crítica La noche JUN.2021

Ää: manifiestos sobre la diversidad lingüística, de Yásnaya Elena A. Gil

El regalo de la palabrera

Aemilia Sámano

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Si te maja un carro te hace puch Sale tu tripa, sale tu tuch Kisin es diablo, panzón puruch.


Un tiempo visité con frecuencia Yucatán, un lugar rico en muchas cosas, pero lo que más me gustaba era la convivencia que hay con el maya. Ahí aprendí este juego de palabras con vocablos como “hacer puch” (apachurrar), “tu tuch” (tu ombligo), que me motivan a compartir las acciones por la diversidad lingüística que propone Yásnaya Elena A. Gil en uno de sus ensayos; apenas el comienzo de los pensamientos a los que da ignición este libro. Ää: manifiestos sobre la diversidad lingüística es una compilación de textos publicados en la revista Este País por Aguilar Gil, reunidos junto con algunos de sus tuits y publicaciones de Facebook por Ana Aguilar Guevara, Julia Bravo Varela, Gustavo Ogarrio Badillo y Valentina Quaresma, en un bello volumen de la editorial Almadía, bajo el género de ensayo. Una muy querida maestra me dijo alguna vez que “el ensayo es el lugar donde se habla de esas cosas en las que no hay otro espacio para hablar”. Es ahí donde Yásnaya ha logrado hacer evidente la imbricación que hay entre lo lingüístico y lo político, y ofrecer su mano a los lectores para conducirlos por los espléndidos pasajes de sus pensamientos y publicaciones. A lo largo de “Orgullos y prejuicios”, la primera sección del libro, caminamos por textos tan diversos como las lenguas a las que denominamos indígenas desde el español. Cada nuevo texto es una sorpresa formal: puede tener una estructura ensayística clásica, ser un manifiesto, una crónica de su paso por la universidad o algún hallazgo literario. “Las lenguas indígenas escriben su carta a Los Reyes Magos” resume el horizonte de reflexiones que ofrece esta primera parte. En ella queda muy claro que no concebimos de la misma manera a las personas bilingües de una combinación de lengua indígena-español que a los hablantes de una combinación de lengua hegemónica-español (como inglés, francés o italiano) y aún así: “La mayoría de los mexicanos es monolingüe, casi todos los indígenas son bilingües”. Pensar en las posibilidades de bilingüismo en todo el territorio mexicano emocionó mucho a mi niña interior. Nací en la República Democrática Alemana, por lo que mi lengua materna es el alemán. Estoy muy consciente de que mi caso es distinto al de los hablantes de lenguas originarias, pero entiendo ese deseo de no emplear más esa lengua “que no se habla aquí”, en el territorio que habitas. Entre los ensayos encontramos recuadros con tuits o pequeños posts que Yásnaya ha publicado en sus redes sociales y que fungen como microensayos: en uno se explica, por ejemplo, que el verde y el azul son la misma tonalidad en ayuujk (mixe, en español) y ¡sólo en esa lengua la autora puede enunciar su color favorito! ¿No valdría la pena conocer suficientes lenguas hasta que podamos nombrar el nuestro? Algunos colegas míos tuvieron la fortuna de tomar clases de lingüística con Yásnaya en la universidad. En un ensayo más técnico sobre las metáforas del tiempo y el espacio me situé en su salón de clases, y me vino a la cabeza una imagen que circuló hace poco en internet: una maestra dibuja una ventana en el pizarrón, la abre y afuera está el mundo colorido. Así, la lengua que se estudia sale del aula a través de la ventana que es este libro y nos recuerda que todos estamos implicados en ella, todos “estamos habitados por ella”, todos deberíamos pensarla. Me hubiera gustado que este ensayo profundizara en la posición vertical del tiempo en mixe, porque dejó ávida de mucho más a la parte de mí que es estudiosa y docente de lengua. A veces los caminos necesitan puentes. Cualquier objeto que una lugares físicos o metafóricos puede serlo: un árbol entre dos riberas de un río, un arco de concreto o hasta un par de piedras bien dispuestas. En la segunda parte, “Dejar de crear puentes”, observamos a los ingenieros lingüístico-sociales del Estado mexicano levantar construcciones fallidas mediante la imposición del nacionalismo en sus símbolos, sin acompañarlas de los puentes sólidos que se necesitan en materia de derecho y salud: llegan maestros que no hablan la lengua materna de los niños o trabajadores de la salud que no pueden atender a los pacientes en la lengua que se habla en la comunidad donde laboran. Con un notable sentido del humor, Yásnaya tiende un pasaje para llevarnos al reino de nuestros prejuicios con un test en dos partes; después continúa preguntando (en otro tono) por los puentes que debería haber sobre las fronteras divisorias entre comunidades hablantes de las mismas lenguas, como la cucapá al norte con Estados Unidos y el chuj y mam al sur; conversa sobre las falsas conexiones que hay con las comunidades originarias y su folklorización; denuncia que las notas periodísticas tiran los caminos simbólicos cuando con el discurso culpan al “no hablar español” de los juicios desfavorables para hablantes de lenguas originarias; y construye otro paso para visitar 1925, cuando se fundó “la casa del estudiante indígena” dedicada a “civilizar indígenas”. El último puente lleva a Ayutla, donde Yásnaya nos relata cómo intentó promover el uso del ayuujk entre los niños y jóvenes, pero se dio cuenta de que era mejor hacerlo con experiencias de disfrute concretas en lugar de palabras y argumentos. Creo que en este libro consigue justo eso, pues abre portales hacia aventuras literarias, lingüísticas y hasta musicales, que siguen con la tercera parte “¿Qué nombre le pondremos matarilerileró?” La lectura se vuelve una vivencia multisensorial, gracias a que los códigos QR te llevan a canciones de cuna en diferentes lenguas originarias, a piezas de rock “en tu idioma” donde entre otras joyas puedes escuchar “Sabotage”, un cover de los Beastie Boys en náhuatl, o ver un video de YouTube con un episodio de Plaza Sésamo en esa misma lengua. Otro portal muestra la historia de discriminación que sufrió la nación wayúu en Colombia y, leyendo más sobre su cultura y organización social, di con una figura que me pareció asombrosa: el palabrero, una persona que se dedica exclusivamente a “traer la palabra”. Este año algunos de mis estudiantes de una carrera en lenguas y yo presenciamos una plática de Yásnaya al respecto de la muerte de las lenguas. Las palabras de la lingüista incendiaron al grupo. Dedicamos una sesión a asistir al evento y otra completa a discutir los hallazgos que nos generó; tengo la sensación de que, aunque quizá en ayuujk no se nombre, Yásnaya funge como palabrera con los akäts (personas no-mixe). La autora trae la palabra en este libro; en su estructura y en su escritura te interpela directamente como lo hace en sus pláticas y quiere que le respondas, dialoga contigo y te invita a investigar, a aprender y a disfrutar la diversidad de la cultura con la que convivimos, además de encender la curiosidad por nuestras propias lenguas. Me quedo con la invitación y las ganas de aprender todo sobre ellas con esta frase que resuena en mi cabeza: “Aprender muchas lenguas es construirle múltiples hogares al pensamiento”.

Ciudad de México, Almadía-Bookmate Limited, 2020 Ciudad de México, Almadía-Bookmate Limited, 2020

Imagen de portada: Andy Medina, LIL QUI GANNALU’ / TÚ NO SABES, (IGNORANTE), traducción del zapoteco del Istmo, Oaxaca, 2016. Cortesía del artista