En este texto publicado en 1405, la narradora Christine se lamentaba a solas por todas las acusaciones misóginas que encontraba en los libros —el Libro de la Rosa de Jean de Meun encabezando la lista—. A medida que construye la Ciudad de las Damas, nombra a mujeres ilustres para defenderse de tales acusaciones; cada una de ellas será un ejemplo de su contraargumentación. En este fragmento, tres grandes damas, la Razón, la Rectitud y la Justicia, aparecieron para darle buenas nuevas.
IV. Cómo la dama habló a Christine de la Ciudad que debía construir, cómo su misión era ayudar a Christine a levantar las murallas y proteger el recinto de la ciudadela. Luego le dijo su nombre.
“Así es, querida hija mía, entre todas las mujeres recae sobre ti el privilegio de fundar y levantar la Ciudad de las Damas. Para llevar a cabo esta obra, extraerás agua viva de nosotras tres como de un manantial puro. Te proveeremos de materiales más duros y resistentes que el mármol macizo. Así tu ciudad tendrá una belleza sin par y permanecerá en el mundo por la eternidad. ”En efecto, habrás leído cómo el rey Tragos fundó la gran ciudad de Troya con la ayuda de Apolo, Minerva y Neptuno (que los antiguos tomaban por dioses), y cómo, asimismo, Cadmos fundó la ciudad de Tebas por orden divina. No obstante, con el paso del tiempo aquellas ciudades cayeron en ruinas. Pero yo, como verdadera Sibila, te anuncio que la ciudad que fundarás con nuestra ayuda jamás retornará a la nada; por el contrario, a pesar de la envidia de sus enemigos siempre será próspera. Resistirá a muchos asaltos sin ser jamás conquistada o vencida. “La historia asegura que el reino de Amazonia, fue creado gracias a la iniciativa de muchas y muy valientes mujeres que despreciaban la condición de esclavas. Lo mantuvieron por mucho tiempo, bajo el mando sucesivo de distintas reinas, damas que se elegían por sus conocimientos y que gobernaban con sabiduría para conservar todo el poder de su Estado. En la época de su regencia conquistaron gran parte de Oriente y sembraron el pánico en las tierras vecinas, haciendo temblar hasta a los habitantes de Grecia, que era entonces la flor de las naciones. Aun con esta fuerza, aquel imperio, el reino de las amazonas —como ocurre con todo poder— acabó por desmoronarse, de modo que hoy sólo su fama sobrevive en la memoria. “Pero los edificios de la ciudad que has de construir serán mucho más fuertes. De común acuerdo hemos decidido las tres que yo te proporcionaré un mortero resistente e incorruptible, para que prepares sólidos cimientos, para que levantes todo alrededor murallas altas y fuertes con anchas y hermosas torres, poderosos baluartes con sus fosos artificiales y naturales, como conviene a una plaza bien defendida. “Con nuestro consejo echarás muy hondos cimientos para que estén firmes y elevarás enseguida las murallas hasta tal altura que ningún adversario podrá amenazarlas. Te he explicado, hija mía, las razones de nuestra venida, y para dar más peso a mis palabras, quiero revelarte ahora mi nombre. Con sólo escucharlo sabrás que tienes en mí, si quieres seguir mis consejos, una guía segura para acabar tu obra sin cometer errores. Me llaman Razón. Puedes regocijarte por estar en tan buenas manos. Hasta aquí hablaré por ahora.”
V. Cómo la segunda Dama reveló a Christine su nombre y estado; asimismo le habló de la ayuda que le prestaría para construir la Ciudad de las Damas.
