A Nadia Baram
Antes de la formación del mundo, infinidad de átomos caían en paralelo en el vacío. No paraban de caer. No había mundo pero, al mismo tiempo, existían ya todos los elementos que terminarían por formarlo. No existía ningún Sentido, ni Causa, ni Fin, ni Razón ni sinrazón para que terminara por formarse; sobrevino tan sólo el clinamen, una desviación infinitesimal, “lo más pequeña posible”, que tuvo lugar “no se sabe dónde ni cuándo ni cómo”, y que hizo que un átomo “se desviara” de su caída en picado en el vacío y, rompiendo el paralelismo en un punto, provocara un encuentro con el átomo próximo; de encuentro en encuentro se generó una carambola y el nacimiento de un mundo, es decir, un agregado de átomos provocado en cadena por esa primera desviación. Así es, más o menos, la hipótesis de Epicuro que retoma Louis Althusser 2 300 años después de su enunciación: el autor francés la reformularía para desarrollar lo que terminaría por llamar materialismo aleatorio, mostrando hasta qué punto los ecos del filósofo griego pueden pervivir entre nosotros como una especie de rumores breves pero potentes. Creo que Epicuro, además, tiene especial resonancia en el presente porque su visión del origen (un origen siempre en formación, siempre en actualización, nunca definitivo) implica una inestabilidad radical. Yo quisiera proponer aquí que existe también un modo musical de entender el clinamen. Que la música incluso es un medio material privilegiado para entender la profundidad de sus devenires. O que lo filosófico, lo político o lo científico, o cualquier otra estancia de la realidad, cuando devienen musicales alcanzan inclinaciones imposibles de otra forma. El germen de esta idea fue un pequeño átomo sonoro llamado “Ensi”, de Pan Sonic.
El tema del dúo finlandés, con el que comienza su álbum Aaltopiri, del año 2000, dura apenas 35 segundos pero es, para mí, altamente significativo.1 “Ensi”, incluso con su frialdad técnico-sintética, tan característica de la música europea del cambio de siglo, siempre ha evocado para mí una especie de apertura, una sensibilidad extraña que, en el momento en que uno comienza a prestarle atención, se ha desvanecido ya en la noche de lo sonoro. Después de “Ensi” me he dedicado, como un obseso, a recopilar músicas breves. La regla para que puedan ser consideradas parte de esta lluvia de átomos, ahora sonora, es que no pasen de los dos minutos, que sean así de pequeñas.2 He juntado cientos de temas en este juego que reposa, como cualquier juego, sobre un abismo que se inventa su propia estructura para ser. Como una música, precisamente. En este listado, otro tema central para reflexionar sobre los probables vínculos político-sonoros ha sido “Tudo Tudo Tudo”, de Caetano Veloso, una de mis favoritas del brasileño.
La clave de la canción, de dos minutos exactos, a mi entender la da una breve clinamen interno. De ritmo regular marcado por las palmas, en los últimos segundos la regularidad del tema se rompe y traza una pequeña síncopa.3 Esa acentuación en un tiempo irregular funciona como una especie de nudo, de lo que de otra forma podría tener una duración infinita. Cierra el tema pero crea, al mismo tiempo, un espacio emotivo dentro de la canción. O uno que a mí, en el encuentro del sonido y mi cuerpo, me emociona mucho. Disfruto mucho también que la canción navegue entre la palabra con significado y lo meramente sonoro: cuando parece que Caetano se limitará a tararear una melodía bella, cierra el tema con la frase “Tudo no fundo do mar”: todo en el fondo del mar. Esa sola frase me ayuda a imaginar un primer entrecruce (si se quiere, aleatorio, como el propio materialismo althusseriano): Mika Vainio, la mitad de Pan Sonic, falleció en 2017 tras caer seis metros desde un acantilado hacia el mar, en la localidad de Trouville-sur-Mer, en el norte de Francia. Se desconocen las circunstancias exactas del accidente, pero llama mi atención que Trouville-sur-Mer puede traducirse al español como “encontrado en el mar”. Y que entonces las imágenes sensibles potenciales se disparen: Mika y Caetano encontrándose a su vez con el entrecruce de Epicuro y Althusser y generando este pequeño mundo en forma de texto. Pedro Fernández Liria cree que Althusser encuentra la teoría atomista tan atractiva