Todas sabemos que el 10 de mayo el tráfico en la ciudad capital aumenta 30%, las reservaciones en restaurantes se han hecho con meses de anticipación y los negocios en general aumentan 60% sus ventas. El 10 de mayo es sagrado porque es el Día de la Madre. Y las madres en México son sublimadas a la madre de todas las madres: la madre de México, la Virgen de Guadalupe. Entre venta de flores y peregrinaciones a la Basílica de Guadalupe, el comercio informal puede generar hasta 500 millones de pesos en un solo día. Celebrar a la madre es hacernos y sabernos mexicanos, no europeos o estadounidenses, sino mexicanos arraigados en las tradiciones familiares que nos caracterizan y diferencian de los vecinos individualistas. El 10 de mayo como el día oficial para consagrar a las madres mexicanas no fue institucionalizado en México casualmente, al contrario: surgió como una forma de control sobre el cuerpo de las mujeres. El 13 de abril de 1922 el periódico Excélsior lanzó una convocatoria pública con el pretexto de instituir un día para celebrar a las madres mexicanas. Sin embargo, un análisis más detallado muestra que esta iniciativa de celebración fue más bien un pretexto para contrarrestar las demandas sobre maternidad que reclamaban las primeras mujeres feministas en el México de los años veinte. Antes de la convocatoria del Excélsior de 1922, de boca en boca y a través de algunos medios, se había anunciado un congreso feminista en Yucatán: “Se convoca a todas las mujeres honradas de Yucatán y foráneas, que posean cuando menos conocimientos de educación primaria, al Primer Congreso Feminista de Yucatán, el cual tendrá verificativo el 13 de enero de 1916, en el teatro Peón Contreras de la ciudad de Mérida”.1 Del 13 al 16 de enero de 1916, 617 mujeres asistieron al congreso de Yucatán, en pleno periodo de la Revolución mexicana, y discutieron la relación de las mujeres con la educación, el Estado y las artes, entre otros temas. Entre sus demandas estaba el sufragio femenino, así como educación sexual para ambos sexos. Desde entonces comenzaron a circular folletos informativos sobre métodos para evitar la concepción. Estas feministas se resistían, lo mismo que las actuales, por ejemplo, al control del gobierno sobre la maternidad, sobre el propio cuerpo. El congreso feminista de 1916 se rebeló ante la imagen de mujer/madre abnegada, establecida durante el Porfiriato (1876-1911), cuando “los miembros de los movimientos de reforma social comenzaron a señalar cómo las madres eran ‘clave’ para la creación de un México moderno”.2 A la mujer/madre se le delegó toda la responsabilidad de “criar buenos ciudadanos”.3 Bajo el lema de “orden y progreso” se esperaba que el país se convirtiera en una nación próspera y civilizada. Para esto, era imprescindible crear una clase media ilustrada. En este periodo todas las clases sociales se tenían que moldear según la imagen promovida por el gobierno especialmente dirigida a las mujeres, que tenían la tarea de convertirse en el “ángel guardián del hogar”.4 Este énfasis sobre el papel de las mujeres en la reforma moral instauró un culto a la domesticidad femenina en el que ellas tenían la tarea más importante, la de crear un “hogar blanco”. Es decir: las buenas madres eran responsables de instaurar dentro de casa los valores capitalistas, aquellos que un ciudadano moderno debía tener: higiene, puntualidad y organización. Una buena familia no distinguía entre hogar y trabajo y, de esta forma, las mujeres procreaban hijos/ciudadanos que tuvieran una ética de trabajo capitalista. Era responsabilidad de la mujer, para quien la mejor opción era ser madre y cumplir con la obligación patriótica de instaurar un nuevo México, moderno e independiente.
Doctores, expertos en salud pública, criminólogos, enfermeras, y maestros, trabajadores sociales, y organizaciones de mujeres católicas, dueños y trabajadoras de fábricas vieron el símbolo de la maternidad como algo para manipular a fin de crear un México “moderno” para mantener una mano de obra dócil o para agitar las mejores condiciones de trabajo y los derechos políticos.5
Desde el Porfiriato hasta después de la Revolución mexicana de 1910, la noción de maternidad fue fundamental en los debates sobre ciudadanía.
En paralelo, a partir del primer congreso feminista de 1916 en Yucatán, se formaron por todo el país grupos de trabajo donde se discutían asuntos como la educación sexual. Se crearon folletos que para muchas mujeres tenían un valor ético; sin embargo, para el ala conservadora del país esta información era considerada socialista y antiburguesa. La regulación de la natalidad se convirtió, nada sorprendente, en una discusión capitalista. Para muchas mujeres era importante “aspirar a ser algo más que madres: jefes del hogar”, como lo dijo Josefita García en 1922. Las demandas feministas fueron apoyadas en Yucatán por el gobernador Salvador Alvarado, que avaló el congreso feminista y lo apoyó económicamente. Su sucesor Felipe Carillo Puerto también favorecía las demandas sociales en pos del divorcio y la educación sexual para las mujeres, además de impulsar las ligas feministas e ir en contra de los espacios sólo para hombres, como cantinas, prostíbulos y palenques.6
Que las mujeres pudieran educarse sexualmente, divorciarse, y controlar si querían o no tener hijos y cuándo, o simplemente tener sexo sin procrear, fue una amenaza tan grande para los conservadores que el periódico Excélsior lanzó la campaña para crear un día de la madre el mismo mes en que la Virgen de Guadalupe fue proclamada en 1737 la madre de México, la “patrona de México”. Así, la maternidad se convirtió no sólo en una función social, sino sobre todo en un rol sagrado para las mujeres mexicanas.
