El océano Pacífico es inmenso: mide 15,500 kilómetros de ancho en el ecuador, desde la costa de Colombia, al este, hasta la costa oriental de la península de Malaca, al oeste, mientras que 15,500 kilómetros separan la línea de 135 grados de latitud en el estrecho de Bering, al norte, de la Antártida Continental, al sur. En los últimos años los habitantes de las islas y las cuencas continentales de este vasto espacio han cambiado cada vez más la concepción de su historia conforme los avances en el transporte aminoran la distancia efectiva entre sus muchas costas, y sus pueblos dejan de lado los vestigios del imperialismo europeo y afirman una identidad cultural independiente. El hecho de que las naciones del este asiático y la economía de California adquirieran una importancia económica global después de la Segunda Guerra Mundial cimentó el carácter central del Pacífico en el comercio global y la geopolítica. Las historias del Pacífico han ignorado a entidades como la República Popular China y México excepto en su papel de puertos del comercio imperial. Lo anterior está cambiando ahora que la región asiática del Pacífico comienza a dominar la economía mundial y este océano se convierte en el principal campo de batalla por la degradación climática a causa de la contaminación industrial.
La presencia actual de China en el Pacífico
En 2007 el difunto profesor Ron Crocombe escribió: “En la actualidad está sucediendo una transición espectacular en las islas del Pacífico. Durante los últimos 200 años las influencias externas, ya sean culturales, económicas, políticas o de otro tipo, han provenido de modo casi unánime de fuentes occidentales. Eso está en proceso de cambiar predominantemente a fuentes asiáticas”. Con asiáticas se refería en buena medida a chinas, aunque investigaciones recientes han mostrado que los migrantes indios y filipinos en realidad son más numerosos en las islas del Pacífico. Esto es un legado de los contratos británicos en el caso de los indios, y del imperialismo español que vinculó durante más de 300 años a Filipinas con América Latina y las islas del Pacífico que están a medio camino. Las influencias chinas han sido particularmente obvias en estas islas desde el año 2000 y emanan de China, Taiwán, de naciones del sudeste asiático como Malasia y de pueblos de prosapia china que han residido desde hace mucho en las islas del Pacífico. Por lo general, las poblaciones étnicas chinas contemporáneas en estas islas conforman menos de uno por ciento de la población total. Aunque es difícil establecer cifras precisas debido al limitado material de los censos, la población china que reside actualmente en las islas del Pacífico probablemente se cuente apenas por encima de las 100 mil personas y se concentre en gran medida en Papúa Nueva Guinea, Fiji, las Islas Marianas del Norte y Guam, y la Polinesia Francesa. Muchos miembros de las comunidades chinas que existen desde siempre en las islas del Pacífico se muestran preocupados ante la falta de sensibilidad que los chinos llegados después de 1990 muestran hacia las formas locales y ante sus perjudiciales prácticas de negocios como competidores agresivos. Estas últimas personas se conocen como huayi, un término en mandarín que se refiere a alguien de etnia china y que en particular se usa para referirse a las personas de esta etnia con pasaportes que no son chinos. Los huayi se diferencian de otros migrantes por la debilidad de sus vínculos con China y su alto grado de movilidad al buscar oportunidades en la economía mundial que ha surgido en las últimas tres décadas. El aumento de la presencia china generó la preocupación de las expotencias coloniales que conservaban territorios y una influencia indirecta a causa de sus grandes contribuciones de ayuda financiera, en especial Estados Unidos, Australia y Japón, mientras que la República Popular China usaba su ayuda para competir por el reconocimiento diplomático en el escenario mundial. La competencia por el influjo en las islas del Pacífico escaló en 2006 y 2007, cuando China, Taiwán y Japón declararon grandes incrementos en sus presupuestos destinados a ayuda en el Pacífico, y Estados Unidos hizo público que buscaba revertir años de abandono relativo de esta región. Las tensiones se calmaron después de 2007 cuando no se llegó a una competencia comercial y de ayuda financiera, aunque la influencia de la República Popular China en la región sigue expandiéndose. Ninguna de estas nuevas tensiones ha perturbado las políticas nacionales o las relaciones internacionales de las naciones isleñas del Pacífico, pero las ha llevado a incrementar sus nexos más allá de los principales contribuyentes. Parece que este ímpetu por buscar alianzas a partir de intereses comunes restaurará los vínculos más cercanos que las costas latinoamericanas del Pacífico tuvieron con el resto de este océano.
