Bosque y fondo
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Todo tiene la forma del vacío,
todo se extiende en la mano
sola y simple cuando guarda
ese gesto imparcial y repetido.
Cactus desparramados en la sierra
ebrios en la superficie que irisa,
mudos bajo los frescos soles verdes.
Zonas abiertas, muescas, tachaduras,
gestos rotos apenas conscientes
como una muchedumbre que desciende
frágil en el vértigo de esa arquitectura.
Todo es fuente y fuerza y voz
en la derrota al margen y al declive,
ese principio imaginado entonces
porque todo en su borde y fundamento,
todo tiene la forma del vacío.
II
Afuera, en el asedio de la boca,
en lo que llena el espacio que repite,
en algún lado único y sin embargo
conocido y presente e intercalado.
Pequeñas figuraciones de un abismo,
comunicaciones de un labio al otro,
tonalidades de una nueva sombra
más afluente y oscura, total,
más para siempre en algún sitio
donde ya no nos vimos
y de pronto tocamos aquello
como un relámpago en la boca,
un reflejo para estar en la lengua
y anunciar la otra sed del asombro.
Todo, todo es regreso,
ingenuidad en un punto.
Vicente Rojo, Juego de collage, 2013. Grabados a partir de los cortes de papel sobrantes del libro en coautoría con María Baranda, Bosque y fondo (una conversación), edición limitada de setenta ejemplares, Taller de Gráfica Mexicana, © de la familia Rojo.
III
Nuevas visitaciones del ojo
y sus zonas de vínculo,
sus otros afectos pintados
que reconocen un espacio,
un nuevo drama
diverso en una ficción
a la que ya no volvemos,
de la que nos fuimos corriendo
con una promesa tan propia y ajena
que no soportó el progreso,
el estar en otras sustancias.
Reducciones en negro y en rojo,
en esa destreza de vida donde
nada sucede, no existe ya
sino como condición en el ojo
y su otra manera de contarlo todo.
IV
Volver a las formas cotidianas,
al modo desesperado de la taza,
a la ventana abierta a otra lejanía,
a la silla y su forma de espanto,
al espejo que se abre y entra
en un puerto lejano y distinto
y como un barco se enclava
y estalla en el foco.
Escenarios a la deriva.
Asociaciones de los objetos
y sus vapores encendidos
en el surco y la mente,
la mente atribulada quizás
por lo que sobrevive y concluye,
lo que se pierde y sucede
en la forma más clara del propósito.
Vicente Rojo, Juego de collage, 2013. Grabados a partir de los cortes de papel sobrantes del libro en coautoría con María Baranda, Bosque y fondo (una conversación), edición limitada de setenta ejemplares, Taller de Gráfica Mexicana, © de la familia Rojo.
V
Tener una isla,
un lugar en la página
por debajo y encima,
desde un paso hasta el otro
cuando abre y envuelve
ese grito entre líneas,
esa nueva juntura
en el borde del texto,
esa otra distancia
en el rostro y la piel,
en la marca que advierte
un deseo en un punto,
un estar germinando
en la espina y la brasa,
un regreso a la imagen a pesar
de la sangre y sus otras metáforas.
VI
Juego del agua,
piedad en el vidrio.
Una gota resbala
ondulante y precisa
en la escritura rugosa
que divide el dibujo del día,
lo pronto del cielo, su llanto
interior y pesaroso.
Solía ser distinto.
Como tú o como yo.
Ahora, en el fondo,
todo se calla, se agrieta,
todo deslinde
en las ráfagas del recuerdo.
Si tocas el vidrio
la gota continúa su camino.
Vicente Rojo, Juego de collage, 2013. Grabados a partir de los cortes de papel sobrantes del libro en coautoría con María Baranda, Bosque y fondo (una conversación), edición limitada de setenta ejemplares, Taller de Gráfica Mexicana, © de la familia Rojo.
VII
Pertenecer a la gruta,
quedarse en el límite
ser extensión y materia,
escalera en el agua.
