No sabemos si cuando Margo Glantz subió al primer avión de su vida ya supo —ya infirió, como una intuición o un presagio— que ese iba a ser su teatro de operaciones para toda la vida, pero así resultó para ella. Como el de su amigo Sergio Pitol, el suyo es un largo viaje que no conoce interrupciones; vivió en Londres, en Estados Unidos, en París, en Ciudad de México; recorrió la India, todos los países de Sudamérica, todos los países de Europa. De eso hablamos en una de sus muchas visitas a Buenos Aires, sentados en la cocina de una casa del barrio de Palermo. Le pedí que eligiera cuatro ciudades y dijo: México, París, Londres y Nueva Delhi.
1. PARÍS
Te fuiste a París con 23 años. ¿Cómo era ese mundo?
Me tocó una época extraordinaria. Era la posguerra, la época del Teatro Nacional Popular, de Jean Vilar, Gérard Philippe, Jean Louis Barrault y Madeleine Renaud; del existencialismo de Sartre, Camus y Merleau-Ponty, del Teatro del Absurdo. Fue un periodo de transición importante. Era un país vivo, muy vivo. Además, viajaba mucho por Europa, que en ese momento era muy barata. Había una enorme red de albergues de la juventud, y recorrimos así casi toda Europa, en autoestop.
¿Tomaste muchos seminarios? ¿Qué investigabas?
Sí, en París hice mi tesis de doctorado, en la Sorbona.
Estaba trabajando sobre los viajeros franceses que visitaron México en el siglo XIX y me interesaba además el teatro de los Siglos de Oro. En 1847 los estadounidenses invadieron México, llegaron hasta la capital y perdimos la mitad del territorio. En 1863 hubo otra invasión tripartita, con Inglaterra, España y Francia; los franceses se quedaron e impusieron el Imperio de Maximiliano de Habsburgo, quien fue derrotado por Juárez en 1867. Trabajé los textos que se produjeron en Francia sobre ese tema y durante ese periodo (1847-1867) para mi tesis de doctorado.
¿Y qué veían esos viajeros?
Muchos de esos textos se insertan dentro de una tradición que se inicia en Europa con el descubrimiento de América, el exotismo, textos muchas veces políticos o económicos, pero también literarios, como novelas, diarios de viaje, crónicas, etcétera. Muestran la visión que en Francia se tenía entonces sobre México. Abundaban los lugares comunes, los estereotipos, una gran discriminación, racismo, intereses políticos y comerciales, pero asimismo podían encontrarse cosas muy interesantes y novedosas que me permitieron descubrir elementos de mi país en los que no había reparado.
2. MÉXICO
Yo me fui de México a París en 1953, y la ciudad era pequeña si la comparamos con la de ahora; en mi memoria la urbe terminaba en un restaurante de carnes asadas en la avenida Insurgentes, una de las más largas del mundo. Ahora esta ciudad es mucho más terrible. No hay comparación. Era mucho más pequeña, no estaba contaminada, había muchísimos menos autos, menos gente. Era una ciudad caminable, hoy ya no lo es, salvo quizás en Coyoacán y unos poquitos lugares más, como la Condesa. La ciudad sigue creciendo desmesurada y caóticamente.
En muchas ciudades los años sesenta fueron el momento donde músicos, escritores y pintores se cruzaban en los bares. ¿En qué momento México vivió esos cruces?
En la misma época. En los sesenta, en lo que era la Zona Rosa, que ahora es una zona de desastre. Era muy bonita y la gente se reunía en cafés y restoranes. El Carmel, el restorán de mis padres, fue un lugar de referencia. Ahí se hacían reuniones literarias o simplemente se congregaban escritores, pintores e intelectuales.
¿A Carlos Fuentes, Carlos Monsiváis y Sergio Pitol, los conociste en ese momento?
A algunos los conocí en París, como a Salvador Elizondo. En París también me presentaron a algunos pintores importantes: Lilia Carrillo, Manuel Felguérez, al uruguayo Horacio Torres o a gente que luego sería importante en la política de México como Víctor Flores Olea, Enrique González Pedrero y Porfirio Muñoz Ledo. A otros los encontré en la universidad, antes de irme a Europa, por ejemplo a Luis Villoro y a Francisco López Cámara, que fue mi marido. Cuando regresé de París, Monsiváis era aún muy jovencito. Fue muy precoz, tenía 22 años y ya había publicado sus primeros textos, pero yo lo había conocido hacia el año 1953 (cuando él tenía 15), con Sergio Pitol y Luis Prieto en una manifestación. A Carlos Fuentes lo veía en las mañanas en el Carmel, vivía cerca de allí, en la Zona Rosa, y solía comprar algunas publicaciones y libros extranjeros que se vendían en el restorán de mis padres.
