El equívoco colonial
Llamar “colonizados” a diferentes grupos sin describir su relación con el colonialismo de colonos es un equívoco, “la falacia de utilizar una palabra en distintos sentidos en diferentes etapas del razonamiento”.1 Describir como “descolonizadoras” todas las luchas contra el imperialismo genera una conveniente zona gris entre la descolonización y el trabajo por la justicia social, especialmente entre las personas de color, las personas queer y otros grupos minorizados por el Estado-nación colonizador. “Todos estamos colonizados” puede ser un enunciado verdadero, pero es engañosamente abarcador y vago, de él se infiere que “Ninguno de nosotros es colono”. El equívoco, o llamar a todo por el mismo nombre, es un desplazamiento colonial hacia la inocencia que está especialmente de moda en la política de coalición entre la gente de color. Las personas de color que se incluyen en un Estado-nación colonial también se integran a la tríada de relaciones entre colono-nativo-esclavo. Con esto nos referimos a las prácticas coloniales que suelen describirse como “inmigración” y a la manera en que se invita al refugiado/migrante a funcionar como colono en algunos escenarios (con el blanqueamiento que corresponda al caso); y en otros, se le convierte en una presencia ilegal y criminal. El colonialismo de gueto, las prisiones y la escolarización obligatoria para poblaciones con escasos recursos son especialidades del colonialismo de colonos en América del Norte, y se presentan como nuevas categorías mixtas, tras el colapso de los colonialismos internos, externos y de colonos.2 Esta tríada de colonos-nativos-esclavos y su colapso selectivo parecen ser exclusivos de las naciones coloniales de colonos. Por ejemplo, todos los aleutianos de las islas Aleutianas fueron recogidos y recluidos en campos de concentración durante cuatro años tras el bombardeo de Dutch Harbor, en Alaska; el motivo declarado era proteger a la población, pero otra razón probable era que el gobierno estadounidense temía que los aleutianos se aliaran con los japoneses o que fueran difíciles de diferenciar de los potenciales espías nipones. Los blancos que vivían en las islas Aleutianas en esa misma época no fueron confinados. La reclusión en almacenes y fábricas de conservas abandonadas en el sureste de Alaska causó un número significativo de muertes de niños y ancianos, lesiones físicas y enfermedades entre los aleutianos. Por lo general, este confinamiento no se cuenta como parte de la historia de Estados Unidos. La revoltura en “pueblos Indígenas” de Nativos, Otros esclavizables y Otros orientalizados3 muestra cómo el colonialismo construye y colapsa a conveniencia su tríada de categorías. Este truco colonizador explica por qué ciertas minorías a veces pueden convertirse en paradigmáticas y cuasi-asimilables (como lo dejan ver el colonialismo colono asiático, los derechos civiles, el discurso de la minoría modelo y el uso de “hispano” como categoría étnica para referirse tanto al sujeto blanco como al no-blanco); sin embargo, en tiempos de crisis estas minorías regresan al estatus de “plagas” extranjeras (como lo ejemplifican los campos de concentración para japoneses, la islamofobia, la exclusión china, el temor rojo, el nativismo antiirlandés, el antisemitismo de la Segunda Guerra Mundial y el rechazo a la migración mexicana). Por ello, el “trabajo” o los “trabajadores” como clase política agente no consiguen activar el proyecto descolonizador. Las “fronteras cambiantes de la división internacional del trabajo”4 dividen la propia categoría de trabajo en cuerpos racializados “hechos” para trabajar, por un lado, y en ciudadanos-trabajadores que merecen recompensa, por el otro. Una parte del trabajo resulta colonizante, mientras que el surplus se vuelve algo digno de esclavitud, criminalidad y asesinato. La imposibilidad de convertirse por completo en un colono blanco —en este caso, “blanco” se refiere a una posición excepcional con supuestos derechos de invulnerabilidad y supremacía legal—, tal y como se articula en la bibliografía sobre minorías que se ocupa de los “techos de cristal”, el estatus de “eterno extranjero” y el “mito de la minoría modelo”, ofrece una fuerte crítica a la narrativa del Estado-nación democrático. Sin embargo, su desenlace lógico, conseguir la igualdad de derechos legales y culturales, es en realidad una ventaja para el colonialismo de colonos. De hecho, incluso