dossier Rojo FEB.2025

Carla Faesler

Por dentro somos un pulpo rojo que piensa

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I

Las cosas que no están en la naturaleza

Son tan extrañas las cosas que buscamos que me parecen rojas. El rojo es un color raro en la naturaleza, como la felicidad. Desear, siento, debe ser algo así.

El paisaje, en el sentido mundo, está hecho, principalmente, [de color verde y café, apenas una flor por ahí, un pájaro cardenal, un cielo ocasional o una sandía reventada entre la hierba, como una oración.

​ Digo “hecho principalmente de color verde y café…”, pero podría haber escrito “que percibimos principalmente en color verde y café”. ¿Qué es lo real? La ciencia nos confunde, la confusión tampoco es natural, ¿me equivoco? Equivocarse y confundirse son actos rojos en mi corazón que también lo es y, aunque es algo natural, también es raro.

​ La ciencia cambia constantemente sus revelaciones sobre la percepción: es la materia, es la luz, es sólo un infinito de partículas, es la energía, la mente, la conciencia, etc… O, recientemente, un día leí que ahora la apuesta es por la inexistencia de eso que llamamos realidad, que sólo vemos a través de una suerte de pantalla que muestra lo que nuestra mente construye como el mundo pero no es lo que realmente “existe”.

​ Hace mucho tiempo Lévi-Strauss escribió que entre lo sensible y lo inteligible está el lenguaje que nos fue dado, nuestra herramienta más utilizada para articular la realidad. Con el lenguaje inventamos los códigos con los que acomodamos lo visual para discernir, dar forma e identificar lo que vemos con un “algo”, una cosa o una causa. Para explicarlo mejor, hace una comparación entre diferentes disciplinas artísticas que me gusta, porque me aclara algo importante que me viene a la mente mientras escribo este texto:

Entre pintura y música no existe, pues, verdadera paridad. Una halla en la naturaleza su materia: los colores son dados antes de ser utilizados, y el vocabulario atestigua su carácter derivado hasta en la designación de los más sutiles matices: azul nocturno, azul pavorreal o azul petróleo; verde agua, verde jade; amarillo paja, amarillo limón; rojo cereza, etc. Dicho de otra manera, no existen colores en pintura más que porque hay seres y objetos coloreados antes.1

Cildo Meireles, Desvío hacia el rojo I: Impregnación [vista del entorno], 1967-1984. Instituto Inhotim, Minas Gerais, Brasil, © Fabiano Silva / Alamy Stock Photo.

​ La materia es el instrumento, no el objeto de la significación, continúa. El color es un asunto cultural. Claro. Y pienso de nuevo:

las cosas que buscamos son tan extrañas que me parecen rojas.

​ Con la emoción, la sensación, el instinto y la intuición, filtrados por el lenguaje, buscamos las cosas que no están en la naturaleza. Imaginamos: amarillo desprecio, rojo pasión, verde esperanza, blanco pureza. ¿No será a través de los colores que intentamos encontrar lo que deseamos?

Si le cambiamos el color al corazón, a la ira, a la pasión y al diablo, si los hacemos negro, rosa, beige y aqua, el corazón, la ira, la pasión y el diablo seguirán siendo rojos porque así nos los hemos imaginado. O así nos fueron dados.

La percepción común, la imaginación pública. Cuervo fucsia, flamingo azul. El hubiera sí existe.

II

“Gerión era un monstruo, todo en él era rojo”.2 ​ Yo era Gerión.

​ Mi madre había muerto. Ella era bruja, en serio, y tenía el pelo hasta la cintura. Entonces, cuando se fue, yo dejé de cortarme el mío y, poco después, perturbada y a veces sumergida en la confusión y el desánimo, empecé a vestirme de rojo: por la captación de energía, esa idea que tenemos en la nube del imaginario colectivo; por el hábitat de Aries —mi signo astral—, su elemento fuego y, por supuesto, por ser mi color favorito desde niña, mucho antes de que me hiciera una con los símbolos, como nos pasa a los seres de lenguaje. Me acuerdo que no me gustaba que mi planeta fuera Marte porque, aunque es rojo, está asociado con la guerra, con el lado violento del ser humano. Todavía hago peripecias intelectuales para disociarlo de eso: pienso en que muchas veces no “hacemos el amor” si no cogemos furiosamente y eso me encanta, que las revoluciones son violentas y, también, que hay que matar al padre. Social. Individual. Simbólicamente, claro.

