dossier Fiesta DIC.2021

Perra del futuro

Mariana Ortiz

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Te invito esta noche a perder el control Tomasa del Real


La inercia de salir en martes por la noche fue la culpable. Desafiando los límites de mi memoria, recuerdo que en el verano de 2018 una amiga me invitó al concierto de Tino el Pingüino en la colonia Roma. El foro Indie Rocks no tenía nada de especial: al fondo había un logo de Bacardí, una barra con dos cantineros y algunas mesas. Cuando llegué era demasiado temprano, así que había que esperar con dos o tres cubas en mano a que nos dejaran pasar hacia el escenario. El espacio preconcierto, una especie de lobby de cemento negro, no tardó mucho en llenarse. La gente traía mezclilla, camisas y pantalones negros rotos. Parecía que se habían vestido sin esfuerzo, con la primera prenda que encontraron. La falta de luminosidad en la ropa, como en el lugar, era un carácter común. Esa particular forma de vestir ya la había visto en el Imperial o en Departamento, en gente que lo único que quería era emborracharse. Cuando el final del concierto parecía cerca, conocidos de mi amiga nos llevaron hacia una zona desocupada, un cuarto escondido detrás de unas cortinas oscuras; abrieron una pequeña bolsa negra y prendieron varios porros. Nos alejamos pero yo percibí cómo del escenario venía una invitación a perrear. Aun a oscuras, algo se escuchaba: “Tomasa del Real, desde Iquique para el mundo, baby”. De la boca de una mujer salía un beat trapero, rapero, electrónico, un sonido como hecho desde una computadora. No sabía que eso era neoperreo, un reggaetón que venía de un futuro que ya nos había alcanzado. Volteé a mi alrededor y me di cuenta de que las personas que habían asistido al concierto de Tino desaparecieron. En su lugar estaban otras. El escenario era diferente. El estilo de vestirse y de maquillarse había cambiado; todo era mucho más suelto, más inventado, más experimental, mucho más sexual, arriesgado, como si fueran artistas porno jugando a descubrir hasta dónde eran capaces de desafiarse con la ropa —menos es más— y con el maquillaje —más es mejor—, lejos de convencionalismos y al Diablo con las instituciones.

© Iurhi Peña, _No nos detendrán_, 2019. Cortesía de la artista © Iurhi Peña, No nos detendrán, 2019. Cortesía de la artista

