Los antropólogos sociales llevan mucho tiempo recurriendo a las llamadas comunidades tradicionales para intentar resolver una de las contradicciones centrales de la sociedad moderna occidental: cómo crear y mantener comunidad entre personas con voluntades e intereses distintos e individuales. Lamentan que la especialización laboral y la libertad personal —que supuestamente tanto avance han generado en un sentido material—, estén acompañadas de una pérdida de atención a la creación de comunidad. Al parecer, estas comunidades tradicionales conservan el secreto para lograr un espíritu y una organización colectiva solidarios y resistentes, mientras que las sociedades modernizadas lo han olvidado y perdido.
La antropología social sobre México no es la excepción. Uno de sus enfoques principales ha sido la pretendida creación de comunidad a través de una serie de prácticas conocidas como el sistema de cargos o la jerarquía civil-religiosa. Se trata de un sistema de autogobierno en el cual los residentes adultos de la comunidad ocupan, de forma rotativa, puestos o cargos dentro de la organización civil y religiosa de la colectividad. Estos cargos no son remunerados y el tiempo, la energía y los recursos que representan para un individuo son significativos. Incluyen, entre otros puestos, las mayordomías para la organización de las celebraciones en honor a los santos patronos y puestos en comités que se encargan, por ejemplo, del sistema de agua, las escuelas o las tierras comunales. Considerando que los cargueros también tienen sus responsabilidades laborales usuales, el cargo resulta bastante oneroso. Las personas que los ocupan con frecuencia tienen que ahorrar durante años antes. Según la visión antropológica clásica, lo que reciben a cambio de este sacrificio social es un lugar prominente y prestigio dentro de su entorno. Durante el curso de su vida adulta, los jóvenes empiezan en cargos sencillos y, paulatinamente, asumen puestos más importantes y así suben en la jerarquía. Según esta lógica, el efecto global es, supuestamente, la reproducción de la comunidad y sus fronteras y el establecimiento de una estructura social en forma de pirámide.
Es preciso cuestionar la lógica de los planteamientos antropológicos tradicionales para intentar comprender la manera en la que los residentes de los pueblos entienden sus prácticas y su comunidad. Por ejemplo, Tepetlaoxtoc es una cabecera municipal de unos seis mil habitantes en el Estado de México. Se encuentra ubicada en el extremo nororiental del Valle de México, a unos quince minutos en auto de la ciudad de Texcoco y a unos noventa minutos del centro de la Ciudad de México. A pesar de su cercanía con la capital del país, el lecho seco del lago de Texcoco ha sido un obstáculo para la acelerada urbanización que ha transformado drásticamente otras regiones de la periferia de la megalópolis. Aunque la comunidad no ha sido inundada por el crecimiento de la metrópoli, los residentes conocen bien las costumbres urbanas y se distancian enfáticamente de ellas. Consideran que los citadinos son individualistas y ellos no, pero la comparación no se refiere directamente a la falta de un espíritu comunitario en la ciudad. Más bien, sus comentarios hablan de una idea que los citadinos tienen acerca de la acción: creen que pueden actuar por sí solos. Las críticas de los habitantes de Tepetlaoxtoc se enfocan en las motivaciones de las personas: ellos reconocen que necesitan a otros incluso para poder actuar, mientras que los habitantes de las urbes piensan que no necesitan a los demás.
Me parece que muchos antropólogos tradicionales han distorsionado y malentendido las prácticas que constituyen los sistemas de cargos al considerarlos la solución a un problema que la gente campesina e indígena no comparte con la sociedad occidental moderna. Según me enseñaron ellos mismos, los habitantes de Tepetlaoxtoc no comparten esta preocupación por el mantenimiento de la comunidad y no se imaginan como personas individualizadas y fragmentadas. Más bien, tienen sus propias preocupaciones y hacia ellas dirigen los esfuerzos de su organización. Esto no significa que la comunidad no sea importante para ellos, pero ocupa un lugar distinto en su imaginario social. Mientras que sus acciones en el sistema de cargos no están dirigidas a resolver el problema occidental-moderno de la creación y el mantenimiento de vínculos comunitarios, sí tienen relevancia para otros problemas que enfrentamos todos en la vida moderna y que reciben menos atención.
