Postales de la desigualdad climática

Desigualdad / dossier / Febrero de 2024

Pablo Montaño

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El Bosque: perderlo todo

Cerca de la ciudad de Frontera, en Tabasco, aún se encuentra la pequeña —y alguna vez tranquila— comunidad El Bosque. La crisis climática impuso en este sitio una sentencia lenta. En uno de sus costados tiene al río Grijalva y del otro se escucha el rumor del mar. Al llegar nos recibieron la antigua cooperativa de pescadores y algunas casas con gallinas en los traspatios. El paisaje del año pasado ya anticipaba la dis­topía climática por venir. Al costado de la carretera que conduce al pueblo, una habitación, anclada en medio del agua, se asoma en la superficie. A la carretera le falta un pedazo en forma de mordida; fue el primero en ceder a la erosión.

​ El poblado se fundó en una estrecha península que le ganó terreno al océano: los sedimentos del río Grijalva se encontraban con el oleaje del mar que los fue acomodando en una playa larga. Hace quince años sus pobladores recorrían un kilómetro para llegar al mar; en mi última visita caminé apenas tres cuadras antes de enfrentarme con una imagen para la cual no tenía referencias: una hilera de tres árboles secos en medio del mar, como si se tratara de un error de diseño. Intenté asimilar esta vista parado sobre los escombros de la casa de don Toño, quien me pidió que le tomara una foto ahí mismo. En el horizonte se distinguían algunas plataformas petroleras de Pemex; el inconfundible humo de sus mecheros originaba las pocas nubes grises que había en el cielo.

Fotografía de Kelly Sikkema Davenport, 2017. UnsplashFotografía de Kelly Sikkema Davenport, 2017. Unsplash


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Si hay vida en El Bosque, Tabasco, y en este planeta, es porque la atmósfera atrapa el calor del sol y propicia temperaturas estables. Desde hace ciento cincuenta años, al incrementar los gases de efecto invernadero en la atmósfera, principalmente por la extracción y la quema de combustibles fósiles, empezamos a crear la crisis climática que padecemos. El 11 de mayo de 2019 rebasamos el umbral de cuatrocientas partes por millón (ppm) de dióxido de carbono en la atmósfera. La última vez que la Tierra tuvo esa concentración fue hace tres millones de años, cuando los seres humanos aún no existíamos y los océanos tenían veinticinco metros más de altura. Hemos provocado condiciones planetarias que desconocemos como especie. Cuando el poblado tabasqueño parcialmente sumergido se fundó en 1970 había 325 ppm de dióxido de carbono en la atmósfera; en 2024, el registro marca 423 ppm.1

​ La velocidad de nuestras emisiones es vertiginosa. Según algunos cálculos,2 hemos emitido dióxido de carbono doscientas veces más rápido que los supervolcanes que causaron extinciones masivas. Las consecuencias ya están a la vista. En la costa del golfo de México, entre 2010 y 2022, el nivel del mar subió doce centímetros,3 alrededor de uno por año. Su incremento no solo se debe a que se estén derritiendo los polos; el calor expande el agua: a mayor temperatura, esta ocupa más espacio —los océanos han absorbido el 90 % del calor que hemos generado con la crisis climática. En el caso de Tabasco, más del 20 % de su costa se encuentra al nivel del mar o un metro arriba. Cada centímetro cuenta.


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A un año y medio de mi primera visita a El Bosque, las tres cuadras que recorrí para llegar al mar han desaparecido, y con ellas alrededor de treinta casas, tres templos, la escuela primaria, el kínder y un par de tiendas de abarrotes. Reconozco las plataformas petroleras en el horizonte, esas no se han ido. La comunidad sigue esperando que el gobierno de Tabasco y la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano federal cumplan con la reubicación que anunciaron hace más de un año.

​ Antes las tormentas invernales —o nortes, como se les conoce— duraban uno o dos días, según la doctora en ciencias Lilia Gama, quien investiga la vulnerabilidad de las costas. Desde hace algunos años se prolongan varios días. Toño relata que el mar estaba a veinte metros de su casa. Con el último norte, el mar avanzó ese tramo y erosionó la playa en unas horas. Es difícil planear evacuaciones ante un cambio tan súbito. La gente de la comunidad se resguarda en el albergue de Frontera sin saber cuántos daños encontrarán a su regreso.

​ El paisaje en El Bosque es una postal cruda de la desigualdad climática. Una comunidad que se ha dedicado a la pesca artesanal durante cinco décadas está en vísperas de desaparecer ante la erosión costera y la crecida del nivel del mar. Ambos fenómenos son consecuencias de la crisis climática y de las actividades que reproduce un sistema que prioriza el crecimiento económico y la acumulación de recursos sobre la vida humana y no humana.

Fotografía de Chris Leboutillier, 2021. UnsplashFotografía de Chris Leboutillier, 2021. Unsplash

​ La contribución de este pequeño enclave en la costa de Tabasco a la crisis climática es prácticamente nula. El estilo de vida de sus habitantes no genera grandes emisiones de dióxido de carbono o de metano; comen del mar y lo cuidan —o lo cuidaban—; también dependen de la playa, del manglar y del río. Están perdiendo todo. Hasta ahora, muchos de nosotros hemos experimentado el cambio climático a la distancia. A lo lejos, un huracán arrasa con los árboles, las casas, los comercios; en otro estado un incendio reduce a cenizas todo lo que encuentra a su paso. Todavía son pocos los desastres que se llevan el suelo donde estás parado. A El Bosque le robaron su geografía.

​ ¿Quién es responsable de una injusticia de esta escala? ¿Quién debe pagar lo irreparable? La primera pista son las nueve plataformas petroleras que saturan el horizonte: su larga cadena de valor le es útil a un modelo extractivo que supera por mucho los litros de gasolina que usan los pescadores para salir a mar abierto. Lo que sostienen esas plataformas es un sistema de consumo y acumulación que creó las condiciones en que hoy viven esta comunidad y muchas otras en el mundo. Proliferan las zonas de sacrificio. Aunque el petróleo se extraiga tan cerca del poblado, la gasolina que de él deriva se quema en los automóviles que circulan en las metrópolis, el gas se transporta a las termoeléctricas que encienden las máquinas de la industria y los hogares de los citadinos, y un largo etcétera de “beneficiarios” que viven muy lejos de la comunidad tabasqueña. La cadena de valor esconde a los culpables: no revela con claridad quién gana cuando El Bosque pierde.

​ El presente distópico que viven sus habitantes solo tiene la particularidad de ser la primicia: les pasó antes que a muchos otros. En el mismo estado, la localidad de Sánchez Magallanes, en el municipio de Cárdenas, también ha visto cómo desaparece su costa. En medio de la playa permanece una columna que no sostiene nada. Solía ser el pozo de agua; ahora es el punto de referencia de todo lo que se ha erosionado. La costa de Tabasco colecciona este tipo de escenarios. En una ironía, Dos Bocas es una de las zonas con mayor riesgo de erosión costera, justo ahí donde se construyó la costosa refinería Olmeca. Su tasa de erosión es de seis metros al año, la más alta según un estudio que analizó el fenómeno en el estado.4

​ La desaparición de El Bosque no solo se debe a la crisis climática. En este fenómeno global se enredan alteraciones locales, como los cambios en el uso del suelo, la infraestructura instalada en los cuerpos de agua y la minería de materiales pétreos. Comprobar la relación que existe entre estas actividades económicas y sus impactos toma tiempo, y no siempre se logra. No obstante, los pescadores dicen que las corrientes marinas cambiaron: el oleaje en su costa es distinto desde que se colocaron los ductos submarinos que rodean la playa y llegan hasta las plataformas. El dragado del río Grijalva y la minería en sus lechos, adjudicados a la construcción de la refinería de Dos Bocas, pueden estar vinculados con la falta de sedimentos en las aguas del río. Lo evidente es la desconexión entre el modelo extractivo y el entorno y la población sacrificados. Para ser rentable, el modelo exige que otras personas, comunidades y países paguen los costos.

Fotografía de Greg Johnson, 2023. UnsplashFotografía de Greg Johnson, 2023. Unsplash


Otis: desastres dentro del desastre

Los grandiosos hoteles de Acapulco parecían obra negra. Los noticieros mostraban los yates y los veleros arrojados a la playa e incluso a las albercas de los resorts vecinos. La información sobre la desastrosa llegada de un huracán categoría 5 empezó a correr en las redes sociales gracias a los turistas y visitantes de la zona hotelera. Nos tomó días descubrir la extensión del daño en las colonias alrededor de Acapulco, en las zonas que pocos conocen y que las autoridades abandonaron al crimen organizado varios años atrás. Escuchamos relatos sobre marineros que se ahogaron intentando resguardar las embarcaciones de sus patrones; sacrificados a la fuerza, hasta ese momento desconocida, de Otis.

​ Es imposible hablar del cambio climático sin considerar la desigualdad. Por ejemplo, tras el huracán, ¿qué tan amplio es el abanico de opciones que se abre para cada quien? Para unos cuantos, es posible escapar de la zona de desastre; lejos de ahí, otra casa los espera. Muchos, en cambio, no salen a conseguir agua o comida por miedo a que les roben lo poco que les dejó el huracán. Los estratos bajos tienen las de perder por la falta de infraestructura y la precariedad que anteceden a la tragedia, y que tampoco se resuelven después de ella.

​ Las desigualdades no son solo el resultado de las condiciones ocasionadas por políticas previas; también serán el resultado de los programas de reconstrucción que lleve a cabo el Estado. Ahora que Otis se ha desvanecido, ¿regresará el statu quo o esta será la oportunidad para implementar políticas que reduzcan nuestra dependencia a los combustibles fósiles y, por lo tanto, se contenga el calentamiento del mar que propicia los huracanes?

Calles de Acapulco tras el huracán Otis, noviembre de 2023. Fotografía de Gio AntonioCalles de Acapulco tras el huracán Otis, noviembre de 2023. Fotografía de Gio Antonio (CC)


Ver nuestro futuro en su presente

El capitalismo es un doble verdugo: primero ocasiona la crisis climática mediante el consumo y la acumulación de recursos en un grupo reducido; después quienes no provocaron esta crisis la sufren de forma exacerbada. Son las élites económicas las que marcan el ritmo de la destrucción de los ecosistemas, las formas de vida y el clima del planeta. El 1 % más rico de la población contamina lo mismo que el 66 % más pobre; las emisiones de los primeros provocan 1.3 millones de muertes cada año por calor extremo. El incremento de su riqueza repercute de forma directa en el incremento de emisiones. Incineran nuestro mundo con sus lujos, vuelos, excesos y, sobre todo, con sus inversiones. La comunidad de pescadores desplazados de El Bosque y los damnificados directos así como las poblaciones afectadas indirectamente por Otis en Acapulco nos muestra de forma contundente la rapidez y el alcance de las consecuencias que se avecinan con el colapso del clima. Su presente distópico será nuestro futuro.

​ En este momento se debería cumplir con la transición de los combustibles fósiles a las energías renovables y restaurar los ecosistemas. Postergar las medidas que reduzcan las desigualdades económicas, como reducir los ingresos de los ultrarricos y distribuir la riqueza de forma más equitativa, implica volver a condenar a quienes ya fueron víctimas del capitalismo. Lo saben los pescadores de El Bosque y lo sabrá la mayoría de los habitantes del planeta.

Imagen de portada: Calles de Acapulco tras el huracán Otis, noviembre de 2023. Fotografía de Gio Antonio

  1. Se consideran las mediciones del Observatorio de Mauna Loa en Hawái. 

  2. Qiang Jiang et al., “Volume and Rate of Volcanic CO2 Emissions Governed the Severity of Past Environmental Crises”, Proceedings of the National Academy of Sciences, 2022, vol. 119, núm. 31. Disponible aquí

  3. Jianjun Yin, “Rapid Decadal Acceleration of Sea Level Rise along the U.S. East and Gulf Coasts During 2010-22 and Its Impact on Hurricane-Induced Storm Surge”, Journal of Climate, 2023, vol. 36, núm. 13, pp. 4511-4529. Disponible aquí

  4. Lilia María Gama Campillo et al., “Implicaciones de la potencial elevación del nivel del mar para la población costera de Tabasco, México”, Estudios demográficos y urbanos, 2023, vol. 38, núm. 1, pp. 283-320. Disponible aquí