dossier Especial: Diario de la pandemia JUN.2020

Mapas negros

Rodrigo Hasbún

Nada te dirá dónde te encuentras. Cada momento es un lugar donde nunca has estado… El presente es siempre oscuro, escribe Mark Strand en “Mapas negros”, un poema que se publicó hace cincuenta años y que resuena en mí más que casi nada de lo que haya leído sobre la pandemia estas últimas semanas, estos últimos meses. Cuesta ver lo que tenemos alrededor y, aunque el pasado a menudo sea oscuro también, parecería que entendemos mejor hacia atrás. ¿Qué se dirá de este tiempo dentro de otros cincuenta años? ¿En verdad terminará siendo decisivo en la historia del siglo veintiuno o, para entonces, nuevas guerras y pandemias y crisis climáticas de por medio, habrá acontecimientos que se le impondrán? Los cientos de miles de testimonios que suceden en tiempo real, las millones de voces que se hacen oír al unísono, ¿terminarán conformando por su parte una especie de coro necesario que ayudará a desentrañar la confusión de esos que se creían invulnerables allá en el 2020, o serán un balbuceo incomprensible que se perderá más bien pronto? Me lo pregunto en el jardín de la casa en el campo a la que se mudaron mis padres hace algunos meses. Estar aquí y no, digamos, en el apartamentito en el que vivía en Houston hasta justo antes de venirme, ha sido crucial en mi experiencia de la cuarentena. Lo escribo con una gratitud interminable: aunque llegara de manera fortuita, aprovechando el receso de medio semestre en la universidad, no hubiera elegido ningún otro lugar en el mundo para este encierro. El alivio que esperaba encontrar aquí durante los nueve días que debía durar el viaje terminó prolongándose meses y la gratitud se debe a eso también, y a la presencia de los árboles y las plantas y a la serenidad de los insectos y los animales que deambulan por ahí, pero quizá sobre todo a que las circunstancias me han devuelto una posibilidad que creía perdida: la de ser hijo de nuevo y acompañar a mis padres día a día mientras atravesamos juntos la incertidumbre. Ahora mismo escucho sus voces, que llegan desde la sala. Intentan poner orden en la caja de fotos que fueron acumulando durante décadas. A veces no logran reconocer a algunas de las personas que aparecen retratadas. Se preguntan quiénes podrán ser ese hombre de bigotes largos, esa mujer que ríe a carcajadas a su lado, el niño que le muestra a la cámara una lagartija. Yo, mientras tanto, vuelvo a pensar en los versos de Strand. El presente es siempre oscuro… Nada te dirá dónde te encuentras. Cada momento es un lugar donde nunca has estado, escribe en ese poema que tiene medio siglo, al igual que el amor de mis padres. Algún día quizá sepamos mirar mejor hacia estos días. O más posiblemente no.


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Me entra curiosidad y lo busco. Hace cinco décadas, ese 1970 en el que se publicó “Mapas negros”, estos son algunos de los hechos más notorios que sucedieron los primeros cinco meses del año según Wikipedia: 12 de enero: en Umuhaia se rinden las últimas tropas biafreñas. Termina la guerra civil nigeriana. Número estimado de muertes: tres millones. / 2 de febrero: en una clínica neuroquirúrgica de Múnich se consigue realizar con éxito el primer trasplante de nervios humanos en la historia de la medicina. / 3 de febrero: el boxeador estadounidense Mohammed Alí, excampeón mundial de pesos pesados, anuncia su retirada definitiva del boxeo. / 10 de abril: Paul McCartney anuncia la separación de The Beatles. / 11 de abril: Estados Unidos lanza el Apolo 13. Posteriormente dicha nave sufriría graves problemas técnicos que obligaron a abortar su misión y regresar a la Tierra. / 22 de abril: se celebra el día de la tierra por primera vez. / 27 de abril: en París se coloca a un paciente el primer marcapasos cardíaco que funciona con plutonio. / 30 de abril: tropas estadounidenses y survietnamitas invaden Camboya. Número estimado de muertes en la contienda, que habría de extenderse algunos años más: entre 275,000 y 310,000. / 4 de mayo: Masacre de la Universidad Estatal de Kent, Ohio. / 8 de mayo: en Londres se lanza el disco Let It Be de The Beatles. / 14 de mayo: en Alemania se establece la Rote Armee Fraktion (Fracción del Ejército Rojo). / 17 de mayo: en Estados Unidos, por primera vez en la historia de las fuerzas armadas estadounidenses, dos mujeres son promovidas al rango de general por Richard Nixon. / 31 de mayo: en Perú, un sismo de 7,8 grados en la Escala de Richter, asola la zona norte de Ancash y provoca aluviones en Yungay y Huaraz. Se calculan cerca de 70,000 personas entre muertos y desaparecidos. ¿Seguirá existiendo Wikipedia dentro de medio siglo? ¿Qué dirá ahí sobre los primeros cinco meses de este 2020? ¿Cuáles serán los hechos que aparecerán enumerados? ¿Y en qué enfatizarán las dos o tres líneas que resuman la pandemia del coronavirus? ¿Nada más incluirán la cifra de contagios y muertes? ¿Se enfocarán más bien en la debacle económica? ¿Lo enunciarán como el principio o el final de una era? ¿Una en la que empezó qué y en la que terminó qué? ¿Cuánto tiempo hará falta para saberlo con alguna certeza?


