Es un día de abril de 1941; el escenario es la selva de Absalon, cerca del monte Pelée, en Martinica. En la exuberancia de la vegetación tropical, se siente un calor húmedo y una mujer con un canasto en la cabeza pasa al lado de un grupo de paseantes. Ahí están Aimé Césaire y su mujer Suzanne; René Ménil; André Breton, su esposa Jacqueline Lamba y su hija Aube; André Masson; Wifredo Lam y su mujer Helena. Años después, cada uno de ellos caería en cuenta de que el rumbo de sus vidas cambió aquel día.
Todo comienza en un barco con destino a Nueva York que, con decenas de exiliados a bordo (entre ellos Claude Lévi-Strauss, Anna Seghers, Wifredo Lam y André Breton), hace escala en Martinica. Breton, que busca un moño para la pequeña Aube, entra en una mercería de Fort-de-France, donde ve por casualidad la revista Tropiques y lee unos poemas que lo impresionan. Pide conocer al autor, Aimé Césaire. La tendera, que resulta ser la hermana del filósofo René Ménil, uno de los cofundadores de la revista, junto con Aimé y Suzanne Césaire, los pone a todos en contacto. Es el inicio de una red de amistades cruzadas y de influencias artísticas extraordinariamente fecundas.
“Le grand camouflage” —el ensayo que da nombre al libro compilado por Daniel Maximin en 2009— fue escrito por Suzanne Césaire en 1945 y es un eco de aquel día: un texto poético-político de gran vigor, a la vez lírico y anclado en la geografía y la antropología de la isla de Martinica. Daniel dice que es quizás “el texto más luminoso y más grande sobre la identidad antillana, junto con Piel negra, máscaras blancas de Frantz Fanon”.
“Le grand camouflage” es uno de los siete ensayos que escribió Suzanne, todos para Tropiques, la revista literaria más importante de las Antillas, publicada entre 1941 y 1945. En ellos la escritora se burla del duduísmo1 literario, habla de poesía, de las raíces africanas de las Antillas, de los paisajes, del “hombre planta” —imagen que encontramos en la poesía, muy naturalista, de Aimé, pero también en los cuadros de Masson y de Wifredo Lam, quien se hiciera amigo íntimo de la pareja—. En suma, coloca a las Antillas en el mapa de la modernidad literaria y política.
Además de los textos de Suzanne Césaire, el libro editado por Maximin, incluye textos de Ménil, Masson, Breton y Aimé Césaire, todos relacionados con la selva de Absalon. (Otras obras y acontecimientos que constatan esta influencia, aunque no estén consignados en el libro, son algunos lienzos de Masson y de Wifredo Lam, y probablemente también el divorcio de los Breton, después del cual Jacqueline se haría pintora.)
De hecho, la visita a Absalon fue una experiencia muy fuerte, casi violenta para los participantes. “Creemos que podemos abandonarnos impunemente al bosque y venga de repente con que nos obsesionan sus meandros: ¿saldremos de este laberinto verde?, ¿no será que estamos en las Puertas Pánicas? [sic]”, escriben Breton y Masson en “El diálogo criollo” (publicado en 1942 en Buenos Aires). “Sin embargo, las heliconias de Absalon sangran sobre los precipicios y la belleza del paisaje tropical se le sube a la cabeza a los poetas que pasan […]. Aquí, los poetas sienten que la cabeza les da vueltas”, responde Suzanne en un texto de 1945. A los poetas también les da vueltas la cabeza a causa de Suzanne. A Breton le parecía “bella como la flama de un ponche de ron” y le dedicó varios textos.
Además de esos siete ensayos, Suzanne escribió una obra de teatro, Youma, aurore de la liberté, que se montó en Fort-de-France a principios de los años cincuenta, pero el texto se perdió. Émile Capgras, expresidente del Consejo Regional de Martinica, fue uno de los jóvenes actores de la obra, pero también extravió el texto. Después de esta obra, ya no hubo nada: Suzanne no volvió a escribir y hoy es un enigma. ¿Cómo es que una mujer que entre los veinticinco y los treinta años escribió textos tan poderosos dejó de escribir para siempre? ¿Qué hace que una mujer se detenga? Solo podemos averiguarlo indagando en lo que sabemos de su vida.
Suzanne nace en 1915 en el seno de una familia mulata pequeñoburguesa; su madre era institutriz. Después de cursar la primaria pública en Rivière-Salée y pasar por un internado femenino en Fort-de-France, estudia Letras en Toulouse y después en París. Ahí conoce a un grupo de amigos, entre ellos al escritor guyanés Léon-Gontran Damas, a la actriz Jenny Alpha (que aún recuerda extasiada la inteligencia de Suzanne), a Gerty Archimède (futura diputada comunista de Guadalupe) y a Léopold Sédar Senghor, que le presenta a Césaire.
