Hoy por la mañana me detuvo en la calle un hombre joven con un claro acento extranjero. Con intensidad y confusión en la voz, me preguntó si yo era hindú. —Sí soy —le contesté muy rápido, en castellano. El hombre caminó unos pasos, se sentó en un banco de aquella calle y luego se quebró a llorar. Lloraba a lágrima viva, mientras decía palabras que yo no entendía. Me miraba como pidiendo consuelo. Movía la cabeza de un lado al otro y se tocaba el pecho. Recordé que algún tiempo atrás había visto un documental sobre gente de la India que caminaba sobre brasas para limpiar sus almas. Este hombre tenía claramente el alma un poco enredada. Me dio curiosidad por saber si es que las plantas de sus pies tendrían cicatrices de quemaduras. Me senté a su lado en silencio. Saqué de mi cartera un paquete de kleenex y se lo puse entre las manos, le hice un gesto habla-que-yo-te-escucho, arqueando las cejas y apretando los labios en una ligera sonrisa. Tomó uno de los pañuelos y se secó las lágrimas. Empezó a hablar en esa lengua tan extraña pero tan musical que yo no entendía. Me recordó la primera vez que escuché una canción en persa. No entendía nada pero fue bellísimo. Mientras me contaba su vida yo miraba su piel ceniza, observaba sus gestos, cómo cambiaba de expresión de golpe y estaba sorprendido, molesto, confundido, desolado, todo a la vez. Por ratos sonreía ligeramente con una mueca irónica que acompañaba con un aleteo rápido de la mano derecha, como si estuviera dándole botes a una pelota de básquet. Escuchaba sus palabras y decía “sisoy, sisoy”. Yo pensaba que ese “sí soy” que le di como respuesta debía de significar algo en hindi para haber removido lo más profundo de su alma. Quizás era un mantra trascendental: sisoyyyyyyyyyyy Mientras lo escuchaba, yo movía la cabeza hacia un lado como hacen los perros cuando tratan de entender algo; movía las manos también como él dándole botes a la pelota de básquet y sonriendo ligeramente. A veces hacía un movimiento con ambas manos como si limpiara una mesa y al mismo tiempo torcía la cabeza bruscamente hacia un lado, como desaprobando algo. Trataba de demostrarle atención y empatía, le estaba dando consejo. Él reaccionaba como si lo entendiera todo. De pronto, arrugó las cejas y movió los brazos en cruz, como diciendo: “Aquí se termina todo”. Le sonreí abiertamente, feliz de que, cualquiera que haya sido su drama, ahora seguramente había llegado a su fin. Y así fue. —Patni pati —me dijo sonriente. Yo no le quité la sonrisa y le repetí “patni pati sí soy”. Entonces sacó de uno de sus bolsillos una sortija de oro con un brillante, me tomó de la mano y me la puso en el anular derecho. Con sus manos grandes, morenas y gastadas, empuñó luego la mía, pequeña, encerrándola toda y cubriendo la sortija. Acepté la sortija de buena gana. Me abrazó tan fuerte y me tocó la cara, como en las películas de Bollywood cuando se va a besar la pareja enamorada. Miré la hora y era tiempo de volver a casa. Me puse de pie con un ademán de princesa teatral al final de una obra. Empecé a caminar y él no me detuvo; caminó a mi lado. Ahora estoy en la casa con un hindú sentado en el sofá y estoy comprometida. Voy a prepararle ahora mismo la cena a mi fiancé. Hoy no podrán ser hamburguesas. Tengo felizmente un sobre instantáneo de tikka masala. Tomo un poco de kétchup y me hago un lunar en medio de la frente, yo sé que eso tiene algo que ver con el matrimonio hindú, lo vi en un documental. —¿Tikka masala? —le digo. Él sonríe y me abraza. Le ha gustado mi lunar. Voy a poner unos palitos de colores de incienso y unas flores amarillas en la mesa. Luego pienso que tengo una falda hindú, un bolso hindú, un pareo que dice made in India, y también unas sandalias. Él se ha acomodado en mi sofá y se ha quitado los zapatos. Dentro de poco me fijaré en esas cicatrices que seguro debe tener en las plantas de los pies, pues se ve que es un hombre de alma limpia. Tenían razón todos mis libros. El destino siempre da señales y hoy he tenido la luz para verlas. He logrado liberarme de mis karmas de soledad. Este día ha sido el día del cambio y todo ha sido perfecto. Como dice el profeta: el universo ha conspirado para realizar mi deseo. Ahora sólo me queda cambiar el cuadro del Corazón de Jesús por uno de Shiva. No quiero empezar mal una relación seria.
Imagen de portada: Fotografía de Mahesh Basedia. Creative commons BY- NC