En contra de la indiferencia que anestesia se erigen ciertas miradas y búsquedas estético-políticas que van a contracorriente de la homogeneización de la cultura, la sociedad, la existencia. Existe una obra que indaga en el corazón mismo de Estados Unidos: el cine de Travis Wilkerson. En veinte años de trayectoria nos ha legado piezas cinematográficas para comprender la sociedad e historia de su país, así como realidades contemporáneas delineadas por el capitalismo: racismo, guerras imperialistas, devastación ambiental. A partir del documental autorreferencial y bajo el influjo de figuras tan heterogéneas como las de Santiago Álvarez, Emile de Antonio o Harun Farocki, su trabajo amplía los bordes de lo audiovisual desde un posicionamiento ético sin fisuras.
Máquina de escribir, máquina de pensar
Sus películas son documentos que nos acercan a realidades cruentas y a la vez ocultas de Estados Unidos, un país fundado en el genocidio de miles de habitantes originarios, en un expansionismo patológico, en discriminación racial y de clase profundas. Sus pesquisas y comentarios pueden extrapolarse a toda sociedad capitalista actual. Pensador crítico de lo audiovisual, Travis Wilkerson (Colorado, 1969) ha construido una estética y política unificadas, pues no se entienden una separada de la otra. Investiga en las aguas profundas de la historia, la nación, la autobiografía. Su cine parte de la introspección para recorrer los ámbitos social, histórico e, inevitablemente, político. Desde una arqueología del presente —como ha señalado el crítico Roger Koza—, Wilkerson se aproxima a eventos que han pasado inadvertidos o han sido encubiertos. Buena parte de dicha indagación surge de desentrañar la memoria, hurgar en los recuerdos de familia. No una mirada inocua, sino la voz introspectiva es detonante argumental para transitar hacia una reflexión mayor, hacia los orígenes, silencios, motivaciones de un país obsesionado en construir mitologías y disecar la Historia, con la consecuente incomprensión de su presente. Siempre hallaremos trazas del pasado, aunque el discurso dominante las encubra. La política de despojo del capital sobre cuerpos, pueblos y territorios prosigue en el mundo, México incluido. La masacre de Sand Creek sigue ocurriendo: es Gaza hoy. Eso sugiere su cortometraje Ecuación Sand Creek (2012). El punto de vista es crucial, recordó Travis Wilkerson en la Ciudad de México durante su clase magistral en marzo pasado —parte de las actividades de la retrospectiva que le dedicó el VIII Festival Internacional de Cine de la UNAM. Reivindicó también tomar posición (política) frente a las cosas, el activismo como parte consustancial del plano creativo. El pensamiento devenido en praxis. Acción humana que todo lo genera y que, en efecto, lo puede transformar.
Máquina de memoria, máquina de historia
La memoria colectiva y familiar entrelazadas. ¿Cómo esclarecer la memoria encallada, enterrada, velada? Wilkerson, artista radical, busca recuperarlas y esbozar genealogías. En su más reciente trabajo, ¿Te has preguntado quién disparó? (2017), revisa el caso de Bill Spann, un hombre negro asesinado en una tienda en Alabama en los años 40. El responsable, S. E. Branch, aunque condenado por homicidio, nunca pisó la cárcel. Racista consumado, el asesino era bisabuelo de Wilkerson. De este aparente ajuste de cuentas familiar, el cineasta —bajo un ejercicio de montaje formidable, utilizando películas caseras, fotografías y entrevistas— construye una sólida reflexión a partir de su búsqueda de información sobre Spann. No encuentra nada, ningún familiar, ningún documento salvo el acta de defunción. Tampoco una tumba. Esta obra va a las raíces del racismo estadounidense. Así, por un lado rastrea los orígenes del activismo de Rosa Parks, mediante el testimonio del viejo activista Ed Vaughn. Nos descubre que la acción —no ceder su asiento en el autobús a un blanco, un día de 1955— que la historia oficial marca como el inicio del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, se trató de un acto planeado, desenlace de un activismo de años. En contraparte, la investigación de Wilkerson recala en Cottonwood, donde el Ku Klux Klan tiene raíces profundas, al buscar a una de sus tías, una conocida supremacista blanca. El pasado es sólo un relato, uno entre muchos, que depende de quién lo emite. Con una gran conciencia de él pero enraizado en el ahora, se pregunta Wilkerson en esta película: “¿has estado en un lugar donde sientas que algo terrible sucedió?” Si bien la emite mientras vemos el interior de la otrora tienda del bisabuelo, podría aludir a Estados Unidos por entero. Sobre la devastación de un lugar bajo el capitalismo, Wilkerson elabora su primera obra maestra: Una herida a uno (2002). Recoge la historia de Butte, una ciudad minera de Montana ahora casi vacía, luego del abandono de Anaconda, empresa que al irse del lugar dejó una catástrofe ambiental luego de cien años de explotación de cobre. En la historia de la mina se calcula que perecieron unos diez mil trabajadores, ya fuera por enfermedades, accidentes o las terribles condiciones laborales, en especial cuando producía el 10% del cobre del mundo, en el primer tercio del siglo XX. Sobre ese sustrato la película se centra en Frank Little, un sindicalista (de ascendencia cheyene y blanca) sacrificado por el capital. Bajo órdenes de la compañía, un comando lo asesinó por organizar a sus compañeros para exigir mejores condiciones de trabajo. En Los Ángeles Red Squad: la situación comunista en California (2013) crea una arquitectura de la aniquilación de los movimientos sindicalistas y de izquierda en Estados Unidos. Recupera la historia de un escuadrón policial, comandado por un tal William Francis Red Haynes, diseñado para combatir el movimiento obrero y el comunismo de los años 20 a los 60. Combatir el comunismo implicaba, claro, atacar la libertad de expresión, de reunión, a los grupos de derechos civiles y a las organizaciones en contra de la guerra. La destrucción del movimiento progresista de Estados Unidos ha sido sistemático y, financiado con los impuestos, muestra el autoritarismo de aquel país. Parece no haber movimientos de resistencia: o falta mayor organización o han sido desarticulados, infiltrados, suprimidos.
