Es uno de nuestros melodramas navideños inevitables. Me parece que lo nota cualquiera que, en las redes, se asome a ver las reacciones que causan esas listas sobre “lo mejor del año” que diversos medios (o meras personas entusiastas y con conexión estable de red) publican por estos días. Los mejores diez libros, las mejores quince películas, los mejores once influencers y medio. Este tipo de listados (que en el mundo anglosajón están tan arraigados que incluso existen webs, como Metacritic, que calculan sus listas anuales basándose en las que dieron a conocer antes cientos de medios en EU, Canadá e Inglaterra y calculando sus promedios), provocan un efecto muy curioso en los lectores nacionales. Algunos, los más candorosos y nobles, se precipitan a las tiendas para adquirir lo recomendado (y esta docilidad para atender el criterio ajeno me provoca interrogantes, quizá porque un servidor tiene gustos sumamente definidos y, como ya explicó en un texto anterior, en este mismo espacio, suele sufrir más que gozar con los “tips” de lectura que le obsequian). Sostienen, estas personas, que si x o y publicación consideró una obra como parte de su selección anual, ésta debe ser de una calidad superlativa. Podemos estar o no de acuerdo con ellas pero al menos utilizan la lista de un modo útil: como vara zahorí. Otros más, en el extremo opuesto del espectro, consideran que todo se trata de una conspiración, una más, y la prueba de ello es su rotunda ausencia de las listas. “Pero si tú no publicas nada desde el 2005 y renunciaste explícitamente a hacerlo”, le replica un iluso a un quejumbroso en Twitter, por ejemplo. Y él, olímpico, responde: “Razón de más: desde ese lejano año estaba yo, que he sido precoz para todo y hasta en terrenos que no me convienen, denunciando esos listados subjetivos y convenencieros”. Nunca falta, tampoco, el que barrunta que hay una mano oscura y mercadotécnica por allí, que solamente busca extender la garra del capitalismo a los terrenos delicados y frágiles de la creación. Es el mismo tipo de persona que un día descubre, con horror, que una cadena de librerías tiene la aviesa intención de vender sus productos (¡productos, por dios-santo, como si fueran barritas de piña!) y no de trocarlos por costales de sorgo (o doce horas de trabajo comunal). Descubridores del agua tibia, pues. Y bueno, desde luego que hay otros muchos tipos de seres que pueden traerse a cuento: como el que publica una lista para despreciar las “malditas novedades” y aprovecha para declarar que 2017 fue indiscutiblemente el año de Homero, Safo, Dante o Rosario Castellanos (de esta calaña era un tonto que conocí, y que, siempre que alguien mencionaba a Philip Roth, lo despachaba diciendo “Ash, ése es muy de los noventa”, porque por aquel entonces lo había leído y consideraba que su reloj biológico-literario era válido para toda la humanidad). Como, a pesar de leer esto, quizá el curioso lector tenga la loca pulsión de hacer una lista con sus pareceres y divulgarla, procedo aquí a apuntar algunas recomendaciones pertinentes, en el entendido de que, además de soltar sus dos centavos de sabiduría, el lector intenta evitarse pedradas y tarascones de parte de los inconformes y está dispuesto, para ello, a atender los consejos de un veterano de estas lides. 1. No incluya en una lista a nadie que conozca, a menos que le caiga mal y trate de demostrar que se merece aparecer en una contralista con “lo peor de”. 2. Si incluye conocidos, trate al menos de evitar a los íntimos. No está bien visto que insista en poner a la gente con la que ha dormido más de una vez, por ejemplo. O que nos enteremos, vía lista, de con quién ha dormido usted en tiempos recientes, etcétera. No importa que eso sólo suceda en las fantasías de quien lo lee, a decir verdad, porque usted ya no duerme ni con quien duerme: está mal visto. Sólo desconocidos. De usted y de la humanidad. 3. Si pone a puras personas de su rancho y su rancho no tiene cuando menos unos cuatro millones de habitantes y algún premio Cervantes entre ellos, la gente puede darse cuenta de que usted no lee nada o que no le queda más remedio que surtirse en la Educal. Consulte un mapa con división estatal. Los venden en las papelerías. 4. O, de plano, y en metalenguaje de meme: no lo haga, compa. El mejor listado, el único invulnerable, es el que no se hace.
Imagen de portada: Litografía de J. B., Two physicians outside the bedroom of a desperately sick man: each physician invites the other to enter first, ca. 1809. Wellcome Collection CC.