“Después de la matanza de los estudiantes el 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco, todo el mundo tenía miedo de manifestarse por la calle”. Marta Acevedo 1 recuerda qué sentido tiene el clima dejado por una matanza: la imposibilidad de habitar un espacio por el miedo. Marta recuerda también que “en los años setenta fueron los grupos feministas los primeros que se reapropiaron de nuevo y de manera colectiva de los espacios públicos”.2
Para desconcertar al enemigo y desactivar los miedos, las mujeres decidieron deconstruir la estrategia de la marcha tradicional que seguía un formato bélico: el objetivo fue no marchar hacia el centro del poder formal, no dirigirse desde el Ángel de la Independencia hacia el Zócalo, no protestar en las escaleras de la Cámara de diputados o del Senado. La artista feminista Mónica Mayer narra que las mujeres decidieron disfrazarse y organizar, en plazas, calles y diferentes barrios, “performances que tenían que ver con la violencia sexual. Armamos una pieza que se llamaba El respeto al cuerpo ajeno es la paz o mal de ojo a los violadores y organizamos un ritual para provocar un mal de ojo a los violadores. Usamos el humor para que el otro escuche”.3 Una performance política que denuncia el horror de un infierno cotidiano. Una posición política que no genera sólo protesta, sino acontecimiento.
Hoy las formas de la violencia mutan. Cuando se quiere dominar un territorio, hay que marcarlo, definir sus límites, y para hacerlo se usan los cuerpos, sobre todo los de las mujeres, o los cuerpos feminizados.4 Nuestras vidas tienen un potencial político transformador del territorio. Siguiendo nuestros cuerpos —torturados, desechos, abandonados en el borde de una calle—, se puede entender cómo la violencia cambia cuantitativa y cualitativamente en la Ciudad de México, así como en todo el país. Hoy, el victimario no quiere borrar las huellas de la matanza, así los demás saben quién detenta el poder, quién gestiona el miedo, quién puede decidir.5 En la delegación Miguel Hidalgo encuentro a Rosa. Camino con ella, investigando cómo ha cambiado su barrio en los últimos diez años. Me acompaña hacia la calle donde encontraron a su hermana. Casi desnuda, con las piernas abiertas y con una bala en el pecho. Analizar las formas de la matanza sirve para descifrar el escenario. Para controlar socialmente un cuerpo, hay que expropiarlo de sí mismo, humillarlo sometiéndolo a un proceso constante de despojo-desposesión. Un sistema violento genera formas de humillación que rompen con nuestra capacidad de resistencia. Durante la Segunda Guerra Mundial, en los campos de concentración los rituales de despojo moral se imprimían en los cuerpos: “golpear en la cara, rasurar el pelo, vestir con trapos”.6 Un método de despojo que es quirúrgico porque se centra en detalles y produce diferentes efectos, según las subjetividades que pretende marcar. Rosa me dice que el asesino de su hermana es el marido. La mata en casa, pero no la deja ahí. Hoy el victimario no quiere borrar las huellas del feminicidio. Expone el cuerpo de la mujer en el espacio público, cerca del mercado y de una esquina importante para la dinámica de control del barrio. Rosa me explica que desde esta esquina se controla el territorio, así como la economía ilegal que transita desde el mercado hasta la avenida principal. Para Rosa, hay un elemento clave: el cuñado quería entrar en la pandilla más importante del barrio que tiene como objetivo ocupar esta esquina. El mapa para controlar el territorio se dibuja y define alrededor de directrices claras. 1. Expropiación del cuerpo: mata a la mujer en el espacio más seguro, su casa. 2. Despojo moral: la desnuda, la humilla exponiendo su cuerpo en los que eran los lugares de su vida cotidiana. 3. Despojo-desposesión del cuerpo para apropiarse del territorio: usa el cuerpo de la mujer para demostrar su fuerza en la comunidad, y a través de la destrucción del vínculo afectivo, puede afirmar su poder y su capacidad de ejercerlo.
