Conocí a Cristina Rivera Garza en una plática literaria para la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), por allá del 2015. Ella no lo recuerda pero para mí fue un momento importante, pues estaba escribiendo mi tesis de maestría sobre La muerte me da, su novela publicada en 2008, y Los muertos indóciles, el libro crítico que publicó cinco años más tarde. Ese día hablamos brevemente. Devoré el resto de sus textos, fascinada por su capacidad crítica y su visión comunitaria de la escritura. Fue casi tres años después que tuve la fortuna de formar parte de la primera generación del doctorado en Escritura Creativa de la Universidad de Houston, del cual Cristina es fundadora y directora. Durante los últimos años no sólo he tenido la oportunidad de acercarme más a su obra, sino de enriquecerme de su visión, de su avidez por cuestionar el mundo en el que vivimos a través de los libros. Cristina Rivera Garza es una de las mentes más brillantes y complejas con las que jamás me haya encontrado, una profesora entregada y una generosa mentora.
Cristina, ¿cómo estás?, ¿cómo has pasado estos meses de encierro? ¿Se ha modificado de alguna manera tu perspectiva sobre el proceso de escritura, o bien, tus hábitos de escritura durante la pandemia?
Ha sido un año difícil, extraño, de muchas maneras inexplicable. Terminamos con más de 300 mil fallecimientos en Estados Unidos, una cantidad que va en aumento día con día, bajo un régimen que desestimó la pandemia desde sus inicios y comprometió la salud de sus habitantes por cuestiones electorales. Las pantallas llenaron nuestra vida laboral y social. Tuve la fortuna de pasar la primera etapa de este encierro con personas queridas, cuya convivencia fue fundamental para tomar las cosas con calma y seguir adelante. En estos meses he escrito y corregido muchísimo y he podido dedicarle más tiempo a aquellos proyectos que me parecen prioritarios.
Felicidades por el premio MacArthur. ¿Qué significa haber recibido este reconocimiento en medio de una crisis política y social como la que se está viviendo en Estados Unidos actualmente?
La beca MacArthur es uno de esos premios que llegan de la nada. Uno no lo solicita, no se inscribe en ningún lado, ni siquiera lo imagina. Un buen día recibes una llamada y te anuncian que tienes cinco años de trabajo creativo asegurado. Todavía no salgo del asombro. Se trata de uno de los premios más prestigiosos a nivel nacional, que este año recae en un grupo especialmente diverso de artistas y científicos. Me enorgullece ser colega MacArthur de Fred Moten, por ejemplo, a quien he traducido al español y admiro tanto. En realidad, me enorgullece un montón ser colega de todos los que están ahí. La retórica antimexicana ha sido un arma política potente estos últimos cuatro años, y sus efectos se han dejado sentir en las calles, las escuelas, los lugares públicos. Interpreto esta MacArthur como una manera de reconocer el trabajo esencial que realizamos las comunidades migrantes en este país. Sin el trabajo en los campos agrícolas, las fábricas y los almacenes de todo este territorio, Estados Unidos no existiría. Los que trabajamos en el ramo educativo también aportamos algo importante: asegurarnos de que nuestras comunidades sepan de dónde venimos y encuentren mejores maneras de construir un futuro para ellos aquí. “La tierra es de quien la trabaja”, decía Emiliano Zapata hace no mucho. La ciudadanía también.
Tu último libro, Autobiografía del algodón, pone en práctica el concepto de escritura geológica, que has utilizado también para la hechura e investigación de otros textos. ¿De dónde nace el interés por este tema?, ¿cómo ha alimentado tus obras?
Todo empieza con el cuerpo, en el cuerpo. Mucho ha cambiado entre los libros que he escrito a lo largo de los años, pero hay dos constantes: que el lenguaje con el que trabajo es material y que no me pertenece a mí como individuo. En la base de estas dos nociones está la inescapable realidad de que somos cuerpos entre cuerpos, y que las relaciones entre éstos están estructuradas por lazos de poder, dinámicos y disolubles. A este punto de partida hay que añadirle la discusión sobre el Capitaloceno, que coloca a la probabilidad —más que posibilidad— de la extinción en el centro del pensamiento crítico acerca de cuerpos humanos y no humanos. El concepto de escritura geológica implica estos dos puntos y añade un tercero, que tomo prestado de la teoría geológica general de Sergio Villalobos-Ruminott: que esta exploración nuevomaterialista debe plantear la pregunta sobre la acumulación y lo que la sigue, la pregunta sobre la justicia. Escribir —cada vez estoy más convencida de esto— es des-sedimentar. Las herramientas de la escritura nos sirven para hurgar en esas capas que conforman lo “natural”. Mentiría si dijera que por eso empecé a escribir Autobiografía del algodón. Pero es cierto que este proyecto encontró una manera de concretarse cuando empecé a trabajar de lleno con estas ideas.
José Revueltas, ¿amigo?, ¿guía?, ¿primo lejano de una misma lucha? La voz del escritor mexicano tiene una presencia importante en tu última novela. ¿Cómo hiciste la conexión con El luto humano? Porque, según entiendo, fue hasta hace poco que descubriste la implicación y el efecto que tuvo en tu familia la lucha campesina de 1934.
