Sposa son disprezzata, fida son oltraggiata, cieli che feci mai? E pur egl’è il mio cor il mio sposo, il mio amor, la mia speranza. Irene, en Bajazet de Vivaldi
Por eso yo levanto un altar sagrado a la Virgen del Puño, la nuestra propia, que nada tiene que ver con las tacañerías humanas sino más bien con la glotonería de nuestros orificios insaciables, inconformistas y sinvergüenzas. Diana Torres, Pornoterrorismo
Una vivalavirgen, conocida actualmente en jerga chilanga como valevergas o valemadrista, es una persona despreocupada e informal. En cambio una persona virgen, en su definición contemporánea al menos, se refiere a quien no ha tenido relaciones sexuales, es decir, sobre todo si de una persona adulta se trata, es alguien que seguramente se ha preocupado mucho y ha sido muy formal. Tanto así que en ciertas épocas virgen era aquella persona que no sólo había conservado sino hasta consagrado su castidad: virgen viva. Según la RAE virgen, además de ser alguien, es algo “que está en su primera entereza y no ha servido aún para aquello a que se destina”. Así tenemos las playas vírgenes, la tierra virgen, la miel virgen, la selva virgen, el corcho virgen (que no el segundero). En general todas cosas que apreciamos. ¿Y qué decir del aceite de oliva extra virgen (pero prensado en frío)? Estas cosas son más valiosas por su virginidad, menos el cassette o CD virgen que vale menos porque no trae nada. La virginidad se pierde, pero nunca se encuentra, se posee, se es, es un misterio de la fe, es un hecho comprobable por ley. A veces la virginidad es una mercancía con valor material, a veces es algo metafísico con valor espiritual, a veces es ambas cosas. Si la palabra virgen entra y sale de nuestro vocabulario, y su significado varía y se trastoca según la época y contexto, entonces ¿por dónde entrarle a la virginidad como concepto, como idea, ideal, como castigo, como la marca de lo no-marcado, a sus ritos, a sus (in)definiciones?
Según Sigmund Freud en el “Tabú de la virginidad” (1917-1918), después del dolor ocasionado por la “herida” psicológica y fisiológica ocasionada por la destrucción de un órgano (no dice cuál), las mujeres pueden ser poseídas por la rabia de un animal herido y atacar física o verbalmente al hombre. Desvirgadas y deslenguadas. Y no sólo la primera vez, sino de allí en adelante. En ese texto también se fragua la idea, por momentos incluso vigente, de que la “primera vez” te marca y definirá tu comportamiento sexual en adelante. Y entonces, claro, en las mujeres se asocian las malas experiencias con la frigidez, por ejemplo, o con lesbianismo. O si la experiencia de la “primera vez” es “buena” al final tampoco es bueno porque de allí que las mujeres que disfrutan puedan volverse ninfómanas. En ambos casos lo que el texto de Freud indica es que la Virginidad (y su pérdida) es un momento inquietante donde el orden peligra y hay riesgo extremo para la “normalidad” deseada. Al fin y al cabo, el tabú de la virginidad hace de la mujer “Diferente del hombre…Enigma… enemiga…” Así, definir qué es la virginidad no es meramente un ejercicio filosófico o teórico sino que ha sido (¡es!) un ejercicio en el control de cómo se comporta, cómo piensa y cómo se siente la gente, y en algunas ocasiones es cuestión hasta de vida o muerte.