Hoy es urgente complejizar la articulación entre los espacios público y privado; no se debe considerar la violencia en lo privado como fenómeno ajeno a lo público y se debe demostrar que la violencia que se da en el espacio público ostenta, cada vez más, características similares a la que se da en el privado (y viceversa). Recuperando el trabajo de la antropóloga Lia Zanotta Machado, es necesario enfatizar que tanto las violencias en el mundo privado como en el público se inscriben y definen en estereotipos de género y discriminación hacia las mujeres. Zanotta Machado, en su artículo “Sin violencia hacia las mujeres, ¿serían seguras las ciudades para todos y todas?”, escribe: “Hoy en día no sólo persisten las tradicionales manifestaciones de violencia, sino que surgen nuevas formas de ultraviolencia que se expanden en la escena urbana”.7 El territorio y nuestros cuerpos-territorios son como una matrioshka, hecha de micro y macro geografías del orden social que se contienen una a otra, y donde los primeros espacios que habitamos —nuestro cuerpo y nuestra misma casa— son como un diafragma entre el adentro y el afuera. Investigar el adentro, descifrar la forma que se dibuja a partir del espacio más íntimo, me ayudó a entender qué estaba pasando en el afuera. Analizando las formas de violencia ejercidas contra las mujeres se puede entender cómo sus cuerpos son hoy un laboratorio donde se experimentan los mecanismos de tortura que después se extenderán y generalizarán para engrasar los mecanismos cada vez más sofisticados del control social. Frente a este escenario, ¿cuál es el nuevo léxico político que las mujeres inventamos para transmitir la memoria de la violencia que estamos viviendo y, a la vez, renovar el debate acerca de la violencia? Entre los años noventa y hoy en día, pasamos del lema “ni una más” a “ni una menos” hasta “nos queremos vivas”. Este cambio de lemas indica de manera contundente un desplazamiento semántico de la modalidad en la que pensamos y actuamos contra la violencia: ya no de manera pasiva (“ni una más porque mi cuerpo es un campo de batalla”), sino en una modalidad reactiva (“ni una menos porque nos queremos vivas y usaremos nuestros cuerpos-territorios como un campo de batalla”). Estamos construyendo un nuevo mapa que reinvente el espacio urbano a través de marchas muy diversas, con miles de grupos y personas con diferentes tipos de ideas y propuestas. Estamos construyendo un nuevo mapa para afirmar que nuestros cuerpos-territorios no tienen que seguir siendo un laboratorio donde se experimentan los mecanismos de violencia que después se extenderán contra los cuerpos de todas las personas. Estamos construyendo un nuevo mapa para afirmar que a través de la reapropiación de nuestros cuerpos y de su potencial político, las mujeres creamos prácticas sociales para defender y transformar el territorio que habitamos.
Imagen de portada: Dr. Lakra, Monomito (detalle), 2015
Marta Acevedo, editora y periodista feminista, es autora del famoso artículo “Nuestro sueño está en escarpado lugar”, La Cultura en México, suplemento de la revista Siempre!, núm. 901, 30 de septiembre de 1970. Este artículo fue considerado uno de los puntos de partida de la segunda ola del feminismo en México. Disponible en: debate feminista ↩
Entrevista realizada en mayo de 2018 por Emanuela Borzacchiello; forma parte del proyecto “M68: Ciudadanías en movimiento” realizado por el Centro Cultural Universitario Tlatelolco. ↩
Idem ↩
Rita Laura Segato, Las estructuras elementales de la violencia. Ensayos sobre género entre la antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos, Universidad Nacional de Quilmes, Bernal, 2003 y La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, Tinta Limón, Buenos Aires, 2013. ↩
Este planteamiento teórico fue desarrollado gracias al trabajo de campo llevado a cabo con mi tesis doctoral “Violencias cruzadas: prácticas feministas que crean nuevas políticas” y el proyecto colectivo “Mujeres ante la guerra” de Periodistas de a Pie, gracias a la coordinación de Daniela Rea. Disponible en: piedepagina.mx/mujeres-ante-la-guerra.php ↩
Primo Levi, I sommersi e i salvati, Einaudi, Torino, 1986. ↩
Lia Zanotta Machado. “Sin violencia hacia las mujeres, ¿serían seguras las ciudades para todos y todas?”, Vivienda y Ciudad, diciembre de 2014. ↩