La atmósfera completa se convirtió en una fiesta que presumía estar hecha para lxs desentendidxs de la cultura pop, para marginadxs y rebeldes, para quienes viven sin miedo a decir que sí. Era común ver uñas largas recargadas con brillos y joyas, aretes tan prolongados que caían hasta el pecho, faldas cortísimas, las lentejuelas más brillantes, los bralettes o las transparencias que dejaban ver el torso de los hombres y las mujeres. Todo llevaba a la exploración del cuerpo. No había juicios para quien decidiera mostrarse artificial: ¿qué tan plástico quieres ser? Los colores neón y fosforescentes alumbraban los labios, los ojos, el cabello de las personas. Unx era su propia luz. Cuando Tomasa terminó de cantar, las luces del escenario permanecieron encendidas y, a todo volumen, comenzaron a escucharse canciones de reggaetón. “Fanática sensual” de Plan B inauguraba el perreo: “ella tiene una foto mía / y ya me la puedo imaginar / lo que hace cuando está solita”. Sumida por completo en el viaje de la mariguana, cuando escuché “soy tu sicaria / me pongo fina” comprendí que aquella música, aquellos beats, aquella gente restregando sus cuerpos en la otredad, aquellos movimientos corporales queriendo coger, que todo aquello se trataba de una 01-800-PERREO. “01-800-PERREO, este fin de semana, dirección secreta”. En 2017, en Torreón, México, una plataforma creada por José Luis “Prims” López, cabeza de Waco, y Daniel Hernández, uno de los encargados de darle vida al colectivo Perreo Millennial, comenzaba a organizar fiestas para “armar un buen desmadre”. Por supuesto, más de una persona —yo, por ejemplo— llamó para ver qué sucedía, para saber si de veras nos darían la dirección de un antro, de una bodega vacía, de una casa de seguridad, o si más bien robarían nuestros datos para luego extorsionarnos. Cuando no solo en México, sino en casi todo el continente, las canciones de Plan B, Maluma, J Balvin, Bad Bunny, Wisin & Yandel o Daddy Yankee predominaban en el ambiente fiestero, las 01-800-PERREO surgieron como una forma alternativa de perrear. Eran raves fieles a su origen, que se alejaban de lo mainstream incluso en la logística: a pesar de nacer al norte del país, cuando llegaron a la capital nunca se hicieron en antros de Polanco o Santa Fe como La Santa, Hyde o Apotheke, sino en lugares como Bajo Circuito y Rhodesia en la Condesa, Pasagüero o Salón Paraíso en el Centro, también en La Purísima en la calle República de Cuba, y Rico en la Zona Rosa. Era común incluso que sucedieran en bodegas acondicionadas, sin nombre aunque con el número exterior visible. Aquellas fiestas se concentraban en presentar artistas alternativxs en escenarios simples que no necesariamente contaban con el aval de grandes productores: una tarima, unas bocinas y estamos listos. Fieles a esa denominación fuera de lo conocido, no sumaban masas de fans. Los lugares lograban reunir, si acaso, a cien personas, contando el staff. Para entrar no había más que pagar el nada caro boleto de entrada —$50 de cover— y ser mayor de edad. Los primeros carteles de las fiestas anunciaban a mujeres como Tomasa del Real, Ms. Nina, Bad Gyal, Lizz, Rosa Pistola, La Zowi o La Favi. Después se sumaron hombres como BrunOG, Erick Rincón, Alan Anaya, C. Tangana —mucho antes de El Madrileño—, Deltatrón o Yung Beef. Las entradas rápidamente se agotaban, la noche prometía un desmadre nuevo. Las 01-800-PERREO fueron uno de los contactos que tuvimos quienes adoramos el reggaetón con una nueva estética. En estas fiestas los DJ permitían que el reggaetón conviviera con otros géneros musicales como la electrónica, el trap, el bass o el dembow, por eso no era extraño que el neoperreo también encontrara casa en aquellos eventos. Esta convivencia venía acompañada de licencias en la forma de vestir, de bailar, de reconocerse. Nada importaba tanto como nos habían hecho creer. No había un cadenero o una lista NRDA y, una vez dentro, tampoco había tragos sofisticados, sino de los más simples: cerveza, whisky, tequila y ron, de una sola marca. Destapado el mundo de las fiestas del perreo, unx podía descender aún más en la escena musical-social de la CDMX y descubrir que las 01-800-PERREO no eran las únicas de su tipo: por un lado estaba Mami Slut, organizado por dos amigos del Estado de México, con presentaciones en la colonia Juárez y en la Doctores; por el otro, Perrealismo, cuyas locaciones se encontraban aún más lejos del centro de la ciudad, es decir, solían hacer fiestas en lugares abandonados de La Viga o Azcapotzalco. La evolución del reggaetón mismo invitó a concebir otras formas de bailarlo, cantarlo, producirlo, grabarlo y, mejor aún, de pertenecer a la gran fiesta del perreo. En 2016, Tomasa del Real, alguna vez conocida como Valeria Cisternas, diseñadora y tatuadora, bautizó el nuevo reggaetón como neoperreo durante una entrevista con la Red Bull Music Academy Radio de Nueva York:

Yo creo que el reggaetón se ha convertido en el pop de Latinoamérica y hay un nuevo movimiento del reggaetón que es el neoreggaetón, y que es de nuestra generación. Entonces, neoperreo es como la nueva manera de perrear. La nueva manera de escuchar reggaetón.

La idea central del neoperreo es que es un ritmo, más que una canción o una letra, que se perrea a una velocidad que va de 100 a 190 beats por minuto (bpm). Aunque también las canciones de Wisin & Yandel o de Bad Bunny se perrean, en el neoperreo el baile tiende a ser mucho más acentuado, agresivo, sexual. Otra diferencia es que se produce fuera del contexto puertorriqueño, así se aleja un poco de lo concebido por artistas como Daddy Yankee, Bad Bunny, J Balvin o Maluma —aunque estos últimos sean de Colombia siguen la misma herencia del reggaetón de Puerto Rico: gozadera, merengue, bachata—. El neoperreo suele reconocerse como parte de una ola tecnológica, debido a que geográficamente no nació en países caribeños. Lxs artistas del neoperreo se muestran como diciendo estamos aquí: con tatuajes o perforaciones en la cara, poca ropa, accesorios en exceso. A las mentes conservadoras les resulta incómodo mirar y escuchar frases como en la canción “Sugar Mami” de La Zowie y Albany: “me la suda lo que digas / yo no te hago caso”, mientras un montón de mujeres en bikini restriegan su trasero en las ventanas de un autobús escolar. Si, por el contrario, unx se deja llevar y acepta que el cuerpo de cada quien es el cuerpo de cada quien, es posible disfrutar imágenes que, digámoslo así, resignifican el porno. Por ejemplo, en el video de “Y dime”, Tomasa del Real y Ms. Nina forman un entramado de cámaras web llamadas “Neoperreo Cams”, en las que salen otras neo­perras de países como Argentina, Chile y México tocándose el cuerpo, vistiendo lencería fina o transparencias en las que se marcan los pezones y las nalgas, dirigiéndose a los usuarios de aquella página ficticia, todo al tiempo que la letra dicta: “me gasto la plata, me gasto el dinero / porque si me lo gano, me compro lo que quiero”.