¿Cuándo se empezó a hacer visible tu generación?
Cuando yo estaba en París se publicaron El llano en llamas y Pedro Páramo de Rulfo. Juan José Arreola publicó Confabulario; Rosario Castellanos, Balún Canán y Carlos Fuentes, La región más transparente. Pero también fue muy importante la década de los sesenta. Aparecieron los primeros libros de Salvador Elizondo, Sergio Pitol, Juan García Ponce, Jorge Ibargüengoitia, Elena Garro, José Emilio Pacheco, Elena Poniatowska, Inés Arredondo, Julieta Campos, Juan Vicente Melo… Empezaron a publicar los autores de la generación conocida como “La Onda”, y no hay que olvidar que fue una época de gran efervescencia política.
¿No sentías el deseo o las ganas de escribir ficción todavía?
Mira, yo empecé a escribir muy tarde porque no redactaba cosas que funcionaran a la manera tradicional. Uno de mis maestros fue Agustín Yáñez, un gran novelista de la década del cuarenta: le enseñaba mis textos y me los alababa, pero para salir del paso me comentó que eran como un collar en el que las cuentas estaban sueltas, que había que aprender a engarzarlas. Pasó mucho tiempo antes de que pudiera hacerlo y decidiera optar por el fragmento como mi única forma de escribir.
3. LONDRES
Tenía 56 años. Fui agregada cultural en la embajada de México. Estando en el servicio diplomático se abren muchas oportunidades de conocer gente de todos los medios, sobre todo los académicos y oficiales de gestión cultural. Viajé mucho por Inglaterra y por Europa. Para entonces ya había publicado algunos libros, como Las genealogías.
¿El trabajo de agregada cultural tenía algo tedioso?
Al principio era muy tedioso porque me atuve a las reglas burocráticas pensando que ese era mi papel. Actuaba un poco como secretaria hasta que decidí que resultaba absurdo y me dediqué a establecer relaciones con los medios culturales. Iba a la embajada todos los días, pero a la hora que me daba la gana, y me pasaba el tiempo en los museos, en el teatro, en la ópera, en el cine, para calibrar y entender la vida cultural, y ver cómo se podía ensanchar mi labor, en principio muy dedicada a los intercambios escolares y las becas.
Supongo que en esa estadía habrás leído mucho en inglés. ¿Sentís que hubo algún idioma que permeara más que ese tu propia lengua?
Siempre he leído en inglés, prefiero leer en ese idioma cuando se trata de autores que lo escriben: australianos, canadienses, neozelandeses, ingleses, norteamericanos, jamaiquinos, indios. Pero para mí el francés es mi segunda lengua. No sé si eso influyó en mi propia escritura, supongo que sí.
4. NUEVA DELHI
India parece producir un efecto de fascinación y rechazo. ¿El malestar físico se apacigua a medida que pasan los días?
Es como una oscilación perpetua entre la fascinación y el horror. La maravilla y el espanto. Y cuando estás a punto de morirte de asco, de susto, otra vez la maravilla. Hay gente que caga en la calle, gente que se muere en la calle, crematorios, mutilaciones, leprosos, perros sarnientos, vacas flacas, espacios públicos llenos de basura, gente sacándose los piojos. Y es un país bellísimo, sin embargo. No hay tregua entre lo fascinante y lo horrible. Pero es más fascinante que horrible.
Me da la impresión de que lo horroroso se puede explicar, pero lo fascinante es más difícil de transmitir.
Lo fascinante es el país mismo. Los colores, la gente, la miseria espantosa que hay y la belleza de la mirada, la risa de los niños, sus dientes blanquísimos, sus ojos negros, sus vestidos color verde musgo a la inglesa, el optimismo a pesar de todo. Eso no lo ves en otros países donde hay miseria. Pasolini dice en El olor de la India que no logra entender cómo pueden vivir con solamente un puñado de arroz, beber agua sucia y sin embargo ser gente tan luminosa. Eso es muy hermoso. Al mismo tiempo, son unos grandes tramposos, maestros del regateo y la seducción, aunque en general no roben. También me impresionó mucho la situación de las mujeres, todas, aunque en especial las musulmanas, vestidas de negro, veladas siempre. Las mujeres hindúes son un espectáculo, en contraste con las que profesan otras religiones, vestidas de saris coloridos y lucidos con garbo, aunque sean parias.
Imagen de portada: Claude Monet, Casas del Parlamento, Londres, 1900-1901. Art Institute of Chicago