Deshojemos, pues, la margarita: cuando empecé este texto, la idea era escribir sobre rituales de virginidad y entonces en automático quise encontrar aquellas sociedades en las que la virginidad no importa, es decir no existe. Porque al fin y al cabo la virginidad se define por lo que no es: es relevante porque se termina. Buscando entonces a quienes no les importa, flotan por allí los escritos de Lévi-Strauss sobre los murias de Bastar en India donde los hombres se casan con una mujer que se sabe ya ha sido amante de vecinos. O los escritos sobre sociedades poliándricas en los que se habla de paternidad partible (en la que los niños pueden tener más de un padre y por ende la virginidad que asegura la paternidad es menos importante) y que ocurren en el Himalaya o con los inuit en el extremo norte de nuestro continente. Pero ésta es la triste realidad: es mucho más difícil hablar de grupos en los que la virginidad no importa o no es un rito de paso relevante que de las sociedades, como en la que vivo, en la que sí lo es. Por otro lado, no me interesaba echar una mirada exotizante de foránea con su supuesto conocimiento contemporáneo para hablar de los raptos de las novias que a veces todavía se practican en algunos barrios de Juchitán, u otras costumbres y ritos en torno a la virginidad que perduran en distintas partes del mundo, cuando esa mirada antropológica y crítica todavía tiene mucho por auscultar en el mundo occidental o contemporáneo que sigue lleno de ideas, mitos y ritos relacionados con la virginidad, la de las mujeres en específico.
En los animales no humanos no existe tal cosa como valorar una hembra (ni un macho) virgen por sobre otros miembros de la especie, y por consiguiente no existe noción tampoco de que una hembra no virgen sea de menor atractivo, utilidad o menos deseable para copular. Sin embargo, al igual que las hembras humanas, las de diversas especies poseen hímenes, algunos que se deshacen y se rehacen, otros que son duros e impermeables, otros como los humanos, que son membranas con una o varias perforaciones. La antropóloga bióloga y feminista Elaine Morgan, en obras como The Aquatic Ape y The Aquatic Ape Hypothesis, y la zoóloga Bettyann Kevles en Female of the Species argumentan que el himen humano no tiene una función demostrable pero quizás en nuestros ancestros, mamíferos acuáticos, sellaba la vagina (en las ballenas sigue funcionando así), y como muchas cosas en nuestros cuerpos son recuerdos de momentos pasados en la evolución y concretamente de ese momento en el desarrollo cuando los órganos genitales femeninos internos están separados de la parte externa (se desarrollan de forma individual y ya después se juntan). El himen es entonces ese retazo en nuestro desarrollo y evolución, ese pedazo de carne del que sigue dependiendo el futuro de tantas.
En un sitio web llamado RedBubble encuentro una playera con un supuesto proverbio árabe que se refiere a la virginidad y reza: “Él me prometió aretes pero sólo me perforó las orejas.”
“La imperforación del himen es la anomalía obstructiva más frecuente del tracto genital femenino,” como lo indica un artículo sobre el himen imperforado neonatal.1 Entonces, un himen sin perforación es una malformación que hoy en día se corrige por medio de cirugía.
La metáfora de la virginidad ordena el mundo de los animales humanos exclusivamente. En un libro que recuerdo que todavía era popular cuando yo era niña y adolescente, El mono desnudo, Desmond Morris argumenta, de forma completamente ficticia e improvisada pero con toda autoridad, que la función biológica y evolutiva del himen es producir dolor cuando la vagina es penetrada para que las vírgenes pospongan el sexo penetrativo, y que este dolor es lo que hizo que los humanos se dieran cuenta de la existencia de la virginidad. En muchos casos se dice que ese dolor proviene específicamente del desgarramiento del himen. Pero en realidad ni yo ni nadie se da cuenta de que posee un himen a menos de que este pedazo de piel genere un problema (como con el himen imperforado o cuando alguien lo busca y no lo encuentra en algún ritual) y sabemos que el dolor no es siempre asociado con la penetración y no sucede en todos los casos. No hay síntomas uniformes de la pérdida de virginidad en todas las mujeres.
