Leer a Francisco González Crussí es adentrarse en un fascinante gabinete de curiosidades, un auténtico Wunderkammer del cuerpo. Hay en él pinturas y grabados; citas clásicas y retratos autobiográficos; viñetas históricas e imágenes literarias; anécdotas sabrosas y noticias interesantes; estómagos, esperma y órganos de los sentidos; cuerpos disecados y frascos de formol, todo exhibido con maestría y elegancia y no sin sentido del humor. González Crussí nació en la Ciudad de México en 1936 y, recién graduado de la Facultad de Medicina de la UNAM, emigró a los Estados Unidos, donde desarrolló una eminente carrera como patólogo pediatra en la Universidad Northwestern de Chicago. Rondando la cincuentena se puso a escribir ensayos y ha logrado consolidar una segunda carrera en las letras con veinte libros publicados, escritos en inglés o en español. En 2019 recibió el VI Premio Internacional de Ensayo Pedro Henríquez Ureña, otorgado por la Academia Mexicana de la Lengua, y en su discurso de aceptación reflexionó sobre la naturaleza de su quehacer literario:
Quise hablar del cuerpo, pero vinculándolo, enlazándolo con la urdimbre de símbolos, leyendas, mitos y representaciones artísticas que se han tejido alrededor de las partes corporales en el curso del tiempo. Dicho de otro modo, he tratado de mezclar la medicina con la literatura y las artes, o más generalmente las ciencias biomédicas con las “ciencias humanas o humanistas”, como hoy suele decirse.
El resultado de la combinatoria es espléndido y se puede apreciar de nuevo en Más allá del cuerpo, coeditado por Grano de Sal, la Universidad Veracruzana y el gobierno del estado de Hidalgo. Es una colección de 19 ensayos publicados en diferentes medios entre 2001 y 2020, dispuestos en cuatro grupos temáticos: la función generativa, la nasalidad, la función digestiva y la muerte, y un agregado de escritos varios que incluye una historia de los enemas, una reflexión sobre el corazón metafórico y, como marca de acuciante actualidad, dos textos en torno a la pandemia de COVID-19: “La nueva amenaza en marcha” y “Zoonosis animales”. En esta versión del gabinete de curiosidades uno se topa con un útero trashumante, el emblema barroco de la gula, El parto de Raquel de Francesco Furini, el enigma de los senos paranasales, el despropósito del transplante de cabeza, la “muerte muy trivial” de un trabajador migrante en las calles de Chicago o la nariz postiza del astrónomo y matemático danés Tycho Brahe, presuntamente moldeada en una aleación de oro y plata, aunque a raíz de la coloración verdosa observada en los huesos nasales por los arqueólogos que exhumaron su cadáver, se sabe que “en fase post mortem Tycho enseñó el cobre: este metal pesa menos y debe haber sido más cómodo de llevar en la nariz.” González Crussí se divierte leyendo y todavía más escribiendo. Escoge un tema y, con la minuciosidad propia del patólogo, lo busca y rebusca en la tradición grecolatina, en los textos bíblicos, en los anales del arte occidental, en el clasicismo chino… y se nota la satisfacción con que encuentra las pepitas de oro que después nos ofrecerá engastadas en un texto ameno, por lo común breve y siempre interesante. Un ejemplo acabado del método en que se ejercita el autor es el texto “Bronzino y el precio del pecado” , donde comienza con la evolución histórica de las pelucas y termina hablando de las miserias de la sífilis. Introduce la figura del rey Francisco I de Francia y su “vida concupiscente”, agota la écfrasis de la Alegoría con Venus y Cupido —el célebre óleo del maestro renacentista Agnolo Bronzino que en sus últimos días recibió como regalo el monarca francés de parte de Cosme I de Médici, su rival político—, atiende la interpretación que dos estudiosos modernos hacen de la pintura y describe someramente el cuadro clínico de la sífilis, subrayando, para cerrar el círculo, las placas de calvicie que aparecen en la fase terciaria de la odiosa enfermedad.
Entre Venus y el infante, detrás de ambos —diseca el patólogo ensayista—, se ve la cara de un monstruo. Es la juvenil cara de una muchacha […] pero si vemos con cuidado, descubrimos que su cuerpo está cubierto de escamas, como un reptil; sus extremidades inferiores son patas peludas, de bestia; en la mano derecha (atrás del hombro izquierdo de Venus) ostenta un panal, que parece tender en gesto de oferta, y en la mano izquierda lleva un objeto curvo que parece ser un aguijón de escorpión, o tal vez su propia cola. Y nótese que la mano que emerge del lado derecho parece ser la mano izquierda, y viceversa: la mano derecha parece salir del hombro izquierdo. Panal y aguijón: el simbolismo es claro: el amor erótico es dulce como la miel, pero puede herir dolorosamente, como un escorpión. Bella muchacha-monstruo: el amor atrae, pero tras su hermosa apariencia puede haber un monstruo de traición, dolor y muerte.
Un día González Crussí viene de visita a México y constata que su madre ha envejecido junto con su modesto departamento, de pisos crujientes, muebles pasados de moda, retratos de familia amarillentos “(sobre todo el mío)” y una multitud heterogénea de baratijas sobre las repisas, “las que a lo largo de los años puede acumular una viuda anciana”. En la pared de la recámara, “como si presidiera sus sueños”, reconoce la imagen del Sagrado Corazón de Jesús que ha visto e ignorado durante toda su vida y eso le da pie para reflexionar sobre la dimensión metafórica del pedestre músculo cardiaco. Se va a buscar la primera representación del Sagrado Corazón y la encuentra en la pintura realizada por Pompeo Batoni para la iglesia jesuita de Roma, en 1767. Le llama la atención el notable realismo con el que, a pesar de su naturaleza divina, el pintor italiano plasmó el órgano, y se lanza a averiguar las raíces de tan socorrida metáfora.
El corazón no sólo gozaba de un lugar preeminente en el área de la emoción, sino también se pensaba que era el asiento del intelecto y de la facultad de razonar. El corazón ha rivalizado históricamente con el cerebro como el órgano de la memoria y de la meditación. […] En la misma palabra recordar está la raíz latina cor/cordis, que da fe de su vínculo con la memoria.
Aunque desde luego unas piezas están más logradas que otras, tal como cabe esperar de una colección de ensayos dispersos, y no obstante que a momentos González Crussí se ladea hacia el tono doctoral que seguramente rige sus artículos académicos especializados, la verdad es que este gabinete de curiosidades no tiene desperdicio. Destaca la cuidada edición de Grano de Sal, que ha tenido el acierto adicional de incorporar una buena reproducción a color y en papel couché de las múltiples pinturas que se mencionan a lo largo de un libro que invita a leerse como es propio del género: unas páginas hoy y otras mañana, como un amable paseo para amenizar la tarde y ponerse a reflexionar un rato sobre las maravillas y miserias del cuerpo, nuestro cotidiano, a veces amado, con frecuencia lastimado y a menudo despreciado misterio.
Iamagen de portada: Agnolo Bronzino, Alegoría con Venus y Cupido, 1540–1545