Máquina de resistir, máquina de nombrar
La historia de Estados Unidos es la historia del colonialismo. En Cruz de vuelo distinguido (2011), Travis Wilkerson versa sobre la invasión y destrucción estadounidense de Vietnam, y construye una crítica contra el imperialismo. Otra vez, los recuerdos de familia (en una cena informal entre un padre y sus dos hijos) y la condecoración al padre por su trabajo en el ejército se vuelven un relato de la barbarie y la destrucción. Por su parte, en ¿Metralleta o máquina de escribir? (2015) rompe de nuevo los diques de lo personal para meditar sobre un problema socio-histórico, sistémico. Aquí un locutor (el propio Wilkerson), en una transmisión de radio clandestina, refiere un diario de amor y militancia en el contexto del movimiento Occupy. Este ensayo cinematográfico, homenaje en lo formal a Chris Marker, busca pensar los discursos políticos en tiempos de propaganda, de subversión neutralizada, y vindicar la creación como medio para agrietar la hegemonía. “Ninguna clase gobernante en toda la historia de la humanidad ha abandonado su dominación de forma pacífica”, dice con voz grave y errabunda. Y añade: “¿no te parece mejor intentar cambiar al mundo con ideas, imágenes, con poesía en lugar de violencia? Nadie prefiere una metralleta a una máquina de escribir, salvo un fabricante de armas o un especulador de la guerra”. El paisaje y su representación son claves en la mayoría de las películas de Wilkerson. En Para el 150 aniversario de la masacre de Sand Creek (2014) muestra algunas tomas fijas de planicies de Colorado —y su vegetación— donde 150 años antes un batallón del ejército estadounidense asesinó a traición a más de 150 cheyenes y arapajós, en su mayoría mujeres y niños, para que el capitalismo subyugara esos cuerpos y saqueara esos territorios. A la visualidad la acompaña una banda sonora inquietante: fuegos artificiales de un 4 de julio en el vecindario del cineasta. ¿Qué vieron esos árboles, esas hojas de hierba? ¿Cuánta sangre absorbió esa tierra? ¿Cuánta muerte y despojo requiere el sistema para sobrevivir? En Elegía superior (2003) un trío de músicos se une para celebrar la vida de un poeta asesinado en circunstancias sombrías. Este ejercicio es atravesado por un hecho inesperado: 11 de septiembre de 2001. Entonces esa elegía íntima toma significados mayores en un país donde los halcones, prestos, empezaron a tocar tambores de guerra. En 22 minutos de imágenes y música distorsionadas, la desolación y el duelo se acusan intensamente. Y en Para Michael Brown (2014) rinde homenaje al joven negro de 18 años asesinado por un policía blanco en San Luis Misuri, el 9 de agosto de 2014. Una situación que no deja de repetirse en Estados Unidos. Un canto fúnebre de cinco minutos de silencio y negro absolutos. Un 4’ 33’’ —la pieza célebre de John Cage— de la ignominia.
Epílogo
El quehacer de Wilkerson nos invita a (re)pensar el cine no sólo como aquello proyectado sobre una pantalla, sino a cuestionar las condiciones de su producción y la relación con el espectador. Genera una experiencia que apela a los sentidos a la par que a la reflexión, una experiencia cinematográfica total, pero no una donde el espectador olvide quién es y dónde está, sino una donde su imaginación y pensamiento se estimulen. La obra de este cineasta ilustra lo que Amos Vogel proponía para un cine más libre y subversivo: complejidad poética e improvisación continua. Cine lúcido y subversivo es aquel que, aunque no cambie el mundo, puede transformar personas. Que siempre va más allá, dejando espacio para la duda, las contradicciones, el aprendizaje.
Buena parte del material audiovisual de Wilkerson aquí mencionado puede verse en su página y canal Vimeo.
Imagen de portada: ¿Te has preguntado quién disparó?, 2017.