Abrir entonces las manos
desde antes, desde ese lugar
de cal en la colina
donde crecen los cactus
y las hormigas son blancas,
muerden el polvo. Volver,
dejar atrás la sombra cotidiana,
la que perdimos entre la ropa
sorprendida y sucia
si alguien más se callaba.
Jaulas ante mis ojos.
Innumerables días en tu cara.
VIII
Hay una fina luz entre las ramas,
una curva ceñida en el filo,
una nueva tierra sin fiebre
como olvido del hambre
en los labios buscando
donde empieza otro vértigo,
un furor entre huecos
de los nombres que dicen,
de los sitios que arden
inagotables y prehistóricos
muy adentro del cuerpo
donde ya no volvimos
de ese grito primario y absoluto
que nunca jamás dijo nada.
Una imagen no olvida.
Sólo se cierra o se enclava.
Vicente Rojo y María Baranda, interiores de Bosque y fondo (una conversación), edición limitada de noventa y tres ejemplares, Taller de Gráfica Mexicana, © de la familia Rojo. Cortesía de Galerías Castillo.
IX
Festejos en la saliva.
Campos lívidos en tus ojos.
Nos fuimos a un lugar
más opaco y oscuro, redondo.
Piedras de sal en la calle,
huellas de perros y niños
que identifican las partes
incomprensibles y rápidas
como peces desdibujados
en las manchas de las tuberías.
Mudez, tiempo estéril,
suturas de la sed en la boca.
Quitamos historia de los labios
y afuera quedaron los árboles
completamente deshechos
y enloquecidos en pedazos.
X
Era un bosque sin lluvia
entre piedras y montes,
despedazado y discreto
con su seco grito abierto
en esas largas letras lentas
deslizándose entre raíces acosado,
pidiendo un sitio propio al sueño
y tan ardiente, viendo un poco
entre sus troncos nunca escritos
en la parte más gastada de una línea,
la más perdida en el vacío
donde siempre el tiempo es nunca
en la simpleza o en el falso cerco
que la luz oculta en esta tierra ciega
e infrecuente en el relato repetido
de ese bosque, ese bosque, ese bosque…
Vicente Rojo y María Baranda, interiores de Bosque y fondo (una conversación), edición limitada de noventa y tres ejemplares, Taller de Gráfica Mexicana, © de la familia Rojo. Cortesía de Galerías Castillo.
XI
Hablar en la mesa,
lamer los cuchillos,
volver al mismo sitio,
situarse a la mitad
de una ausencia y decir
que ése es el cielo separado,
la tierra y su soberbia
de barro, la voz final
de un pensamiento, el libro
y su página cobijada
bajo la misma duda,
la misma insuficiencia,
la misma situación de olvido
en una sola frase abierta
y sanguinaria. Hablar. Hablar.
Hablar para borrar todo o nada.
XII
Nada en el ojo, nada en el grito,
nada en la mano que gira.
Piedra es sustancia y techo,
cristal de fondo y lejos, lejos.
Nada del otro, sólo lo que se tiene,
acaso mirar de frente en el vacío
como una planta que se adhiere
sola y única y frágil y absoluta.
Arrinconarse en lo que somos,
esconder en el lienzo los sonidos,
ser ese vértice que converge
en el bosque posible y único
que asoma una forma de hijo último
en el final que permanece y queda
donde una voz es nunca y rompe lo que guarda la lengua para siempre.
Escucha el Bonus track de María Baranda, con Fernando Clavijo M.
Vicente Rojo y María Baranda, interiores de Bosque y fondo (una conversación), edición limitada de noventa y tres ejemplares, Taller de Gráfica Mexicana, © de la familia Rojo. Cortesía de Galerías Castillo.
Estos poemas forman parte del libro colaborativo Bosque y fondo (Una conversación), de María Baranda y Vicente Rojo, editado por el Taller de Gráfica Mexicana, en la Ciudad de México, en 2011.
Imagen de portada: Vicente Rojo, Juego de collage, 2013. Grabados a partir de los cortes de papel sobrantes del libro en coautoría con María Baranda, Bosque y fondo (una conversación), edición limitada de setenta ejemplares, Taller de Gráfica Mexicana, © de la familia Rojo.