Las fotografías de la época (como las que le tomarán más adelante) muestran a una joven de belleza solar, cabello trenzado en un moño, ojos de color castaño claro, entre la inquietud y la serenidad. El grupo de amigos se reunía para ir al teatro o a conciertos de Duke Ellington, también para bailar, aunque Suzanne decía que, en ese sentido, Aimé tenía “dos pies izquierdos”. Eso no le impidió casarse con él. Para su boda, en el ayuntamiento del distrito XIV parisino, en 1937, vistió un traje sastre rojo encendido. Suzanne está ahí cuando Aimé escribe, en 1939, a los veintiséis años, su obra maestra, Cuaderno de un retorno al país natal; sin duda gracias a ella lo lleva a cabo.
Obligados a salir de París por la guerra, los Césaire regresan a Fort-de-France. Dan clases en el liceo Schoelcher y tienen hijos: la cuarta niña nace en 1942; tendrán seis vástagos en total. Cuando fundan la revista Tropiques, que se publica a pesar de la censura del régimen de Vichy, entre 1941 y 1945, están convencidos de participar en una internacional antifascista. En una Martinica sin gobernador designado por Vichy, escriben: “Ya no es hora de parasitar el mundo […]. Se trata de salvarlo. Es hora de fajarse como un valiente. Adonde quiera que miramos, gana la sombra […]. Sin embargo, somos de quienes dicen no a la sombra”. Suzanne y Aimé tienen el mismo ímpetu político y literario. Suzanne escribe. Ni la corta edad de sus hijos ni su trabajo de maestra la detienen.
Después de la guerra, Césaire es elegido alcalde de Fort-de-France, luego diputado de Martinica y toda la familia parte a la metrópolis. Viven en la calle de l’Odéon en París, luego en Petit-Clamart, en los suburbios; regresan dos años a Fort-de-France y vuelven a París, a Porte Brancion. Suzanne ya no escribe. Para entonces tiene seis hijos, que cría casi sola porque Aimé pasa en Martinica buena parte del tiempo. También vuelve a ocupar una plaza de maestra; su hija Ina recuerda —según le escribió a Daniel Maximin— que sus alumnos la llamaban “la pantera negra” y que ella corregía sus trabajos fumando cigarrillos Royal Navy en la villa de Petit-Clamart. Ina recuerda también sus vestidos y su conjunto de tricotosa, y que solo usaba pantalón en las vacaciones. Recuerda la “cabellera eléctrica que le encantaba soltarse para divertirnos”, sus “manos afiladas de pianista sin piano,/ dejando consumir entre sus dedos ahusados/ el humo azul de su cigarrillo inglés prohibido”. La autora también recuerda a una madre que “cantaba desafinada y le encantaba cantar, sin importar la burla de sus hijos (¡sálvese quien pueda!)” y a una “cocinera mediocre con una excepción: los bollos del domingo por la mañana”.
Suzanne era también una militante feminista y política “entusiasta”, que en las tardes inventaba cuentos, que poco a poco iban reemplazando los relatos reales, para sus hijos. “Tenía once años y lloré cuando ejecutaron a Julius y Ethel Rosenberg”, cuenta Ina. Los domingos por la mañana, Suzanne dejaba a los niños solos frente a un pastel de chocolate para ir a vender el diario L’Humanité en el mercado de Petit-Clamart.
El escritor haitiano René Depestre, que frecuentaba a la familia en aquella época, recuerda que Suzanne siempre estaba presente en los debates. Ina describe su manera de hablar “a la vez relajada y fluida, a veces acerba, a menudo irónica”. Ya no escribía, pero seguía siendo, para Aimé, una compañera, no una musa. Poco antes de su muerte (ocurrida en 2008), el poeta aún decía: “Respirábamos juntos, con fe en el mañana”. Era así pese a que Suzanne lo había dejado definitivamente en 1963 (a los 48 años), y pese a que se había enamorado de otro hombre; después un tumor en el cerebro mataría a Suzanne el 16 de mayo de 1966. Del hombre con quien Suzanne compartió sus últimos años no sabemos nada, excepto que durante mucho tiempo fue a poner flores en su tumba, en Martinica. Daniel Maximin afirma que Aimé habla de Suzanne en uno de sus últimos poemas: “La veo parpadear/ para hacerme saber que entiende mis señales/ que encima son de desamparo por las caídas de un sol muy antiguo/ creo ser ya el único que aún capta las suyas”.
Ina también recuerda que su madre le decía: “Tu generación será la de mujeres que eligen”. ¿Querrá eso decir que ella habría hecho otras elecciones?
Imagen de portada: Henri Rousseau, La cascada, 1910. Art Institute of Chicago
Nota de la traductora: Corriente literaria con una visión exoticista y convencional de la Francia de ultramar, en particular de las Antillas, basada en estereotipos y que no menciona temas como el colonialismo y la esclavitud. ↩