Casi por accidente llegué a las islas mexicanas del Pacífico como un tema potencial, al desarrollar una tarea de la licenciatura que, sin saberlo, maduraría en línea de investigación. Con el paso del tiempo he encontrado fascinación por esas porciones del territorio en las que pocas personas, e incluso pocos geógrafos, han prestado atención debido a una mentalidad en la que predomina un interés por “tierra adentro”. En los últimos quince años me he dado cuenta de que el mayor aporte que sobre las islas puede hacerse es difundir su relevancia más allá de las cifras: qué hay en ellas, por qué son estratégicas, cuáles se han ocupado de forma esporádica o se han habitado definitivamente. Las islas del Pacífico mexicano, a diferencia de las del golfo de México y del mar Caribe (Carmen, Cozumel, Mujeres, Holbox…) son menos recordadas, quizá porque variables como la lejanía, las temperaturas del océano o el tipo de playas impiden su desarrollo turístico. Son agrestes en apariencia, sin embargo, resultan territorios fértiles para historias inusuales y geografías reflexivas.
Leyendas desvanecidas y espacios de soledad
La mayoría de las islas mexicanas son pequeñas y poco conocidas, algunas son divisadas desde los litorales continentales por los lugareños o por los viajeros. A diferencia del presente, en otras etapas históricas las islas tuvieron mayor relevancia por estar pobladas por indígenas, mientras que otras fueron incluidas desde el Virreinato como señales importantes para la navegación en mapas y derroteros. Al occidente de Baja California, la isla Huamalguá (hoy Cedros) resguardó a indígenas cochimíes, quienes además del agua dulce, sacaban provecho de la fauna, utilizando las pieles de lobos marinos y la carne de los venados como abrigo y sustento, pero también la madera de los pinos para canoas y las espinas de cactus y conchas para elaborar utensilios de pesca. Al igual que los cochimíes, los pericúes se extinguieron y con ellos se desvaneció el legado y la información sobre su huella en el paisaje de islas como San José, Espíritu Santo y Cerralvo en la porción más austral del golfo de California.
Asimismo, en ese golfo, el también llamado mar de Cortés, los comcaac o seris han considerado a la isla Tiburón como el núcleo de su territorio ancestral y a la isla San Esteban como un espacio sagrado bordeado por una serpiente a la que hay que ofrecer cantos rituales para que les permita alcanzar la orilla sin naufragar y poder acceder a sus frutos y agaves.1 Sortear las corrientes fue y ha sido el mayor reto para muchas embarcaciones en zonas del océano Pacífico que no hacen honor a su nombre. Con el avance tecnológico reciente en el espacio submarino de algunas islas cercanas al litoral, como Magdalena y Santa Margarita, en Baja California Sur se han hallado pecios2 de diferentes momentos históricos cuyo patrimonio es una mina para los arqueólogos subacuáticos y los buscadores de tesoros. Algunos pescadores de la zona podrían tener una idea al respecto o resguardar los secretos que se esconden bajo las aguas. Una imagen socorrida de las islas es la de espacios de soledad. En muchas de ellas se localizan faros, señales que alumbran el camino nocturno de los marineros, viajeros y pescadores y que eran el vivo ejemplo del lento transcurrir del tiempo para los fareros, hasta que poco a poco han sido sustituidos por balizas con sistemas automatizados de celdas solares. En la isla oeste del archipiélago San Benito (las islas Benitos), frente a Baja California, funcionó hasta hace pocos años un faro que requería la manipulación diaria y la colocación de mercurio para la maniobra de su mecanismo. Los pobladores de Cedros, la isla más cercana, han transmitido por generaciones que el hombre encargado de la construcción del faro, Enrique Dupre, apodado el Mayor, fue famoso por su crueldad con los trabajadores: reos llevados expresamente para levantar la obra y que eran custodiados por militares. El maltrato recibido y la presencia de Chepina (también conocida como la Cuervo), cocinera de oficio, generaron tensión y rencillas entre el Mayor y los trabajadores, quienes se rebelaron y lo asesinaron, como consta en la lápida de la tumba, fechada en 1933. También aconteció en las islas Benitos que una mujer embarazada de un pescador, ya fuera por lo duro de la travesía desde Cedros o las difíciles condiciones en el lugar, dio a luz de forma prematura a unos gemelos que poco después de su nacimiento murieron. Sus restos, al igual que los del Mayor, yacen en ese lugar, custodiado por elefantes marinos y visitado, de vez en vez, por buzos y pescadores de la isla de Cedros. En el mar de Cortés, el islote El Pardito, de 60 por 40 metros, también ha sido escenario de sucesos que originan relatos, como aquél cuyo protagonista es Juan Cuevas. A semejanza de Robinson Crusoe, este personaje llegó a El Pardito buscando un albergue seguro donde refugiarse, alejado de los núcleos de población, pero también de los jejenes3 y situado en una zona rica en especies marinas valiosas, como los tiburones. De la pareja formada por Juan Cuevas y Paula Díaz, arribados en la segunda década del siglo XX, han surgido ya cuatro generaciones que le han dado continuidad a la idea del lugar exclusivamente familiar, algunos aún se dedican a la pesca (que se comercia en La Paz), mientras que otros han sido músicos o han fomentado el turismo en pequeña escala.