Composición a partir de la imagen de Carla Faesler. Fotografía de la autora.

​ Digo “yo era Gerión” porque lloré cuando leí Autobiografía de Rojo de Carson, porque sentí la tristeza del pequeño monstruo como mía, su sufrimiento amoroso, su inocencia, su búsqueda de quién es. Por el cariño que le tenía su madre. Lloré porque tenía alas pero no las usaba, igual que yo, igual que la mayoría de las personas, y porque sólo vuela cuando alguien se lo pide. Pero me consolaba su ser rojo, mi color, además de ser un ser no humano como yo lo era entonces: todas las personas recién huérfanas lo somos, en el símbolo. Otra cosa que me atrapó fue su ser como adjetivo. Al principio del libro, Carson revela una clave —ya es una cita muy popular— para leer a Gerión que me descubrió otra dimensión del lenguaje y de mi propia manera de ver el mundo:

¿Qué es un adjetivo? Los sustantivos nombran el mundo. Los verbos activan los nombres. Los adjetivos vienen de otro lugar. La palabra adjetivo (epítheton en griego) es en sí misma un adjetivo que significa ‘colocado encima’, ‘añadido’, ‘agregado’, ‘extranjero’. Los adjetivos parecen añadidos bastante inocentes, pero miremos de nuevo. Estos pequeños mecanismos importados son los encargados de fijar todo lo que hay en el mundo a su lugar en la particularidad. Son los pestillos del ser.

​ Yo estaba ligada a su color y Gerión no sólo era, sino vivía “en un lugar rojo” —nuestra particularidad— como el que yo ponía sobre mi cuerpo para cuidar mi luz: porque

sobre la luz, tenía yo una idea fija, fijada al viejo cuarto oscuro de la fotografía, —sí, el cuarto, sí, el mundo— bañado de luz roja, la de la vibración lumínica más baja: el rojo no velará lo captado por la luz. La luz que entraba apenas por el ojo del duelo, era yo en mi modo intocable, en rayo, en haz, y mi deseo era jamás desintegrar lo impregnado por la luz, la mía y las otras, todas las otras luces.

​ Que no se me olvide: Gerión es muy bonito, me parece. Lo he visto en internet.

Fotografía y objetos de la autora.

III

La Obra Roja

​ Me gusta pensar en la alquimia porque su práctica busca una cosa extraña: la inmortalidad, que por eso, sospecho, es roja. La piedra filosofal, que también buscó José Arcadio, recordemos, con un laboratorio que le regaló Melquiades,3 era la Obra Magna, que, además de eternizar la vida, haría posible convertir metales comunes en oro. De las tres etapas para lograrla —hay quien dice que son cuatro— una es roja: Opus Rubedo (Obra Roja), que es la última, la definitiva, y parece que consistía en polvo de una piedra rojiza. La Obra Roja significaba también la unión de perfectos opuestos, la forma más alta del espíritu.

El rojo, me imagino, es un río subterráneo que corre bajo la historia de las preguntas arcaicas y actuales, ¿cómo funciona el universo?, los símbolos, la categorización de las emociones, y, finalmente, no hemos hablado de los interiores del cuerpo.

Por dentro somos un pulpo rojo que, sabemos de sobra, piensa.

IV

Le quitaron el rojo al mundo

Los sabios —acalladas sean ellas— le quitaron el rojo al mundo. Prohibieron el interior: la entraña, las tripas, las venas, la carne. Sí, las mucosas, las húmedas membranas que todo lo cubren, al interior.

El Dualismo, el Gran Desgarramiento cuerpo/alma, le quitó el rojo al mundo, a la cama de lxs amantes, al corazón expuesto en los altares, a los calzones de las.

Las menstruantes impuras, de boca desdentada, aborrecida porque habla de cómo se originó el mundo, esa roja boca que sangra, dice en las parturientas, —las esconden— pero sus soldados nacidos sí que podían sangrar a las orillas de Tebas.

A la oposición alma/cuerpo mente/cuerpo (varios autores) le da asco la sangre, la lengua. ¿La poesía es roja? ¿De qué color era la república de Platón?

​ Me acuerdo de que un día leí en un libro sobre historia de la anatomía y la prohibición de esa práctica: Ecclesia abhorret a sanguine (la iglesia aborrece la sangre), claro que sí, me acuerdo, Georges Bataille.

Coágulos, grumos, tejidos, sangre de una alianza nueva y eterna que el cristianismo higienizó, pensaste. Veo todo rojo cuando leo a Bataille, veo al cristo destrozado, sacrificado, que la iglesia decidió limpiar para borrar todo rastro de maldad (entre comillas) en la religión institucionalizada. Por eso ya no funciona el sacrificio (el aniquilamiento mutuo) porque nos quitaron el cuerpo, para que ya no nos podamos perder. En el rito.

El sacrificio, la muerte son rojos —los adjetivo ahora— el rojo es la esclerótica de los ojos del diablo.

​ Estaba cortando un betabel ​ y era mi corazón, ​ era mi corazón.

Cildo Meireles, Desvío hacia el rojo I: Impregnación, 1967-1984. Instituto Inhotim, Minas Gerais, Brasil, © SOPA Images / Alamy Stock Photo.

V

​ Atuendos

​ Abro mi clóset, veo todo rojo, como si fuera un lugar de sacrificios y ritos. Hago sólo un pase de magia sobre esta hoguera para alcanzar algo que ponerme. Recuerdo ahora cómo poco a poco mi clóset se fue tintando de rojo, de todos los rojos: cereza, tinto, cardenal, borgoña, granate, escarlata, magenta, etc… Fue paulatino, muchas veces fueron regalos y otras, lo que a través de los años fui encontrando en las tiendas, con mucha facilidad, debo decir, porque con un vistazo ubicaba las únicas prendas que me podrían interesar. Una cosa que me llamó la atención fue lo cómodo que me pareció vestir de uniforme. Toda mi ropa era, o me parecía, igual. Ese momento en el que, si no tenemos prisa, pensamos en qué nos vamos a poner hoy, si esto va con esto otro o no, se fue perdiendo en el pasado. Lo que sí, en ocasiones especiales, escojo texturas y tonos.

​ Pienso en lo que hay en mi clóset y en muchos de mis objetos personales: plumas, peines y bolsas, estuches, guantes y tazas. En el origen, mi madre, que era buena y era mala, como el rojo y como todas nosotras. Y hay un pantone emocional y simbólico: pasión, ira, sexo, las cosas extrañas que busco, como ese planeta marciano sin violencia o la alegría parecida a los adornos de navidad que sacamos del cajón cada temporada de felicidad. Hay valentía, supongo, y vitalidad. Aventura. Hay lo prohibido y lo desafiante. Simbólicamente.

​ Algo atávico existe en la impresión que nos causa una manzana, una lengua humana o no humana, las veladoras en los templos, la Reina Roja de Palenque, las rosas de ese color, las granadas, el corazón y el diablo. ¿Qué nos evocan Xipe Tótec, las pinturas rupestres, las manos impresas en esas cuevas? Las heridas, las catarinas, esos rojos en los vestidos de los dioses prehispánicos, en la pintura flamenca, los turbantes. Hermes. La bandera comunista. Y el fuego, por supuesto, siempre el fuego.

​ Coda

​ Poco tiempo después de conocer, gracias a unas amigas, a la diosa Tlazoltéotl, la descubrí en mis cajones. A esta divinidad mexica se le asocia con la fertilidad y la pasión, entre otras cosas, y con la purificación de los desechos. Se dice que es la diosa de la composta, por lo que la fermentación y la podredumbre son elementos de su culto. Ella tiene la cara roja, por eso, está cerca de mí. Me hace feliz, sobre todo desde que empezamos a hablar de la importancia del humus, las redes micorrízicas y la urgencia de compostar el mundo.

Imagen de portada: Composición a partir de la imagen de Carla Faesler. Fotografía de la autora.

  1. Claude Lévi-Strauss, “Lo crudo y lo cocido”, Revista de la Universidad Nacional (1944-1992), septiembre de 1971, núm. 9, pp. 141-142.

  2. Gerión es el personaje principal de Autobiografía de Rojo de Anne Carson. La poeta trabajó este libro a partir de los vestigios de un poema de Estesícoro sobre el personaje mitológico, que era un monstruo alado de color rojo que vivía en un mundo rojo. Ver Anne Carson, “Autobiografía de Rojo”, Letras Libres, núm. 86, noviembre de 2008.

  3. Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, Real Academia Española, Asociación de Academias de la Lengua Española, España, 2007, pp. 9-12.