© Alejandra Contreras Sieck, de la serie _Perreo_, 2019. Cortesía de la artista © Alejandra Contreras Sieck, de la serie Perreo, 2019. Cortesía de la artista

El neoperreo juega con la idea de que la identidad de cada quien se construye en internet. Cada quien se muestra como quiere ser en las fotos y los videos de las fiestas que posteamos en Instagram. En los videos musicales que los propios artistas producen bien puede existir una fusión de elementos futuristas y freaks con la hipersexualización. No hay un cuerpo hegemónico ni un color de piel que gobierne sobre los demás. El neoperreo se erige como la libertad máxima, el DIY de la música. Las mezclas artesanales de las pistas para las canciones son lo que los DJ quieran, el uso y abuso de Photoshop no está criminalizado y las pantallas verdes para modificar los fondos en los videos o fotos resultan algo que hay que aprovechar. Dejarse llevar es la consigna. Tomasa del Real ha aceptado en múltiples entrevistas que no sabe cantar, sino que aprendió a utilizar técnicas virtuales que le permitieron producir sus propias canciones en un estudio que ella misma construyó: en un cuarto vacío instaló las computadoras necesarias para las mezclas y una cabina acústica donde grabar su voz. Ha reconocido que el talento se adquiere a través de herramientas tecnológicas que “cualquier persona” puede comprar: se refería a los iPhone y a las MacBook, y a las aplicaciones iMovie, GarageBand y Photo Booth. Mejor aún, Del Real también defiende el uso de Auto-Tune —un procesador de audio que altera y modifica la voz—, la clave para que cada quien haga y diga lo que quiera mientras lo perrea. Eso es, dice, pura creatividad, la razón de existir del neoperreo. Las letras no importan, lo importante es divertirse, bailar y perrear, fiestear. La música se reinventa como una herramienta política con la intención de que unx mismx se la pase bien. Nada detuvo a Tomasa del Real para que subiera sus producciones a SoundCloud o YouTube y, desde ahí, en 2016 firmara el primer álbum de neoperreo en el mundo: Bien y mal, cuya canción “Tu señora” no solo ha acumulado casi un millón de vistas en YouTube, sino que fue la presentación para que artistas de todo el mundo empezaran a inscribirse en el estilo, como si se tratara de un movimiento o una ideología. Conocer la música de Tomasa del Real, coronada como la reina del neoperreo, fue de cierta forma como convertirme en la Alicia de Lewis Carroll. Tomasa fue la puerta que me llevó a otra y a otra hasta salir al País de las Maravillas. De esa manera encontré a Ms. Nina, una argentina en España: “me tira besos como bazooka, tremendo culazo, ay qué calor”; a Rosa Pistola, colombiana en México: “dale, papi chulo, que no voy a amarte”; a Cazzu, argentina: “me miran como si estuviera loca y qué, a callarles la boca ya me acostumbré”; a Bad Gyal, catalana: “tú eres un mierda, no vale na’ y eso toda’ lo saben, […] yo ya no estoy pa’ tu mierda”; a Lizz, argentina en Chile: “I’m the real queen, chacal / and I don’t give a fuck. / I don’t know you, so it’s done”; a La Zowi, francesa: “esta música es pa’ puta y pa’ gata”; a Chanel, de padres argelinos que migraron a España y cuyo éxito le llegó a sus 16 años: “yo tengo la corona, Letizia que se joda”. Ninguna de ellas se ha nombrado “feminista” porque no lo necesitan: en el neoperreo han encontrado un camino para hacer reggaetón, para apropiarse de un estilo machista y misógino a través del robo y vaciamiento de los significados. Si antes escuchábamos a hombres hablar casi exclusivamente de la sexualidad de las mujeres, en el neoperreo son ellas quienes establecen las condiciones para tener relaciones sexuales, para hablar de su cuerpo, de lo que les gusta y lo que quieren. Les atrae la idea de hacerse millonarias, de grabarse bailando, de no vivir casadas ni atadas a la familia, se nombran como las reinas del mundo, las putas amas; no existe una división de los temas que pueden o no cantar las mujeres o los hombres. El neoperreo también ha permitido que la diversidad sexual tome posesión de la escena musical. Al llamarse “putas”, “perras”, “gatas” o “zorras” se manifiestan no en contra sino en pro de la transformación de los insultos. Nada es lo suficientemente agresivo para que nosotras dejemos de insertarnos en una industria patriarcal: perrear, en ese sentido, se vuelve transgresor. ¿Por qué, si un hombre lo pronuncia, no puedo hacerlo yo? Recuerdo enfáticamente la respuesta que Del Real dio en una entrevista cuando le preguntaron qué significaba ser mujer en la escena de la música urbana:

¿Alguna vez le van a preguntar a Daddy Yankee qué se siente ser hombre en el reggaetón? Y eso es porque a él lo ven como artista, mientras que a mí me ven como mujer. Y yo creo que hay que aprender a no preguntar nunca con base a los genitales. Nadie sabe si yo me siento hombre o si nací hombre. Entonces, cuando me ponen la palabra mujer antes que artista, asumen que me gobierna mi género.

Pienso en Arca (Alejandra Ghersi), productora, compositora y cantante venezolana, primero identificada como hombre gay, luego como no binarix y después como mujer trans, y en cómo se ha adscrito a una extensión más del neoperreo con su álbum KICK ii. Aunque su estilo es mucho más electrónico, experimental, psicodélico o quizá vaporwave, —tiene incluso algunas colaboraciones con Rosalía—, en su canción “Mequetrefe” se pueden identificar claras notas de neoperreo: un dembow electrónico mezclado con notas ligeramente de trap. Con esto no quiero decir que ahora todo es neoperreo, sino anticipar lo que nos espera en la música del futuro, si es que acaso no ha llegado. Cuando estaba lista para aceptar, de una manera ridícula, que el neoperreo era mi descubrimiento personal, vinieron los eventos masivos que, de una forma u otra, le dieron exposición internacional a Tomasa del Real. Primero fue Coachella en 2019, en Estados Unidos, y luego Lollapalooza, en su natal Chile, ese mismo año. Como era de esperarse, ambos festivales colocaron a Tomasa en medio de la escena musical internacional y le dieron tanto poder como para asentarse en Nueva York. La ilusión, entonces, se quebró. El neoperreo también ha encontrado sus límites y sus bordes, podría estar a punto de aventarse al abismo o insertarse en las lógicas del mercado. A pesar de su inicio en internet y de abanderar un discurso en contra de las hegemonías, es cierto que todo lo que empieza tiene que terminar o al menos cambiar: el neoperreo ya es reconocido en distintas zonas del mundo: en América del Sur, México, Estados Unidos, Europa, ahora hace dinero a gran escala. Pero, aún con todo eso, es difícil no sentir algo de esperanza. El neoperreo ha ayudado a redefinir la forma de pensarnos a nosotrxs mismxs y nuestra sexualidad. Hay otros perreos que son posibles. Gracias a él, nos dejamos llevar, nos transformamos en lo que somos, nos quitamos la máscara para sentirnos un poquito más a gusto con el cuerpo que tenemos. En las fiestas, en el desmadre, la verdad es verdad: mientras bailamos, en los videos que grabamos o imaginamos que grabamos como fingiéndonos artistas porno, en las stories o en las fotos que presumimos; cuando nos maquillamos, cuando nos pegamos joyas en la cara y decidimos usar esos aretes, ese color negro en los labios, cuando queremos que se nos note el bralette, los calzones o la tanga, cuando queremos no volver a la normalidad, cuando decimos que sí.


Escucha el Bonus track de Mariana Ortiz, con Fernando Clavijo

Imagen de portada: Iurhi Peña, Un par de amigas siempre la velan pa’ que ella siga, 2021