La práctica social en Tepetlaoxtoc que me ayudó a entender más claramente esta idea de necesitar a otros para actuar fue la organización de las fiestas para los santos patronos. La comprensión antropológica tradicional de estas fiestas considera que el papel del mayordomo es la organización del patrocinio y las actividades de la fiesta. Sin embargo, en Tepetlaoxtoc me dieron una explicación distinta: el papel del mayordomo1 es generar la participación de los demás. Aunque él mismo da una cooperación en efectivo para montar la fiesta, esta cantidad no necesariamente es distinta a la que donan los otros. Lo que el mayordomo tiene que conseguir es que la gente aporte dinero para la fiesta. Para lograr esto, va por la comunidad tocando puertas y solicitando el apoyo incluso hasta un año antes de la celebración. Esto no es tan sencillo como suena, puesto que los potenciales cooperadores vacilan al principio: no saben si tienen suficiente dinero o dudan que el mayordomo vaya a armar una buena fiesta. Su papel es convencerlos de la belleza e importancia de contribuir a la fiesta. Lo hace a través de sus palabras, pero también a través de su actitud de “gusto” por organizarla. Esta disposición es clave, puesto que la idea es que sea contagiosa: el gozo transmitido al donador potencial es lo que lo impulsa finalmente a aportar el dinero. Este proceso de convencimiento no siempre es inmediato y el mayordomo tiene que regresar a la misma casa varias veces durante el año para seguir con su proceso de persuasión. Además, es posible que el potencial donador invite al mayordomo a su casa a tomar unos tragos mientras platican. Compartir la bebida ayuda en el proceso, pero al mismo tiempo implica más esfuerzo para el mayordomo puesto que hay una cantidad limitada de alcohol que uno puede tomar en un día para seguir buscando cooperaciones. Hay que decir que ser mayordomo es visto como un trabajo significativo, pero no oneroso, y para ser efectivo tiene que hacerse con gusto.
Esta interdependencia para poder actuar también se ve en la entrega de la mayordomía de una persona a otra. En Tepetlaoxtoc, el mayordomo actual es responsable de encontrar —o más bien convencer— a quien será su reemplazo para el siguiente año. Hay personas que expresan algún interés en ocupar ese cargo. Sin embargo, estas manifestaciones las hacen de forma general y se considera inapropiado que alguien declare abiertamente que desea ocupar alguno en específico. Lo común es que el mayordomo en funciones se entere indirectamente de que alguien ha expresado interés en ser mayordomo, y tendrá que acercarse a esta persona con la propuesta. A pesar de haber planteado su interés, el reemplazo potencial siempre intenta esquivar la invitación al principio. Por ejemplo, empieza diciendo que no está listo debido a que tiene otros compromisos. Quien ocupa el puesto tiene que trabajar durante meses para convencer a su posible sustituto para que esté dispuesto a aceptar la propuesta justo después de la fiesta patronal. Al momento de decir que sí, el nuevo mayordomo deja atrás cualquier vacilación e inicia sus labores con dedicación completa y de buena gana.
En una ocasión, al preguntar acerca del funcionamiento de las mayordomías, me explicaron que el pueblo es como una rueda y el trabajo del mayordomo es hacerla girar. Si retomamos la noción antropológica de que los mayordomos generan comunidad a través de las fiestas, la metáfora de la rueda nos ayuda a entender algo distinto. La comunidad y la rueda ya existen; no es necesario crearlas. Lo que hace falta es el movimiento o la acción. Entonces, lo que el mayordomo crea no es comunidad, sino la acción, y un estado subjetivo de disposición o gusto que comparte con los demás. Es decir, trabaja para la comunidad, pero no hace comunidad. Tampoco tiene que recordarle a la gente que se necesitan entre ellos; todos lo tienen claro. Así, el mayordomo tampoco está creando un espíritu comunitario: más bien, está activando la interdependencia que ya existe. Esto se ilustra con el hecho de que resulta inapropiado que mencione que ha hecho u organizado la fiesta. Él y los demás dicen que la fiesta se hace entre todos, tomando en cuenta que el mayordomo necesita a los demás tanto como ellos lo necesitan a él.
