Para Alejandra y Valentina, quienes viven el sentido político y amoroso de cuidar, de criar a sus hijes y a les hijes de otres.
“Yo no sé lo que significa ser mamá porque no tengo hijas, pero parece que es cansado, también bonito, pero mucho trabajo”, me dijo Naira, mi hija mayor, una de las tantas veces que se acercó a platicar conmigo después de la tempestad del regaño y el enojo. Algo balbuceé como respuesta y Naira se fue a jugar con su hermana Emilia. Me pregunté qué mira, qué entiende Naira cuando es testigo de mi ser mamá. Cómo interpreta la crianza que les doy. De qué manera le asigna un significado a las reacciones y sensaciones de una persona adulta —yo, en este caso— que tiene a cargo su vida y la de su hermana. Criar viene del latín creāre, que significa producir de la nada, engendrar, procrear. Tiene el mismo origen que crear y se usa también para hablar de nutrir y educar. Cuando mi hija mayor cumplió seis meses y la tuve en mis brazos devorando mi pecho, tuve la epifanía: sus cinco kilos y medio de carne venían de mí, de mi leche, de mi cuerpo. Toda la vida dentro de ella: sus risas y llantos, sus juegos, sus dolores. Lo mismo experimentaría años después con mi segunda hija. Esa sensación de que las hice de la nada.
Criar y cuidar son dos verbos que se conjugan juntos cuando se habla de hijes. De hecho se usan como sinónimos aunque no signifiquen lo mismo. Cuidar viene del latín cogitāre, que significa pensar, de donde se pasó a “prestar atención” y de ahí a “asistir” o “poner solicitud”. Cuidar, pensar. Me resulta extraña esta definición etimológica cuando el sentido concreto de cuidar en nuestras vidas implica casi siempre una acción y no un mero pensamiento. Cuidar, escribe Carolina León, es:
ese conjunto de acciones discretas, cotidianas, ineludibles de atención a las necesidades del cuerpo, que provee lo imprescindible para la perpetuación de la vida y […] [las] condiciones materiales en las que nuestra especie produce otras cosas y en especial la función política.1
Cuidar, escribe Marcela Lagarde, es actualmente el verbo más necesario para hacer frente al neoliberalismo patriarcal:
Y, sin embargo, las sociedades actuales, como muchas del pasado, fragmentan el cuidado y lo asignan como condición natural a partir de las organizaciones sociales: la de género, la de clase, la étnica, la nacional y la regional-local.2
Cuidar, hacer esa labor, escribe Hannah Arendt,3 es una de las formas de organización más primordiales. La labor enfocada en las necesidades del cuerpo, en la reproducción de la vida, es imprescindible para producir al sujeto capaz de la acción. Para Arendt, cuidado, labor y acción están interconectadas porque la vida pública sólo es posible después de cubrir las necesidades que posibilitan la vida misma. Aunque para ella estas formas de organización no suceden en el mismo lugar ni tienen a las mismas protagonistas.
Cuidar, criar. No hay vida posible sin estos verbos y, sin embargo, fue apenas hace unas décadas que empezamos a ser conscientes de ellos, a ponerles atención, a cuidarlos si volvemos al sentido etimológico de la palabra.
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Una mañana de nuestra vida familiar me enojé con mis hijas y con mi compañero. No recuerdo qué detonó la furia, pero después de enfadarme me metí a la cocina, cerré la puerta muy molesta, me puse a lavar trastes como autómata y a llorar. Meses después, en alguna conversación con mi amigo y terapeuta narrativo, Alfonso Díaz, me detuve en esa escena y revisé qué había pasado, por qué reaccioné así, si sólo —empezaba a recordar justo en ese momento— se trataba de que las niñas desayunaran para irse a la escuela. Orientada por sus preguntas entendí que esa mañana tenía bajo mi cuidado que las niñas comieran sano, que no se desperdiciara el agua del planeta, que los productos de la despensa no estuvieran retacados de químicos, que mi compañero alcanzara a irse a pedalear antes del trabajo, que no se nos hiciera tarde, resolver algún problema laboral que explotó desde temprano. Cuando fui capaz de ver las múltiples cosas que intentaba proteger de manera simultánea entendí que mi reacción no fue exagerada, sino apenas una respuesta natural a algo que estaba más allá de mis posibilidades.