Prisiones y bases militares en la lejanía
La idea de las islas como prisión, como espacios para recluir en la lejanía a poblaciones non gratae, como ocurrió en Santa Elena (océano Atlántico), la isla del Diablo (Guayana Francesa) o Alcatraz (California) no fue ajena a la concepción de aislamiento como castigo en México con el caso emblemático de las islas Marías, que fueron por 114 años un presidio con categoría de penal federal. En realidad, de las cuatro que componen el archipiélago, sólo María Madre albergó a la población distribuida en varios campamentos, en tanto María Magdalena, María Cleofas y San Juanito no fueron utilizadas como prisión, motivo por el cual tienen un mayor grado de conservación ambiental. La tinta vertida sobre estas islas en libros, periódicos o grabados, e incluso en un relato del “cine de oro mexicano” con Pedro Infante como protagonista4 contribuyeron a la consideración de esta isla como un lugar de trabajos forzados, imagen que perduró en el imaginario colectivo durante décadas, a pesar de que era un penal sui generis en el que los reos podían llevar a vivir consigo a sus parejas e hijos menores de once años. Al desaparecer recientemente el penal (marzo de 2019), los “muros de agua”, nombrados así por el escritor y activista social José Revueltas, cuando evocaba las barreras que cercaron por años a María Madre, lo seguirán siendo, pero de un centro cultural.
Las bases militares también tienen presencia en varias islas del Pacífico mexicano. Los gobiernos de muchos países han tenido claro que una isla puede brindar una posición estratégica para la seguridad nacional. El olvido por su lejanía, o la poca importancia concedida a su posición han provocado alguna pérdida, como ocurrió durante el Porfiriato y la Revolución mexicana en Clipperton,5 la herida abierta del país frente a la diplomacia francesa. Desde décadas atrás, las islas más alejadas de la costa —Guadalupe, Socorro y Clarión (las dos últimas del archipiélago Revillagigedo)— han sido ocupadas por destacamentos de la Armada de México. Durante algún tiempo los marinos arribaron a la isla Socorro acompañados de sus familiares, hasta que en 1994 la actividad eruptiva del volcán Evermann influyó en nuevas disposiciones para el asentamiento, cerrando la posibilidad de una localidad con población civil y endureciendo la estancia de por sí difícil para el personal asignado a la isla. Actualmente en estas islas se fomenta un turismo especializado en buceo de bajo impacto.
Fuentes de recursos, reservas y laboratorios biológicos
En la etapa virreinal comenzó la extracción de algunos recursos que, por su valía, justificaban la ocupación de las islas en varias temporadas. A finales del siglo XVII los misioneros jesuitas de la California identificaron la pureza de las salinas en una isla frente a Loreto, a la que llamaron El Carmen. La salina del Carmen se mantuvo en actividad hasta los años ochenta del siglo XX, cuando su extracción artesanal no pudo competir con procesos de industrialización avanzados, como los de Guerrero Negro. Antes de ese cambio tecnológico, sin duda fueron miles las toneladas que se llevaron desde El Carmen, pero también San José y Cerralvo, hacia la Nueva España. Menos conocido es el caso de la isla San Marcos, también en el mar de Cortés. La porción sur es una mina de yeso de gran pureza, considerado como la segunda mina más grande de su tipo en el mundo. Sin embargo, el beneficio mineral de millones de toneladas fue durante casi todo el siglo XX un producto únicamente exportado hacia los Estados Unidos y en la actualidad las reservas están por terminarse, junto con el pueblo de trabajadores que ha albergado durante cien años, aunque algunos habitantes se replantean el fomento de la pesca deportiva en sus alrededores. Para el caso de las pesquerías, se cuenta con varios ejemplos, sobre todo en Guadalupe, Cedros y Natividad, islas situadas en la costa occidental de Baja California que llevan décadas albergando a poblaciones de buzos y pescadores, organizados en cooperativas que se benefician de especies de alto valor comercial: abulón y langosta, pero también de caracol, pepino de mar y sargazo. Estas comunidades se encuentran arraigadas entre los paisajes insulares desérticos y con remanentes de bosque y el océano surcado por corrientes frías que les dan sustento. La imagen de la isla como reserva natural, con paisajes irrepetibles tiene muchos matices y contradicciones en el territorio insular de México. Desde 2016 se considera que todas las islas del Pacífico mexicano forman parte de alguna declaratoria como Área Natural Protegida. Pero en ciertos casos los decretos no se hacen efectivos para islas privadas, como San José, donde las cabras no son consideradas especie exótica6 por erradicar, sino sustento productivo de las familias en la localidad de La Palma Sola. La última idea propuesta es la de los laboratorios biológicos, que pueden ser un paraíso de estudio para los investigadores, no sólo al modo de las Galápagos que diera a conocer Darwin, sino como espacios que resguardan endemismos, por ejemplo, las colonias de aves que permiten a los ornitólogos avanzar en estudios inéditos. La isla Rasa en el golfo de California, en la que se extraía guano, o la Isabela, próxima a Nayarit, son ejemplos de lugares donde los biólogos conviven con sus objetos de estudio por largas temporadas.
