Un señor con el que a veces converso (virtualmente) se dice muy preocupado porque un candidato a senador de nuestro estado le parece tibio para apoyar el derecho de las mujeres al aborto. También estoy a favor del derecho a abortar y voy a votar por ese candidato. Así que discutimos, el señor y yo, sobre la profundidad del compromiso del aspirante, sus posturas en temas relacionados con los derechos fundamentales y sobre su plataforma en general. La cosa se complica de inmediato, claro, porque el mismo sujeto, acto seguido, y sin que se le mueva un pelo, me dice que votará por un candidato a la presidencia que se ha posicionado directamente en contra del aborto. ¿Por qué le preocupa la presunta tibieza de un candidato en un tema en el que el suyo se manifiesta como enemigo de las ideas que el crítico dice defender? Ah, pues porque los caminos de la mente humana son misteriosos. Intento hacer un poco de luz entre tanta tiniebla. “¿Entonces usted va a votar por alguien que está en contra de sus ideas?”, lo cuco. “Ah, es que yo voy a votar por mi candidato por otras ondas distintas y sí, acepto que en eso del aborto no estamos de acuerdo”, me responde. “¿Pero no era el del aborto un tema capital en su ecuación política? ¿Un tema que le parece suficiente como para desdeñar a otro candidato y señalarlo como tibio?”, inquiero. “Ah, yo lo que digo es que mi candidato es mocho y el suyo también”. “Pero el candidato por el que voy a votar dice que no está en contra del aborto. Ofrece dialogar y pide que no haya penalización alguna. El suyo dice que está en contra y mete a Dios en el tema. Forma parte de un partido que lleva decenios en esa misma postura y no ha variado un ápice ni quiere dialogar. ¿Le parece que eso es lo mismo?”. “Sí”. Y se queda tan campante y se pone a incordiar a otros y a decirles incongruentes. Luego vuelve: “Pregúntale al candidato sobre su postura en el tema. Pregúntale”, desliza. “Oye, pero en serio: el tuyo está en contra. Y vas a votar por él”, opongo. “Qué maromas das”, me responde. Y se pone a hablar de ética. Tengo que reírme. Otro que quiere que se haga la justicia pero en los bueyes de su compadre, porque los suyos jalan para otro lado. Así, me temo, transcurren estos días pre-electorales. Tenemos tantas ganas de que en las urnas ocurra lo que nos parece mejor que somos capaces de declarar lo que nos parezca necesario con tal de intentar darles en la torre a quienes no comparten nuestra visión de las cosas. Ardemos en deseos de parecer más agudos y críticos que el vecino. ¿Qué va a suceder? Generalmente, luego de las votaciones la gente deja de pensar en política durante años y se limita a medio oír las noticias. ¿Nos habrán politizado definitivamente estas campañas? ¿Bastará estar más politizados para que el desastre nacional comience a mejorar? Si esta discusión fue un termómetro, me temo que vamos a sufrirle bastante.
Imagen de portada: A man driving a cart pulled by two oxen; in the left foreground a woman picks fleas from a boy’s head, sin fecha. Wellcome Collection CC.