En julio de 2019 los arquitectos Virginia San Fratello y Ronald Rael inauguraron una pieza en la frontera de México y Estados Unidos que causó un gran revuelo. La intervención consistió en la colocación de tres subibajas de color rosa intenso en la barda que marca la frontera que divide Nuevo México y Chihuahua. Si bien la pieza alude al continuo vaivén en las relaciones entre ambas zonas y a la necesidad de un trabajo conjunto entre los países, el Teeter Totter Wall requiere ser activado por los habitantes de ambos lados de la frontera, con lo que la acción de jugar obtiene un papel protagónico. El libro Playgrounds del México moderno, escrito por el historiador del arte Aldo Solano y publicado por la editorial Cubo Blanco, inserta el mobiliario urbano infantil como un punto nodal para el estudio de las ciudades y permite plantear la importancia del juego dentro de la educación y, sobre todo, dentro de la configuración del espacio público. El horizonte dibujado por el autor sugiere que la planificación urbana de Europa y Estados Unidos a finales del siglo XIX y principios del XX permitió que se empezaran a considerar los espacios destinados a los niños un factor determinante para el desarrollo social, tanto para hacer frente al crecimiento poblacional como para promover ideas de control sanitario, higiene y convivencia. En México, la infraestructura de recreo al aire libre se incluyó en algunos parques desde el Porfiriato. No obstante, fue a partir de la década de 1920 cuando los playgrounds se implementaron de forma más generalizada, junto con otras campañas culturales y propagandísticas de la Secretaría de Educación Pública. Esta popularidad alcanzó su auge a mediados del siglo XX con el desarrollo de la arquitectura moderna en las urbes y el fortalecimiento de las instituciones gubernamentales dedicadas a la protección de la infancia. Al pasar las páginas, líneas rectas, superficies planas y exploraciones geométricas que constituyen estructuras brutalistas realizadas en Guadalajara se conjuntan con reinvenciones de formas animales y con experimentaciones cromáticas y materiales en distintos formatos. Es claro que esta conjunción de arquitectura, escultura, paisaje y pintura en los playgrounds los inserta en el movimiento de la “Integración plástica”, que a pesar de haber sido profusamente estudiado en algunas construcciones y conjuntos urbanos, no se ha pensado como un eje del espacio público y, con ello, de las prácticas sociales llevadas a cabo en él. Así, a partir del estudio del mobiliario urbano dedicado a los niños es posible desentrañar la forma de éstos de habitar las ciudades, estableciéndolos como usuarios del espacio público y, por lo tanto, posibilitar la evaluación de la respuesta estatal a sus necesidades, con la implantación o ausencia de políticas públicas que permitan ejercer su derecho al juego. Asimismo, al privilegiar la experiencia, las líneas pedagógicas de las instituciones educativas y artísticas del México posrevolucionario procuraban que los niños aprehendieran el mundo a partir de la observación y de la interacción con su entorno, fomentando la creación de atmósferas con estímulos benéficos para su desarrollo psicofisiológico. Así, aunque para los especialistas fue más popular el trabajo del estadounidense John Dewey, la idea de un ambiente preparado para el autoaprendizaje, propuesta por la italiana María Montessori, puede abrirnos el camino para entender la manera en la que los playgrounds se incorporaron a la dinámica educativa mexicana. En el ambiente preparado se disponen todos los elementos de forma sencilla, ordenada, bella, segura y siempre tomando como referencia las proporciones del niño para que éste desarrolle, de manera independiente, sus capacidades intelectuales y emocionales. Guiado por la curiosidad, el niño educará sus sentidos y aprenderá jugando. En ese sentido, el ojo especializado de Aldo Solano encuentra entre la base del asta, situada en el centro de la plaza cívica del Parque Infantil Felipe Carrillo Puerto en Mérida, Yucatán, una clara referencia a la “Torre rosa” diseñada por Montessori en 1907. Esta presencia iconográfica de aquel material pedagógico demuestra para el autor la familiaridad de los participantes del proyecto con las ideas educativas mencionadas líneas arriba y su intención de implementarlas, cuando menos, en el terreno de los parques de recreo públicos. Los playgrounds tienen un lugar en la memoria de los habitantes, todos podemos identificarnos con el recuerdo de jugar en el parque, escalar un pasamanos, montar una jirafa de piedra, gastar largos minutos en el columpio, o dejarse ir en la resbaladilla. Este libro es uno de los primeros pasos para construirlos dentro del patrimonio moderno que conforma las ciudades y además es parte de una historia del diseño de mobiliario urbano en México, todavía por escribirse. Finalmente, se debe considerar que los parques y playgrounds provocaron el incremento del precio de los inmuebles cercanos, por lo que aquel espacio público empezó a quedar en manos del reducido sector de la población que podía pagarlo. Como estableció el geógrafo David Harvey, este sector se vio beneficiado con el capital simbólico colectivo de los anteriormente “bienes comunes” y llegó a limitar el derecho a la ciudad. No obstante, ciertas tácticas de protesta, manifestaciones e intervenciones artísticas como fue el caso del Teeter Totter Wall, nos recuerdan que la ocupación de una plaza, la frontera o cualquier otro espacio público entraña la intención de reconvertirlos en un bien común político, en un lugar para fomentar el debate. Ello se debe a que una manera de apropiarse de la infraestructura que se impone ante nosotros es establecer un vínculo comunicativo, es decir, convertirla en un espacio de convivencia social. Finalmente, Playgrounds del México moderno es una invitación a que, a través del juego, repensemos el poder colectivo de nuestros cuerpos en el espacio público.
Promotora Cultural Cubo Blanco, Ciudad de México, 2018
Imagen de portada: Escultura-juego para la plaza de San Miguel de Mezquitán, Jalisco, 1965. Archivo Arq. Fabián Medina Ramos. Cortesía Promotora Cultural Cubo Blanco