Un desplazamiento frecuente: un texto de carácter autobiográfico, pero escrito en tercera persona. El personaje principal se llama, sencillamente, Yo. Mediante esta suerte de enroque se abre una distancia mínima que permite contar la propia vida, contemplarla desde un rincón del texto. Ese es el primer recurso que encontramos al abrir El libro de las casas, una brillante novela del italiano Andrea Bajani (Roma, 1975).
Se describe una primera casa, la de la infancia. Una familia (Padre, Madre, Hermana, Abuela y Tortuga son los nombres de los personajes), una locación (Roma) y un año (1976) circunscriben el primer capítulo. El lector puede pensar, adelantándose, que esa será la tónica del libro: un relato autobiográfico, narrado en orden cronológico con cierta distancia —una frialdad no exenta de ternura y sentido del humor—, tomando como hitos las casas en las que ha vivido el protagonista y que le van dando título a cada uno de los fragmentos: “Casa del Sótano”, “Casa de la Montaña”, “Casa Señorial de Familia”. Por suerte, Andrea Bajani desbarata las expectativas de ese hipotético lector y ofrece una novela distinta, escurridiza y sutil; un texto íntimo pero también político, que salta de un lugar a otro en cada capítulo, paseándose por el último medio siglo de la historia italiana (desde 1975 hasta los días de encierro de la pandemia), entrando y saliendo de habitaciones varias para entregar, de paso, una reflexión sobre las muchas formas de habitar el mundo, sobre el amor y el paso del tiempo.
La pregunta de siempre: ¿Cómo se cuenta una vida en trescientas páginas? Es decir, ¿cómo se decide qué contar y qué omitir?, ¿qué momentos sirven como metonimias para mirar el todo que es la vida?, ¿qué lugares condensan una etapa? Y, al mismo tiempo, ¿cómo contar la propia vida en relación a lo que pasa más allá de lo doméstico, al mundo abierto y amplio de la vida pública? Cada autor, cada autora, da una respuesta formal a esas preguntas.
“La arquitectura”, se lee en uno de los primeros manifiestos de la Internacional Situacionista, “es la manera más simple de articular el tiempo y el espacio, de modular la realidad, de hacer soñar”. Bajani lo sabe y elige el espacio habitado como columna vertebral de su relato. Pero la casa es mucho más que solo la casa: le sirve, también, de metáfora, palabra clave, manera de mirar el mundo. A las casas literales se suman otras, simbólicas: un anillo de bodas se convierte en la “Casa del Parasiempre”; el espacio ciego que cae más allá de la memoria se erige en una “Casa de los Recuerdos Fugados”; un hotel londinense donde Yo se encuentra, de casualidad, con un amigo de antaño, pasa a llamarse “Casa de la Adolescencia que Vuelve”.
El punto de vista narrativo tampoco se queda quieto y va mutando en cada capítulo: está, de pronto, en la mirada de la tortuga, a ras del suelo. Al siguiente capítulo, sobrevuela el territorio de la ciudad de Turín, a vista de dron. Esa mirada que procede por acercamientos súbitos, o que detiene el transcurso de una escena para analizarla al detalle, tiene algo cinematográfico, pero no a la manera con que se suele usar el término para indicar que una novela avanza rápido o sin reflexiones. Por el contrario, es una mirada cinematográfica porque parece haber incorporado la maleabilidad de esa tecnología, sus procesos de edición, sin renunciar al potencial ensayístico del cine, a su capacidad reflexiva y a los matices de intimidad que la cámara convoca.
Los fragmentos más autobiográficos, donde se describe la tensa relación con el padre durante la infancia, los abusos, el amorío con una mujer casada durante los años universitarios (en la “Casa del Adulterio”), el hallazgo de la vocación literaria, la vida matrimonial, la paternidad y el divorcio, se alternan con otras dos series: los capítulos sobre la Casa de Poeta y los de la “Casa de Prisionero”, referidos, respectivamente, al asesinato de Pier Paolo Pasolini en 1975 y al secuestro y homicidio del político Aldo Moro, a manos de las Brigadas Rojas, en 1978. Pero esos episodios históricos no aparecen deletreados con aire pedagógico; la narración mantiene el mismo tono, los nombres reales del poeta y el político no aparecen por ningún lado. Hay un aire de misterio que los rodea, una violencia de la escena que se trasmina a la palabra. Estos dos contrapuntos le sirven a Bajani para situar su propia infancia en relación a esos años convulsos de la historia italiana, pero también para inyectar un aire de extrañeza en la novela. El resultado es un tour de force que sitúa al autor entre lo más interesante de la narrativa europea contemporánea: un narrador capaz de moverse en varios planos, oscilando entre lo personal y lo público, entre la memoria y la historia, con elegancia y con osadía a nivel del lenguaje y de las decisiones formales.
Los capítulos de Bajani son breves, de tres o cuatro páginas. Cada tanto, se intercala un plano catastral de alguna de las casas que refiere. La inclusión de esas imágenes no es gratuita; el efecto que producen es de una extraña objetividad, que contrasta con el registro íntimo de la autobiografía. Es, un poco, como si se le ofrecieran al lector los planos catastrales de un sueño, un avalúo emocional de esos espacios. Los saltos temporales, los cambios de punto de vista y esa alternancia entre lo objetivo y los fantasmas de la interioridad contribuyen a la impresión de que se está ante un texto impredecible y vivo.
Una de las series que más conmueven, que más capturan la atención, es la de “La Casa del Adulterio”. Bajani sabe dosificar la información de forma que nos deja con una curiosidad constante en torno a esa Mujer Casada, buscando entender el entramado emocional que sostenía a Yo en esa relación desigual. Pero nada está sobreexiplicado. Lejos de ceder a la tentación psicologista de justificar a sus personajes, el narrador nos entrega las acciones y las decisiones de Yo como un todo necesario, y el efecto, curiosamente, es que se genera una empatía inmediata con el personaje.
Leyendo El libro de las casas me vinieron a la mente dos autores, ambos franceses y ganadores del Nobel: Patrick Modiano y Annie Ernaux. En ambos es central el reto de reinventar la escritura autobiográfica. Ernaux descubre en Los años que ese desplazamiento de la primera persona capaz de abrir una distancia frente a la propia experiencia que nos permita contarla se puede dar hacia el plural, el nosotras, en vez de hacia el ella. Así, retrata una vida que es la de muchas, una época encarnada que se asume siempre colectiva. Por su parte, en títulos como Libro de familia o Un pedigrí, Modiano se sirve de una prosa minimalista y directa, apegada a los hechos y los nombres —a los topónimos, sobre todo—, pero logra emocionar desde ahí, narrando el núcleo del desasosiego (el abandono del padre) sin adornos. Bajani absorbe estas dos lecciones de un modo absolutamente personal.
En El libro de las casas hay escenas de una intimidad suspendida que sobrecoge, cuadros pintados con la luz suficiente para entender lo que sucede, pero respetando el peso de la sombra. Hay, también, una reflexión sostenida sobre cómo los espacios determinan la experiencia emocional de quienes los habitan. La apuesta de Bajani es contundente y esta novela lo confirma como una voz indispensable de la literatura italiana contemporánea.
Traducción de Juan Manuel Salmerón Arjona, Anagrama, Barcelona, 2022
Imagen de portada: Paul Klee, Arquitectura colorida, 1917