Las imágenes de volcanes en erupción, cometas y nubes apocalípticas marcan nuestro imaginario alrededor de la palabra extinción. En ese dramatismo visual, justamente, radica el peligro, porque nos impide ver de qué manera silenciosa y sutil, mas no por ello menos rápida y fulminante, los reptiles, las aves, las plantas y los mamíferos están desapareciendo del planeta cada minuto. El título de La sexta extinción, de Elizabeth Kolbert, hace referencia a los cinco magnos eventos en la historia de la Tierra que arrasaron con flora y fauna, mermando la diversidad biológica a escalas monumentales. Ganador del premio Pulitzer en 2015, La sexta extinción analiza las posibles causas de estas desapariciones masivas y sus semejanzas y diferencias con la época actual. En un recuento histórico, nos recuerda cómo la humanidad se resistió durante mucho tiempo a creer en el concepto mismo de extinción, así como ahora tantas personas se rehúsan a creer en el cambio climático y en la sexta extinción de la que se habla esta obra. Apenas hace poco más de un siglo los paleontólogos comenzaron a desenterrar mundos perdidos y a descubrir las criaturas fantásticas que habitaron la Tierra durante millones de años. Estos seres, que de tan abundantes parecían indestructibles, sobrevivieron hasta que algún cambio drástico en las condiciones, tan rápido que no permitió a la evolución el tiempo de adaptación necesario, acabó con ellos. Estamos acostumbrados a leer de las megaextinciones como eventos fortuitos y lejanos a nosotros; el libro de Kolbert nos advierte de la verdadera cercanía. Dos capítulos del libro pueden resultarnos especialmente sorprendentes a los novatos en estos temas: los que la autora dedica a la participación del ser humano en la extinción de la megafauna y de los neandertales. Durante mucho tiempo no estuvieron claros los motivos por los que desaparecieron los tigres, elefantes y aves gigantes que alguna vez poblaron la Tierra. Algunos lo atribuían a un cambio en el clima, pero cada vez parece más claro que el elemento determinante fue la cacería por parte de los humanos. Estos animales se reproducían a una velocidad menor a aquella con que éstos los cazaban, y así, de a poco, se fueron extinguiendo. Kolbert explica que el mismo procedimiento está llevando a la extinción a los grandes mamíferos de hoy en día: gorilas, elefantes y leones. Algo similar sucedió también con los neandertales, con la diferencia de que el ser humano procreó con ellos antes de exterminarlos. Una vez clara la responsabilidad que los humanos tuvimos en estas extinciones, incluso antes de la sobrepoblación y la revolución industrial, no resulta descabellada la idea de que en la actualidad estemos ocasionando una megaextinción, de una escala tal que ya es evidente en los registros geológicos. Los ejemplos que da Kolbert en el libro sirven para reforzar esta idea. Visita distintos proyectos de investigación y conservación alrededor del mundo que se ocupan de analizar, prevenir y paliar las consecuencias del deterioro ambiental. Con entrevistas, viajes y crónicas, Kolbert demuestra hasta qué punto y a qué velocidad nuestros patrones de consumo están acabando con la diversidad biológica de todos los ecosistemas, terrestres y marinos. Kolbert no le da tregua al lector. No utiliza eufemismos ni oculta las cifras y datos más atemorizantes. No pretende en ningún momento darnos falsas esperanzas, pero tampoco es tremendista ni melodramática. Es brutalmente precisa y realista. Podría ser un epígrafe de este libro la famosa cita de Eliot: “Así termina el mundo: no con una explosión sino con un quejido”. En la cuenta de Twitter de Kolbert, por los artículos que comparte y publica, queda claro el nivel de negación en el que vive buena parte del mundo y en particular Estados Unidos. Estamos todavía lejos de las acciones radicales que requeriría refrenar el deterioro ambiental, y para colmo, Trump, desde que llegó a la presidencia, no hace sino dar pasos hacia atrás y poner en peligro las iniciativas ambientales más importantes de su país. En La sexta extinción, Kolbert aparece como una especie de Casandra, pero más que ser una vidente del futuro, es una Casandra del presente, que observa y registra los desastres que ya están ocurriendo y que tanta gente se rehúsa a ver. Muchas veces los siguen percibiendo como temas lejanos en el tiempo y el espacio, cuando están aquí, ahora, y tienen que ver con las decisiones que tomamos todos los días. Por ejemplo: el tema de los hijos. En distintas ocasiones Kolbert ha escrito sobre el dilema ético de tener o no tener hijos. En su reseña para The New Yorker, “The Case Against Kids”, revisa un conjunto de libros que debaten la elección de reproducirse desde la filosofía, la economía y la sociología, y concluye que la decisión respecto al tamaño de las familias no es cosa menor, ni meramente subjetiva, pues va determinando el futuro del planeta de familia en familia. Kolbert menciona de pasada en el libro que tiene tres hijos y esto de inmediato me hizo preguntarme por qué había decidido tenerlos. Algo parecido se pregunta Nick Hornby en su libro Ten Years in the Tub, donde se refiere a Field Notes from a Catastrophe, otro libro de la autora que trata temas similares: “¿Ha hablado con ellos [sus hijos] sobre estas cosas? ¿Cómo afecta a su confianza, su habilidad para proveer el tipo de optimismo y la sensación de seguridad que los niños necesitan? La evidencia sugiere que nuestros hijos vivirán vidas muy diferentes, mucho menos cómodas que las nuestras; muy probablemente decidan que no tiene sentido tener hijos ellos mismos”. La lectura de un libro así puede causar una angustia terrible ante el prospecto de traer otro ser humano al mundo. Lo digo por experiencia propia, porque escribo esta reseña con seis meses de embarazo. Pero el principal miedo que inculca es menos apocalíptico y más bien triste: el de heredar un planeta tanto más pobre a las siguientes generaciones. Una de las enormes virtudes de este libro es centrarse en especies menos vistosas que los pandas y los osos polares, que son un estandarte más común en las luchas ambientalistas. Kolbert sabe leer en los seres diminutos que también están desapareciendo, en las ranas y los corales menos llamativos, siglos de evolución, estrategias de sobrevivencia, belleza e incluso una suerte de sabiduría (pienso en el cuervo hawaiano, casi extinto, que evoca en el libro, porque el ave en cautiverio repite una y otra vez la frase “Yo sé”). Toda esta espléndida diversidad se está desvaneciendo tan rápido que habrá incontables especies que ni siquiera llegaremos a conocer. Kolbert afirma en el último capítulo que los mismos genes que distinguen a los humanos de los changos y del neandertal, los que nos predisponen para el trabajo en equipo, la invención, la locura de la creación, nos han traído hasta este punto de destrucción, y sin embargo podrían salvarnos. ¿Para qué tener hijos si somos una especie tan atroz? Porque entre los humanos también están esas personas admirables que dedican su vida a los proyectos que la autora documenta. Personas que están tratando, por ejemplo, de reproducir al último par de rinocerontes de Sumatra o que construyen un hotel para las pocas ranas doradas que sobreviven en Panamá. Y está la misma Kolbert, que decide recorrer el mundo, escalar montañas y atravesar selvas, para difundir el trabajo de estos ambientalistas. Por personas así no habría que darse por vencidos de cara a esta crisis gigantesca.
Imagen de portada: Pintura rupestre en Altamira, Cantabria, España.