El mito de la creación, aquel en que el hombre y la mujer fueron modelados con barro y animados gracias a un soplo de aliento divino, y en el que se les ordena obedecer sin ningún tipo de cuestionamiento, habla en realidad de uno de los sueños más arraigados de nuestra especie: el de volvernos demiurgos, creadores y amos de una grey hecha a nuestra semejanza, que se subordine, nos entretenga y sobre todo que nos haga la vida mucho más llevadera. Esa fantasía constituye el origen de los robots, una obsesión que hemos cultivado desde la Antigüedad hasta la fecha, y el motivo de que cada paso hacia su realización nos parezca tan fascinante. Si los vínculos entre seres humanos resultan tan complicados es porque —más allá de las jerarquías sociales— todos somos en potencia igual de inteligentes, de rebeldes e impredecibles. Para vivir en paz hace falta crear acuerdos y respetarlos, y aun así sabemos que esa paz será siempre frágil y condicionada, que incluso nuestro propio hermano, llevado por los celos o por la avaricia, podría asestar un golpe mortal sobre nuestra cabeza. En cambio los androides, la aspiradora, las muñecas sexuales, los escorts mecánicos y los cirujanos electrónicos no se cansan, no protestan, no se ofenden ni necesitan anteojos; son mucho más precisos que nosotros, carecen de orgullo y de deseos, y por lo tanto son impermeables a las tentaciones que nos caracterizan. Los robots son entonces un reflejo de nuestras carencias, de nuestras esperanzas, ciertamente, pero también de nuestros miedos. En “Pigmalión y Galatea en el siglo XXI”, el ensayo con el que abre este número, Gabriela Frías Villegas analiza el deseo humano de dar forma y vida a un ente perfecto y describe el aspecto que esa criatura está tomando en la actualidad. La novelista Aura García Junco, por su lado, habla de los primeros autómatas que desarrolló Herón de Alejandría con el fin de crear un ambiente mágico y desconcertante en los templos de su ciudad. Hay mucho de utopía en la idea del robot. Los robots cirujanos de los que habla el texto de James Gaines no se equivocan ni se distraen, pueden operar a una persona tras otra. Tampoco tienen sesgos racistas o de clase, y mucho menos abusan de sus pacientes. En otras palabras, son mejores que nosotros y en ese sentido nos trascienden. Los cyborgs, nos dice Donna J. Haraway en su famoso manifiesto, nos permiten pensar fuera de los binarismos pues, aunque sean humanoides, nada nos obliga a otorgarles un género. Sin embargo, la fantasía de esa criatura supuestamente perfecta también contiene intuiciones abominables. En el fragmento de Chamanes y robots que seleccionamos, Roger Bartra nos explica la fantasía transhumanista, que consiste en una nueva artificialidad mecánica, implantada en nuestros cuerpos con el objeto de “mejorar” y “aumentar” las capacidades humanas e interiorizar las propiedades de las computadoras. Estos “transhumanos” nos dice el autor, serían posiblemente unos zombis, desposeídos de la conciencia individual que conocemos y también de la sensibilidad que implica tener un cuerpo biológico. En su ensayo “‘Inteligencia’ robótica para matar”, Naief Yehya habla de los drones y otras máquinas que se utilizan en la guerra con el fin de distanciar a los soldados del traumático acto de matar. Pero, nos advierte, estas máquinas que ya se utilizan, distan mucho de ser perfectas: “Miles de personas han sido asesinadas por control remoto desde los aires, gran parte de ellas civiles víctimas de errores, daños colaterales, ignorados por los responsables y sus propios gobiernos”. La idea del robot que se niega a ejecutar una orden, del que cobra autonomía y súbitamente se rebela contra el señorío de su demiurgo, incluso contra toda la humanidad, se encuentra en muchos relatos de ciencia ficción; desde ahí parte “Cuerpo glorioso”, el cuento de Alberto Chimal. El temor tan generalizado de que un día los robots nos van a dejar sin trabajo, y por lo tanto sin sustento, está presente en nuestro imaginario desde la Revolución industrial, explica Aaron Benanav en un fragmento de su libro La automatización y el futuro del trabajo. ¿Qué tipo de relaciones afectivas podemos entablar con las máquinas? ¿Es realista enamorarse de un robot y construir una vida con él? De esto escriben el filósofo franco-argentino David Beytelmann y Edmundo Paz Soldán, narrador boliviano y autor del desopilante relato “La muñeca japonesa”. ¿Dónde estamos realmente en la carrera hacia la construcción de esos robots que algunos sueñan? ¿Qué tan lejos nos encontramos de la utopía? Para obtener un panorama actualizado, el equipo editorial de nuestra revista entrevistó al doctor Jesús Savage Carmona del Instituto de Bio-robótica de la UNAM. En la segunda década del siglo XXI, los robots, ya sean sofisticados o elementales, forman parte de nuestra vida cotidiana. Conocerlos nos permite entender mejor cómo es esta sociedad y aquella hacia la que nos encaminamos. Esperamos que la lectura de estos textos te ayude a vislumbrarlas, a identificar sus beneficios, pero también sus innumerables riesgos.
Imagen de portada: Código Matrix, 2014. Pixabay [CC]