porque nos previene contra la tentación de pensar la estructura (o la unidad) precediendo a sus elementos. El atomismo, dice Liria, enseña que no hay estructura sin encuentro. Que los elementos preexistentes la generan. Que la estructura no es una especie de esencia que ordena, cada vez, los elementos a su alrededor, sino el resultado de una contingencia, del encuentro azaroso de una serie de eventos formando una coyuntura, en su sentido etimológico de unión. ¿No es la música (y este mismo y cualquier texto) una estructura que surge de una coyuntura que surge, a su vez, del encuentro azaroso de los elementos? ¿No es así, al menos, la música más interesante? Toda forma, complementa Vittorio Morfino en su lectura de Althusser, es el resultado de un triple abismo: el abismo de poder no haber sido, el abismo de poder ser breve y el abismo de poder no ser más. La música muestra esta triple condición con claridad: cuántas piezas sonoras pudieron no haber sido, cuántas pueden ser breves, cuántas pueden dejar de escucharse, o interrumpirse abruptamente y no ser más. Si lo pensamos, la música es una entidad frágil por más que los circuitos y los archivos que la sostienen aparenten solidez. ¿No está, por ejemplo, el canto de Meredith Monk en “Early Morning Melody” como flotando sobre un abismo?
Despojada de cualquier instrumentación y ornato, ¿no parece sostener por sí sola una existencia material llena de evocaciones e imágenes? El tema de Monk, en todo caso, debe servirnos para reforzar una idea: el clinamen no es un fiat lux, un hágase la luz. No es un signo que, una vez enunciado, permita el surgimiento de las cosas. Por ello, Epicuro puntualiza la existencia previa de todos los elementos que terminarán por formar tal o cual estructura: no es que de nada surja todo, sino que de todo surge un mundo. En este caso, si bien la estadounidense da la impresión de cantar sobre un vacío, ese vacío es sólo aparente. Tras su canto se encuentran tradiciones musicales de siglos, innumerables vanguardias artísticas, la propia experiencia de vida de la cantante, etcétera. Una lluvia atómica esperando el momento de su contacto: un contacto sintetizado en una voz.4 Aquí queda por trazar toda una geometría del poder, que se sugiere en el materialismo aleatorio de Althusser y en la deriva musical del atomismo que proponemos. Esto no es una reivindicación ni una romantización de lo pequeño o de lo frágil, ni siquiera de lo breve per se. Nos interesan todas estas instancias por la potencia estratégica que contienen: las canciones, las canciones de las cosas simples (como diría Tejada Gómez), muestran que a través de ciertas dimensiones pueden filtrarse mayores cantidades de energía precisamente porque no deben acopiarlas para usar su potencia, al contrario: en la medida en que esas energías se encuentren con formas plásticas y en la medida que esa plasticidad es más factible en entidades pequeñas, la coyuntura y, por tanto, la estructura contingente del mundo dependerán de individuaciones dinámicas que pueden agregarse y disgregarse estratégicamente. La conversación sobre un tipo de vinculación asentada en lo aleatorio sale a la superficie casi por inercia por nuestra nueva realidad filtrada por el COVID-19. Más que nunca parecemos átomos en paralelo, pero más que nunca nuestras desviaciones infinitesimales están cargadas de significados. Lo que me parece más importante subrayar aquí, en todo caso, es que esa sensación de paralelismo radical no descansa sobre un abismo: está mediada en cada espacio por el espectro estatal, como ya se ha repetido. Pero una lección transitoria podría ser que las instituciones políticas y económicas de la actualidad, y de cualquier época, son como la música: podrían no haber sido, pueden ser breves, podrían no ser más. El sonido se convertiría así no sólo en la inspiración sino en el material mismo para cualesquiera que sean las reconstrucciones que emprendamos, para que de este todo surja otro mundo. “Llueve. Que este texto sea, pues, un texto sobre la simple lluvia”. Así comienza Althusser su elogio de Epicuro. Tal frase podría servirnos como recordatorio frecuente de que todo tratado sobre la lluvia es, en el fondo, un tratado sobre la música. Y que abrir los oídos es una acción política por derecho propio.