El sistema de valores de la gente de Tepetlaoxtoc resulta más claro cuando critican a los de la ciudad y su inhabilidad para participar correctamente en las fiestas. Por la cercanía del pueblo con la Ciudad de México, es frecuente que lleguen citadinos en busca de un lugar más económico y tranquilo para vivir. Los habitantes originarios los integran con buena disposición y los animan a participar en las fiestas. Sin embargo, los citadinos meten la pata de varias maneras: ofrecen sus cooperaciones sin necesidad de ser convencidos, se proponen ellos mismos para ser mayordomos y, si llegan a ocupar el cargo, intentan financiar la fiesta ellos mismos. Con estos pasos en falso, los recién llegados imaginan que están dejando atrás su individualismo y actuando de forma comunitaria. Para ellos mismos, lo que hacen es sacrificar su dinero y tiempo para la comunidad. Sin embargo, para los integrantes originarios estas acciones demuestran lo contrario: que los citadinos piensan que no necesitan a otros para actuar. Es interesante notar que la equivocación cometida por la gente de la ciudad —pensar que un espíritu comunitario implica que ellos, individualmente, deben organizar y financiar la fiesta— es semejante a la interpretación usual que los antropólogos hacen de las mayordomías.
El mal entendimiento de los citadinos y de los antropólogos parte del supuesto de que la preocupación básica de las comunidades campesinas e indígenas es la misma que la de la sociedad occidental moderna: el problema de la creación de comunidad en un mundo individualizado y fragmentado. Aunque los residentes de lugares como Tepetlaoxtoc experimentan esta individualización en ciertos contextos —por ejemplo, en sus empleos—, no la resienten en el contexto de la comunidad. Más bien, el reto básico en este ámbito es la motivación de personas inherentemente interdependientes. En otras palabras, el problema no es construir la rueda o unir a la gente, sino individualizar temporalmente a los integrantes de la comunidad para que ocupen roles específicos. Primero, el mayordomo en funciones tiene que convertir una pieza de la rueda en su reemplazo. Luego, este último pondrá a girar a la estructura de la rueda.
En contraste, en la sociedad occidental moderna, la creación social de motivación y acción generalmente no es vista como un problema. Más bien, se imagina como algo que viene del interior del individuo; al menos de quien se constituye como un buen integrante de la sociedad. Incluso, alguien que espera ser motivado por otros es mal visto: es pasivo y débil. Los residentes de Tepetlaoxtoc tienen algo importante que enseñarles a los citadinos modernos, pero no es “hacer comunidad”. A pesar de haber planteado una relación completamente contraria entre estructura social y motivación personal en el pueblo versus la ciudad, creo que existen similitudes importantes entre estos dos ámbitos. Al igual que la gente de Tepetlaoxtoc, los habitantes urbanos necesitan a los demás de una manera muy básica y constante. Tomemos, por ejemplo, la producción académica: aunque las publicaciones y otros productos se firman con un solo nombre, no es difícil reconocer los esfuerzos colaborativos entre varios actores, incluyendo colegas, estudiantes y los participantes de las investigaciones previas a estos productos. Aunque se mencionan estas colaboraciones en los agradecimientos, la presentación final de los productos crea la ilusión de propiedad intelectual privada, la cual raramente se cuestiona. En contraste, en Tepetlaoxtoc tienen las herramientas discursivo-culturales para cuestionar este fetichismo de lo individualizado y hacer explícita nuestra interdependencia. En esta vena, me parece que la lección de la gente de Tepetlaoxtoc para los citadinos modernos no es ser más interdependientes sino reconocer más su interdependencia. Creo que esto podría ser una manera, desde la vida cotidiana, de empezar a alejarnos de una forma de vida dominada por las ilusiones de la mercantilización y la individualización.
Imagen de portada: Víctor López, Los recuerdos grabados, 2020. Cortesía del artista
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Voy a referirme a los ocupantes de los cargos en masculino puesto que la mayoría de los mayordomos son hombres, aunque cada vez participan más mujeres. También es preciso mencionar que los y las familiares del carguero siempre lo apoyan con las actividades: es un rol más familiar-colectivo que individual. ↩