La reivindicación insular
El panorama ofrecido demuestra que cada isla del Pacífico mexicano puede ser ejemplo de diversidad biológica o humana y un espacio estratégico. Si no hay más islas habitadas, en gran medida se debe a la escasez de un recurso fundamental: el agua dulce. Sólo excepcionalmente se encuentra en cantidad y calidad suficientes para abastecer a la población, y en algunos casos, se lleva desde fuera o se potabiliza a partir de plantas que desalan el agua de mar. A pesar de este hecho, el número de isleños mexicanos decrece desde 1990. En el Pacífico mexicano hay 610 islas nombradas,7 pero son pocas las que poseen topónimos para sus rasgos orográficos, hidrológicos o costeros, muchas veces sólo reconocidos por los lugareños: los de antes o los de ahora. Detrás de topónimos como bahía Melpómene8 (Guadalupe), arroyo de los Tenis (Cedros), punta de los Bufelleros (San Marcos) o caleta Grayson (Socorro), hay anécdotas de los personajes que alcanzaron espacios más o menos remotos y que han dejado constancia de su ocupación efímera, estacional o permanente. Las actividades, anécdotas, personajes y topónimos que hay en cada una de las islas mexicanas del Pacífico no sólo reflejan historias particulares, también brindan una pauta para delinear una imagen más nítida de sus territorios. Por cierto, el germen toponímico del país, el nombre de México, cuyo significado es “en el ombligo de la luna” o “en el centro del lago de la luna” proviene de un islote en medio de una región lacustre. Entonces es necesario reflexionar sobre la pertinencia de incorporar a las islas como partes que integran nuestro territorio y alimentar la curiosidad geográfica con otras narrativas maravillosas.
Imagen de portada: Vista panorámica de la isla Guadalupe, tomada desde el islote Toro, en la reserva de la biosfera de la isla.© GECI / J. A. Soriano
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Gabriel Hernández, “También el mar es nuestro territorio”, Ojarasca, octubre de 2007, núm. 126. ↩
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Se conoce como pecio a los restos de una nave que naufragó por causas naturales, accidentes o intencionalmente. ↩
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El jején (Phlebotomus papatasi) es un insecto del tamaño de una cabeza de alfiler que se alimenta de sangre para la producción de sus huevos y genera gran irritación en la piel. ↩
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La película Las islas Marías es original de 1951, dirigida por Emilio el Indio Fernández. ↩
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Al respecto se han escrito novelas como La isla de la pasión de Laura Restrepo, Isla de bobos de Ana García Bergua, Clipperton de Pablo Raphael y la obra teatral El sueño de la mantarraya de Alejandro Ainslie. ↩
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Se consideran especies exóticas o invasoras aquellas que al ser introducidas en un hábitat pueden generar desequilibrios ambientales. En las últimas décadas algunas organizaciones no gubernamentales como GECI (Grupo de Ecología y Conservación de Islas) han trabajado por la erradicación de ratones, gatos, perros, cabras o burros para restaurar los ecosistemas insulares. ↩
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Instituto Nacional de Estadística y Geografía, Catálogo del territorio insular mexicano, INEGI, México, 2015. ↩
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Este nombre refiere a una de las nueve musas de la Antigüedad griega: específicamente a la del género teatral de la tragedia. ↩