Cuando cuidamos no tenemos una sola cosa en mente. Hacerlo implica la secuencia de muchas acciones, algunas imperceptibles, que hacen posible el resto. Por ejemplo, garantizar que haya gas para preparar la comida de las niñas, organizar la rutina del día para dormir bien y que a la mañana siguiente mi humor no se desborde ante la primera discusión, negativa o intransigencia. Sostener la continuidad de los cuidados en la vida cotidiana durante toda la vida es agotador. La bloguera Constance Hall y la ilustradora francesa Emma Clit le pusieron nombre a esa sensación de que el trabajo de cuidados nunca acaba, que es imposible desconectarnos de él.4 Usaron la frase “carga mental” para explicar que, aun cuando parece que no, estamos cuidando algo al pensar, planear y organizar para que todo lo demás sea posible.
También cuidamos para poder cuidar. ¿Recuerdan las instrucciones de la azafata que dice que en caso de viajar con una persona menor de edad, el adulto a su cargo se debe colocar primero la mascarilla y luego colocársela al menor que lo acompaña? Si la persona a cargo no está bien, no podrá tomar decisiones para el bienestar de la otra persona. Si yo como mamá no estoy bien, no podré ofrecerles mi buen ser a ellas; si no me cuido, no podré cuidarlas (o podré hacerlo a costa de mí misma, pues, como nos demostró la pandemia: para cuidar extendemos los límites más allá de lo posible). Esto me lleva a una paradoja: en mi vida cotidiana he comprendido que para cuidarme (salir a caminar, dormir bien, esparcirme) debo dejar de cuidar a mis hijas, ya sea descuidándolas o dejando su cuidado a cargo de alguien más (al menos hasta ahora, que una tiene cuatro y la otra siete años de edad). En una entrevista sobre cómo imaginar las comunidades de crianza, la escritora Esther Vivas, autora del libro Mamá desobediente, me dijo: “Cuidar no debería implicar el descuido, debería ser una tarea colectiva, responsabilidad de todos, pero en esta sociedad cuidar es una carga: o somos madres o somos libres”.
Es por esto que clamamos por una crianza en colectivo. Llamamos a cuidar porque es una tarea que pone en el centro de la organización social las necesidades de las personas para mantenerse vivas. Leo proclamas en las redes sociales que abogan por una crianza colectiva y señalan que les hijes no son privades. En el libro de Vivas también hay una convocatoria a imaginarla. En nuestra conversación le digo a la autora que me cuesta imaginar una crianza colectiva en espacios tan atomizados como las ciudades grandes que habitamos, donde las relaciones humanas están igualmente individualizadas. Nuestras urbes y formas de organizarnos son hostiles a la crianza. Ella sugiere que:
Cuando pensamos en replantear maternidad y cuidado estamos pensando que, para que otra crianza sea posible, otra sociedad debe existir. No es factible transformar cómo maternamos si no cambiamos este sistema, sus modelos de administración laboral, la organización de las ciudades, que son contrarias a la vida y contrarias a la maternidad y a la infancia.
Sabemos que el trabajo de crianza le permite al sistema económico capitalista existir y multiplicarse: las madres parimos, alimentamos, criamos y entregamos a la sociedad personas explotables; sabemos que este trabajo está invisibilizado pese a —o más bien dada su— importancia material y económica: en México, por ejemplo, este trabajo representa casi una cuarta parte del Producto Interno Bruto, el 22.8 por ciento. Sin embargo, poco le importa al sistema político y económico que los trabajos de cuidado sean visibilizados y reconocidos.
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¿Cómo podemos hacer evidente a nivel social la importancia de la crianza y de los cuidados? ¿Cómo hacer una invitación a pensar en una crianza colectiva para todes, no sólo para quienes somos mamás, papás o tenemos bajo nuestro resguardo la vida de les niñes? Pienso en la pregunta que me hizo Alfonso Díaz cuando hablamos sobre esa mañana de desborde. ¿Qué cuidamos cuando cuidamos?
El arqueólogo Paolo Graziosi descubrió en el sur de los Apeninos unos restos humanos que llamó Romito 2: eran los cuerpos de una mujer que abrazaba a alguien pequeño, que por su tamaño parecía un niño, aunque después se supo que era un adulto enano de unos veinte años de edad.5 La pregunta para el equipo de arqueólogues fue ¿cómo habría sobrevivido tanto tiempo ese hombre en un mundo de cazadores, con sus piernas cortas, sus dedos gordos, su columna deforme? El equipo concluyó que ese pequeño hombre necesitó y recibió cuidados especiales en su infancia: lo protegieron para no dejarlo atrás en las largas caminatas y lo alimentaron con proteína aunque no pudiera ayudar a cazar animales. La arqueóloga Lorna Tilley dijo en una entrevista con el periodista Miguel Ángel Criado:
Cuando fue necesario, el grupo hizo ajustes para compensar sus diferencias y sus necesidades, siendo aceptado dentro del grupo. Su integración sugiere una sociedad en la que todos los miembros eran valorados y, de hecho, Romito 2 estaría indicando una sociedad en la que ofrecer asistencia a los que lo necesitaban era la norma.