Aquella dama apenas acababa su discurso, cuando la segunda dama, sin darme tiempo para intervenir, continuó en estos términos: “Me llamo Rectitud. Habito en el Cielo más que en la Tierra y en mí resplandece la luz de la bondad divina, porque soy su mensajera. Vivo entre los justos y los exhorto a hacer el Bien, a esforzarse por dar a cada quien lo que le pertenece, a decir y defender la verdad, a luchar por el derecho de los pobres y los inocentes, a no usurpar el bien ajeno, a hacer justicia a los que son acusados en falso. Soy el escudo y la protección de los que sirven a Dios; soy su baluarte contra la fuerza y el poder de los malvados; soy su abogada en el Cielo. Por mediación mía, Dios revela sus secretos a quienes ama. Consigo que premie sus esfuerzos y sus acciones de valor. A modo de cetro llevo en la mano derecha esta vara resplandeciente que delimita el bien y el mal, lo justo y lo injusto; quien la siga no se extraviará. Los justos se fían a este bastón de paz y se apoyan en él, pero a los malvados los golpea. ¿Qué más decirte? Con este bastón como regla pueden trazarse los límites de cualquier cosa, porque abunda en virtudes. Te será muy útil para medir las construcciones de la ciudad que debes fundar. La necesitarás para levantar los edificios, los grandes templos, diseñar y construir calles y plazas, palacios, casas y alhóndigas, y para ayudarte con todo lo necesario para poblar una ciudad. He venido a ayudarte y éste será mi papel. Si el diámetro y circunferencia de las murallas te parecen demasiado grandes, no debes preocuparte; con la ayuda de Dios y la nuestra terminarás la edificación y llenarás el lugar con hermosas casas y magníficas mansiones; no quedarán terrenos baldíos.”
VI. Cómo la tercera Dama reveló a Christine quién era, cuál era su papel, cómo la ayudaría a terminar los techos y tejados de las torres y palacios, y cómo le traería a la Reina con su séquito de nobles damas.
Tomó luego la tercera dama la palabra: “Mi querida Christine, soy Justicia, hija predilecta de Dios, y mi esencia procede directamente de la suya. El Cielo es mi morada, así como la Tierra y el Infierno: en el Cielo doy gloria de las almas santas; en la Tierra distribuyo a cada uno la medida del bien o del mal que se merece; en el Infierno castigo a los pecadores. Nunca cavilo, porque no tengo ni amigos ni enemigos; mi voluntad es de piedra. La piedad no logra vencerme, ni me alebresta la crueldad. Mi único deber es juzgar, distribuir y devolver a cada quien según su mérito. Soy el zoclo del orden de cada Estado y nada puede durar sin mí. Estoy en Dios y Dios está en mí, porque somos, por así decirlo, una única y misma cosa. Quien me siga, no pecará, mi camino es seguro. A los hombres y mujeres sanos de mente y que quieren creerme, enseño primero a conocerse y a comportarse con los demás como consigo mismos, a distribuir sus bienes sin favoritismos, a decir la verdad, a huir de la mentira y odiarla, y a rechazar todo vicio. “Ves en mi mano derecha una copa de oro fino, de buen tamaño. Me la ha dado Dios, mi padre, para devolver a cada quien lo debido. Lleva grabada la flor de lis de la Trinidad y se ajusta a cada caso; nadie puede reclamar lo que le atribuyo. Los hombres del mundo tienen otras medidas, que dicen basadas en la mía, como si fuera su modelo, pero yerran. Aunque me invoquen en sus pleitos, utilizan una medida demasiado generosa para unos y escasa para otros, jamás es justa. “Podría entretenerte mucho tiempo sobre las particularidades de mi cargo pero te diré, para abreviar, que gozo de un estatuto especial entre las virtudes. Todas convergen hacia mí. Las tres damas que ves aquí somos, por así decirlo, una sola: porque nada podríamos hacer la una sin las otras. Lo que propone la primera, la segunda dispone y aplica, y yo, la tercera, lo llevo a término. Por ello, las tres nos pusimos de acuerdo para que yo te ayude a concluir tu ciudad. Será mi responsabilidad rematar con oro fino y brillante los tejados de las torres, casas y mansiones. Una vez terminada la ciudad, la poblaré para ti con mujeres ilustres y traeré una gran reina a quien todas las damas rendirán pleitesía y honrarán. Así, con mi ayuda quedará fortificada la ciudad, la cerraré con las pesadas puertas que bajaré del Cielo, y entre tus manos colocaré las llaves.”
Imagen de portada: Antoine Vérard, Le Livre des trois vertus, 1497