Olive lleva casi siete años viviendo en Pekín. A sus 24 años está dispuesta a cantar y bailar hip hop a la menor provocación. En la adolescencia, en cambio, tenía su cuarto tapizado de carteles de Marilyn Manson, Skinny Puppy, Carsick Cars y Re-TROS. Disfruta la cerveza tibia en el inclemente invierno local y muy muy fría en el verano. Fuma cigarrillos que a nadie le gustan, bastante conveniente para su economía. Estudió Comunicaciones en la Universidad de Pekín y está pensando en hacer una maestría, igual que su futuro esposo, quien está estudiando en Hong Kong. Olive trabaja en una empresa canadiense de telecomunicaciones atendiendo llamadas y coordinando videoconferencias entre América y Asia. Vive muy cerca de su lugar de trabajo con otras tres chicas chinas de la oficina. Los fines de semana los dedica a fiestear, terminar pendientes del trabajo y limpiar su cuarto, en ese estricto orden. La vida de sus compañeras de departamento es exactamente igual a la suya salvo una excepción: Olive recibe todas las semanas al menos tres llamadas de la policía local. A veces inclusive en la madrugada: “¿Sigues trabajando en el mismo lugar? ¿Vas a seguir viviendo ahí? ¿Cuánto ganas? ¿Qué haces en tus días libres?”
Siempre odió contestar y en una ocasión no lo hizo. La policía apareció quince minutos más tarde en su casa. El golpeteo y griterío policiaco en su puerta la espantaron tanto que jamás volvió a dejar pasar más de cinco segundos para atender una llamada.
—Perdón, estaba en el baño.
—¿Tanto tiempo?
—Sí, tengo diarrea, algo me hizo mal.
Un oficial entró al baño a oler y checar el cesto de basura. Salió insatisfecho, pero aparentemente todo estaba en orden.
—Tienes que contestar inmediatamente, mete tu celular al baño siempre.
Ahora el proceso es una rutina que acepta, como acepta el clima o el tráfico. Contesta calmada y robóticamente, ya se sabe el guión.
—Es una pendejada, ¿sabes? Todo eso que me preguntan ya lo saben porque también le marcan a mi jefe a la oficina dos veces a la semana. Me da mucha vergüenza pero mi jefe es bien chido. Dice que no hay problema. Entiende mi situación.
La “situación” es que Olive es una extranjera en su propio país. Esta joven mujer de 1.60 metros, sonriente, alegre, amigable y siempre dispuesta a ayudar a sus compañeros y amigos representa una amenaza según el gobierno chino. La “situación” es que nació en Uigur, una nación situada en la región autónoma de Sinkiang, en el extremo oeste de China y considerada “territorio independiente” por el gobierno, pero que dista mucho de serlo. La mayoría de sus habitantes son de origen turco pero también hay chinos. Son vecinos de Kazajistán y Kirguistán, con quienes comparten lengua, costumbres y la religión musulmana. Tienen sus propias festividades, bailes, comida y tradiciones pero respetan y siguen las de China. Como país comunista, China no tiene una religión oficial y en teoría puedes practicar la que se te dé la gana. A menos que tu territorio se encuentre bajo “observación”. Uigur se fundó en el siglo X de nuestra era y se reconoció como país musulmán en el XVI. En los años 30 comenzó un movimiento separatista, ya que los habitantes se sentían excluidos de las actividades y los beneficios de la República Popular. Pero buscaban su independencia sobre todo por las restricciones religiosas y culturales y los múltiples y crecientes abusos a sus derechos humanos. Desde las primeras protestas el gobierno impuso sanciones y bloqueos aún mayores. A principios de los 90 y hasta 2017 diversos grupos organizados separatistas formaron una guerrilla y se les han atribuido varios ataques terroristas en ciudades de Uigur, en Pekín, Hong Kong y Shanghai, y se les relaciona directamente con el Partido Islámico del Turkestán e inclusive con Al-Qaeda.
Esto ha convertido Uigur en un lugar incómodo, lleno de gente no deseada y sobre todo muy “peligrosa”. La estrategia del gobierno es tajante, simple. Para empezar, el ejército intervino y limpió las calles, las escuelas, las oficinas y los hogares. Se calcula que han sido asesinadas más de 6 mil personas y que han desaparecido dos millones de 1990 a la fecha. Un millón de personas se encuentran en campos de “reeducación contraterrorista” donde pueden pasar años antes de graduarse con un examen de conocimientos y una prueba de fidelidad a la ideología del Partido Comunista Chino. Se lleva a cabo un genocidio cultural en donde borran todo vestigio de una personalidad o pensamiento propio en el individuo, toda relación con el islam y con cualquier otra ideología distinta a la imperante. A algunos los dejan hacer una llamada una vez a la semana si tienen un buen comportamiento, un avance notable en su reeducación y solamente si hablan en chino. Pero se las han arreglado para transmitir un poco de información de lo que pasa en los campos: tortura, maltratos, abusos, hambre.
La guerrilla, la policía y el ejército son parte del paisaje y de las ciudades de Uigur. Hay retenes en casi todas las calles, en las estaciones de tren y autobuses y en el aeropuerto. Cada hogar de la región tiene un código QR en la puerta para que la policía tenga acceso directo a fotos y datos de los que viven ahí. Dentro de algunos hogares hay cámaras que vigilan las 24 horas y la sanción por bloquearlas es la desaparición de todos los que ahí habiten. Las mujeres tienen prohibido portar el hiyab. No deben enseñar el islam a los niños en ninguna escuela y lo único que tienen permitido sin problemas es ayunar durante el Ramadán. El trato a los hombres que portan barba larga es tan humillante que prefieren afeitarse. Internet está muy controlado y la policía puede pedirte tu celular y revisarlo.