la posibilidad de ser un ciudadano minorizado en una nación de colonos implica la opción de convertirse en un colono marrón. Para muchas personas de color transformarse en un colono subordinado es una alternativa, aun cuando hacerse blanco no lo es. “Perseguir los recursos robados” es un enunciado hallado por Wayne [coautor de este texto] que se utiliza para describir la mano de obra filipina en el extranjero (más del 10 por ciento de la población de Filipinas trabaja fuera de su país) y otras migraciones de la colonia a la metrópoli. Esta frase ofrece un buen marco anticolonial para una situación colonial. No obstante, hacer una crítica anticolonial no es lo mismo que tener un marco descolonizador; la primera suele celebrar a los sujetos poscoloniales empoderados que obtienen los privilegios negados por la metrópoli. Este proyecto anticolonial no se esfuerza por destruir el colonialismo, sino por rehacerlo y subvertirlo. La búsqueda de los recursos robados está ligada al colonialismo de colonos porque esos recursos fueron primero naturales/nativos y luego se pusieron al servicio de la colonización y, por tanto, es casi imposible recuperarlos sin volver a ocupar las tierras nativas. La búsqueda poscolonial de recursos constituye fundamentalmente un modelo antropocéntrico, ya que la tierra, el agua, el aire, los animales y las plantas nunca pueden volverse poscoloniales; siguen siendo objetos a explotar incluso por el sujeto poscolonial empoderado. Un equívoco ocurre cuando se hace una comparación vaga de los colonialismos, que borra el amplio alcance de la tierra como base de la riqueza, el poder y la ley en los Estados-nación colonizados. Nombrar un enfoque “multicultural” de las opresiones, guardar silencio sobre el colonialismo de colonos mientras se habla de los colonialismos, estar a favor de los pueblos indígenas sin abordar el tema de la soberanía o de los derechos indígenas, presentar una tesis sobre la descolonización sin tener en cuenta la devolución del territorio, constituyen equívocos. Es decir, evitan sin decirlo meterse con el colonialismo de colonos; son ambivalentes en cuanto a las minorías/personas de color/Otros colonizados como colonos; son crítpticos con respecto a los derechos Indígenas del terriorio en los espacios habitados por gente de color.
Libera tu mente y lo demás vendrá solo
Frantz Fanon nos dijo en 1963 que descolonizar la mente era el primer paso, no el único, para derrocar a los regímenes coloniales. ¿Qué sucede cuando los colonos se enfocan en la descolonización de la mente, o en el cultivo de la conciencia crítica, como si fuera la única actividad para alcanzar la descolonización? ¿Qué ocurre cuando la toma de conciencia sustituye a la tarea más incómoda de renunciar a la tierra robada? Estamos de acuerdo en que los planes de estudio, la literatura y la pedagogía pueden elaborarse para ayudar a que la gente aprenda a identificar el colonialismo de colonos, a que articule críticas a la epistemología de los colonos y a que se deshaga de las historias y los valores de los colonos, en busca de una ética que rechace la dominación y la explotación; éste no es un trabajo intrascendente. Sin embargo, la carga de construir una conciencia crítica puede obstaculizar la descolonización, a pesar de que la experiencia de enseñar y aprender a ser crítico con el colonialismo de colonos pueda ser tan poderosa que llegue a aparentar que se está produciendo un cambio. Hasta que no se renuncie a la tierra robada, la conciencia crítica no se traduce en una acción que desbarate el colonialismo de colonos. Así pues, discrepamos respetuosamente de George Clinton, de la banda Funkadelic y de la banda En Vogue cuando afirman que “si liberas tu mente, el resto (tu culo) será lo siguiente”. Paulo Freire, eminente filósofo de la pedagogía, educador popular y teólogo de la liberación, escribió su célebre La pedagogía del oprimido en buena medida como respuesta a Los condenados de la tierra de Frantz Fanon. Su influencia en la pedagogía crítica y en las prácticas de los educadores comprometidos con la justicia social no puede sobrestimarse. Por lo tanto, es importante señalar las diferencias significativas entre Freire y Fanon, especialmente con respecto a la descolonización. Freire sitúa el trabajo de la liberación en la mente de “los oprimidos”, una categoría abstracta de trabajador deshumanizado frente a una categoría igualmente abstracta de opresor. Éste es un volantazo a la derecha con respecto a la obra de Fanon, que siempre situó el trabajo de liberación en aspectos específicos de la colonización, en las categorías estructurales e interpersonales concretas de nativo y colono. Bajo el paradigma de Freire no está claro quiénes son los oprimidos, y es aún más ambiguo quiénes son los opresores, y se infiere en todo momento que existe una inocente tercera categoría de humanos ilustrados: “los que sufren con [los oprimidos] y luchan a su lado”.5 Estas palabras, tomadas de la dedicatoria inicial de La pedagogía del oprimido, sugieren una fantasía colonial de reciprocidad basada en la simpatía y el sufrimiento compartido. Fanon describe la descolonización como algo caótico, una ruptura irregular de la condición colonial que, desde un principio, está predeterminada por la violencia del colonizador y sin desenlace en sus futuros posibles. Por el contrario, Freire entiende la liberación como una redención, una liberación tanto del opresor como del oprimido a través de su humanidad. Las personas se convierten en “sujetos” que luego proceden a trabajar sobre los “objetos” (los animales, la tierra, el agua), y de hecho leen la palabra (conciencia crítica) para escribir el mundo (transformar la naturaleza). Para Freire no hay nativos, ni colonos, ni historia, y el futuro es simplemente una ruptura de un presente atemporal. El colonialismo de colonos no figura en su discusión, lo que implica que constituye un rasgo sin importancia o un proyecto del pasado ya concluido (una opresión del pasado, quizás). Las teorías de liberación de Freire hacen eco de la alegoría de la caverna de Platón, una idea filosófica continental de emancipación de la mente, en la que el hombre pensante emerge de manera individual de la oscura cueva de la ignorancia a la luz de la conciencia crítica. Por el contrario, el pensamiento negro feminista considera que la libertad tiene sus raíces en la oscuridad de la cueva, en ese pozo de sentimiento y sabiduría donde resurge todo conocimiento.
Estos lugares de posibilidad dentro de nosotras mismas son oscuros porque son antiguos y están ocultos; han sobrevivido y se han fortalecido gracias a la oscuridad. Dentro de estos lugares profundos, cada una de nosotras guarda una increíble reserva de creatividad y poder, de emociones y sentimientos no examinados ni registrados. El fundamento del poder dentro de cada una de nosotras no es blanco ni superficial; es oscuro, antiguo y profundo.6
Las palabras de Audre Lorde muestran un agudo contraste con la imagen de la liberación centrada en la vista de Platón: “Los padres blancos nos dijeron: ‘Pienso, luego existo’; y las madres negras que hay en cada una de nosotras —las poetas— susurran en nuestros sueños: ‘Siento, luego puedo ser libre’”.7 Para Lorde, escribir no es actuar sobre el mundo. Más bien, la poesía es nombrar lo que no ha sido nombrado, “primero lenguaje, después idea, luego acción tangible”. Es importante destacar que la libertad es una posibilidad que no se genera sólo mentalmente; es material y se siente. Las ideas de Freire han animado a los educadores a utilizar la “colonización” como metáfora de la opresión. En ese paradigma, la “colonización interna” se reduce a la “colonización mental”, lo que por lógica lleva a la solución de descolonizar la mente y lo demás vendrá por añadidura. Esta filosofía elude convenientemente las cuestiones más inquietantes:
Lo esencial es ver con claridad, pensar con claridad, es decir, peligrosamente y responder con claridad a la inocente primera pregunta: ¿qué es, fundamentalmente, la colonización?8
Dado que el colonialismo está compuesto de relaciones globales e históricas, la pregunta de Aimé Césaire debe considerarse en esas escalas. Sin embargo, no puede reducirse a una respuesta global, ni a una histórica. Hacerlo sería hablar de la colonización de manera metafórica. “¿Qué es la colonización?” debe responderse de forma específica, prestando atención al aparato colonial que se configura para ordenar las relaciones entre determinados pueblos y territorios, el “mundo natural” y la “civilización”. El colonialismo está caracterizado por sus elementos particulares. En América del Norte y en otros contextos, la soberanía de los colonos impone la sexualidad, la legalidad, la racialidad, la lengua, la religión y la propiedad de formas específicas. La descolonización también debe pensarse desde estas imposiciones.
Acordar lo que [la descolonización] no es: ni una evangelización, ni una empresa filantrópica, ni un deseo de hacer retroceder las fronteras de la ignorancia, la enfermedad y la tiranía…
Extendemos deliberadamente las palabras de Césaire para decir lo que no es la descolonización: no es convertir la política indígena en una doctrina occidental de liberación; no es un proceso filantrópico para “ayudar” a los que están en riesgo y aliviar su sufrimiento; no es un término genérico para la lucha contra las condiciones opresivas. El amplio cajón de la justicia social puede dar cabida a todos estos esfuerzos. Por el contrario, la descolonización requiere en concreto la repatriación del territorio y la vida indígenas. La descolonización no es una metonimia de la justicia social. No pretendemos desanimar a aquellos que han dedicado sus carreras y sus vidas a enseñarse a sí mismos y a otros a ser críticamente conscientes del racismo, el sexismo, la homofobia, el clasismo, la xenofobia y el colonialismo de colonos. Les pedimos a ellos/ustedes que consideren cómo la búsqueda de la conciencia crítica y de la justicia social a través de una iluminación crítica, también puede ser un desplazamiento colonial hacia la inocencia —desviaciones o distracciones que alivien al colono de los sentimientos de culpa o responsabilidad, y oculten la necesidad de renunciar a la tierra, al poder o al privilegio—. La tesis de maestría de Anna Jacobs de 2009 explora las posibilidades de lo que ella denomina modelos de reducción de daños para los blancos. Estos modelos intentan reducir el daño o el riesgo de determinadas prácticas. Jacobs identifica la supremacía blanca como un asunto de salud pública que está en la raíz de la mayoría de los demás problemas de ese tipo. El objetivo de los modelos descritos, según Jacobs, es reducir el daño que la supremacía blanca les ha hecho a los blancos, y el profundo daño que ha causado a los no-blancos durante generaciones. A partir del análisis de Jacobs, entendemos el proyecto curricular-pedagógico de la conciencia crítica como una reducción del daño para los colonos, como crucial para alentar prácticas intelectuales ajenas a las ontologías de los colonos. No obstante, esta reducción sólo pretende ser un parche. A medida que la emergencia climática se intensifica y los pueblos de todo el mundo se ven expuestos a mayores concentraciones de violencia y pobreza, la necesidad de la reducción del daño para los colonos se vuelve profundamente apremiante. Al mismo tiempo, recordamos que, por definición, hacer esa reducción, al igual que tomar conciencia, no es lo mismo que alcanzar la descolonización y no ofrece intrínsecamente ninguna vía que conduzca a ella.
Fragmento de E. Tuck & K. W. Yang, “Decolonization is not a metaphor”, Decolonization: Indigeneity, Education & Society, 2012, vol.1, núm. 1, pp. 17-22.
Imagen de portada: Rally de bienvenida a refugiados, Berlín, 2017. Fotografía de ekvidi. CC
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Por ejemplo, los centros de detención recluyen al sujeto extranjero, no ciudadano, que paradójicamente está fuera de la nación pero a merced de la soberanía del Estado dentro de la metrópoli ↩
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Utilizamos el término “Otro orientalizado” en el sentido de “Otro enemigo”, siguiendo a Edward Said (Orientalism, Pantheon Books, Nueva York, 1978) sobre el orientalismo ↩
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G.C. Spivak, “Scattered speculations on the question of value”, Diacritics, 1985, vol. 15, núm. 4, pp. 73-93, p. 84. ↩
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P. Freire, Pedagogy of the oppressed, Continuum, Nueva York, 2000, p. 42. ↩
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A. Lorde, Sister outsider: Essays and speeches, Crossing Press, Trumansburg, Nueva York, 1984, pp. 36-37 ↩
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Ibidem, p. 38 ↩
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A. Césaire, Discourse on colonialism, Monthly Review Press, Nueva York, 2000, p. 32 ↩