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La mirada larga inquieta y consuela. Es una guarida, una escapatoria, una proyección. Pero igual ayuda cada tanto abrir el lente lo más posible para situar al desastre en una escala que lo dimensiona. La mirada más inmediata ofrece a su vez un paisaje desolador. La crisis no solo es sanitaria sino también ética y económica y política, incluso moral. Sin ir lejos, en Cochabamba los medios locales no dejan de informar sobre un escandaloso negociado del gobierno nacional en la compra de ciento setenta respiradores. Pagaron por ellos cuatro veces su precio, lo que quiere decir que hubo repartija de unos cuantos millones de dólares en el proceso de adquisición. Por si fuera poco, los respiradores ni siquiera cumplen las funciones que debían y, según entiendo, siguen encajonados. Mientras tanto las regiones más desfavorecidas empiezan a ser azotadas duramente y en ellas la gente se muere sin la oportunidad de contar con uno de esos respiradores que pudieron haberles salvado la vida. Sobre todo al principio de la pandemia hubo un momento de grandes expectativas y preguntas (qué tipo de sociedades querríamos construir una vez que pasara el sacudón, cómo debiera modificarse nuestro entendimiento de los derechos ciudadanos y la responsabilidad estatal, de qué maneras tendrían que institucionalizarse la solidaridad y la dependencia común). Desde entonces parecería que la ilusión sobre el impacto profundo de una crisis como esta se viene desinflando. La vieja realidad, al menos por ahora, sigue firme ahí, inmune a la pregunta de qué más puede ser esta pandemia: una puerta hacia algo mejor, un túnel con varias salidas posibles, un mapa negro nada más.


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Son las seis de la tarde y la luz empieza a diluirse y las abejas siguen trabajando. Es impresionante cuánto trabajan las abejas. No sé si lo hubiera notado de no haber pasado buena parte de los últimos meses sentado en esta mesa que tienen mis padres en el jardín. Las horas están menos rotas y se han alargado. Me gusta creer que esta forzosa quietud le ha devuelto a nuestra cotidianidad un elemento contemplativo del que la priva la hiperkinesia del presente desquiciado en el que estábamos insertos hasta hace poco. Hablo, sobre todo, de quienes podemos trabajar desde casa (a mí ahora me toca enseñar a la distancia, acompañado y solo frente a la computadora), los que tenemos la opción de no exponernos innecesariamente. Aun así, en el apartamentito en Houston donde debió suceder para mí este encierro, es posible que ya hubiera perdido la cabeza. Aquí me consuelan la visión de los árboles y las plantas, la indiferencia de los animales y los insectos, la condición un poco olvidada de hijo. Escucho a mis padres ordenando todavía las fotos en la sala. Son momentos en los que ya han estado pero que a menudo no recuerdan. Ese río de piedras inmensas en el que los cuatro hijos aparecemos medio zambullidos, ¿dónde es? ¿Y cómo es posible no reconocer al hombre de los bigotes largos ni a la mujer que ríe a su lado a carcajadas? ¿Seguirán vivos o se habrán ido ya al otro lado de las cosas, de donde no es posible volver? Pronto será noche y entraré a tomar el té con mis padres. Ellos me contarán sobre las fotos y comentarán indignados el negociado de los respiradores. Hablaremos también de cuántos murieron dónde y de qué países están levantando sus medidas, de esa segunda ola que muchos ven venir y de la abrumadora labor de mis dos hermanos médicos (uno de ellos trabaja como intensivista en Santiago de Chile y su hospital lleva días desbordado), de lo imposible que parece todo a ratos. Luego, como cada noche desde que empezó la cuarentena, jugaremos cartas durante una hora o dos. Creo que eso será lo que más recuerde de este tiempo en el que volví a ser hijo mientras el mundo se resquebrajaba aún más: no el miedo ni el agobio ni las teorías expansivas, no la espera de una resolución que demora demasiado en llegar, sino las cartas en la mesa al lado de la cocina, las horas igual de largas que en la infancia, en la radio alguna vieja canción.

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Imagen de portada: Paul Cézanne, Les Joueurs de cartes, ca. 1890–1892. Dominio público