El característico estilo de Eduardo Huchín, lleno de ingenio y humor, no falta en Calla y escucha, su nuevo libro de ensayos sobre música. Este volumen confirma la habilidad del autor para encontrar la óptica más interesante sobre cualquier asunto del que decida ensayar. Ya sea comentando las canciones de Cri-Cri o la biografía de la pianista Clara Schumann, Huchín nos hace sonreír y sorprendernos de todos aquellos detalles que ignoramos o pasamos por alto al oír una melodía.
Una de las mayores virtudes del libro estriba en su originalidad al indagar en aspectos soterrados: la dimensión visual de la música; las formas que puede adoptar el humor en grupos tan excéntricos como Les Luthiers; las razones detrás de los experimentos orquestales de los Beatles y de Arnold Schönberg; las penurias del oficio y las implicaciones de su mercantilización; las canciones (no tan) infantiles de Francisco Gabilondo Soler que, aunque aparenten ser simples cuentecitos, tienen tintes autobiográficos; así como la música religiosa que, según apunta el autor, incluso fue útil para concretar la fuga de trece presas de una cárcel en Montevideo.
Esta singular mirada es la que convierte a Huchín no solo en escritor, músico y editor, sino también en un hábil cazador de datos curiosos. Tras sumergirse en las decenas de libros que conforman la bibliografía escrita en prosa al final de Calla y escucha, rescató lo más sugerente entre ese inmenso océano de información. No hay desperdicio en las anécdotas, explicaciones técnicas y reflexiones: el autor las teje de tal manera que el libro deja la sensación de haber sostenido una buena y divertida conversación con un amigo. Nada más alejado del sopor característico de otros espacios dedicados a la investigación. Por ello el ensayo es una forma literaria capaz de poner en crisis nuestra idea de lo que entendemos por erudición: al leer textos como los de Huchín, no queda sino recordar que esta “escritura a partir de la lectura” (como Liliana Weinberg define el ejercicio de Montaigne) es el vehículo para saciar nuestra curiosidad.
Cuando la indagación es honesta y responde a preguntas personales e intereses genuinos no se siente como una actividad estéril ni burocrática. No se cita por compromiso, no se busca la exhaustividad, sino el mero rigor artístico de mantener el interés en lo que se dice. Por eso llama la atención que el texto inicial y el epílogo de Calla y escucha abreven dos referencias a Montaigne (la pregunta “¿qué sé yo?” y la frase de “pintarse de cuerpo entero”) que catapultan la reflexión final de Huchín en torno al oficio de ensayar: “Escribir una autobiografía con lo que otros tienen que decir es la única cosa que —por ahora— me interesa hacer”. Hacer una autobiografía delegando la voz a otras personas significa, precisamente, recordar que no solo somos un cúmulo de vivencias sino una mirada que singulariza cualquier cosa que pase frente a ella.
Si el ensayo es la representación escrita de un paseo mental, las caminatas que siguen a las cavilaciones de Huchín se caracterizan por el trazado de puentes insospechados y extravagantes. El texto dedicado al vínculo entre música e imagen recorre el auge de los videos musicales (como los maratónicos metrajes de Guns N’ Roses en donde “demasiada gente tiene unas ganas irresistibles de arrojarse a algún lado”), los espectáculos teatrales de los conciertos de rock con guitarras incendiadas, la música del cine que solía salir bastante mal en las primeras proyecciones y los virtuosos músicos con ceguera, entre quienes destaca Art Tatum, conocido por su capacidad de “distinguir la marca de una lata de cerveza con solo escucharla caer al suelo”. Al leer Calla y escucha, no solo resulta sorprendente el excelente trabajo de documentación, sino la capacidad asociativa de Huchín, que nos hace conectar cosas que parecían no tocarse ni remotamente.
No queda duda de que los temas tratados en el libro son interesantísimos, pero quisiera recalcar que su atractivo reside en la creatividad que el autor ejercita al evitar los lugares comunes de cómo solemos presentar la información. Basta con recordar, a manera de ejemplo, su puntual relación de la vida y obra de un músico que ni siquiera existe o su refrescante manera de sintetizar la trama de Jesucristo Superestrella. La escritura de Huchín es una empecinada búsqueda por descubrir la forma más inusitada, capaz de sorprender a su lector y confirmar que, como decía Ricardo Piglia, se puede narrar el pensamiento “como se narra un viaje o una historia de amor”. Los ensayos de Calla y escucha muestran que también la investigación libresca puede contener la tensión gratificante de un buen cuento.
Confesaré que, antes de abrir el libro, me asaltaba el miedo de sentirme como me suelo sentir al hablar de música: inerme ante un sinfín de cosas que desconozco. No por nada, desde mis años en la escuela, rehuyo de las personas que visten playeras de bandas y sueltan una retahíla de nombres a la menor provocación. Siempre he pecado de no recordar ni siquiera cómo se llaman las canciones que más me gustan. No obstante, desde el primer ensayo, “No te avergüences por no saber de música (los que dicen que saben tampoco es que sepan mucho)”, descubrí que el propósito del autor era construir una personalísima historia cultural capaz de llamar al asombro y a las ganas de leer para sumar piezas al rompecabezas de lo que significa escuchar música. Calla y escucha es una invitación a oír con cuidado y a prestar atención a todos los murmullos (sean citas, anécdotas o juicios con mala leche) que enriquecen la experiencia musical. Los ensayos funcionan a la manera de la pieza más célebre de John Cage, 4’33’’, pues nos hacen percatarnos de que la música es también todo lo que suena alrededor, todo lo que se ha dicho, todo lo que se puede decir.
Por esa ligereza inteligente que tienen sus páginas, sorprende saber que Huchín (quien en la semblanza de la contraportada se define a sí mismo como “un tipo frío y aburrido”) escribió Calla y escucha gracias a que sus gatas solían despertarlo con sus maullidos a las cinco de la mañana. Un escenario radicalmente distinto al de Montaigne quien, según Stefan Zweig, en su mocedad iniciaba el día rodeado de un trío de flautistas y violinistas que esperaban una señal para entonar suaves melodías. Todo porque uno de sus preceptores afirmó que “era perjudicial para el tierno cerebro de los niños despertarlos de golpe y con violencia”. Probablemente esa disonancia gatuna a la que se vio sometido Huchín lo llevó a buscar la armonía en otra parte: los Beatles, Johann Sebastian Bach, Pat Benatar, Wolfgang Amadeus Mozart. Calla y escucha, el producto de eso que hace un ensayista por las mañanas, confirma la riqueza que subyace a la libre investigación y constata también que hay plumas capaces de hacer música escribiendo.
Turner, CDMX, 2022
Imagen de portada: Escuela flamenca, A glaring of cats making music and singing, ca. 1700