La larga historia de China en el Pacífico
Si bien a los rivales de China que proporcionan ayuda financiera les conviene presentarla como una presencia tardía y perjudicial en un Pacífico que antes era estable, esta definición ignora su larga historia en él y el hecho de que el precio de esta estabilidad fue una libertad restringida para los isleños del Pacífico, primero como sujetos coloniales y luego por su necesidad postindependentista de la ayuda de examos coloniales. Las poblaciones de las islas del Pacífico provienen de exploradores, refugiados y colonizadores que hablaban lenguas papúes y luego austronesias y que se lanzaron hacia el sur y el oriente, a los mares desconocidos del sudeste asiático y el Pacífico hace aproximadamente entre 50 mil y tres mil años desde sus países natales en la costa del sudeste de China. Los vínculos marítimos continuaron durante milenios entre el Taiwán indígena que hablaba lenguas austronesias y Filipinas, y entre Filipinas y Micronesia después de estos primeros viajes de colonización hacia el Pacífico. Las comunidades costeras del sudeste de China conservaron su orientación marítima bastante después de la diáspora austronesia. Si bien la China moderna fue unificada por el poder político y militar que se ubicaba en las ricas llanuras agrícolas del interior, el sudeste se resistió a sus poderes políticos hasta el siglo XVI y siguió siendo una zona de piratas, contrabando y otras actividades no sancionadas por el Estado hasta bien entrada la modernidad. Después de que emperadores radicados en Pekín unificaran el norte y el sur, la orientación naval y comercial de China siguió dirigida hacia las aguas costeras del este asiático o fluyó hacia el sureste. El Océano Oriental, como llamaron los chinos al Pacífico, seguía siendo un mar de fábulas, que en buena medida no se exploraba y se evitaba. Existen, no obstante, indicios tentadores de que se sabía algo de las costas del Pacífico hacia el este. Las tradiciones hablan de tres costas al oriente ricas en oro, plata y jade y una hierba anónima para la longevidad. Estas historias señalan que los primeros emperadores chinos habían enviado grandes expediciones con miles de participantes para que buscaran, sin éxito, esas tierras. También se registra la existencia de una expedición polinesia (lo más probable es que haya sido hawaiana) en que el personaje ancestral Hawai’i Loa “encontró y reclutó a personas con ojos oblicuos”.1 Las tradiciones mesoamericanas y de los amerindios de la costa oeste de Estados Unidos no mencionan grandes expediciones desde el occidente antes de la llegada de los europeos. Es posible que estas historias se enriquecieran con el conocimiento de América obtenido mediante el comercio con los españoles en Manila, el último punto al este en sus rutas de comercio transpacíficas. Los españoles controlaron nominalmente una buena parte de Filipinas desde finales del siglo XVI hasta que el ejército estadounidense los derrocó en 1900. Manila fungió como un punto de entrada a China a través de comerciantes chinos que con el tiempo se casaron con personas de las comunidades locales y se convirtieron en una élite mestiza que se forjó un lugar dentro del orden colonial y dominó la política poscolonial en Filipinas. Un número desconocido de chinos filipinos trabajó en galeones que surcaban entre la Manila española y la colonia también hispánica de las Islas Marianas o a través del Pacífico hacia el puerto de Acapulco cuando regresaban cargados de bienes chinos después de haber vendido metales preciosos de América a un mercado en buena medida chino. Las tropas “españolas” en Filipinas y, de hecho, en todo el Pacífico occidental y el sudeste de Asia, estaban compuestas en gran parte de mestizos latinoamericanos y filipinos, con algunos mestizos chinos filipinos. La tripulación filipina y china que se reclutaba en Manila y se registraba en los inventarios del barco como hombres de Manila estuvo presente en Acapulco en el siglo XVI como tripulación en esta ruta comercial transpacífica que llevaba minerales americanos para intercambiarlos por productos chinos. Sin embargo, los filipinos no sólo llegaron como tripulación de los barcos: algunos residieron ahí como jornaleros e incluso como mercaderes. En México siguen existiendo rastros de esos primeros encuentros con los filipinos, tales como la tubâ, un ponche fermentado de coco y frutas como los mangos y el rambután, de igual manera que se adoptaron elementos mexicanos en la cultura filipina, como los términos balsa y chocolate.2 Los navíos británicos, franceses y estadounidenses dominaron cada vez más el Pacífico a finales de los siglos XVIII y XIX, cuando el comercio y la caza de ballenas proliferaron. Es probable que se haya subestimado la presencia china en la tripulación de estos navíos. La búsqueda de madera de sándalo y pepino de mar para suministrar al mercado chino llevó a estos navíos al sudeste del Pacífico, donde se registra la llegada de los primeros colonos chinos a las Nuevas Hébridas y Nueva Caledonia a mediados de la década de 1840. Los primeros isleños chinos del Pacífico que residieron allí mucho tiempo eran huashang (comerciantes). La mayoría de estas pequeñas comunidades se mantuvieron hasta nuestros días al casarse con familias que ya existían ahí o con chinos de llegada más reciente. No se siguió el mismo patrón en las islas Cook y Kiribati, donde el pequeño número de comerciantes chinos que ahí residía se casó con mujeres locales y cuya descendencia no ponía un énfasis especial en la identidad china, aunque unos cuantos siguen hablando chino hasta nuestros días.
