Nadie conoce su nombre, pero no importa. Sus verdaderas iniciales, JR, le sirven al artista francés como firma y como el mote que exige la cofradía de los artistas callejeros. Blu, Banksy, Kobra… muchos grafiteros han saltado a la fama, pero el anonimato es más que una mística, es una de las herramientas para un trabajo clandestino que está en las orillas de la legalidad. “Lo que en un lugar es una exhibición de arte, en otro te lleva a la cárcel”, afirma este artista que se define como photograffeur, amalgama entre fotógrafo y grafitero en francés. Así, su mayor exposición ilegal de fotografía la hizo en 2007 cuando instaló, sin autorización, en el muro que separa Israel de Palestina, fotografías de gran formato de rostros de israelíes y palestinos con la misma profesión, para anular el sentimiento de otredad que refuerza el muro.
Su primer trabajo se volvió mediático en 2005, durante los violentos motines que surgieron en los suburbios pobres de París, habitados en su gran mayoría por familias de inmigrantes. Cuando los medios fueron al epicentro, en Les Bosquets, para cubrir estos hechos que conmocionaron a la opinión pública francesa por haberse extendido al resto del país, encontraron pegada sobre la pared de un multifamiliar, detrás de una hilera de coches quemados, la enorme fotografía de un hombre negro rodeado de niños, apuntando hacia ellos con lo que, asumieron, era un arma. Tras una inspección más detenida se dieron cuenta de que se trataba de una cámara. La imagen comportaba una doble amenaza velada: por un lado decía: nosotros también los estamos observando; y por el otro: tenemos nuestra propia versión de los hechos.
Las acciones de JR no pueden comprenderse plenamente fuera del contexto en el que se inscriben. Generalmente opera de esta forma: visita lugares que han sido noticia y que captan su atención. Después se relaciona con sus habitantes, en las favelas en Río de Janeiro, en los guetos de Nairobi, en los barrios en Shanghái; los retrata y con su colaboración cubre edificios o lugares públicos con fotografías tan grandes que pueden ser vistas desde muy lejos.
Comparte estrategias estéticas y narrativas con el mundo de la publicidad: el atractivo de las imágenes, lo efímero del trabajo, la monumentalidad del formato que usa para captar nuestra atención y cuestionar nuestros códigos morales. Al centro está siempre el ser humano, pero ¿quiénes son sus modelos? Son inmigrantes, ancianos, mujeres, personas que viven en los márgenes de la sociedad. Estos retratos hechos con una cámara de 28 mm suponen un acercamiento a los modelos, para contrarrestar la anulación que los poderes han ejercido contra su individualidad y su dignidad humana.
El muro que quiere construir Donald Trump entre Estados Unidos y México ha causado un gran revuelo en todo el mundo. En septiembre de 2017, JR instaló en Tecate, una ciudad fronteriza de Baja California, una fotografía gigantesca de Kikito, un niño recargado sobre la barda, que mira sonriente hacia el otro lado y que parece prepararse para cruzar. El pequeño vive de este lado de la línea, forma parte de una comunidad que mira la frontera todos los días, y su fotografía va a contracorriente de la imagen de los migrantes como violadores y narcotraficantes en potencia, maquilada por los medios para auspiciar la xenofobia; esta fotografía también sugiere, sutilmente, que la visión política del mandatario estadounidense es infantil. Así, este artista nómada ignora cualquier frontera y afirma: “El mundo es mi galería”.
Imagen de portada: Las mujeres son heroínas, Kiberia, Kenia, 2009. JR-art.net