Como diría Kant, el conocimiento presupone al objeto (del conocimiento). De hecho los humanos nos dimos cuenta de la existencia del himen porque le hemos dado tanta importancia a la virginidad y no al revés. Así, aunque por ejemplo, la palabra himen aparezca varias veces en relación con el cuerpo en Aristóteles, ésta se refiere a una membrana alrededor del corazón, del estómago, etcétera y no a nada sexual. En la Antigüedad no se sabía que hubiera un himen en el aparato reproductor femenino ni que esa membrana tuviera una relación específica con la virginidad. De hecho es curioso que el dios del matrimonio se llamara Himeneo; será porque ni siquiera sobrevive su boda, y es tan efímero como una membrana, específicamente una que en teoría tampoco sobrevive a la noche de bodas.
Hoy en día hay una moda en la que niñxs y adolescentes e incluso personas adultas están obsesionadas con los unicornios: cuadernos de unicornios, plumas y lapiceros de unicornios, hasta avatares en TikTok con cara de unicornio. En el medioevo era bien sabido que el unicornio era muy salvaje y que solamente lo podía domar una virgen. De hecho, en el folclor medieval europeo se cuenta que las vírgenes se utilizaban como cebo para cazar unicornios.
Así como el unicornio, el himen medieval es más simbólico que material: el límite entre lo virgen y lo no virgen más que algo observable en un cuerpo. En Performing Virginity and Testing Chastity in the Middle Ages la profesora Kathleen Coyne Kelly nota que Michele Savonarola, médico que vivió a finales del siglo XIV y principios del XV, fue el primero en usar esa palabra para referirse a algo que forma parte del aparato reproductor femenino aunque no lo ubica precisamente. Nadie localiza el himen hasta mediados del siglo XVI, en 1544 para ser precisa, cuando Andreas Vesalius “encuentra” el himen en una disección anatómica aunque, curiosamente, jamás lo dibuja en sus famosas ilustraciones.
Además de domar unicornios, los superpoderes de las vírgenes incluyen la habilidad de batallar contra demonios. Según Erzsébet Báthory, una condesa húngara que vivió en el siglo XVII en lo que hoy se conoce como Rumania y Hungría, la sangre de las vírgenes podía rejuvenecer y restaurar la belleza. Por eso, cuentan que bañaba su piel en la sangre de campesinas vírgenes y se le acusa de haber asesinado a 600 mujeres hasta que le impusieron un arresto domiciliario en 1611. Los poderes curativos y restaurativos de las vírgenes siguen siendo objeto de codicia, por ejemplo, de narcotraficantes, y en el juicio que se llevó a cabo recientemente contra Joaquín Guzmán Loera, mejor conocido como El Chapo, se mencionó que le gustaba que le trajeran niñas a quienes llama “sus vitaminas” y a quienes violaba con el fin de sentirse más viril. En la Escocia del siglo XIX y la Pretoria del XX era muy común que hombres con enfermedades de transmisión sexual o venéreas violaran a niñas vírgenes por la creencia de que su virginidad los curaría.
Mientras, a principios del siglo XVI, el barbero y cirujano de la corte francesa Ambroise Paré cree que el himen es un defecto anatómico, ya que sería algo que sella la vagina, y que quien no lo vea así es un estúpido. Hay otros como Thomas Bentley para quienes el himen se vuelve “La única nota segura de la virginidad sin mancha” a la vez que él mismo hace referencia a una “prueba” de virginidad que consiste en medir con un hilo de la punta de la nariz hasta la base del cráneo y después ese mismo hilo debe hacer la vuelta precisa del cuello (si es demasiado corto o largo, la mujer no es virgen). Finalmente, hasta 1668 Thomas Bhartolin, un doctor y matemático danés que describió por primera vez el sistema linfático, es quien también hace el primer dibujo anatómicamente correcto del himen y del orificio himeneal, como lo cuenta Marie Loughlin en Hymeneutics: Interpreting Virginity on the Early Modern Stage.
En la noche de San Juan la tradición dicta que si una joven pone un poco de hierba de San Juan (Hypericum perforatum) encima de su puerta o debajo de su almohada, en sueños le será revelado quién será su marido y quedará protegida de cualquier demonio que quisiera atacar su virginidad.
En el archivo de sus sesiones en la Universidad de Chicago, Douglas Brewer y Emily Teeter explican que en el Egipto antiguo
la virginidad no era un requerimiento para el matrimonio y que de hecho el sexo premarital o cualquier tipo de sexo entre personas no casadas era aceptable socialmente. Sin embargo, una vez casadas, se esperaba que las parejas fueran sexualmente fieles. Los egipcios (salvo el faraón) eran, en teoría, monógamos y muchos documentos indican que las parejas expresaban afecto.2
También explican que en su lengua la palabra para esposa era la misma que hermana. Es decir que se valoraba la monogamia pero no necesariamente la virginidad:
Los términos en egipcio antiguo para matrimonio (meni, atracar [un barco], y grg pr, fundar una casa) transmiten la idea de que el arreglo tiene que ver con la propiedad. Los textos indican que el novio a menudo le daba un regalo a la familia de la novia. Los textos legales señalan que en la pareja cada cónyuge mantenía control de la propiedad que traía al matrimonio mientras que cualquier propiedad comprada durante la unión se detentaba en conjunto.3
Quizás entonces no debe sorprendernos que haya papiros donde se documenta la masturbación de las mujeres (una mujer sentada sobre la extremidad de una vasija, o que hablen del vibrador de Cleopatra hecho con abejas) o que, emulando a Ra, los faraones se masturbaran en el Nilo como rito de fertilidad. Más que rituales de virginidad, que no existen como tal, hay rituales de fertilidad y más adelante Herodoto documenta esto diciendo que los egipcios hacen todo al revés que los griegos.
En griego antiguo la virginidad se describe como un objeto que se puede tomar, lambanein, un valor que se debe respetar, terein, o una cosa cubierta y velada que debe desvelarse: lyein.
Antropólogas e historiadores apuntan que la importancia de la virginidad crece junto con la de la paternidad/propiedad y las formas de organización patriarcales en las que el embarazo, la crianza, el acceso a bienes y la creación de jerarquías y grupos se hacen en relación con un macho alfa o líder (patriarca). De allí viene la noción del patrimonio: la herencia de un padre a sus hijos. Y la virginidad hace que esa paternidad sea asegurada y ese patrimonio se garantice: para esto lo que “mejor” funciona es limitar las opciones de las mujeres a un solo hombre. La virginidad premarital asegura la paternidad del primogénito y su monogamia posmarital la asegura para el resto del linaje. Hay varios libros que explican que el Patriarcado (el orden social que acabo de describir) y la propiedad privada surgen más o menos al mismo tiempo, aproximadamente durante lo que se conoce como el Neolítico. Así, en una sociedad donde los bienes los controla el hombre, la virginidad es una inversión para garantizarlos a los hijos a través de la paternidad.
Recuerdo que el papá de una amiga nos decía que no nos convenía “ser la tortilla de hasta arriba: la que todos manosean y nadie quiere”. Recuerdo también la expresión que se refiere a la mujer que es “como la bicicleta de pueblo” en la que se monta todo mundo. Es decir, la que no hay que ser.
Existen muchos mitos occidentales que hablan de la virginidad, pero en general en la Antigüedad griega y hebrea las hembras humanas se dividen en dos categorías: las vírgenes (parthenes, básicamente las niñas, que en hebreo antiguo se llaman también betulah) y las mujeres (gyne, o en hebreo almah) una vez casadas: es decir que una mujer es quien procrea, una esposa. Esto implica que se es virgen hasta que se pasa de ser propiedad en la casa del padre a ser propiedad en la casa del marido. Para los romanos igual las virgo son cualquier niña, en contraste con la Virgen María que pasa de ser cualquier mujer a ser la madre por encima de todas las mujeres. Pero la virginidad relacionada con la religión existe desde la Antigüedad y los romanos tenían a las famosas vírgenes vestales cuya castidad estaba consagrada y quienes eran las guardianas del vínculo entre los romanos y los dioses. Si sobrevivían sus 30 años de servicio (de los 6 años a los 36) obtenían dinero y libertad sin par para ninguna mujer de la época. Estas vírgenes provenían de la élite romana (evidentemente) y Plutarco cuenta que si se dejaban seducir antes de que terminara su servicio, las enterraban vivas. Cuenta Solón que en la Grecia antigua el único caso en el que una persona libre y ciudadana de Atenas se podía convertir en esclava era en el caso de las mujeres que eran “deshonradas” o perdían la virginidad antes del matrimonio.