Los haugong, jornaleros chinos contratados, no tardaron en llegar en la segunda mitad del siglo XIX. Las autoridades coloniales los introdujeron en Tahití y las Islas Marquesas en la Polinesia Francesa, así como en la Nueva Guinea alemana, la Samoa alemana y Nauru y Banaba, controladas por Alemania. Quienes iban a Tahití eran chinos hakka, reclutados en Shantou y Hong Kong, mientras que los jornaleros chinos en Nueva Guinea provenían de Singapur, Macao y Shantou, y probablemente incluían a hakka y cantoneses. Quienes trabajaban en Nauru, Banaba y Samoa eran cantoneses de Macao y Hong Kong. Los que permanecieron una vez que sus contratos concluyeron se dedicaron a pequeños negocios familiares que incluían la venta al menudeo, el cultivo de huertas y los servicios técnicos, financiados con ahorros que se redirigieron a empresas familiares. En el siglo XX se desarrollaron o expandieron comunidades chinas en la Polinesia Francesa, Samoa occidental, Fiji, las Nuevas Hébridas, las Islas Salomón y Papúa Nueva Guinea. La expansión japonesa durante la Segunda Guerra Mundial perturbó seriamente a las comunidades chinas en Nauru, Nueva Guinea y las Islas Salomón, ya fuera por invasión o por ocupación —o evacuación—, mientras que aquellos que estaban en islas ocupadas por los Aliados se beneficiaron de la falta de batallas y de las oportunidades comerciales para proveer a millones de soldados. La migración china se detuvo hasta 1960 y luego comenzó a aumentar. La expansión previamente señalada de su economía en las últimas dos décadas provocó el flujo de hauyi a las islas del Pacífico.
Los futuros del Pacífico
Ya que la economía china sigue prosperando, pareciera seguro que su impacto económico aumentará en el Pacífico conforme los turistas chinos se convierten en componentes cada vez más importantes de los destinos más globales, y los bienes chinos con precios competitivos capturan una participación mayor en el mercado. Las materias primas de las islas del Pacífico fluyen a los mercados chinos, con frecuencia facilitadas por empresas chinas que operan en las naciones isleñas de la cuenca. Conforme el régimen estadounidense actual impone más barreras en su economía para el flujo de bienes, servicios y personas, China está lista para llenar este vacío, algo que facilita un discurso gubernamental menos incendiario hacia los gobiernos y los nacionales extranjeros. Lo anterior presenta una oportunidad para que naciones latinoamericanas del Pacífico como México aumenten sus vínculos en términos que ellas puedan definir y negociar conforme el dominio estadounidense de la economía mundial sigue disminuyendo. Las pescaderías y los minerales, tanto en tierra como en el fondo del mar, son dos recursos globales cada vez más escasos y de alta demanda que la costa y las aguas del Pacífico latinoamericano tienen en abundancia. Las naciones isleñas del Pacífico, China y los Estados latinoamericanos de las costas del Pacífico tienen un interés común en asegurar el uso sustentable de estos dos recursos vitales, y muchos de ellos están más allá de las jurisdicciones marítimas nacionales. El cambio climático también afectará a pescaderías que son esenciales para los pueblos del Pacífico y sus cuencas asiática y americana, mientras que el número más grande de habitantes de la costa desplazados por el aumento del nivel del mar estará en China y en naciones del atolón del Pacífico. Las grandes naciones de la cuenca del Pacífico que emiten carbono tienen un interés común y los medios tecnológicos y financieros potenciales para mitigar los peores aspectos del cambio climático en el Pacífico; también tienen pasados compartidos, por mucho tiempo olvidados, que pueden servir como ejemplo y como inspiración para sumar propuestas legislativas mutuamente benéficas en torno al uso sustentable de estos recursos, como naciones en ascenso que sufrieron explotación en tratados efectivos y acuerdos comerciales desventajosos con las antiguas potencias coloniales.
Imagen de portada: Cartografía atribuida a Matteo Ricci en 1602. Es el mapa más sistemático de su tiempo y muestra a China al centro. Imagen de dominio público
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David A. Chappell, Double Ghosts. Oceanian Voyagers on Euroamerican Ships, M. E. Sharpe, Nueva York, 1997, p. 5. ↩
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Matt K. Matsuda, Pacific Worlds. A History of Seas, Peoples, and Cultures, Cambridge University Press, Nueva York, 2012, pp. 119-121. La tubâ puede hacerse de la savia fermentada de varias palmas, pero en Filipinas la más común es del cocotero. ↩