Recientemente, Olive caminaba con sus amigos en las calles de Ürümqi (la capital de Uigur) cuando fueron detenidos. Ella estaba de visita de vacaciones y ya se había habituado a la vida más abierta y cosmopolita de Pekín. Se le olvidó que tenía un par de aplicaciones de videos que en Uigur están prohibidas. Muy nerviosa trató de borrarlas, pero fue demasiado tarde. El policía que le revisó el celular las abrió para checar las búsquedas más recientes. Series de televisión de acción y ciencia ficción solamente.
—¿Eres tonta? ¿Eso es lo que ven en la universidad? Bórralas.
Ese comentario le pareció de lo más amable dadas las circunstancias. El oficial buscaba noticieros gringos o europeos, películas occidentales non gratas o porno. Cualquiera de ellas sería excusa suficiente para pasar a interrogatorio y un par de días en la cárcel.
—Buscan mensajes sospechosos; tus contactos, tus fotos, tus correos. Cualquier actividad que se les haga subversiva, por más estúpida que parezca, les da el derecho de llevarte al cuarto de interrogatorio. ¿Argumentar que tu celular es tuyo y es tu vida privada? Pfff, una madriza y cárcel.
Olive teme por la vida de su prometido, de origen italiano. Estudiaron juntos en la Universidad de Pekín y ahora que están lejos uno del otro se siente un poco aliviada.
—Claro que lo extraño, pero vivir a mi lado es un riesgo constante. Cada vez que vamos de paseo la policía aparece a los veinte minutos en el hotel, hostal o cabaña donde nos alojemos. Cuando ve los números de mi identificación el personal del hotel tiene la obligación de llamar a mis contactos. Mi novio dice que no le importa, pero no hay que ser una genia para saber que es horrible que lleguen unos puercos a abrir tu mochila, a revisar tus fotos, mensajes y a preguntarte por qué te relacionas con una terrorista.
La apariencia de Olive es similar a la de cualquier persona de origen chino; es poco común entre la gente de su nación, cuyos rasgos faciales son más parecidos a los turcos, incluso a los árabes. Ésa es una ventaja increíble en su vida cotidiana. Pero la cosa cambia cuando tiene que enseñar su identificación o pasaporte. Fuimos juntos a la plaza Tiananmén. Para visitarla, así como para pasear por la Ciudad Prohibida y los museos aledaños, se debe pasar por un filtro de seguridad. Los extranjeros debemos enseñar nuestro pasaporte y se revisan los detalles de la visa. Los ciudadanos chinos pasan su ID por un escáner que lee la información del chip y se les toma una foto. Esto quiere decir que el gobierno sabe exactamente quién está en la plaza en todo momento. Cuando vieron la identificación de Olive revisaron escépticos un par de veces.
—No pareces uigur— le dijeron.
Efectivamente, la apartaron de la fila sin escanear la credencial. Media hora después apareció bastante preocupada.
—¡Ah! Lo de siempre, sólo quieren amedrentar a ver qué me sacan.
Olive creció en Ürümqi y Kasgar, la capital y la segunda ciudad más grande de Uigur respectivamente. Sus padres se separaron antes de que naciera y su infancia fue bastante difícil. Es la primera persona de su familia en tener un título universitario, cosa nada fácil.
—Como que de repente mi madre agarró la onda y consiguió tres trabajos para poder mandarme a la universidad. Le agradezco un chingo pero, por ejemplo, cuando me emborracho siempre termino llorando por lo mismo. Cuando fue la fiesta de fin de año de la empresa terminé súper ebria y me puse a gritar que soy china. I’m chinese! I’m fucking chinese! La gente que conoce mi historia trataba de calmarme diciéndome que soy muy valiente o algunas frases muy discretas en contra de la posición del gobierno para con mi gente. Las demás personas lo tomaron de manera divertida y medio mundo en la fiesta salió gritando: ¡Todos somos chinos! Hasta los que no lo eran. We all are fucking chinese! Nunca he dejado de luchar contra todo, ¿sabes? Contra el abandono de mi familia, contra el gobierno, el racismo, el desprecio, contra mi pinche vecina que pone música horrible todas las mañanas… Pero la verdad es que con todo y todo soy feliz. Con todo y todo siento que soy libre. Me siento libre dentro de mi jaula.
Un paisano y amigo suyo, originario de Kasgar, tiene un proyecto de hip hop que se está haciendo bastante famoso. Olive está muy emocionada porque obtuvo un permiso en el trabajo para ir a verlo en un club al sur de Pekín, y sabe que varios de sus amigos estarán presentes. El lugar está abarrotado pero inmediatamente encuentra a su amiga Nicky. Después de un par de cervezas no dejan de cantar, brincar, bailar. Parecen dos niñas desbordando emoción en todo el lugar. Algunos asistentes las ven raro, otros se les unen por un rato, pero todos terminan celebrando su energía. Se saben la letra de cada una de las canciones, que están escritas a veces en chino, a veces en chinglish, a veces en uigur y cantan con todo el volumen que sus voces pueden alcanzar. Viendo cómo se divierten en medio de toda la gente da la impresión de que, efectivamente, son libres.
Imagen de portada: Gauthier DELECROIX, The dancer BY 2.0