Cuidaron a Romito 2 porque pertenecía a una sociedad en la que su vida era valorada como la del mejor cazador, aunque cuidarlo implicara retrasar a la tribu nómada o repartir entre más bocas los animales cazados. ¿Qué dice de nosotres, de la sociedad que somos, el acto de cuidar? La crianza es indispensable para la reproducción humana, ningune estaría aquí si no fuera porque en algún momento de nuestras vidas alguien nos crió, nos cuidó.
Le comparto la pregunta a Alejandra Guillén —compañera periodista, pero, sobre todo, compañera de crianza, de búsquedas y de cansancios—: “¿Qué cuidamos cuando cuidamos?” y me manda uno de nuestros acostumbrados audios de cinco, diez minutos, interrumpidos por la vida cotidiana con les hijes.
Vinculo los cuidados con lo político y lo ético, es algo más amplio que las formas en que nos organizamos socialmente, familiarmente… De alguna manera nuestras antepasadas nos entregaron ese fueguito para conservarlo.
El audio se corta porque hay que atender hijes, comprar uniformes, armar lonches escolares. Un par de días después continúa nuestra conversación, de nuevo entre ropa que alistar, riñas infantiles, trabajo retrasado:
Creo que cuidar es proteger lo que puede ser, es decir, lo potencial; la semilla de maíz que siembras y que no sabes cómo resultará, pero que cuidas día a día [Cuidamos una promesa, una esperanza, pienso mientras la escucho]. Y, a la vez, cuidamos por lo que todavía no ha podido ser, y eso de nuevo atraviesa nuestro horizonte político. Tenemos un legado de posturas éticas que nos pasa la batuta de lo que no se puede permitir, una generación tras otra.
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Escribo esto en el límite. Las niñas estuvieron enfermas un par de días y ahora soy yo la que está mal. El cuerpo me pesa el triple y apenas llego a la cocina a hacerles de comer, a bañarlas, a dormirlas. En algún momento les digo que ya no puedo más, cierro la cocina, apago las luces y me voy a la cama esperando que ellas solas se acuesten y se duerman, que llegue nuestro compañero del trabajo y se haga cargo, que sea de mañana. En la madrugada, Emilia se revuelca en la cama, gime, tiene un mal sueño. Naira despierta y la acaricia, la abraza, la arrulla, le dice que es una pesadilla, que todo estará bien; extiende su mano y me alcanza, me dice que descanse. Los días siguientes me harán piojito, masaje, me pondrán hierbas en el pecho.
¿Qué estamos honrando cuando ponemos cuerpo, mente, corazón, comunidad entera, para la vida de esos seres que necesitan de nosotres? ¿Cuando ejercemos nuestra libertad al lado de elles? ¿Qué es lo que ponemos al centro con ese trabajo de crianza? Lo que está al centro es la vida y su persistencia, no sólo en términos materiales, como se ha planteado desde la economía feminista, o evolutivos, como lo muestran los trabajos de los arqueólogos, sino en hacer presente ese fueguito, como lo llama Alejandra, que nos ha sido heredado.
Estos días siento que lo que está al centro de la crianza es el compromiso con quienes nos cuidaron. Y ese compromiso se actualiza constantemente. Esta noche mis hijas me cuidan a mí.
Imagen de portada: Ana Casas Broda, Momia II, de la serie Kinderwunsch, 2011. Cortesía de la artista ©
Carolina León, Trincheras permanentes: intersecciones entre política y cuidados, Pepitas de Calabaza, Logroño, 2017. ↩
Marcela Lagarde, “Mujeres cuidadoras: entre la obligación y la satisfacción”, Congreso Internacional SARE, 2003. ↩
Hannah Arendt, La condición humana, Paidós, Barcelona, 2016. [1958] ↩
Brenda Valverde, “‘¿Es que tengo que estar pendiente de todo?’ La carga mental que recae en las mujeres”, Verne, publicado el 7 de febrero de 2018. Disponible aquí ↩
Miguel Ángel Criado, “Los humanos ya cuidaban a sus discapacitados hace 200.000 años”, El País, 6 de noviembre de 2018. Disponible en este link ↩