A sus diecinueve años, José Revueltas inscribió la experiencia de unos huelguistas fronterizos en el mundo de la escritura. Sin El luto humano —donde el escritor explora las experiencias que vivió nueve años atrás, en el Sistema de riego N. 4 de Estación Camarón— no quedaría nada de la lucha de esas personas que, con frecuencia, no sabían leer ni escribir. Fue en mi cumpleaños cincuenta que até los cabos, cuando le comenté a Max Parra, un colega de la universidad, que estaba investigando sobre mis abuelos en Estación Camarón. Fue él quien trajo a colación El luto humano, que yo había leído años atrás sin darme cuenta de que era una novela fronteriza. Y de ahí pa’l real. Todavía pienso que Revueltas y mis abuelos se encontraron, activándose unos a otros. Tormenta eléctrica. No tengo evidencia alguna de ese encuentro, pero sé que todos estuvieron en el mismo lugar, al mismo tiempo y del mismo lado: la huelga Ferrara de Estación Camarón en la primavera de 1934.
Tienes treinta y dos años viviendo y trabajando en Estados Unidos. Te has forjado una carrera como académica y escritora en un nicho en donde el racismo sistémico se encuentra todavía presente. ¿Cómo podemos enfrentarnos las futuras generaciones de escritoras a estos problemas en un país donde se ha develado (una y otra vez) la huella histórica de la xenofobia y de las tensiones raciales?
Las jóvenes escritoras contemporáneas lo están haciendo muy bien: formar comunidad es esencial. Tender lazos. Ir juntas (Marabunta dixit). En Estados Unidos definitivamente necesitamos cuidar más la cercanía entre la importantísima experiencia chicana y las nuevas generaciones migrantes que llegan y continuarán llegando de Iberoamérica. Pero eso también va avanzando.
Teoría y escritura. Para la academia estadounidense continúan siendo, en muchos casos, un matrimonio inconcebible. ¿Cómo te posicionas tú ante esta noción, como escritora, como académica y como directora de un programa de escritura?
El doctorado en Escritura Creativa de la Universidad de Houston es uno de mis proyectos personales y profesionales más queridos; es parte de mi activismo cultural en una sociedad que se empeña en despreciar el español y a sus hablantes. Estados Unidos es el segundo país más grande de habla hispana en el mundo. Pero este año terrible termina con la noticia de tu nuevo trabajo, Natalia. Obtener un trabajo con tenure en la Universidad de Texas, en Arlington, demuestra que nuestro programa, además de innovador y visionario, también es práctico y realista. Recibir una oferta de trabajo durante la pandemia, y una que ha tomado en cuenta tu entrenamiento tanto en escritura creativa como en literatura, confirma que vamos en el camino correcto. Tu posición como Assistant Professor cierra el primer ciclo de nuestro programa. Estamos aquí para quedarnos, eso quiere decir. A medida que otras universidades se den cuenta de que una concentración en escritura creativa aumenta las posibilidades de que sus graduados obtengan buenos trabajos académicos, se propondrán algo parecido.
En veinte años has escrito nueve novelas, varias antologías de cuentos y poemas, así como estudios críticos. Tu primera novela, Nadie me verá llorar, fue publicada por primera vez en 1999. ¿Qué cosas fueron necesarias en términos materiales y emocionales para llegar a este punto de tu carrera?
Una de esas tantas veces que hablábamos del futuro, de tu futuro, te dije un poco sin pensar: be wary of love. Sucede que tengo los suficientes años para haber visto, como se dice, a las mejores escritoras de mi generación y de otras generaciones destruidas por “el amor”. Aclaro: por prácticas patriarcales del amor que implican sumisión, borramiento, obediencia. La cita de Simone de Beauvoir es tan pertinente ahora como antes:
“El día que una mujer pueda no amar con su debilidad sino con su fuerza, no escapar de sí misma sino encontrarse, no humillarse sino afirmarse, ese día el amor será para ella, como para el hombre, fuente de vida y no un peligro mortal.”
Mi segundo punto también te involucra: como sabes, yo no vengo de una familia de medios. Pensar en escribir siempre ha implicado pensar en cómo me voy a mantener para seguir escribiendo. Como no tengo herencias y la idea de que alguien me mantenga siempre me ha resultado aborrecible, la única manera de abordar este tema ha sido a través de mis trabajos. Por fortuna, he gozado de puestos de profesora con tenure track que me han permitido leer, dar clases sobre lo que leo y me preocupa, y tener conversaciones instructivas, con frecuencia epifánicas, con personas tan talentosas como tú. Contar con una fuente de ingresos separada de los libros que publico ha sido fundamental para escribir en completa libertad. En el futuro, cuando nos encontremos en alguna alberca después de nadar, digamos, unos mil metros, me contarás si este tenure track que pronto inicias funcionó así para ti o no.
Imagen de portada: Cristina Rivera Garza. Fotografía de Thelmadatter, 2014 CC