Hoy, que en el extremo meridional del país se ha venido emprendiendo una campaña suicida y criminal en contra de la maternidad, cuando en Yucatán elementos oficiales no han vacilado en lanzarse a una propaganda grotesca, denigrando la más alta función de la mujer, que no sólo consiste en dar a luz sino en educar a los hijos que forma su carne, es preciso que la sociedad entera manifieste, con una fórmula banal si se quiere, pero profundamente significativa, que no hemos llegado de ninguna manera a esa aberración que predican los racionalistas exaltados, sino que, lejos de ello, sabemos honrar a la mujer que nos dio la vida.
La campaña “suicida y criminal” a la que hace referencia el Excélsior es la repartición de folletos “inmorales relacionados con la maternidad”, así como una campaña feminista, traducida de hecho al maya en Ticul, donde mujeres como Nelly Aznar abogaban por un matrimonio natural y un alejamiento de la iglesia, que representaba la ignorancia y la continuidad de la “esclavitud.” La “aberración que predican los racionalistas exaltados”, a la que hace alusión esta convocatoria, es la enseñanza escolar laica y sobre educación sexual por la que las feministas abogaban.7
El entonces secretario de Educación Pública, el licenciado José Vasconcelos, acogió el proyecto proclamado por el Excélsior y ofreció su ayuda “moral efectiva para que primero la niñez escolar del país [sea] la que rinda homenaje a las santas y abnegadas mujeres que han contribuido a la prolongación de la familia mexicana, con su noble y alto ejercicio de las funciones de la maternidad”.8 De esta forma, casi cien años después, siguen llevándose a cabo festivales para el Día de la Madre en todas las escuelas de la república. Ese mismo año, 1922, el arzobispo de México legitimó la campaña del Excélsior: la Iglesia católica retomó la imagen de la madre abnegada y, como lo señala Marta Acevedo, “[hizo] un culto a la mujer cuya identidad sexual se sublima, pues su único interés será procrear y su sola función consistirá en ser receptáculo de los sentimientos que expresan los demás, no ella”.9
Después del éxito del lanzamiento de la convocatoria al Día de la Madre en 1922, con el apoyo del secretario de Educación Pública y la Iglesia católica, el Excélsior continuó su labor para enaltecer a la mujer mexicana con el rol de madre abnegada. En 1932 llamó a todos los hijos “a manifestar su amor filial” por las madres y crear “un monumento de ternura a la que nos dio el ser”, un monumento en honor a las madres, las que “ejercen el más sublime sacrificio”.10 En 1944 el entonces presidente Manuel Ávila Camacho puso la primera piedra del monumento. Después de ganar un certamen convocado por el mismo Excélsior en 1948, José Villagrán García se encargó del proyecto arquitectónico y Luis Ortiz Monasterio, de las esculturas. Y finalmente el 10 de mayo de 1949 el presidente Miguel Alemán Valdés inauguró el Monumento a la madre. Los fundadores del Excélsior, Manuel Becerra Acosta y el periodista Rafael Alducin se dieron a la tarea por más de cuarenta años consecutivos de afianzar el culto a la madre. Su periódico creó el premio a la madre más prolífica; en 1953 el premio a la madre viuda que con más sacrificios educó ejemplarmente a sus hijos; en 1959, a las madres solitarias, y en 1967 se premia a la madre más ejemplar. En 1968 con la muerte de Manuel Becerra Acosta se acaban los festivales y premios.11 Claro que durante todos estos años ha habido resistencias. Desde los años setenta el grupo feminista Mujeres de Acción Solidaria se ha manifestado en contra del mito de la madre. Las feministas de la segunda ola en México continuaron luchando por la defensa de los derechos reproductivos, como la maternidad libre y voluntaria, y por la legalización del aborto. Este último 8 de marzo de 2019 miles y miles de mujeres marcharon haciendo eco a las demandas de las primeras feministas en México de los años veinte: educación sexual, control de la natalidad, derecho al aborto legal y seguro. Este año, también como parte de la marcha del 8M, se levantó el antimonumento contra los feminicidios; en lo que va del año se han registrado más de 130 mujeres asesinadas. El ideal de una madre abnegada y sacrificada se promueve por medio de diferentes ideologías de la mexicanidad, tanto en discursos oficiales como en representaciones de cine y televisión —por ejemplo, en filmes como Corazón de madre (1926) y El secreto de la abuela (1928), entre otros—. Más tarde, en 1934, la película Tu hijo y, un año después, el clásico mexicano Madre querida de Juan Orol determinaron enormemente cómo son, cómo se ven y qué hacen las mujeres honradas y decentes, es decir “buenas”, a diferencia de lo que hacen, lo que dicen y lo que visten las mujeres indecentes, impuras y “malas”; diferenciaciones hechas a partir del control de la sexualidad.
Imagen de portada: Mónica Mayer, “Sábado”, del políptico Diario de las Violencias Cotidianas, 1984. Cortesía de la artista
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Rosa María de la Torre Torres y Brenda Yesenia Olalde, “El papel de las mujeres en el constituyente de 1916 y la apertura a la participación política”. ↩
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Nichole Sanders, “Mothering Mexico: The Historiography of Mothers and Motherhood in 20th-Century Mexico”, HIC3 History Compass 7, 2009, vol. 7, núm. 6, p. 1542. ↩
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Ibid., p. 1545. ↩
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William E. French, “Prostitutes and Guardian Angels: Women, Work, and the Family in Porfirian Mexico”, Hispanic American Historical Review, 1992, vol. 72, núm. 4, p. 529. ↩
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Idem. ↩
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Marta Acevedo, El 10 de mayo. VII memoria y olvido: imágenes de México, Cultura/SEP, Martin Casillas Editores, Ciudad de México, 1982. ↩
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Ibid., p. 14. ↩
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Ibid., p. 23. ↩
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Ibid., p. 24. ↩
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Idem. ↩