Breve historia del Taller de París
Los ríos errantes, primera novela de Miguel Tapia, se presentó en junio de 2018 en el Instituto de México en París. La elección de este lugar para tal presentación, en compañía del autor y de su amigo y cómplice, el también escritor Jorge Harmodio, responde a una forma de justicia poética o de justa memoria. No sólo fue una oportunidad para saludar la publicación de una magnífica novela sino que, de alguna manera, nos permitió festejar el taller de creación literaria en español que fundó Martín Solares en 2002 al amparo del Instituto de México, que entonces dirigía Jorge Volpi. Nos reuníamos puntualmente, los miembros del flamante taller, los viernes por la tarde en el 119 de la rue Vieille du Temple y, al salir de las sesiones, vagábamos por los restaurantes y bares del Marais, improvisando fantasiosas prolongaciones de las charlas y polémicas. Durante un periodo, solíamos cenar un alcuzcuz tan copioso como barato en la calle Charlot. Desde luego, aquella fonda —porque esto era— ya feneció, al igual que todos los restaurantes populares del barrio, ahora convertidos en galerías de arte, tiendas de diseñadores o cafés vagamente parisinoglobales. Martín Solares aprovechaba, a fuerza de malabarismos, cada una de las estancias parisinas o europeas de los escritores mexicanos o residentes en México para invitarlos al taller. Así pudimos conversar con Jordi Soler, Guillermo Sheridan, Mario González Suárez, Eduardo Antonio Parra, Daniel Sada, David Toscana, Gabriela Vallejo, Hugo Hiriart, Margo Glantz, Marco Antonio Campos, Mario Bellatin, José Manuel Prieto, el propio Jorge Volpi y otros muchos escritores que me perdonarán las fallas de mi memoria. En esos años, también gravitaba una pequeña constelación de talentos en las cercanías del Instituto de México: Guadalupe Nettel, Daniela Franco, Alain-Paul Mallard. Más adelante, el ya bautizado Taller de París tuvo que migrar a sucesivos lugares, privados o institucionales. Durante un tiempo se reunió en la Casa de México de la Cité Internationale Universitaire. Por fin lo acogió durante muchos años el Instituto Cervantes de París. Entretanto el taller había dejado de ser mexicano para volverse, parisina y felizmente, hispanoamericano: la concentrada algarabía de las lecturas también reunía a chilenos, españoles, colombianos, argentinos. Asombrosamente, el taller sobrevivió hasta 2016. Ni el regreso a México de su fundador en 2008 ni el tiempo de vagabundeo que le tocó tras su exilio del Instituto de México menguó el entusiasmo o la asiduidad de sus miembros. En su calidad de jóvenes veteranos y escritores ya publicados, Marcos Eymar, Jorge Harmodio, Iván Salinas y Miguel Tapia asumieron la coordinación colegial del Taller en el Instituto Cervantes. De ahí y desde un bolañesco “cuadrante de Caborca” salió en 2007 el Manifiesto de la literatura Huiqui, escrito y promovido por Jorge Harmodio, Marcos Eymar, Miguel Tapia y Oswaldo Zavala para llamar al ejercicio de la libre y gozosa reescritura de las obras literarias disponibles en la red. También coordinó Iván Salinas un dossier con textos de creación de varios miembros del taller para el número 147 (enero-febrero 2008) de la revista punto de partida. En 2009, año en que México fue el país invitado de honor en el Salon du Livre de París, los talleristas realizaron para el Instituto Cervantes una serie de entrevistas filmadas con los escritores mexicanos invitados. En la editorial cartonera La Guêpe Cartonnière, creada por Jorge Harmodio y el argentino Guillermo Bravo, se publicó en 2010 Ça cartonne!, antología de cuentos traducidos al francés de Camilo Bogoya, Marcos Eymar, Naty Menstrual y Pablo Raphael elaborada por Jorge Harmodio y, de éste, el primer capítulo de su novela Musofobia. Por fin, algunas editoriales no tan marginales de México, España o Argentina fueron publicando obras que sus respectivos autores habían sometido a la lectura crítica de sus compañeros del taller a lo largo de innumerables sesiones. En el taller, conducido aquella noche por José Manuel Prieto, oímos por primera vez la lectura de un cuento de Miguel Tapia, de corte algo cortazariano. También ahí, y en ocasión de la presentación de su antología Los mejores cuentos mexicanos de 2004, Eduardo Antonio Parra dialogó con Miguel acerca de un cuento suyo que había seleccionado, inspirado en un corrido de Los Tigres del Norte. Acto seguido, Miguel Tapia no sólo procedió a la lectura de “Al pueblo llegó un fulano”, sino que interpretó el corrido acompañándose con su guitarra. En el taller, desde luego, se trabajaron estos Ríos errantes y una segunda novela, que esperamos ver publicada a la mayor brevedad. Entretanto, Miguel Tapia ya había publicado en Almadía Los caimanes y Señor de Señores, texto que aplica los principios del Manifiesto de la literatura Huiqui a los versículos sacrificiales del Levítico, reinterpretados como imperiosas peticiones de ofrendas de un “señor” del narcotráfico. El traductor François Gaudry había incluido su versión francesa de “Al pueblo llegó un fulano” en la antología Des nouvelles du Mexique, que elaboró en 2009 para las ediciones Métailié.
