Al círculo de Tetelpan
Tenemos que bajarnos al barranco que es Dios cuando bosteza. Tristan Tzara
En la barranca el derrumbe, en lo verde la luz azul, la luz del hongo. Afuera la lluvia que cae desmoronando el cielo, la montaña. En la carretera los derrumbes y en la barranca el hongo derrumbador. En el cuerpo y en el alma los pajaritos y los derrumbes. Vuelo y me derrumbo. Pájaros con tallo blanco, pájaros fálicos, pájaros que surgen de los árboles, árboles que brotan de los hongos, hongos que llevan animales.
En el plato azul el agua azul y verde del hongo, la luz que asciende, que desanuda a la tarde, a las paredes que vibran, palpitan, se estremecen; de pronto se derrumban en un trueno, salen de sí lanzadas en ondas hacia su origen: la intemperie.
En el absoluto desprenderme abro los ojos para asirme al exterior y no lo reconozco. Siento que el pánico es mi centro, la fuerza que mantiene mi forma, la que me constriñe y me asfixia. Tengo pánico a ser solo esto: la náusea que me agarra por dentro.
Ahogado en el verde dominio de las plantas, me encuentro fuera de mí, me agarro a las palabras, a lo que soy, como al cable que me permitirá volver. Me ato al mástil del lenguaje en vez de arrojarme a la pasión. Siento una rabia incontenible, doy un salto, agarro un tronco y lo rompo en la pared. La lluvia cae sobre mi piel desnuda. Tengo que regresar a la selva. Tengo que atravesar lo humano. Oigo voces, soy un gorila en un jardín a quien matarán si sale; oigo a lo lejos las palabras, entender su mensaje me corrompe, tengo que disfrazarme, soy un hombre.
Me ahoga la vida de las aguas llena de color, de verde. Soy el gorila en la selva, soy el gorila en la jaula de concreto, en el espacio con nombre, soy el gorila anudado a la costumbre, uncido al agradecimiento, soy el gorila prisionero. Me mira desde el árbol la desnudez peluda, la libertad de las ramas, el salto porque sí, el gesto desmedido. Me mira aquí, desnudo, en la desnudez que deja la huella de la ropa, en la mueca que conoce al espejo. Salto para atrás y en mi cerebro el recuerdo del futuro no me deja, no me deja lo humano. Al otro lado, más allá, siglos más allá, un ente inmaterial y cínico, omnipotente y libre, un yo que habita mundos transhumanos, se burla de mi angustia, me hace señas para que avance hacia él. Prisionero entre dos libertades, quiero ir de las ramas al salto permanente, al vuelo que conoce.
Los árboles me dan vértigo, alcanzan las formas terribles de la altura, adquieren formas propias, no dadas por el ojo: nacen de su potencia. Árboles con las raíces de cabeza, dedos hambrientos ascendiendo; árboles líquidos que en mareas de calor avanzan; árboles de follaje verde con resplandor de fuego. El aire no es etéreo, es su prolongación, su brazo que me ase, me agarra, me seduce, me disuelve en un todo de humedad y raíces.
Surge del suelo un pueblo de árboles con copas ahongadas; surjo del verde multicolor hacia la lluvia y el sol, hay un arco iris, me sumerjo en paisajes de gnomos y de hadas. Aparece un hombre en el camino que baja a la barranca, con él la serenidad ha llegado al absoluto. Todo vibra sereno, todo vibra en armonía. Soy un hongo en un árbol que crece, soy un árbol en un bosque que crece, soy un bosque en un mundo que crece: soy el cielo.
Tú me obligaste a desnudarme y a recibir la lluvia como la recibes tú: sin nombre. Tú me zarandeaste, zarandeaste a las palabras. Eres la energía que destruye sin odios, la rabia en busca de libertad. Eres la selva y el árbol, la nube y la gaviota, lo sereno. Eres el todo que avanza sin tropiezos, el viaje que da con la sorpresa que no encalla.
Soy el plato azul donde los hongos (carne, tierra, agua) nadan: ajolotes, peces, ranas. Soy el escarabajo, el alacrán, la araña. Soy uno de estos cinco comedores de hongos, soy el del pie verdoso y el de la cara de cobra, soy el abridor de ventanas.
Soy el que desciende y se mira en la lluvia, en la noche, en la ciudad, en los otros que descienden también. El que se baña en el agua caliente, el que tiene frío, el con zapatos, el que busca el reloj y ve la hora, el limitado, el que mañana, el que ayer, el que algún día. Soy el que regresa, el que no se resigna, el gorila, el oriental, el mexicano; el Ismael del viaje, el que se hundió a orzar en el tifón, el que viajó, el que está aquí.
¿Y aquel que baja a la barranca por ese camino tranquilo entre árboles extraños a la voluntad del hombre, ese quién es? ¿Quién es él, el que anda sereno? ¿Es a él a quien se le dan los hongos? Quiero volar. Yo no volaré como gaviota. La muerte es la libertad que viaja.
Antonio Deltoro, Poesía reunida: (1979-1997), UNAM, CDMX, 1999, pp. 101-104. Se reproduce con el permiso del autor
imagen de portada: Hongos, en J.V. Krombholz, Ilustraciones y descripciones de hongos comestibles, dañinos y sospechosos, 1831-1846. Biodiversity Heritage Library [Dominio público]