“Murió como un perro porque era un perro, pero no cualquier perro. Era un campeón llamado Thendara Satisfaction, apodado Jagger, que acababa de triunfar como el segundo de su raza (setter irlandés) en Crufts, el espectáculo canino con más de 124 años —el más importante del mundo— en Birmingham, Inglaterra”, es así como el reportero de Vanity Fair, Mark Seal, describió una situación perruna en febrero de 2016, poco tiempo después de la muerte de Jagger, mientras las averiguaciones y las acusaciones seguían. El perro había competido en Crufts, no sólo el concurso más importante y añejo del mundo, sino también el más prestigioso. Los premios que se dan son casi simbólicos (croquetas, champaña, una copa de competición); lo relevante es participar, ser visto y ser aprobado por los especialistas más connotados. El espectáculo se celebra todos los años hacia marzo y reúne bajo su techo a más de 160,000 personas, entre exhibidores de perros y visitantes. Concursan un poco más de 3,000 canes en pruebas que evalúan desde su belleza hasta su obediencia, pasando por una serie de exigencias físicas que demostrarán al público y a los jueces qué perros son los mejor capacitados para qué cosas. En Birmingham, entonces, se dan cita algunas de las personas que llevan al extremo una obsesión que ha acuciado a los seres humanos desde hace miles de años: manipular a los perros, en su apariencia y en su comportamiento.
Domesticación y plasticidad
De todos los animales domésticos el perro es el único que tiene lo que el divulgador científico Stephen Jay Gould llamó “plasticidad genética”1 ; es decir, una capacidad registrada en los mecanismos internos del animal para permitir que sus rasgos se modifiquen de manera notable. No existe en el mundo “otro mamífero viviente con tal variabilidad en su tamaño, forma y comportamiento”.2 Esto implica que el Canis lupus familiaris es uno y miles de perros a la vez. Sus capacidades grupales se heredan y el paquete completo avanza a velocidades de delirio por la carrera evolutiva. La clasificación más básica de los perros se refiere a su temperamento y los agrupa de la siguiente manera: terrier (cazadores), de juguete, de trabajo, deportivos, sabuesos, no deportivos y pastores. Estos siete grupos son apenas una forma de ordenar lo que parece una abrumadora diversificación de chuchos, porque también se les puede catalogar por los rasgos externos, desde la pelambre hasta la forma del hocico, la estatura y el tipo de cola que tienen. Se asume que los primeros perros seleccionados fueron asiáticos (de donde son originarios todos los canes), pero fue en el siglo XIX cuando comenzó un verdadero frenesí por cultivar rasgos determinados, consiguiendo así las variantes que ahora llamamos razas. Existen ahora cerca de 340 razas reconocidas por las asociaciones canófilas y cada una atiende necesidades específicas de sus dueños. ¿Cómo llegamos aquí?
Un sistema
A un capitán llamado Max Emil von Stephanitz, nacido en 1864 en Dresde, se le acredita haber iniciado la selección, reproducción y crianza de perros como la conocemos hoy en día. En Europa y el Reino Unido los aficionados llevaban ya un rato intentando dar con una fórmula para mejorar o engrandecer los atributos caninos que les parecían más favorables por una u otra razón. La década de los 50 había mostrado avances, pero nada muy alentador. Quienes se dedicaban a seleccionar animales para modificar las razas solían estar en comunidades pequeñas y aisladas unas de otras, con lo que los descubrimientos o logros quedaban también aislados. Pero vayamos a Inglaterra, que llevaba la ventaja en cuanto a la popularización de los perros. Fue ahí que se celebró, en 1859, la primera muestra canina en Newcastle-upon-Tyne, como añadido a una feria ganadera. Ah, pero los perros tenían un atractivo innegable:
Su naturaleza rural [del espectáculo] estaba clara, en vista de que sólo setters y pointers —razas deportivas— fueron mostrados y los premios fueron armas. Era un inicio modesto para lo que sería, al terminar el siglo, un pasatiempo ampliamente popular… La primer muestra que incluyó razas no deportivas se celebró en Birmingham más tarde ese mismo 1859 y fue tal éxito que un año después, el Birmingham Dog Show Society organizó el Primer Evento Nacional de Perros (National Dog Show) donde hubo 267 participantes, con 30 razas juzgadas en 42 clases. […] Hacia el final de 1860, el Evento Nacional de Perros atraía a más de 700 perros y 20,000 visitantes que pagaban su ingreso.3
Uno de los primeros organizadores trabajaba para el conde de Derby, quien en 1862 puso a su perro, un pointer, a participar. El perro ganó y ese hecho trajo consigo la apreciación de las clases altas por estos espectáculos. Los eventos perrunos siguieron creciendo y los años posteriores vieron una explosión de shows y demostraciones, con miles de perros y cientos de miles de visitantes mirándolos. Dos cosas fueron muy claras en este periodo victoriano: la primera, que los perros eran a tal grado fascinantes para las personas que podían ser un negocio redondo; la segunda, casi como consecuencia de la anterior, que había que regularizar la situación. El asunto era el siguiente: se descubrió una serie de pequeños actos criminales o tramposos en el tema de los espectáculos; también, que tener montones de perros y personas en un mismo lugar sin darle estructura era lo mismo que tener la caja de Pandora y abrirla. Se sabe que algunos perros excelentes eran llevados de uno a otro show en una misma semana y que se dejaba en su lugar a perros de repuesto. Así, “Jack” podía ganar como “Tom” en Derby, mientras otro perro ganaba en Londres como “Sparky” y como “Jenkins” en Devonshire. Se sabe que se les pintaba la pelambre, se les cortaban o pinzaban las orejas y la cola, se les disfrazaba, pues, para que ganaran premios. Es decir: aquello era un hervidero de perros impostores y usurpadores. Eso