Entre las muchas vírgenes de la mitología griega conviven las ninfas, como Dafne (quien se convierte en árbol de laurel para mantener su virginidad y que Apolo no la desflore), o las diosas como Astrea (quien sube al cielo y forma la constelación justamente conocida como Virgo), Atena, y Hécate, deidad a partir de la cual se formaron círculos de mujeres que practicaban “brujería” y resguardaban su sexualidad, al menos en relación con los hombres, como parte de sus poderes. Desde entonces el poder de la virginidad es ambivalente.
En 2004 hubo un caso muy sonado de una estudiante de la universidad de Bristol que subastó su virginidad al mejor postor para pagar sus gastos. Curiosamente esta mujer hizo de conocimiento público que era lesbiana en una relación sexual y amorosa con otra mujer y, al mismo tiempo, que permanecía virgen. Si tuvo sexo que penetrara su vagina con dedos o juguetes “no contaba”, no para el público, ni para los medios, ni para ella, ni para el postor. Lo que se vendió es la ideología de que una mujer, para hacerse mujer, necesita un pene que la penetre. Le pagaron 12 mil libras. (Entre más búsquedas hago sobre este caso en Google, me aparece la opción: “¿Cuánto vale mi virginidad?”)
En el siglo IV Agustín cambia radicalmente el valor de la sexualidad, abstinencia, castidad y virginidad cuando dice que en el orden de la virtud van primero los mártires y luego las vírgenes, y cuando en De civitate Dei precisa que la virtud gobierna una buena vida y todo el cuerpo. Agustín hace del cuerpo algo sagrado por un acto de la voluntad. La virginidad no es tanto del cuerpo sino de la mente (quizás buscaba reivindicar su pasado promiscuo) y precisa que si se viola a una virgen no se pierde la virginidad si ella se resiste con todas sus fuerzas, porque si no la virginidad sería solamente un atributo del cuerpo y no del alma. Así la virginidad se vuelve algo moral, un triunfo de la voluntad. Más adelante Tomás de Aquino explica que la castidad tiene dos significados: uno específico, relacionado con los placeres del sexo, y el otro mucho más amplio, spiritualis castitas, que tiene que ver con rehusarse a disfrutar cosas que van “en contra del diseño del Señor.” Es decir, un mundo en el que el sí o el no de la virginidad como algo del cuerpo no son suficientes.