Los ríos errantes
Los ríos errantes es, ciertamente, una primera novela pero resulta igual de lograda y dominada que una tercera o décima. Su lector discernirá de inmediato esa voz singular que, a punta de trabajo, ambiciona todo escritor. Para elogiarla, válgase aquí enumerar todo lo que felizmente no es. Y si en ocasiones llega a serlo, se distingue del cortejo de las muchas novelas mexicanas recientes que, para mayor comodidad, la crítica suele clasificar entre los siguientes rubros:
—Una novela “del Norte”: No. En todo caso, se trataría de un norte intimista. —Una novela “de la frontera”: De ninguna manera. Si bien se evoca la frontera, el héroe del relato la percibe como nefasta tentación o último recurso, que debe evitar a todo costo. —Una novela sobre “la violencia”: Sí y no. La violencia se manifiesta en la trama de modo oblicuo, su tenue iluminación inicial prepara su súbita exposición bajo la luz más cruda. —Una narconovela: No. El narcotráfico se insinúa entre los repliegues del argumento, de modo tamizado, a la vez lejano e inmediato. Se infiltra en la vida íntima y familiar de los protagonistas, aunque dista de entrar entre las preocupaciones de Tona, el joven héroe. Tal y como sucede a menudo en la realidad de los habitantes de ciertas ciudades. —Una novela realista: Tal vez, aunque se trataría de un realismo filtrado por la subjetividad y afectividad de Tona. Si bien, en contadas ocasiones, otros personajes dan su propia versión de los hechos y de la personalidad del joven, casi todas las peripecias se narran desde la experiencia del protagonista. Los rumores, los chismes y los prejuicios que rondan por el barrio y la ciudad terminarán apresando a Tona, convirtiéndolo en otro. Esas voces aportan la jocosidad, la contradicción cuando no la discordancia que crea lo auténticamente novelesco. —Una novela sobre tal o cual tema: No. Se narra la formación aleatoria, azarosa, improvisada, jazzeada, de Tona. Éste, antes que adolescente es un adulto joven, en busca de su destino. Indolente, soñador, lunático, contemplativo, Tona se distingue de sus compinches y vecinos por su oído musical, don que comparte con Amelia, su madre, el segundo personaje inolvidable de esta novela.
Tras este primer examen, Los ríos errantes salen triunfadores de la prueba clasificatoria, librados de definición alguna. Como toda novela que se respete, la de Miguel Tapia es plural, contradictoria, ambigua y le deja al lector su cuota de sueño, libertad y sentimientos —de lectura, en suma—. Una lectura tan vagabunda como lo es el joven Tona, tan errabunda como el curso de aquellos ríos que le prestan a la novela un título cuya musicalidad pareciera inspirada en algún verso de Rubén Darío. Errantes, de aquí y de allá, el tarolista y el guitarrista gitano mantienen su distancia del aquí que se dibuja y desdibuja en la novela: esa ciudad que cruza un río contaminado, donde el sol de enero logra asar a los corredores del tradicional medio maratón anual; esa ciudad cercana al mar; esa ciudad cuyo nombre calla la novela, pero que adivinamos bastante similar al Culiacán donde nació Miguel Tapia.
Imagen de portada: Marc Chagall, Paris par la fenêtre, 1923. Museo Guggenheim, Nueva York