sin contar que, una vez que estaban los canitos a la espera de ser mostrados y juzgados, se pasaban unos a otros las pulgas y cosas peores. Algunas veces se ahorcaban con las cadenas que los retenían antes de la demostración y otras, cuando lograban soltarse, se armaban zafarranchos de antología ante la mirada atónita y atribulada de los visitantes. En 1873 se fundó el Club Canino (Kennel Club), bajo el mando de un rico heredero llamado Evelyn P. Shirley. Se establecieron criterios que se irían afinando con los años pero que fueron lo que en sus orígenes determinó las características de las razas. Antes del Kennel Club, la gente se quejaba de lo que los animales “deportivos” no lo eran en realidad: simplemente tenían esa apariencia. Nadie evaluaba su olfato o su disposición para ir por presas. Así que los amigos ricos de los perros impusieron los parámetros que debían conformar a cada raza. Stephanitz había seguido con interés lo que hacían en Inglaterra y era un visitante regular de los shows caninos en Alemania (más rupestres y menos tramposos). Había visto distintos tipos de perro pastor en las montañas y en esos mismos espectáculos y había notado que no existían estándares para ellos. La diferencia entre los animales, que había sido determinada originalmente por su función, estaba por entonces inclinándose decididamente hacia la apariencia. Con esto como preocupación, Max Emil buscó un perro que tuviera un aire alobado (que apreciaba mucho en los animales), con las orejas erguidas como antenas y patas anchas, pero que mostrara inteligencia y deseos de trabajar; es decir, que sumara la belleza que podía granjearle un premio en un concurso sin por eso ser una bestia mimada y por lo demás poco útil. Los perros, para von Stephanitz, debían ser una fuerza de trabajo. Así encontró a un perro que le pareció fabuloso: Hektor Linksrhein. Era un perro alobado, sin duda. Tenía las orejas erguidas, un porte real, dientes carniceros, patas anchas y una tremenda capacidad para trepar entre las rocas y los prados a fin de pastorear vacas lecheras. Lo compró en 1899 y le cambió el nombre a Horand von Grafrath. Hektor-Horand fue el padre de los pastores alemanes que hoy pueblan el mundo. Y los estándares empleados por su dueño en la crianza y selección de su prole se extendieron a todos los perros pastores primero y a todos los perros de raza en general después.
Mientras en Inglaterra trabajaban para que los espectáculos caninos fueran algo más o menos serio, con reglas más o menos serias, Von Stephanitz se enfocaba en un sistema para lograr la crianza de perros “útiles e inteligentes” porque la belleza le parecía secundaria. Un estándar en el que se describían funciones específicas y “la relación entre cada aspecto de su estructura, andar y actitud inherente” fue desarrollado. En 1899 diez personas integraron el Verein für Deutsche Schäferhunde (SV), un “club” que establecía los criterios para las razas y su crianza. Publicaron un manual unos años después en el que dedicaban muchas palabras a las características físicas y mentales y pronto se volvieron el club más grande del mundo. Von Stephanitz cumplió con su sueño de tener una raza a su parecer perfecta y de establecer criterios que serían imitados en el mundo entero; a pesar de ello, hizo que sus perros cometieran el pecado de la endogamia, perdiendo variabilidad genética.
Lo que queda
Los perros de una raza son con mayor obviedad hermanos entre sí que quienes comparten los apellidos. Se han pulido tanto las características deseadas que, a simple vista, pueden parecer una congregación de clones. Entre sus rasgos habrá unos buscados (la masa muscular, el olfato híper desarrollado…), pero otras llegaron como un accidente natural de la experimentación. Los seres humanos han tratado de obtener el mayor número de beneficios de los animales de los que se han rodeado —y a los que llamamos domésticos— a través de cruzas y selección artificial. Los perros también atravesaron por ese rito de paso. Había que hacerlos más deseables. Y de todos los animales con los que se experimentó a lo largo de los siglos, los perros fueron los únicos que se prestaron para diferenciarse tanto unos de otros como si se tratara de especies distintas. Un perro es un trabajador, guía, guardia, compañero, cazador, policía, pescador, recuperador, nana; sirve como pie de cría y como pastor, como objeto de lujo y como calentador o comida. Nada de esto es metafórico, sino algo muy concreto. Que un perro nazca dentro de una raza y sea en ese sentido “puro” implica para el animal una sucesión de condenas, algunas menores y afortunadas, otras más graves y lamentables. El destino de un perro como Jagger era el éxito porque cumplía con las órdenes de lo planteado en el libreto: ser un lebrel cazador, pelirrojo, activo y garboso conforme a estándares comenzados hace siglos. El embrollo de la crianza de perros y su exhibición ha trascendido a las bestias, dejándolas a merced de pasiones y necedades humanas difíciles de explicar. Jagger murió como un perro porque sus antepasados habían atravesado la evolución y se habían entregado a la coevolución, haciéndose partícipes más o menos involuntarios de los juegos humanos. Jagger murió como un perro exitoso, en la carrera de la perfección.
Imagen de portada: El perro Hektor Linkrshein después llamado Horand von Grafrath, 1899
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Esto está relacionado con la “alometría”, a la que Gould dedicó un ensayo en Eight Little Piggies. Reflections in Natural History, WW Norton & Company, Nueva York, 1993. ↩
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Melina, Remy, “The Incredible Explosion of Dog Breeds”, en LiveScience, agosto 5, 2010. ↩
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Pemberton Neil y Michael Worboys, “The Surprising History of Victorian Dog Shows”, BBC History Magazine, junio, 2009. ↩