros era bolsonarista—. La turba estaba formada por personas de todas las razas, clases sociales, edades, géneros y orientaciones sexuales. Tal vez un poco más blancas que la media, pero de cualquier forma y por motivos obvios, me impresionó ver a tantos señores negros y tantas mujeres negras por allí apoyando a un político racista.
Cuando Bolsonaro surgía, en los cánticos del trío eléctrico3 detrás de mí unas señoritas se agitaban gritando “¡mito!”, “¡miráme, presidente!”, “¡lindo!” y empuñaban sus celulares. La cosa parecía una mezcla de beatlemanía con patriotismo y fascismo. Y hay que destacar: aquellas mujeres encuentran atractivo a ese tipo. Luego, para alivio de todos los que estaban allí desde hacía muchas horas, Bolsonaro rezó un padre nuestro y comenzó su discurso de doce minutos: un desfile usual de mentiras, lugares comunes y fascismo. En el “bolsoverso” todo es posible.
Antes y después del discurso, el candidato se apostaba en los bordes del trío eléctrico y se quedaba callado mirando a la multitud, con la barbilla erguida como Mussolini en sus fotos más célebres. Y todos respondían a coro “¡mito!”, y le hacían fotos, guiños, y daban saltitos. Pero si hay un lado dictador como en todo líder fascista, también hay un lado payaso. Una escena: el presidente se acerca a un joven que está comandando un cañón de papel picado e insiste para que lo dispare. Cuando eso sucede, él posa para las fotos haciendo ademanes de arma, moviéndose y riendo como un muñeco inflable de estación de servicio. Es una mezcla de Silvio Santos con Geraldo Rivera con Faustão con Bozo con Hitler con Tenório Cavalcanti con Jece Valadão4. Como dicen hoy en día, “brinda entretenimiento”. La gente se divierte como nunca, y ese aspecto lúdico es algo que suele faltar en los análisis del fenómeno. El tipo es una novela grotesca y muy divertida que esa gente adora seguir. Y la micareta5 fascista en la cual se transformó la conmemoración de los doscientos años de independencia de Brasil ciertamente fue, hasta ahora, la cúspide de ella.
Cuando la cosa terminó, todavía caminamos unas buenas cuadras al lado de motos, gente disfrazada de militares y locos en general, incluyendo una versión brasileña del “apache” que participó en el asalto al Capitolio estadounidense, con un penacho de plumas verdes y amarillas. El nombre más gritado y más presente en adhesivos y estampitas a lo largo de la orla era el de un candidato a diputado federal y comisario de la Policía Civil llamado Allan Turnowski, preso días después.
Mientras caminábamos, todavía en silencio entre la multitud, me preguntaba: “¿a dónde irá toda esta gente cuando pierdan en las urnas?”. No podemos engañarnos: esto no murió con una derrota electoral ni siquiera con el derrocamiento y la prisión para ese clan de milicianos y pastores.
Porque esto es, y será aún por mucho tiempo, Brasil.
Imagen de portada: ©Rogério Santos, Bolsonarismo, 7 de septiembre. Bēhance.
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El grupo Globo es un conglomerado brasileño especializado en medios de comunicación, el más grande de América Latina y uno de los más grandes del mundo. [N. del T.] ↩
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“Fala, Bolsonaro” y “Fora, Bolsonaro” en el original en portugués tienen una sonoridad similar que se pierde en castellano. [N. del T.] ↩
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Camión equipado con un sistema de sonido y un escenario para la interpretación musical en la parte superior, cuyo espectáculo sucede mientras se desplaza. Fue creado en Bahía especialmente para el Carnaval. [N. del T.] ↩
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Silvio Santos, empresario y conductor televisivo; Faustão, conductor televisivo; Tenório Cavalcanti, abogado y político; Jesse Valadão, actor. [N. del T.] ↩
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Celebraciones similares al Carnaval, pero fuera de temporada. [N. del T.] ↩