Después de casi dos años de pandemia y confinamiento, de luto y miedo, de planes frustrados, de contención y abstinencia, después de tantos cambios inesperados, de largos meses de reflexiones y autocuestionamientos, el equipo de la Revista de la Universidad de México se preguntó con qué tema cerrar el año y abrir el siguiente. Concluimos que tanto nosotros como nuestros lectores nos merecíamos una buena fiesta. En estas páginas te proponemos una parranda que comienza un 31 de octubre por las calles de un Seúl donde todo el mundo va vestido con disfraces desternillantes. Antes de que amanezca, Elvira Liceaga te llevará a recorrer el Vive Latino, el festival Coachella y otros templos del rock en un éxtasis musical y colectivo. “¿Qué son esos escalofríos, esa piel de gallina, esa inquietud del cuerpo?”, se pregunta la autora tratando de describir lo que sentimos en los mejores conciertos. Luigi Amara te conducirá en su Cadillac convertible por las fiestas más memorables de la literatura, como las de El gran Gatsby o El maestro y Margarita, pasando por Alicia en el País de las Maravillas, El gatopardo y La señora Dalloway. Antes de que puedas recuperarte, Adrián Román te invitará a bailar por la Ciudad de México en diferentes épocas de la historia. Si lo que te gusta es el (neo)perreo, Mariana Ortiz es tu conecte perfecto. Su texto te hará entrar en un espacio donde la gente tiene aspecto de “artistas porno jugando a desafiarse con la ropa —menos es más— y con el maquillaje —más es mejor–”, una fiesta “hecha para lxs desentendidxs de la cultura pop, para marginadxs y rebeldes, para quienes viven sin miedo a decir que sí”. La brillante Rachele Airoldi te guiará por las callejuelas de Venecia, ataviada con una seductora máscara de papel maché. ¿Qué nos hace la fiesta? Nuestros autores hablan de endorfinas, serotonina y dopamina generadas por el baile, de neuronas espejo y orgasmos de piel, de esa sensación de pertenencia y hermandad que se experimenta durante el gozo colectivo, hablan de rituales y de sacralidad. Pero la fiesta no es solo la válvula de escape para la tensión y el aburrimiento, se trata también de un acto subversivo, el momento privilegiado en que se rompen las jerarquías y las cadenas del sometimiento. “Las fiestas históricamente han desordenado el tiempo de la dominación” —advierte Josefa Sánchez Contreras— “y continúan siendo la expresión de fuertes relaciones que resignifican y actualizan el vivir en comunidad”. “¿Y si la fiesta fuera lo que de verdad define profundamente al ser humano? No el trabajo, ni la política ni las Iglesias, esos tres grandes secuestradores abusivos de las fiestas”, se pregunta Alberto Ruy Sánchez en un texto clarividente titulado “La importancia inesperada del exceso”. En vísperas de Janucá, la fiesta de las luminarias, Amador Fernández-Savater recuerda el sentido rebelde de esa celebración que conmemora el fin de la esclavitud del pueblo de Israel, y pone en marcha los actos de dar y recibir. No podíamos editar un número sobre este tema sin hacer un homenaje a Dioniso, el dios del vino —hijo de Zeus y de una princesa mortal—, que busca en sus bacanales la fraternidad entre lo divino y lo terreno, mezclándolos en su extraordinaria embriaguez para celebrar ese ciclo eterno de podredumbre y renacimiento que garantiza la vida. Venimos de la podredumbre, nos toca la renovación. Dejemos atrás todo lo que nos pesa, seamos libres y felices al menos durante el tiempo que dure esta lectura. ¡Bailemos, comamos y bebamos! Invoquemos colectivamente a Baco para que consagre nuestras fiestas y le infunda su espíritu libertario al año que está por venir.
Imagen de portada: Ferdinand du Puigaudeau, Fiesta nocturna en Saint-Pol-de-Léon, ca. 1895. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza