Aquí están ustedes, encuéntrense.
Manifiesto Crack
El primero de mayo de 1945, según cuenta la versión oficial, antes de suicidarse en un búnker subterráneo junto con Joseph Goebbels, su esposo y ministro de propaganda del Tercer Reich, Magda Goebbels envenenó a sus seis hijos en un acto de desesperación ante el inminente triunfo de los aliados y la llegada del ejército soviético a Berlín. Lo que no sabe Medea (2022) explora las posibles vidas de cuatro de esos seis hijos; la búsqueda de su medio hermano, Harald Quandt, por encontrarlos y el paso del legado de este a su medio hermano Herbert, quien ahora vive perseguido por los espectros de las vidas que habrán o no tenido los niños Goebbels.
Ignacio Padilla pasó más de veinte años construyendo, investigando y soñando Lo que no sabe Medea, un libro que nos llega seis años después de su muerte, con un epílogo escrito por Jorge Volpi. Esta publicación, la segunda póstuma del autor, continúa la promesa iniciada con los volúmenes de Micropedia: traer a la luz los últimos escritos de uno de los mayores exponentes de la generación del Crack.
Lo que no sabe Medea es una novela de imágenes, incertidumbres y recuerdos que reflexiona en torno a la memoria, el legado, la identidad, la familia y lo incierto. Presenta la posibilidad del escape de los hermanos Goebbels y las vidas que quizás llevaron a la vez que niega esa posibilidad. De manera que nada es seguro y todas las narraciones parecen sueños escritos en una mezcla de pasado, presente y futuro.
Padilla juega con modos y tiempos verbales, con la linealidad de su narración y con la focalización que media su acercamiento a cada personaje, creando una experiencia polifónica que jamás otorga una certeza para limpiar las dudas construidas y deconstruidas en la novela a cada paso. Herbert Quandt, nuestro protagonista y narrador, muchas veces es relegado en favor de alguno de los recuerdos de los Goebbels o de alguna exploración de lo que el futuro será para ellos en caso de que realmente existan. Aunque confuso al inicio, este mecanismo ayuda a establecer el carácter onírico de las historias que rodean a los hermanos perdidos.
A lo largo del libro, Herbert reconstruye, imagina y rastrea las posibles vidas de Hedda, Holde, Helga y Helmut Goebbels, así como los escapes del búnker donde debieron haber sido envenenados por su madre, y sus vidas en épocas y lugares alejados de la Alemania nazi. Hedda es Giovanna, una niña santa en un pueblo perdido en algún rincón de Italia, constantemente asediada por visitas sobrenaturales. Holde es Catalina, una cantante de ópera que se refugia en una Argentina plagada por los fantasmas del Tercer Reich. Helga es Susan Grey, quien apareció un día casi muerta y pasará el resto de su vida intentando probar su pertenencia a la familia Goebbels, y Helmut es Christian, un oficial de la Alemania Oriental que se dedica a patrullar el muro de Berlín en busca de desertores y túneles clandestinos.
La exploración de los posibles futuros que Herbert otorga a los Goebbels se acompaña por recuerdos del tiempo anterior a la guerra, los días transcurridos en el búnker o los años en los que su familia, gracias al favor de Hitler, gozaba de prestigio y seguridad.
En un estilo fiel, aún ahora, a lo propuesto por el Manifiesto Crack, esta no es una novela para lectores de best sellers. Padilla no parece estar interesado en guiar de la mano a su lector dentro del mundo onírico que ha creado. Establece una trama que no siempre es lineal, sino que salta temporalmente y a menudo junta recuerdos con exploraciones sobre lo que significa la memoria, suposiciones del presente y anhelos para el futuro. Cumple lo que él mismo propuso:
Lo que buscan las novelas del Crack es lograr historias cuyo cronotopo, en términos bajtinianos, sea cero: el no lugar y el no tiempo, todos los tiempos y lugares y ninguno”.
Su novela existe en ese lugar del no tiempo porque recuerda constantemente que todo y nada de lo que leemos es cierto.
El protagonista —aunque absorto, consumido y a veces atormentado por su búsqueda— se mantiene también inmovilizado por las posibilidades de lo que pudo haber sido, lo que pudo haber pasado, lo que quizás será, lo que quizás sería y el peso de una responsabilidad heredada por encontrar a los medios hermanos perdidos de su propio medio hermano.
De esta manera, el libro no se centra en lo que el protagonista desea encontrar, el modo en que realiza su búsqueda y sus eventuales resultados, sino en el significado de todo; en mostrarnos imágenes de futuros, presentes y pasados alternos. Con ello la novela se aleja del género detectivesco y se adentra en un lugar de la literatura más preocupado por la exploración que por la acción, para acercar su obra a un verdadero cronotopo cero.
Lo que no sabe Medea se aproxima a novelas como Los errantes (2007) de Olga Tokarczuk por fragmentaria e incluso impresionista. Explora sensaciones e imágenes con el detalle y la precisión de un cuadro a través de una narración que comienza a fluir cuando el lector deja de luchar por comprender los múltiples saltos y cambios gramaticales y se concentra en explorar el rompecabezas de los múltiples destinos probables e improbables de los herederos del Reich. En un inicio puede parecer desalentador saltar dentro del ritmo cambiante del libro, pero una vez que se logra, Padilla confecciona una experiencia profunda, disfrutable y ampliamente intrigante, conformada por más imágenes que diálogos y por una minuciosidad narrativa que expone todos los detalles.
Como lectores, es inevitable que terminemos compartiendo los misterios del protagonista que busca desentrañar la verdad detrás de la muerte o posible vida de los cuatro hermanos, pero también vamos juntando las migajas que se nos dan para tener una idea de lo que realmente está pasando con Herbert y si podemos o no confiar en él. Así, Padilla permite que los lectores nos posicionemos ante cada nueva pieza de información, ante cada recuerdo de la familia Quandt y cada pista de la identidad de aquellos que parecen ser los Goebbels. Depende de nosotros descubrir quiénes son los personajes: decidir creer en ellos, apropiarnos de la misión heredada a Herbert por su hermano, no hacerlo o mantenernos en un punto medio, el de la duda, desde donde se construye la columna vertebral de este libro.
Lo que no sabe Medea quedó incompleta debido a la muerte de su autor, lo cual ayuda a agregar una capa extra de significado y profundidad al libro. Ignacio Padilla nos ofrece un cúmulo de incertidumbres, permitiéndonos tomar las que deseemos, explorando él mismo por medio de sus personajes algunas otras, pero dejando siempre abierta la posibilidad de que nada sea real, todo lo sea o la verdad esté en otro lugar aún inexplorado. De la misma manera que ocurre en la ficción, la obra que leemos contiene el manuscrito que nos pudo haber llegado íntegro —con alguna que otra añadidura pequeña, pero básicamente igual al que tenemos ahora— de haber sido publicado como su autor lo hubiera deseado; sin embargo, en el texto siguen las posibilidades que ya no serán vistas. Lo que pudo haber sido y ya no leeremos, lo que fue y lo que obtuvimos.
Alfaguara, CDMX, 2022
Imagen de portada: Retrato de la familia Goebbels, 1942