Algunos de los nombres de la Virgen según sus letanías: Madre del Salvador, Madre de misericordia, Virgen prudentísima, Virgen digna de veneración, Virgen digna de alabanza, Virgen poderosa, Espejo de justicia, Trono de la sabiduría, Causa de nuestra alegría, Vaso espiritual, Vaso digno de honor, Vaso de insigne devoción, Rosa mística, Torre de David, Torre de marfil, Casa de oro, Arca de la Alianza, Puerta del cielo, Estrella de la mañana, Salud de los enfermos, Refugio de los pecadores, Consoladora de los afligidos, Auxilio de los cristianos, Reina de los Ángeles, Reina de los Patriarcas…
Si para sor Juana vivir una vida de castidad virginal fue sinónimo de educación y de una libertad relativa, hoy la virginidad es algo mucho menos importante pero mucho más ambivalente. La píldora anticonceptiva cambió la sexualidad de las mujeres y la noción de la virginidad se desestabilizó. Por primera vez quizás la virginidad de las mujeres se volvió más parecida a la de los hombres: más un evento que un atributo. Al mismo tiempo yo todavía crecí rodeada de narrativas cursis y moralizantes obsesionadas con la virginidad y su relación con la aceptación social gracias a Madonna, a teleseries como Beverly Hills 90120, telenovelas como La pícara soñadora o películas como Breakfast Club de John Hughes, School Daze de Spike Lee y Clueless de Amy Heckerling, y apenas descubrí que casarse de blanco no tiene nada que ver con la virginidad sino que es una tradición inspirada en la boda de la reina Victoria, la primera mujer en casarse de blanco como algo exclusivo; que el velo no tiene nada que ver con el himen sino con proteger a la novia contra el mal de ojo y que por lo mismo las damas se visten iguales a la novia en teoría para confundir a los malos espíritus. Y aunque en muchas bodas se sigue practicando que los novios se vayan solos por un momento fuera de la fiesta, ya no es tan común que se paseen las sábanas manchadas de sangre como pruebas de nada. Así, a pesar de que cada vez más la virginidad se cuenta como algo individual y privado, muchos de sus ritos siguen siendo comunales y públicos: contar, preguntar, chismear cómo la virginidad se “pierde” varias veces por cada orificio y tipo de penetración. Diario se ensayan mil respuestas posibles a la pregunta de si ya lo hiciste o no. Si en Occidente la virginidad ya no es algo absoluto, siguen conviviendo sistemas de valores (sobre todo religiosos) en los que sí lo es.
Hasta hace no tanto era una deshonra que una mujer se dejara examinar por un médico con un espéculo, que dejara entrar a un desconocido a su hortus conclusus, ese jardín o territorio intocado, ese trofeo ajeno (esa loma del orto). Entre muchas razones, escribe el Chevalier de Jaucourt en un artículo para la primera Enciclopedia:
Los hombres, dice M. de Buffon, son celosos de lo privado en todas las esferas y siempre han valorado mucho aquello que poseen exclusivamente y antes que ningún otro. Es este tipo de locura que hace una entidad real de la virginidad de las señoritas.
La pérdida de una supuesta virginidad es un ritual de transformación que antes como ahora (de formas distintas) representa la intersección de la reproducción, la madurez física y el deseo. La virginidad y sus rituales son metáforas que cuentan el orden social que las escribe y como son ideología pura definir esas metáforas afecta directamente las vidas, sobre todo, de las mujeres.
En su boda del 2005 Rosario Alcántara, la recién esposa de Farruquito, se hizo “la prueba del pañuelo” en la que una mujer inserta un dedo con un pañuelo para buscar “las flores”: aquí no importa ninguna mancha de sangre, cualquiera podría falsear la virginidad con sangre, dicen los gitanos, esa tradición es una estupidez. Lo que importa son las manchas de “la honra” derramada: un líquido amarillento en el pañuelo. Cualquiera sabe que un poco de nuez moscada en la vagina puede hacer las veces de sangre en el pañuelo. Hay de manchas a manchas.
Cuando yo era adolescente había un anuncio de Tampax en el que una chica con playera blanca miraba hacia la nada y se preguntaba “¿Seguro seguiré siendo virgen?”
Imagen de portada: Raffaello, Madonna del Belvedere (detalle), 1505-1506
J. J. Hijona, A. Contreras, M. C. Toledano, C. Pallarés y J. M. Torres, “Himen imperforado neonatal”, Clínica e Investigación en Ginecología y Obstetricia, vol. 34, núm. 5, 2007. ↩
Douglas J. Brewer y Emily Teeter, “Ancient Egyptian Society and Family Life”, Fanthom Archive, disponible aquí ↩
Idem ↩